La obra de Marañón, en su conjunto, es verdaderamente compleja. Después de una primera lectura parcial la cantidad de interrogantes que plantea son muchos y variados, pero siguiendo unos pocos hilos conductores, que se repiten, podemos analizar su riqueza. Este es el objetivo del presente trabajo limitándonos a su faceta de médico. Su obra médica, en el conjunto de la medicina occidental del momento, sigue valorándose partiendo de una serie de tópicos. A nuestro parecer, es el resultado de una elaboración peculiar desde la clínica, y partiendo de unos supuestos personales; dando lugar a un modelo de medicina coincidente, en gran medida, con el de los grandes reformistas de lo que Laín Entralgo ha llamado “medicina actual”.
Marañón’s work, as a whole, is truly complex. After a preliminary, partial reading, the questions that arise are numerous and varied. The aim of this article is to analyse some of the wealth of the medical facets of these works by following some of the threads which are repeated in the literature on the author. His medical works, within the context of western medicine of the time, are still analysed from a perspective of a series of clichés. Actually from our point of view, his work is the result of a peculiar construction, based on both medical practice and personal theoretical principles which led to a model of medicine similar to that of the great reformers within the framework which Laín Entralgo has termed “present medicine”.
En 1909, Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960) obtiene su título de médico y tras él, irá desarrollando una serie de actividades que acabarán transformándole en la primera figura de la medicina española. La primavera de 1922, en la cual coincide su ingreso en la Real Academia Nacional de Medicina y el viaje a las Hurdes con Alfonso XIII, coronan esta brillante etapa ascendente. Desde entonces, “el doctor Marañón”, médico, escritor o simple ciudadano, fue para gran parte de los españoles uno de los paradigmas de su existencia colectiva
“Cuando emprendimos nuestra vida profesional y científica el desnivel entre la medicina española y el término medio de la medicina mundial era considerablemente más profundo […]. La medicina española estaba todavía hondamente influida por aquel espíritu del siglo XVIII que no en vano se llamó “de los sistemas”. En nuestro país, era aún mucho más fuerte el doctrinalismo que la observación directa y viva de la naturaleza. Dejando aparte figuras de menor relieve, puede decirse que los dos primeros representantes de la medicina propiamente decimonónica, universal y antidoctrinaria, en cierto modo antiletamendiana, fueron dos maestros nuestros: Sañudo y Madinaveitia. Sañudo representaba la ciencia francesa, Madinaveitia la tendencia anatómica alemana y la valoración directa seca, a veces excesivamente seca, del detalle clínico” (Marañón, 1934, 287)
¿Podemos dar por válida, sin más, esta esquemática consideración de lo que fue la medicina española en el primer tercio del siglo XX? En absoluto. Sin duda alguna, nuestro médico, tan convencido del papel que los “regeneracionistas” habían otorgado a la ciencia; y la importancia que ciertos sectores de la intelectualidad española, concedían a una ciencia europea idealizada; así como una sobrevaloración de su generación en este proceso
La conciencia generacional de Marañón tuvo “un importante aspecto médico, y este es el que con más frecuencia y explicitud aparece en su obra escrita; pero con él y en torno a él están, dándole fundamento y estilo, los pertinentes a la condición española y europea” (Laín, 1975, XX-XXI)
En las décadas finales del siglo XIX se van configurando las condiciones favorables para el cultivo de la ciencia en España. Algo tuvo que ver la situación consecuente a la revolución de septiembre de 1868 y el contexto institucional desarrollado por el gobierno provisional del mismo año y por la Constitución de 1869; en la que se reconocía un modelo defensor de las libertades y los derechos individuales, entre ellos, la libertad de cátedra. A pesar de que los primeros momentos de la Restauración resultaron amenazadores para su continuidad, desde 1881 el partido liberal-fusionista liderado por Sagasta, puso en marcha desde su acceso al poder en febrero, medidas encauzadas a crear un marco social tolerante y estimulador del progreso y la cultura
No podemos olvidar, en este breve repaso de los antecedentes inmediatos de la medicina española del primer tercio del siglo XX, el nacimiento de las especialidades médicas, fenómeno muy vinculado no solo a determinantes científicos, sino también a condiciones socioeconómicas concretas de los países europeos. En este sentido, el Instituto Rubio (1896) fue una de las matrices del especialismo quirúrgico en nuestro país: la otorrinolaringología con Rafael Ariza Espejo (1826-1887), la urología con Enrique Suender (1829-1879)
Lo que Laín llama “generación de Madinaveitia”, coincide con la que en el terreno literario se conoce como “generación del 98” o “generación de crisis” como la califica Marañón al igual que a la que él pertenece. Pero hay una diferencia en la forma de afrontar la “crisis”: hombres de la medicina como él, pero también otros científicos, ven el futuro con esperanza. En el caso concreto de Marañón, la esperanza es un elemento constitutivo de su idea de progreso: “El rastro que deja la humanidad a su paso por la tierra, es dolor, dolor eterno, quién sabe si necesario; pero a pesar de todo, menor cada vez. Acaso sea hoy menos fácil emborracharse de gloria; pero el número de seres humanos en absoluto infelices, disminuye a medida que los siglos avanzan” (Marañón, 1936)
No queremos vadear un aspecto fundamental para entender la obra médica de Marañón: los hechos y valores en que se sustenta. El tema es complejo y merece un estudio en profundidad que esperamos desarrollar en un análisis posterior. Valga ahora un primer acercamiento
Una primera cuestión a plantear es lo que pudo significar la vocación médica de nuestro hombre y sus objetivos. Ni siquiera él mismo nos da la clave de su elección. Habrá que esperar a 1935 para sospechar en posibles circunstancias coyunturales
En nuestra opinión, se ha hecho una interpretación inadecuada de las discrepancias entre Cajal y Marañón en lo que se refiere al valor de la clínica como actividad científica. El trasfondo puede ser más sencillo: Cajal habla como lo haría un biólogo, sin experiencia clínica ninguna y elucubra su argumento de que los médicos se pierden “en el desierto de la clínica”; por el contrario, Marañón, inmerso en la corriente de “medicina de laboratorio”
La vocación de amor se fundamentaría, en el pensamiento marañoniano, en algo más esencial e intrasferible: la vocación de ser hombre como una asunción libre y trascendente de la condición humana
En definitiva, su vocación médica personal, es decir la manera en la que él adecua la doctrina general del llamamiento, a su personalidad, sería básicamente una “vocación de amor” sustentada en una forma de asumir la condición humana y que se manifiesta básicamente en dos actitudes: la ambivalencia y el humanismo. Ambivalencia, “no porque, como el hombre que duda, ignore dónde está la razón, sino porque no alcanza a quitar la razón del todo a nadie, ni a dársela a nadie por entero” (Marañón, 1940)
La ambivalencia es inseparable del humanismo, que no es más que “la voluntad y la disposición queridas para tratar de comprenderlo todo y, por consiguiente, para no servir a ninguna doctrina particular, ni siquiera a la que pudiera parecernos más próxima a la realidad” (Marañón, 1953)
Ya tenemos pues su sistema de valores y la compleja trama de hechos, pero también de objetivos derivados del significado que cada cual otorgue a la “condición humana”, y todo ello se va a expresar en una entidad real: la persona. En todo ello la condición médica del Marañón biólogo y clínico ha jugado un papel importante. Pero a su vez, aquellos principios, una vez elaborados y con una razonable estabilidad, marcan su forma de proceder y la manera de entender al enfermo como algo individual e irrepetible: la enfermedad, “no es solo la inflamación o el deterioro de tal o cual órgano, sino todo ese mundo de reacciones nerviosas del sujeto enfermo, que hace que la misma úlcera de estómago, por ejemplo sea una enfermedad completamente distinta en un segador y en un profesor de Filosofia” (Marañón, 1946, 60)
Persona, individuo y enfermo, son tres términos que para Marañón son sinónimos de hombre, y al último, habría que añadir el calificativo de doliente, para mayor precisión
La dedicación de Marañón a la endocrinología, fue en realidad absorbente. Hasta 1915, año crucial en su dedicación a estos temas, había publicado un trabajo en 1909: dos en 1910; diez y seis en 1911; ocho en 1912, entre ellos temas de especial interés para él como el “síndrome pluriglandular”
“El significado real del progreso que los estudios endocrinos han aportado a la Medicina, no está en la enorme cantidad de síntomas y síndromes nuevos …, ni siquiera en la eficacia incomparable de muchas opoterapias …, sino en esto otro: el descubrimiento de las hormonas y de su papel excitador, inhibidor, regulador de los grandes procesos vitales, no ha permitido llegar a entrever la base química de la constitución, y, por tanto, de la herencia, hacia atrás; y hacia adelante, de los posibles modos de reacción fisiológicos y patológicos del individuo; es decir, por un lado y por otro, de las raíces más finas y expresivas de la personalidad. Si de algo me enorgullezco en mi vida científica es de haberme atrevido, en el curso que pronuncié en el Ateneo en el año 1915, a considerar el problema de las secreciones internas en este aspecto trascendental y general, estudiando las hormonas como moldes y andamiajes de la biología individual, y no como un capítulo más de la Patología
Laín Entralgo (1975), ha sabido apreciar, el primero, la “agudeza y fecundidad de este paralelismo –tan tempranamente subrayado por Marañón- entre la individualidad biológica que revela la constitución endocrina y la individualidad psicológica que descubre la comprensión psicoanalítica”
“Pero dos o tres de las líneas generales de la concepción freudiana del espíritu son, sin duda, esenciales y marcaron un rumbo nuevo y una etapa fundamental en el conocimiento de nuestra alma. Y lo más importante de esa nueva actitud, a mi juicio, la enorme valoración de la individualidad del enfermo. El psicoanálisis no estudia a su paciente para ponerle la etiqueta de una enfermedad… sino para reconstruir desde su prehistoria la historia intrasferible de aquel hombre o de aquella mujer, y solo la suya” (Marañón, 1935, 36)
En la dialéctica entre vocación de querer (conocimiento científico neutro) y vocación de amor (conocimiento del enfermo), progresivamente va ganando terreno la segunda y en plena carrera final, su testimonio no deja lugar a dudas. “Pero el médico, cuya humanidad debe estar siempre alerta dentro del espíritu científico, tiene que contar, en primer lugar, con el dolor individual; y por muy lleno que esté de entusiasmo por la ciencia, ha de estar siempre dispuesto a adoptar la paradójica postura de defender al individuo cuya salud se le ha confiado, frente al mismo progreso científico”
Hasta en algún
Marañón, Gregorio (1934): “Veinticinco años de medicina”, en
“Cada generación se ha imaginado a sí misma, desde siempre hasta ahora, el ombligo de la humanidad; y vanidosamente, supone que sus desgracias y sus desdichas poseen calidades de excepción”. Marañón, Gregorio (1935),
Pascual Rios, S. (1917):
Este discurso fue publicado posteriormente bajo el título de
“Cortezo lleno de aguda modernidad como clínico y como higienista”,
“Simarro, ingenio prócer, lector certero e incansable y habilísimo técnico, aunque inmovilizado por su escepticismo”,
Véase el artículo necrológico que le dedicó Marañón en el
Marañón, G. (1950): Medio siglo de Medicina,
Laín Entralgo, Pedro (1975): “Vida, obra y persona de Gregorio Marañón”, en
Se entiende, que la guerra a la que se refiere es la de 1914.
“Mi generación –dirá en 1950- es una generación entusiasta: es el penacho, que, como al héroe gascón, nadie nos podrá quitar”. Maisin, J. H. (1950): El
La escuela histológica española, no solo el núcleo de los discípulos de Cajal, pasa a ser un referente internacional por sus aportaciones, entre ellas la estructura de la neurología, descubierta por Río Hortega con el método original de carbonato de plata amoniacal. En 1918, sustituye a Achúcarro en la dirección de Laboratorio de Investigaciones Biológicas. Allí y hasta su exilio a Argentina, se formaron una pléyade de investigadores como Felipe Jiménez de Asúa, Vara López o Román Alberca. Pero además, la Escuela Histológica Española, pasa por ser el origen de la neurología clínica, que en manos de González Rodríguez Lafora (1886-1971), José Sánchis Banús (1893-1932) y José Miguel Sacristán (1887-1957), junto a la escuela catalana de José Antonio Barraquer y Roviralta (1852-1924), tanto prestigio alcanzó en los años inmediatos a 1936. J. M. Izquierdo Rojo (1978),
En 1933 expone claramente estos supuestos en
Martínez Cuadrado, M.
Laín Entralgo, P. (1998), “La reacción de los intelectuales”, en Pedro Laín Entralgo y Carlos Seco Serrano (eds.),
Mª. Gloria García del Carrizo y Juan Riera Palmero, “La introducción del positivismo en España. La obra de Ramón Turro”, en Arquiola, Elvira y Martínez Pérez, José eds. (1995):
Fernández Sanz, J. J. “La inoculación anticolérica Ferrán y su polémica nacional en 1885”,
Arquiola, E. “Anatomía y Antropología en la obra de Olóriz”,
Palma Rodríguez, F. (1997).
Pi-Figueras, J. “La cirurgía modèrna a Catalunya: de Cardenal al 1936”,
“Lleno de aguda originalidad -escribirá Marañón al final de su vida-, nos daba improvisada, la realidad de cada día, en forma de cotejo entre su experiencia, que era vastísima, y nuestra ignorancia; y lo hacía con un arte y una capacidad de sugestión tan humanos, que apenas había día en que no saliéramos de la clase henchidos de esa forma suprema de aprender, que consiste en no saber distinguir la sugestión del maestro de lo que espontáneamente se nos hubiera ocurrido”, “Sobre la enseñanza”, conferencia pronunciada en la conmemoración del cincuentenario del Instituto Católico de Artes e Industrias (I. C. A. I.). Citado por Laín Entralgo, cit., pág. 2.
Zaragoza, J. R., “La obra urológica de Enrique Suender”,
Usandizaga, M. (1944):
Granjel, L.S. (1964):
Elizalde, J.; Ceriol, C. y Nava, A. (1997): “José Antonio Barraquer Roviralta: fundador de una célebre dinastía de oftalmólogos”,
Una vez más hemos de insistir en la actitud jánica de Marañón respecto a la medicina española: mira al pasado con escepticismo, pero al tiempo reconoce lo mucho que había y su calidad, así como los cambios que se estaban produciendo en las clases cultas del país. En cierta medida es una rectificación del concepto de “generación ombligo de la historia” que tanto peso tuvo en su juventud y que irá matizando posteriormente. En efecto, la controversia suscitada por la introducción del pensamiento darwinista dentro de nuestras fronteras y la segunda fase de lo que se ha llamado “polémica sobre la ciencia española”, no solo sirvieron para demostrar la existencia de ciencia en nuestro país, sino que fueron también un estímulo para el cambio en la percepción del valor de la actividad científica y su importancia para el progreso de la Nación; precisamente en eso fundamenta Marañón su actitud esperanzada, superando la actitud plañidera del 98, y adscribiéndose a la confianza de los “regeneracionistas” en el progreso científico (ver nota 12). Una excelente puesta al día de ese proceso puede consultarse en el número monográfico de la revista
Martínez Pérez, J. (2003):
Ver como ejemplo paradigmático, Marañón, G. (1943):
Marañón, G. (1952-53): “Teófilo Hernando”, en
Desde hace algunos años se ha puesto de manifiesto, por historiadores desconocedores de nuestra larga y compleja tradición historiográfica, la importancia en la actividad científica de un conjunto de hechos y valores en constante interrelación. En realidad este tipo de planteamiento no es nuevo en absoluto: por citar un ejemplo, ahí está el estudio de L. Fleck (1935):
Gregorio Marañón (1961): “Los espejismos de la vocación “ y “El detalle que enciende la vocación”, en:
La admiración y el profundo respeto que sentía Marañón por Galdós, lo manifiesta en varias ocasiones. Solo por citar algún ejemplo en momentos muy diversos de su biografía: “Galdós íntimo”.
Ramón y Cajal, S. (1898):
Laín Entralgo, P. (1975). Vida, obra y persona de Gregorio Marañón. En: Gregorio Marañón,
Marañón, Gregorio (1946):
Marañón, G. (1950):
Marañón, G. (1919). Un síntoma muy constante de hipertiroidismo.
Marañón, G. La reacción emotiva a la adrenalina.
E. Ackerknecht, califica de “medicina de laboratorio” al modelo de patología médica que se desarrolló, fundamentalmente en territorios germanos en la segunda mitad del siglo XIX y que tuvo como institución más representativa el laboratorio de investigación y su incorporación al hospital; frente a la “medicina hospitalaria” francesa de la primera mitad del XIX, que fundamentó el saber patológico y clínico en el concepto de lesión anatomopatológica, y su marco de actuación en un nuevo hospital, fruto de la reforma napoleónica, al que se incorporó la sala de autopsias y el archivo de historias clínicas.
Ciertamente el entusiasmo de Marañón por el papel de las ciencias experimentales en la clínica se irá matizando con el tiempo y, desde ese punto de vista, podríamos hablar de dos etapas, aunque sería más preciso entenderlo como un proceso sin solución de continuidad: “El médico debe ser, antes que experimentador, naturalista… Pero la verdad no está solo detrás del experimento, sino también detrás de la simple y fecunda observación”, Marañón, G. (1954):
Marañón, G. (1961):
Marañón, G. (1924): Prólogo al libro de Marcel Labbé,
Para Sydenham la “especie morbosa”,
Marañón, G. (1915):
Marañón (1951). Discurso de contestación al de ingreso del Excmo. Sr. D. Jacinto Megías y Fernández en la Real Academia Nacional de Medicina, 21 de febrero de 1951,
Sin disimular su pronto interés por el psicoanálisis, Marañón plantea en diversos escritos una serie de objeciones de profundo calado y que, de hecho, son el punto de partida de ciertas derivaciones especulativas en su desarrollo posterior: excesiva generalización hacia la normalidad de hechos meramente patológicos; universalización de datos psicológicos que son más bien de origen cultural; escasa atención a los conocimientos que acerca de la sexualidad ofrecen conjuntamente la clínica humana no psiquiátrica, la investigación fisiológica y la biología animal; excesivo artificio en la construcción e interpretación de la historia clínica; etc. No tenemos constancia de que Marañón siguiera la forma en que iba evolucionando el psicoanálisis y algunas de sus críticas perdían, por lo tanto, sentido.
Laín Entralgo, P. (1975), cit. p. LV, cita el testimonio de Rof Caraballo extraordinariamente valioso en estas cuestiones; “Sus conceptos –refiriéndose a los de la sexología marañoniana- se fundaban en observaciones rigurosas sobre los numerosos enfermos que visitaban la ya famosa policlínica de su Instituto de Patología Médica”. Puede consultarse una concisa exposición sistemática de la sexología de Marañón en, Sánchez Granjel, L. (1960):
Laín Entralgo, P. (1975), en su Introducción a la edición de
Prólogo al libro de R. Novoa Santos,
Su intervención en un curso en la Universidad Internacional de Santander, en 1935, marca un hito en ese proceso. Él mismo lo describe así: “No siempre los deberes que se cumplen espontáneamente son ni los más gratos ni los más importantes. A veces es necesario que nos empujen las circunstancias para hacer cosas que de otro modo no haríamos, y con las que, sin embargo, satisfacemos un lejano y hondo deseo de nuestra conciencia. Así me ha sucedido a mí con estas reflexiones sobre la preparación del médico, sobre su vocación y sobre su conducta en la sociedad. Cuando ya eran bastantes los años de mi vida de magisterio, de investigación y de actividad profesional, comencé a sentir la obligación de recoger algún día ese precipitado que deja en el espíritu la reacción cotidiana entre las normas teóricas y la propia personalidad. Ese precipitado significa el proceso de adaptación de la ley general a las dimensiones individuales, proceso necesario, porque el individuo es el tiempo, y como el tiempo variable”. Prólogo,
Marañón (1950):
Marañón, Gregorio (1940), Menéndez Pelayo y España, en:
Marañón (1972). “La vocación”,
Marañón (1940), “Ambivalencia”, en
Marañón, G. (1936),
“Ambivalencia”, en
Laín Entralgo, P. (1975). Prólogo en Marañón, G.
Discurso de contestación al de ingreso del padre Miquel Batllori, S. J., en la Real Academia de la Historia, Madrid, 1958. La misma idea la expone en el prólogo al libro de Solis, R. (1958):
Marañón, G. (2010),
Prólogo al libro de Vague, Jean (1953):
Marañón, G. (1946).
Desde su concepto de humanismo, no puede resultar extraño que hiciera suya la sentencia de Agustín de Hipona:
Ver nota 61, o los conceptos de “eficacia bruta” y “eficacia neta” de un remedio. Alusiones a este problema en
Como es obvio, el pensamiento liberal de Marañón no se refiere a una doctrina políticoeconómica, sino algo más general y que se refleja en la forma de establecer las relaciones con los “otros”.
La relación entre sufrimiento y enfermedad es el núcleo de: “Lección inaugural al
Ver en este sentido su conferencia
Prólogo al libro de Izquierdo Hernández, Manuel (1946),
Marañón, Gregorio (1946), El deber de las edades, en:
Marañón, Gregorio (1925),
Schwarz, O. (1925), “Das Problem des Organismus”,
Prólogo de Marañón al libro de Zaragüeta, Juan (1958).
Marañón, G. (1912). Contribución al estudio de los síndromes pluriglandulares,
Más tarde lo recuerda en, Marañón, G. (1928), Sobre el concepto de disfunción en Endocrinología,
Una detalladísima nómina de las publicaciones de Marañón en este periodo: Orozco Acuaviva, A. (1999).
Marañón, G. (1915).
Laín Entralgo, P. (1975). Introducción en: Marañón , G.
Ver también a este respecto: Marañón, G. (1918).
Laín Entralgo, P (1975). Introducción en: Marañón, G.