Este artículo se propone analizar, desde la perspectiva de los estudios sobre las diásporas, la literatura de viajes, las llamadas “escrituras del yo”, y los estudios de género, las
The aim of this paper is to analyse, from the perspective of diasporic studies, travel writing, memoirs and autobiographical writing and gender studies, Gertrudis Gómez de Avellaneda’s
El primer texto conocido de Avellaneda, su soneto “Al partir”, escrito en el barco que la llevó en la primavera de 1836 a Europa, así como las
También debo explicar que no por gusto elijo el término “cicatriz”, sino porque esta locución y su empleo metafórico se ubican en un campo semántico trillado hace más de dos décadas por distintos estudiosos de los desplazamientos humanos, como Gloria Anzaldúa: “la frontera es siempre una herida abierta” (Anzaldúa,
Retengo esta última frase: “concentración narcisista en su autoconocimiento”, porque no cabe duda de que algo de esto hay, obviamente, en las prematuras
En su
En las
Antes de proseguir diremos que estas
Ambas fueron escritas en el lapso de unos pocos meses: las
Así pues,
Por mucho tiempo la tradición filológica no otorgó a cartas, memorias, autobiografía, un estatuto literario propio, sino que las valoró como fuentes o complementos para el acercamiento a distintos estratos del estudio de textos de sus autores, o de hechos relacionados con sus vidas, y aun del período histórico y el entorno en que se produjeron o desarrollaron. Uno de los abordajes más frecuentes, y todavía muy practicado, es el que consiste en tomar estos textos como fuentes documentales para reconstruir aspectos de la vida de sus redactores; otro, el que los emplea como elemento auxiliar para el estudio de su producción literaria. Y sabemos que esto es lo que ha ocurrido durante casi un siglo con Avellaneda.
La crítica contemporánea, es obvio decirlo, ha otorgado otra dimensión a estas producciones textuales, y ha desarrollado un abundante aparato epistemológico cuyas más sólidas bases se sitúan en la constatación de que las llamadas “escrituras del yo” son construcciones literarias que como tales no constituyen una fuente de verdad objetiva, no son ‘
Pero cartas privadas, memorias, autobiografía, también sirven de auxiliar a la investigación histórica. Y es precisamente en este sentido en el que más se aviene la vieja tradición filológica, amante de las llamadas ‘fuentes’, con los nuevos desarrollos del saber, ya que un estudio de esta producción textual desde esa perspectiva, contribuye en gran medida a la historia de la vida cotidiana, de las mentalidades, a la historia social, a la historia de las mujeres, a la antropología cultural, etcétera.
Y esta es la lectura que me propongo hacer de estos textos. Porque lo que me interesa de ellos, de las
Ello nos lleva de la mano a las diferencias que distinguen a ambos textos. Las
La literatura de viajes del ochocientos exhibe una serie de características generales que no podemos obviar al acercarnos a las
Por otra parte, no podemos desconocer que la literatura de viajes europea y norteamericana contaba en el siglo XIX con una retórica y una sintaxis narrativa muy elaboradas. De acuerdo con ellas, y mirando siempre las expectativas y las experiencias de lectura de sus destinatarios también europeos y norteamericanos, estos relatos de viaje debían subrayar lo nuevo, lo inédito, el elemento de la aventura, de lo pintoresco; en fin, las novedades, los portentos y la extrañeza de unas tierras desconocidas, exóticas; y no pocas veces, para lograr satisfacer a este público mayormente lector de novelas, el autor debía amoldarse a las exigencias del género narrativo.
En consecuencia, los relatos solían dividirse en dos partes. La primera, en la que se describía el viaje como desplazamiento, tenía a su vez dos subdivisiones: su ámbito marítimo, preñado de tormentas o bendecido por mares y celajes benévolos y, por ende, propicio para las meditaciones; y su espacio terrestre, merecedor de que el autor se detuviera en la pintura de los primitivos medios de transporte, los inconvenientes de los precarios hoteles y posadas, el mal estado de los caminos y los peligros que podían causar bandidos y animales siempre prestos al ataque. La segunda parte se ocupaba de registrar la novísima realidad observada por el viajero: naturaleza, historia, población –etnias, capas y clases sociales–, comidas, costumbres domésticas, diversiones, cultura, educación, religión... (Campuzano,
Aunque Avellaneda no se dirige a lo exótico, sino a lo que supone domesticado, o, como diríamos hoy, desarrollado; y viaja porque quiere zambullirse en la civilización, desplazarse del margen colonial al centro metropolitano, la retórica y la sintaxis narrativa de su texto conservan, en buena medida, rasgos de las de los europeos y norteamericanos que en un principio habrían sido indirectamente sus modelos o, mejor, los modelos de su modelo, de aquel que en muchos sentidos fue su paradigma: José María Heredia.
Detengámonos brevemente a ver cómo en la primera de sus “Cartas de los EstadosUnidos”, Heredia exhibe la más estricta fidelidad al modelo europeo (Campuzano,
¿Qué decir de la navegación? [...] en la mayor furia de la borrasca me pasaba horas enteras sentado en la popa mirando el mar enfurecido [...] Los vientos contrarios [...] nos han hecho detener en este fondeadero [...] Bajé a tierra, y vi con horror lo que es invierno. Un río estaba ya helado. […] Ni una hierba pudo consolar la vista de esta aridez espantosa. No se ven ni un hombre, ni un animal, ni un insecto. Los dos únicos edificios en que los ojos pueden descansar, el faro y la posada [...] tienen aspecto de sepulcros [...] Fui al faro, que está al cuidado de un soldado [...] me dijo algunas palabras afectuosas e incomprensibles. [...] no entiendo una sílaba [...]. (Heredia,
Por otra parte, salvo honrosas excepciones, en la recolección y estudio de la literatura producida por viajeros hispanoamericanos, se ha otorgado escasa importancia a los textos escritos por mujeres, sin reconocer que ha tenido muchas cultivadoras notables en más de un sentido. No obstante, desde hace unas tres décadas, estas memorias, estos diarios, estas cartas de mujeres que viajan han promovido numerosos abordajes, estimulados por la riqueza y variedad de la información que aportan al conocimiento de la vida cotidiana del país visitado, de la situación de las mujeres que encuentran en sus caminos, e igualmente de ellas mismas y de otras mujeres de sus países de origen. Estos textos proporcionan, igualmente y por múltiples razones, documentación y testimonios del mayor interés a la crítica y a los estudios de género.
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Las
Es innegable la impronta del modelo europeo en su relato de viaje. El esquema se cumple fielmente: se dedica una parte a la narración del viaje como desplazamiento, por mar y por tierra. En su descripción del ámbito marítimo, de factura romántica y tono nostálgico, se mezclan escenas de paz y hermosos paisajes nocturnos con desarrollos procelosos y tormentas que constituyen el telón de fondo sobre el que se proyectan los tristes pensamientos de la autora. Pero la llegada a tierra cambia por completo la tonalidad y el ritmo del relato. En los dieciocho días que pasa en Burdeos, registra y fija en su memoria una nueva realidad y un exaltado estado de ánimo que más de dos años después le describe a su prima con la misma fascinación e ingenuidad con que debe de haber contemplado el curso del río que conduce al puerto fluvial y a la ciudad.
Veamos una primera comparación, figura que se multiplica en su relato:
Yo había visto en [Santiago de] Cuba sus soberbios montes, sus campos vírgenes coronados de palmas y caobas ¡había extendido la vista por sus inmensas sabanas y detenídole en sus ricos plantíos!… Sin embargo, me encantaron las campiñas deliciosas que adornan las márgenes soberbias del Garona (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
[…]
Atravesando las calles de Bordeaux, miraba con sorpresa y placer a todas partes. ¡Qué vida! ¡Qué gentío! ¡Qué movimiento! La elevación y hermosura de las casas, todas de piedra, me admiraban tanto más cuando era esta la primera ciudad de Europa que veía. (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
Se interesa por todo lo que se ofrece a su mirada, en especial las gentes que descubre en las calles y en la plaza:
Cada charlatán o buscavida acude a situarse [en su puesto]. A un lado se ve un titiritero, al otro se levanta un teatrillo ambulante. No lejos se encuentra una con su cosmorama [y a su anunciador] gritando a toda fuerza de sus pulmones: “Aquí se ven por tres sueldos las principales ciudades de Europa”. Otra voz se oye anunciar dos pulgas que tiran de un coche, y bailan un vals; y por cualquier parte se levantan bonitas tiendecillas de lienzo, en las que las vendedoras ofrecen frutas, dulces, perfumes… (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
La atraen, como sucederá siempre, las novedades de la tecnología, la modernización: “el celebrado puente del Garona, obra grande y atrevida, como el genio del hombre que la concibió” (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
Y también la deslumbra la vida nocturna de la ciudad; su teatro, los cafés:
Gustóme infinito el teatro principal, que es justamente celebrado como uno de los más bellos edificios de Francia. La sala de espectáculos es muy linda, tiene cinco órdenes de palcos y un lujo extraordinario en los adornos y en el escenario (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
[…]
Al retirarse del paseo, es costumbre tomar sorbetes en alguno de los magníficos cafés […], y no he encontrado aún otros tan ricos como los que he tomado allí (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
Por otra parte, es de relevante importancia su interés por visitar el cercano castillo donde había nacido Montesquieu: ya citamos lo que dice de él a su prima. Y aunque lo que sigue al parecer tuerce el rumbo de estas páginas, quisiera recordar que Montesquieu será un personaje decisivo, no por la magnitud de su presencia sino por la trascendencia de su participación, en la última novela de Avellaneda, escrita y publicada en La Habana, en 1861:
Las
Cuando recuerdo […] los días agradables que pasé en Bordeaux, paréceme que ha sido un lisonjero sueño. Es hechicero el trato francés: mi pasión por ellos ha sido justificada y no salí de Bordeaux sin mil pesares de dejarlo, mil esperanzas de volver a verlo y mil gratos recuerdos que aún conserva mi corazón (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
Y resulta reveladora su temprana evaluación de Burdeos “como la línea que divide mis dos existencias: un intermedio entre los sueños dichosos de mi primera edad y las realidades agitadoras de estos dos últimos años de mi vida” (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
Si comparamos el espacio que dedica en las
Pero mucho más interesante es cómo se reporta en ambos textos lo acontecido en el ámbito gallego, porque este es su verdadero espacio de recepción, no el sitio por donde transita, sino el lugar donde ha de vivir casi dos años. En las
El segundo cuadernillo de las
Recién llegada del esplendor luminoso de Burdeos, de la circulación de las gentes por las calles, de lo que ha visto o visitado: los distintos espectáculos y diversiones populares, los prodigios de la modernización, los impresionantes espacios de la alta cultura, ya contemporáneos, ya históricos y cargados de prestigio, la estremece la carencia de signos sobresalientes de vida urbana en Galicia: o no existen, o son de pobre factura o calidad, y esto la impresiona no tanto cuando compara La Coruña y otras ciudades gallegas con Burdeos, como cuando recuerda a Puerto Príncipe o a Santiago de Cuba. Su percepción de esta diferencia a través del silencio de las noches citadinas en las que no se oye en las calles el sonido de ningún coche, es una excelente muestra de su sensibilidad para captar la diferencia aun en lo aparentemente menos impresionante:
[…] no habiendo estado yo hasta entonces en población ninguna en que no hubiese carruajes, me parecía especialmente por las noches notar en La Coruña un aire de tristeza y languidez, echando de menos aquel estrepitoso y alegre ruido de los carruajes, a que mi oído estaba acostumbrado (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
Por otra parte, con esta doble perspectiva comparativa que le imponen la condición cubana de su destinataria y el recuerdo de la ciudad por donde ha pasado antes, describe la miseria que asoma su rostro a cada paso:
A todo americano debe chocarle de una manera muy desagradable la pobreza de Galicia […] ver por la calle una tropa de mendigos cubiertos de trapos asquerosos sitiar al forastero, importunar y hacer mil bajezas para obtener una moneda de cobre. La misma mendicidad en nuestra Cuba no es tan repugnante con mucho como la de Galicia, y yo no había visto todavía este exceso de miseria y de degradación humana. Padecía mi corazón cada vez que salía a la calle, cada vez que me ponía al balcón, y viniendo de Burdeos, donde no se ve un mendigante, no podía dejar de hacer reflexiones muy dolorosas sobre nuestra metrópoli (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
La sorprende “la poca sociabilidad que hay por lo general en el carácter gallego; los chismes, murmuraciones, rivalidades y etiquetas” que hacen imposible el trato. Y a “la pobreza, el desaseo y el abandono” de las capas más desfavorecidas, se une “una ignorancia tan crasa, que no sabré expresar cuánto me sorprendió” (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
A todo ello agrega la impresión que le causa en Santiago de Compostela la primitiva religiosidad de los fieles, la conservación de multitud de reliquias y su culto, de los que se burla, por su simpleza e idolatría:
Dícese que en una capilla [de la catedral] está el cuerpo del apóstol Santiago, y en la misma se encierran otras muchas reliquias de santos, sobre lo que el fanatismo y la superstición han echado un velo de ridículo que destruye en gran parte el efecto religioso que debiera producir. No se da fácil entrada a los forasteros que van a visitar esta Capilla, pero se les regala un largo papel impreso que contiene la lista de todas las santas preciosidades y reliquias que dicen haber en ella, y no pude menos que reírme leyendo esta enumeración en la que una gota de la leche virginal de María Santísima está en primer lugar (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
Lo que parece impresionarla más son las obligaciones, el trabajo doméstico de las mujeres, tema que asume desde una perspectiva crítica en que también está explicitada su comparación con las cubanas, una perspectiva que pretende ser objetiva, pero para cuya apreciación la futura autora de
Las damas (excepto algunas pocas de la alta aristocracia […]) acostumbran planchar sus vestidos ellas mismas, calcetan, guisan si se ofrece, y se emplean en casa en otras mil faenas que una señora en mi país miraría como degradantes, y que ni soñando jamás podré hacer. Por eso las americanas pasamos en Galicia por perezosas, holgazanas y poco aptas para el gobierno doméstico; y yo creo que es innegable que bien por el efecto del clima, bien por la educación, somos en realidad las cubanas por lo menos, más indolentes que las gallegas, y que rara mujer en nuestro país se sometería con gusto a ahumarse por la mañana en la cocina, y a pasar la noche con la calceta en la mano (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
Y no puedo dejar de añadir a estas, otras palabras suyas mucho más justas y acordes con la realidad: “En la clase del pueblo he admirado en las mujeres de Galicia un vigor y fortaleza que resiste a los trabajos más duros, y al parecer más impropios del sexo” (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
Pasemos, pues, a la
Pero nos damos cuenta de inmediato de que la joven lectora del
La educación que se les da en Cuba a las señoritas difiere tanto de la que se les da en Galicia, que una mujer, aun de la clase media, creería degradarse en mi país ejercitándose en cosas que en Galicia miran las más encopetadas como una obligación de su sexo. Las parientas de mi padrastro decían, por tanto, que yo no era buena para nada, porque no sabía planchar, ni cocinar, ni calcetar, porque no lavaba los cristales, ni hacía la cama, ni barría mi cuarto. Según ellas yo necesitaba veinte criadas y me daba el tono de una princesa. Ridiculizaban también mi afición al estudio y me llamaban la
Mas, cuidado: si tomamos en cuenta que desde tiempos de la restitución de Fernando VII, “ateos y russonianos”, así como “afrancesados, liberales, masones, volterianos”, fueron epítetos empleados contra los defensores de una nueva España, de una España constitucional, y que estas acusaciones bastaban para conducirlos al destierro (Zavala, 1989, XXXV, p. 24), no dejan de ser peligrosos, en los momentos más enconados de la primera guerra carlista, los términos –literales o fraguados por ella– en que la joven Tula transcribe el desprecio de la familia de Escalada por la joven que nunca había tolerado a su padrastro, y que ahora también padecía por la infelicidad y los pesares de su madre (Avellaneda, 2003, p. 161).
Ricafort, el novio gallego con quien tal vez hubiera llegado a casarse, era “inferior en talento” a ella, dice,
[…] y parecía humillado de la superioridad que me atribuía; sus ideas y sus inclinaciones contrariaban siempre las mías. No gustaba de mi afición al estudio y era para él un delito que hiciese versos. Mis ideas sobre muchas cosas le daban pena e inquietud. Temblaba de la opinión
Tendríamos mucho más que hacer y decir. Habría que revisar por ejemplo, los censos, la historia de la vida privada, de la familia, de las mujeres en la Galicia de la primera mitad del siglo XIX; habría que estudiar, casi, o sin casi, comenzar a estudiar las mentalidades, los textos familiares de las cubanas dueñas de esclavos; habría que hurgar más, o simplemente hurgar en la condición femenina en los espacios coloniales… Hasta que eso no se haga, y no es labor de una sola persona, ni siquiera de una docena de ellas, no estará verdaderamente concluido este acercamiento al choque de la joven Tula con su espacio de recepción, tan idealizado por ella desde Cuba.
Pero algo tenemos que decir para terminar. Por una parte, que la descripción que ofrece Avellaneda de su situación en el lugar de acogida, en Galicia, no solo da cuenta, en sentido general, de lo pautado en torno a la dinámica de la exclusión/inclusión femenina en relación con el espacio público, sino muy particularmente de las paradojas, contradicciones y ambigüedades de la condición de las mujeres de clase media y alta del mundo colonial, en comparación con las mujeres de iguales capas sociales de la periferia metropolitana.
Por otra parte, que tanto las
Resulta, en fin, evidente que su encuentro con Galicia no pudo ser más definitorio para ella, porque sin dudas fue allí, comparando el humilde, pacato y hasta miserable tren de vida de sus ciudades con el de las ricas villas de la Isla, constatando la condición de la mujer gallega, su encasillamiento en las tareas domésticas, su beatería y su ausencia total de libertad; recibiendo, a causa de sus intereses y ambiciones literarias, y de su independencia de pensamiento, las más inesperadas censuras de un enamorado asustadizo y de las beatas parientas de su padrastro, teniendo que trasladarse a Andalucía para poder sentirse libre, donde comienza a descubrir y a construir, en su diferencia, en su extrañeza, su condición de mujer ‘otra’, de cubana y de escritora, y donde empieza a diseñar su autoimagen, a pensar el móvil estatuto, la identidad de fronteras, el nombre con que se imagina y con el que quiere ser conocida: “La Peregrina”.
Con este nombre, aplicado “a quien anda por tierras extranjeras”, “a las aves de paso”, “a animales, plantas, costumbres, etc., que proceden de un país extraño” (Moliner,
Allí aprenderá también otras cosas, comenzará a alejarse de ciertas costumbres cubanas, y descubrirá sus torpezas. Por eso le escribe a Heloysa esta confesión que no quiero dejar de citar:
[…] no estando habituada, como tú sabes, a andar a pie, me cansaba al momento, no tardaba en rendirme totalmente en medio de la más lucida tarde de paseo, teniendo […] que sentarme, o volver a casa, maldiciendo de todo corazón la malvada costumbre de pasear a pie. ¿Te confesaré que en el día [de hoy, el hoy de Sevilla] pienso de un modo opuesto? … habituada ya a estos paseos que gustan cien veces más que los nuestros que me parecen verdaderamente harto sosos y cansados. En efecto, ir sin hablar con los demás paseantes, cada pareja metida en su carruaje, siempre en la misma posición, y sin otro interés u objeto que lucirse, es cosa bien fastidiosa (Avellaneda,
Sin embargo, la nostalgia no irá amainando hasta mucho después. En los primeros tiempos es pura emotividad:
¡Que no estuviera yo ahora sentada en la puerta de tu casa, amada prima, en una de aquellas noches hermoseadas con la luna apacible de nuestra cara patria; a tu lado, en una pequeña y escogida reunión de amigos, rodeadas de tus amables hermanas, y mirando a nuestras dos madres gozar con entusiasmo maternal de nuestros juegos o conversaciones, y refiriéndose, con aquella confianza de una amistad de cuarenta años sus pequeños negocios domésticos!... […] Yo salí llena de ilusiones a ver mundo… ya he visto bastante, pues he perdido todas mis ilusiones. (Avellaneda y Arteaga y Figarola-Caneda,
La nostalgia se tamizará con el análisis, se convertirá en reflexión, dolorosa, cruda, realista, vivida, revivida, cotidiana. Y se traducirá en resignada aceptación del espacio entre-lugares, del
¿Qué pedirá el extranjero a aquella nueva sociedad, a la que llega sin ser llamado, y en la que nada encuentra que le recuerde una felicidad pasada, ni le presagie un placer futuro? ¿Cómo vivirá el corazón en aquella atmósfera sin amor?
Existencia sin comienzo, espectáculo sin interés, detrás de sí unos días que nada tienen que ver con lo presente, delante otros que no encuentran apoyo en lo pasado, los recuerdos y las esperanzas divididos por un abismo: tal es la suerte del desterrado (Avellaneda, 1974, p. 65).
Utilizo el término con el sentido que tendrá más adelante, el que le da Mary MacCarthy al aplicarlo a poetas ingleses o escritores norteamericanos que se instalan voluntariamente en Europa (Kaplan,
Así lo llamará poco después en su elegía “A la muerte del célebre poeta cubano Don José María de Heredia” (Avellaneda, 1841/1869, pp. 65-67).
He actualizado la ortografía de los textos de Avellaneda.
Ello también permite a algunos autores relacionar la
Recordemos lo que decía en las