En este artículo se analiza la presencia de Gertrudis Gómez de Avellaneda en la prensa de su momento, especialmente con sus colaboraciones literarias en prosa que luego publicara bajo el título de Leyendas en su edición de
In this article the presence of Cuban writer Gertrudis Gómez de Avellaneda is analysed in the newspapers of her time, especially with a group of literary works that she called Legends in her
No fue la Avellaneda una figura literaria que pasara inadvertida en el momento cultural que le tocó vivir, ni por temperamento ni por producción artística. Sus poesías fueron editadas en vida varias veces, sus novelas publicadas exentas en muchas ocasiones, y sus obras de teatro aplaudidas en los más importantes escenarios españoles del momento.
Su vinculación con los medios de comunicación fue bastante asidua y de diversa índole, pero siempre tildada de ese interés por dejar rastro de su presencia literaria y de su personalidad vital.
Estamos, desde luego, ante una de las mujeres más significativas de la cultura española del XIX. Entre sus coetáneas, solo Carolina Coronado y Fernán Caballero fueron tan famosas.
La Avellaneda debe su popularidad en la vida intelectual del momento a varios factores: sin duda a su fuerte personalidad y agitada vida privada, pero también a su arrollador éxito en el teatro y a la consideración que sus contemporáneos profesaron siempre por su poesía.
Cubrió la faceta de colaboradora en diversas publicaciones, pero abordó también la tarea de fundadora y directora de algunas revistas.
En 1845, emprende la tarea de dirigir un periódico, y lo hace en compañía de Miguel Ortiz,
“pretendía ser el mejor periódico literario del momento, pues contaba con la colaboración de los más insignes poetas del romanticismo, según su directora” (Jiménez Morell,
Sólo salió a la luz un número -el del dos de noviembre- en el que la Avellaneda publica “Capacidad de las mujeres para el gobierno”. Pero, como afirma Jiménez Morel, “es el año en que murió su hija y posiblemente por ello no pudo seguir al frente del periódico” (Jiménez Morell,
Quince años más tarde –en 1860- fundó, en su tierra natal,
“Varios factores influían en la existencia insegura de las revistas cubanas de la primera mitad del siglo decimonónico, entre ellos esta vigilancia rígida de la censura real, la situación vigente en la Isla vis-à-vis, la trata de esclavos, el temor de una rebelión de los negros, y el decaer de la industria azucarera. Las revistas florecieron (1837-40) pero luego fueron reprimidas (1840-46): resucitaron (1646-49) para luego ser silenciadas (1850-51); y volvieron a resucitar entre 1852-57, el periodo anterior a la vuelta de Gómez de Avellaneda a Cuba. Muchos de estos factores pudieran haber influido en la vida efímera del
La dirección de estas dos publicaciones -ambas de poca duración- demuestran que Tula, desde luego, era una mujer interesadísima y muy implicada en la vida cultural del momento.
Como muchos de sus contemporáneos, comienza a darse a conocer como creadora publicando su obra en la prensa. Las primeras colaboraciones de la cubana fueron poesías, que empezaron a ver la luz desde los comienzos de su vida en España, concretamente en Andalucía, donde colaboró con varios poemas bajo el seudónimo de
Sus primeros años en la Península coinciden con el auge de las más granadas manifestaciones literarias del romanticismo hispano, que publicaba versos y estrenaba obras de teatro. Tula practica ambas cosas en cuanto se instala en Sevilla, donde se representa, en el año 1840, su primera obra para la escena:
Es la época de la novela por entregas, y la Avellaneda no se automargina de esta corriente: participa en las más importantes publicaciones periódicas con diversas obras del género, que luego, en muchas ocasiones, serán editadas exentas.
Pero amén de las novelas y las poesías, hay otras colaboraciones en prensa de la Avellaneda a las que la crítica, en diversas ocasiones, ha prestado atención.
En 1843, escribe uno de los cuatro retratos que se publicaron en el
Se ha caracterizado a la Avellaneda, y con razón, como una defensora a ultranza de las mujeres y sus derechos a participar en la vida social y cultural en rango de igualdad con el hombre. Es cierto: su actividad social, su energía personal, episodios como el de su deseo de entrar en la Academia, etc…así lo demuestran. Escribió, a la sazón, varios trabajos sobre la capacidad femenina para distintas actividades públicas, y luego los recogió en el tomo V de sus obras completas, que editó dos años antes de su muerte bajo el subtítulo de
“La mujer considerada respecto al sentimiento y a la importancia que él le ha asignado en los anales de la religión”.
“La mujer considerada respecto a las grandes cualidades de carácter, de que se derivan el valor y el patriotismo”.
“La mujer considerada respecto a su capacidad para el gobierno de los pueblos y la administración de los intereses públicos”.
“La mujer considerada particularmente en su capacidad científica, artística y literaria”.
Algunos de ellos, como el tercero, ya habían sido publicados con anterioridad, concretamente en 1845. No cabe duda de que escribir sobre la capacidad de las mujeres para el gobierno de los pueblos no era algo que llamara la atención en un momento en que el trono de España lo ocupaba Isabel II, y defenderlo a ultranza era una manera de ponerse de parte de los ambientes regios en los que, al parecer, pretendía introducirse, aunque nunca los consiguiera. Pues aunque la reconocieron tempranamente muchos intelectuales del momento -la elogiaron siendo muy joven, Alberto Lista, Zorrilla y Carolina Coronado- y el público madrileño aplaudiera sus estrenos con entusiasmo, ni el Palacio ni la docta casa le dieron entrada.
No son estos artículos sobre la mujer, publicados en el
En su intento de ensalzar los valores femeninos, convierte estos escritos en un elogio de mujeres ilustres, destacando en el de la religión a la Virgen María y a otras mujeres fuertes de la Biblia, sin añadir novedad alguna a lo que la tradición cristiana viniera señalando desde los inicios. Entre las grandes patriotas a Artemisa, Juana de Arco, Mariana Pineda o Agustina de Aragón. Como gobernantes Semíramis, Zenobia, Berenguela de Castilla, Mª Teresa de Austria o María de Molina son objeto de sus elogios. Entre las científicas a Aspasia y, de las escritoras, por supuesto, ensalza a George Sand. Es este último escrito, el dedicado a las artistas, el más combativo -sin duda le tocaba en carne propia- pero no deja de formar parte de este conjunto que no es, ya lo hemos dicho, lo más granado de su vasta producción literaria.
Si estas y otras prosas de Tula para las revistas se puede considerar que no son literarias, como el famoso artículo sobre Luisa Sijea o el titulado “Dos palabras en recuerdo de la autora de los anteriores versos”, refiriéndose a María Verdejo y Durán, malograda poetisa española etc…, los que recogió bajo la denominación de Leyendas, en el tomo V de sus Obras completas en
Sus títulos son:
Todas ellas se publicaron en prensa y algunas, como
Como es sabido, en el tiempo del Romanticismo, la narración breve halló en los periódicos un cauce inigualable para su difusión.
Teniendo muy presente las palabras que el profesor Baquero Goyanes dedica en su famoso libro
“Bueno será recordar ahora, para completar tal evocación, que en esos años, los del romanticismo, no sólo se carecía de una imagen adecuada de lo que por cuento entendemos hoy, sino también de una mínimamente precisa terminología” (Baquero Goyanes,
Por eso, a veces, los románticos -y entre ellos nuestra escritora- utiliza indistintamente palabras como tradición, cuento e incluso novela para designar este tipo de narraciones. Efectivamente, y siguiendo de nuevo a Baquero Goyanes:
“En el cuento romántico tienden a fundirse varias especies características de la época: la tradición, la leyenda, la balada, el cuento fantástico, el cuento popular, el cuadro de costumbres […]
Lo que el Romanticismo viene a resucitar es la forma de narración breve y lo que a ella aporta es su dignificación literaria. El cuento popular, el cuento de viejas, es recogido, revalorizado por los románticos atentos a la vez a las leyendas y tradiciones del pasado, y a los aspectos pintorescos que la sociedad de su tiempo ofrecía a su consideración.
Cabe, por tanto, a los cuentistas románticos el haber conseguido categoría literaria para un género normalmente tenido por ínfimo y despreciable” (Baquero Goyanes,
Y estos relatos de la Avellaneda son, desde luego, una contribución a tan importante tarea. Una contribución pequeña -no son más que diez- pero significativa, que la sitúa, como venimos diciendo, en la línea de “escritora de su tiempo” que ya hemos señalado.
En esta línea de adscripción genérica de este tipo de relato, la profesora Ángeles Ezama Gil publicó un artículo en
Son varias las leyendas ambientadas en Suiza. Las mencionadas
“Recordemos, sin embargo,
Efectivamente, en el cuento popular –y de este origen tenía muy clara conciencia la Avellaneda- suele encerrarse una condena moral de algún vicio o error. Tal es el caso de esta, como señala Cueto, y de otras. Pero quiero fijarme ahora especialmente en el carácter popular de las mismas, en el sentido de explicar un hecho natural de manera mítica, algo tan ancestral en el ser humano y tan común a tantas culturas. Las colecciones de cosmogonías habitan la literatura oral de todos los pueblos. ¿Por qué se produce tal fenómeno de la Naturaleza? Y se explica con un mito, precisamente porque no se entiende. Ahí radica una de las principales bellezas –a mi parecer- de las leyendas en general y concretamente en las que nos ocupan: las de la Avellaneda. La propia autora nos indica la montaña a la que se refiere: el macizo de Blumlisalp, un macizo de los Alpes suizos en el cantón de Berna. Es, efectivamente, rocoso y árido, sobre un valle verde y frondoso. Su magnitud colosal hace que destaque sobremanera en el conjunto del paisaje. ¿Cómo explicar su aridez? Y la imaginación popular inventa una historia para justificarlo.
Es esto lo que sucede también, por ejemplo, en
De tradiciones vascas tratan dos más:
es, al igual que
“Desde entonces la peña que corona el monte Echaguren –en que aquél existió- fue llamada Amboto, que significa- traducido literalmente- allí arrojar; porque en el vascuence casi no se conoce de los verbos sino el infinitivo. Atendiendo a ello, la palabra Amboto tiene su verdadera versión en la frase: -de allí fue arrojada. Desde entonces, añade también la tradición, el alma de la fratricida vaga errante por las hondas entrañas del abismo, saliendo solo para anunciar desastres.
Los días en que la cumbre de la montaña aparece envuelta en densos nubarrones, los pastores retiran sus rebaños, los labriegos se acogen al caserío abandonando las campestres faenas, y los marineros se guardan bien de dejar el puerto para confiarse a las olas…porque es fama que por tales signos se conoce que
Hemos señalado antes, citando a Baquero Goyanes, la indefinición del género que nos ocupa en la época del romanticismo. En el título de
Porque efectivamente, el carácter tradicional y el origen oral son rasgos definitorios del género en sí mismo. De esto eran muy conscientes los autores del momento y la Avellaneda en particular. De hecho,
“Al tomar la pluma para escribir esta sencilla leyenda de los pasados tiempos, no se me oculta la imposibilidad en que me hallo de conservarle toda la magia de su simplicidad, y de prestarle aquel vivo interés con que sería indudablemente acogida por los benévolos lectores (a quienes la dedico), si en vez de presentársela con las comunes formas de la novela, pudiera hacerles su relación verbal junto al fuego de la chimenea, en una fría y prolongada noche de Diciembre; pero, más que todo, si me fuera dado trasportarlos de un golpe al país en que se verificaron los hechos que voy a referirles, y apropiarme el tono, el gesto, las inflexiones de voz con que deben ser realzados en boca de los rústicos habitantes de aquellas montañas. No me arredraré, sin embargo, en vista de mis desventajas, y la tradición –cuyo nombre sirve de encabezamiento a estas líneas- saldrá de mi pluma tal cual llegó a mis oídos en los acentos de un joven viajero, que –tocándome muy de cerca por los vínculos de la sangre- me perdonará sin duda el confiársela a la negra prensa, desnuda del encanto con que la revestía su palabra” (Gómez de Avellaneda,
Efectivamente, esta leyenda, como
Pero es curioso, por ejemplo, el cambio que para resaltar este carácter oral realiza la autora tiempo después al escribir la leyenda de
“En el verano de 1858 pasé con mi marido algunos días en la limpia y bonita ciudad que es capital de Vizcaya. Durante aquella breve temporada tuvimos ocasión de estrechar relaciones de afectuosa amistad con una apreciabilísima familia del país, de la cual era miembro la amable persona que tuvo la condescendencia de acompañarnos en todos nuestros paseos y pequeñas excursiones, desempeñando con admirable inteligencia el cargo de cicerone. Una hermosa tarde de Agosto me hallaba con ella en la antigua Plaza Mayor –hoy del Mercado- y sin saber la causa, me sentí súbitamente poseída de cierto sentimiento de vaga melancolía, que no pudo escapársele a mi perspicaz compañera.
-Usted tiene maravilloso instinto de poeta. Me dijo de pronto, interrumpiendo el silencio que guardábamos ambas hacía algunos minutos. Su corazón se siente conmovido como si adivinase que el sitio en que estamos ha sido teatro en otros tiempos de dramáticos hechos, que la tradición ha transmitido a los nuestros.” (Gómez de Avellaneda,
Y es esta narradora la que continúa contando la tradición de
Diez años como mínimo separan
La leyenda es un género que comparte rasgos con la poesía y con la novela. La Avellaneda aúna a esto el género teatral. La conveniencia de “apropiarme el tono, el gesto, las inflexiones de voz con que deben ser realzados en boca de los rústicos habitantes de aquellas montañas”. Fue sustituida en la leyenda vasca a la que nos estamos refiriendo, por una lugareña presente en el texto.
Nada une
De
La leyenda fue versionada por la propia autora para el teatro y se puso en escena bajo el título de
El gusto de los románticos por lo legendario, y esta presencia de lo legendario en el romanticismo, con lo que tiene de misterioso, temible, terrorífico, se manifiesta en la prosa de la cubana en párrafos como el siguiente, de
“El firmamento se cubre de negros nubarrones, que envuelven en sus densos pliegues las cimas de las montañas; cruzan entre ellas los relámpagos como serpientes de fuego; retiemblan seculares árboles al rudo impulso del viento silbador; retumba pavoroso el trueno por los montes y los valles, y todos huyen despavoridos, buscando albergue que los defienda de aquellas iras del cielo” (Gómez de Avellaneda,
“Lo que el Romanticismo viene a resucitar es la forma de narración breve y lo que a ella aporta es su dignificación literaria […] Cabe, por tanto, a los cuentistas románticos haber conseguido categoría literaria para un género normalmente tenido por ínfimo y casi despreciable” (Baquero Goyanes,
Y en esta tarea, en la fusión genérica, en gusto por lo breve, por lo fragmentario, por lo misterioso, por lo tradicional, la Avellaneda también estuvo inserta en su tiempo. No fue en esto la briosa Fernán Caballero ni el genial Bécquer, pero quería señalar con estas palabras que en la leyenda romántica publicada en prensa en la época de Romanticismo, la Avellaneda, la gran Tula, también algo aportó.
En su imprescindible artículo, la profesora Ezama señala que el objetivo primordial de la Avellaneda al relatar algunas leyendas ambientadas en el País Vasco era: “recoger las tradiciones de las provincias vascongadas”. Reproduce este artículo una carta que nuestra autora escribió al director del
“lo mejor de cuanto la poetisa incluyó en el