Algunas mujeres se adelantan a su tiempo, es el caso de la chilena María Luisa Bombal, o siglos atrás, de la monja mexicana sor Juana Inés de la Cruz, pionera en la defensa de los derechos de la mujer y su reconocimiento en la sociedad; pero también una adelantada al exigir su derecho a exponer opiniones propias en el complejo campo de la teología. Siglos después y desde parámetros muy distintos, Elena Poniatowska coincide con ella en reivindicar su independencia de reescritura y en el rescate de testimonios femeninos que son parte de la historia del México reciente.
Some women are ahead of their time. This is the case of Maria Luisa Bombal and the emergence of “real maravilloso”, and also of Sor Juana Ines de la Cruz, a pioneer in the defense of women rights and their recognition in society, and before her time in demanding the right to express her opinions in the complex field of theology. Centuries later, Elena Poniatowska coincides with both of them in upholding her right to rewrite and rescue women’s testimonies from the recent history of Mexico.
La escritura es asexuada, pero los escritores mantienen su propia personalidad como hombres o mujeres. En el caso de María Luisa Bombal (1910-1980), ya en otra ocasión (Oviedo,
El máximo ejemplo de la escritora consciente de su función como tal lo tenemos en Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695). Su actitud con respecto al feminismo es sobradamente conocida, especialmente por su defensa de los derechos de la mujer en su tiempo, algo palmario en la famosa redondilla “Hombres necios que acusáis”. De igual modo, se pueden considerar otros escritos en los que la figura de la mujer aparece enaltecida más que por la belleza (frecuente en la poesía escrita por varones), por sus cualidades intelectuales o morales. Sin olvidar, que en su obra dramática
In ogni momento Sor Juana conferma l’orgoglio di essere donna e il disprezzo per gli uomini, sia che la critichino, sia che stoltamente la esaltino, in ognuno dei casi ritenuti “necios” (Bellini,
Especialmente interesante en el caso de la literatura escrita por mujeres es el interrogarse por los motivos que originan su escritura. Respecto de sor Juana se han planteado todo tipo de teorías, pese a que contamos con la conocida
Sor Juana, quien en ningún momento deja de defender la condición de la mujer como tal y sus capacidades, es lo suficientemente inteligente como para convivir con la relativa armonía que, a todos los niveles, permite la sociedad de su tiempo. Su planteamiento ante los cometas, como se percibe al no salir en defensa de su amigo Sigüenza, avala una actitud que defienden, entre otros, Georgina Sabat de Rivers y José Antonio Rodríguez Garrido Este último, en su estudio del teatro de sor Juana, califica la fábula mitológica de
El descubrimiento de la carta del obispo de Puebla por José Antonio Rodríguez Garrido (
En la misma línea de afirmaciones en cuanto al reconocimiento de determinados clérigos y la negación de una prohibición por parte de Aguiar y Seijas se encuentra Benassy Berling, para quien “Sor Juana no se sentía víctima de persecución, sino más bien en posición de fuerza, lo que ya se desprende del texto. El arzobispo era de condición hosca, y algo misógino, pero acusarle de reducir al silencio a la Décima Musa en 1693 se funda en presunciones y carece de base concreta” (
El único reproche del obispo de Puebla en su
dirigiendo siempre [...] los pasos de mi estudio a la cumbre de la Sagrada Teología; pareciéndome preciso, para llegar a ella, subir por los escalones de las ciencias (Sor Juana,
Así mismo, no es místico el único escrito que, según la propia autora, escribió con gusto, el
Sin embargo esta actitud con respecto al conocimiento no disiente de una rebeldía con respecto a ciertas normas impuestas, como indican Veronica Grossi y Linda Egan:
Al final de la Respuesta el tono aparentemente apologético, las afirmaciones de inferioridad y de culpa de la narradora, conducen contrariamente a la orgullosa demostración de la superioridad intelectual y de la suprema capacidad literaria de la escritora. También en el
Por no hablar de su consciente dimensión como poeta, y de su diferencia con respecto a sus coetáneos. Son constantes los avisos sobre la inconsistencia de las opiniones que vierten sobre ella: “La imagen de vuestra idea/ es la que habéis alabado; / y siendo vuestra, es bien digna / de vuestros mismos aplausos”. Y termina con una ironía que contradice la mentalidad de su tiempo sobre la mujer, una sociedad que rechaza el hecho de que una mujer pueda destacar por su conocimiento: “Si no es que el sexo ha podido/o ha querido hacer, por raro/ que el lugar de lo perfecto / lo obtenga lo extraordinario” (Grossi,
Como se ha indicado previamente, sor Juana es plenamente consciente de su diferencia, su exclusividad dentro de los cánones de su tiempo, pero en todo caso, también de la mujer. Por este motivo, indicaba Enrico Mario Santi (1993), al descifrar las premisas de su tiempo se puede encontrar la respuesta a los interrogantes sobre la monja mexicana.
La insistencia en la singularidad de sor Juana por parte de sus coetáneos y de ella misma nos lleva a compararla con otros casos en los que la mujer ha adquirido un protagonismo especial, una diferencia que las destaca pese al machismo imperante en la época. Los casos más singulares los ostentan las abadesas. Desde el siglo XIII era frecuente su jurisdicción no solo en su propio convento, sino en aquellas tierras que les pertenecían: incluso, aparece documentado el uso de la mitra y el besamanos semejante al de los obispos. La propia sor Juana parece referirse a ello en su
De acuerdo con estas afirmaciones, los casos de mayor interés para la erudita novohispana serían aquellos en los que la mujer ejercía cierta condición de cura de almas, es decir, en los que el pensamiento pudiera ser difundido a través de la predicación, pues no en vano su gran poema
Cercano a su actitud y premisas, tanto por el nombre como por su actividad, es el caso de la llamada Santa Juana (1481-1534), que escogió también el apelativo “De la Cruz” cuando tras huir de un compromiso que no deseaba, se refugió en el beaterio de Santa María de la Cruz, en Numancia de la Sagra. Juana de la Cruz convirtió por orden divina el beaterio en monasterio de clarisas y su fama se extendió por la corte al recibir revelaciones de Cristo y convertirse en una especie de Catalina de Siena, cuyas palabras recogía al dictado una amanuense. Con ella iban a consultar varios miembros de la Corte, entre otros el duque de Alba, e incluso el mismo Carlos V. Cisneros extendió sus prerrogativas y fue nombrada predicadora y párroco para atraer a la fe con sus sermones a las almas sencillas. Un nombramiento que tras la muerte de Cisneros los superiores tratarán de evitar.
Cisneros además había apoyado a beatas y auspició la vocación de determinadas mujeres, como María de Santo Domingo, conocida por sus experiencias místicas y proclamaciones proféticas. Entre sus seguidores se incluyen al rey Fernando I de Aragón y el Duque de Alba (Zugasti,
Por otra parte es relativamente fácil que la monja mexicana haya tenido noticias de esta santa homónima, que aún no lo era en su tiempo. La fama de esta mujer se difundió incluso a través de las representaciones dramáticas de la época, y así Tirso de Molina escribió tres piezas teatrales sobre distintos episodios de su vida. El público debía asistir con gusto a la representación de la obra, pues consta -como indica Zugasti (
Incluso las relaciones de la época y los procesos en los que se ve involucrada la monja abadesa y predicadora se hacen eco de la profunda admiración de sus coetáneos:
Hablaba y predicaba como muerta, que predicaba con mucha teología y cosas de la Sagrada Escritura, y todos juntamente afirmaban el gran concurso de toda suerte de gentes que venían a oírla, que en particular había venido el emperador Carlos V, y el cardenal fray Francisco Jiménez de Cisneros, y el Gran Capitán y otras muchas personas, quedando todos muy maravillados de lo que oían (Triviño Monrabal,
Por tanto, no nos puede extrañar si se tiene en cuenta la peculiaridad de sor Juana y los modelos en los que podía mirarse ella misma, que escribiera su
En apariencia, la teología era propiedad exclusiva de los hombres, como demuestra el hecho de nombramientos de doctores de la Iglesia desde el siglo XIII; mientras que habrá que esperar hasta bien cumplido el siglo XX para que se haga extensivo a las mujeres. Más aún, ni siquiera en el caso de la Santísima Virgen, los varones de la época se atrevían a reconocer la supremacía femenina, como demuestra el tardío reconocimiento del Dogma de la Inmaculada Concepción (8-XII-1854), pese a que ya en el siglo XV se había creado una orden bajo su advocación (las concepcionistas) por quien sería después Santa Beatriz de Silva, y así mismo la advocación es patrona de los franciscanos. De hecho, como confirma este desenlace de la Inmaculada, parecía impensable que ninguna mujer ni siquiera la Madre de Dios, se situara por encima de los hombres. Resulta incluso extraño que el propio Santo Tomás de Aquino no llegara a proclamarla, tal vez por su relación con las directrices de la llamada Escuela de la Sorbona, auspiciada por el pensamiento dominico frente a la escuela inglesa, cuyas premisas con respecto al inmaculismo erigió Duns Scoto. En este aspecto cabe destacar también la participación de Sor Juana en el concurso de
En todo caso sor Juana afirma el poder de la mujer desde un plano intelectual que abre el camino para su participación activa en la sociedad. Su voz es claramente femenina, pero en sus escritos de índole intelectual y no afectiva aflora una voz asexuada que busca dominar con el pensamiento.
En la historia de México existe asimismo un caso singular de presencia de la mujer en la sociedad: las revolucionarias predecesoras de las soldaderas que también trataron de hacer escuchar su voz. En la literatura mexicana destaca una considerable cantidad de mujeres que desempeñan un papel decisivo en el proceso independentista. En ellas se cumple la imagen del héroe que destacara Joseph Campbell: frente al racionalismo anterior, de repente surge un pensamiento heroico en el que la mujer actúa y a quien se le puede aplicar los valores que definen al héroe: un ser que “ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus circunstancias históricas personales y locales” (
Las mujeres de la independencia de México se convierten en arquetipos que más adelante influyen en la revolución mexicana de 1910. Son -como dice Campbell- rito, mito o visión. Sin embargo, muy pocos escritores prestan atención a las mujeres que impulsan y animan la revolución de independencia. En
Esta escasa valoración de las mujeres que pertenecieron a la insurgencia corre pareja a la de las soldaderas. Sin embargo, en este caso, una mujer, Elena Poniatowska alza su voz para reclamar el papel que la sociedad les ha negado. La distancia con respecto a sor Juana es de algo más de tres siglos, pero durante este tiempo la situación en México tampoco ha variado sustancialmente.
De hecho, como ya he indicado en otro momento, los escritores que forman parte de la larga nómina de novelas de la revolución mexicana prestan escasa atención a las mujeres; como si debiera ser otra mujer quien las retrate con mayor fidelidad. Me refiero a Edith O’Shaughnessy (1870-1939), periodista, guionista, biógrafa y mujer del encargado de negocios de la embajada norteamericana en México:
Podría escribirse un voluminoso libro sobre la conmovedora historia de la
Años después, las opiniones de Rosa E. King (1865-1955) son fruto de la propia experiencia; en su caso, enaltece aún más la figura de la soldadera y su actividad en la revolución:
Mis respetos para las mujeres mexicanas de esta clase […]. Las mujeres que marchaban junto al soldado mexicano, que se adelantaban al lugar donde este acamparía para tener listo el refrigerio, que lo atendían en la enfermedad y lo confortaban cuando iba a morir, fueron asistentes e intérpretes, cumplieron su parte en la consolidación del actual gobierno liberal. ¡Mujeres mexicanas educadas que apenas escapan de sus ciegos caparazones, recuerden esto y honren, donde quiera que ella se encuentre, a la soldadera mexicana! (
Poniatowska recoge el testigo de estos informantes y recrea mediante una escritura personal la figura de la soldadera. Se podría afirmar que desde sor Juana no hay ninguna otra mujer en México tan activa en el plano intelectual y desde la perspectiva de la escritura, como Poniatowska. Como Sor Juana, es una abanderada del feminismo, y coincide además en que su defensa se realiza por medio de la escritura, con la finalidad de conferir a la mujer un puesto esencial y decisivo en la sociedad de su tiempo.
Las entrevistas de Elena en buena medida están dedicadas a las mujeres que han destacado tanto por el papel artístico que desempeñan, como por su carácter ejemplar en la sociedad. Por este motivo nos encontramos a Gabby Grimmer junto a Jesusa Palancares; pero también junto a Nahui Olin, Frida Kahlo, Remedios Varo, o Mariana Yampolsky.
Sin duda, el libro que saca a Poniatowska del anonimato,
Los mitos de Elena son los grandes perdedores, los grandes olvidados, las mujeres que se ponen en marcha, las que combaten sin fusiles, las que reclaman la verdadera fuerza de México, las que (desde el ninguneo que analizaba Paz) actúan y sirven y atienden con su voz, con su palabra, con sus ollas de arroz, con su sacrificio y su anonimato en
La forma adoptada para realizar su narración procede de las mismas teorías que se establecieron en la Escuela de San Carlos, la escuela de Bellas Artes, 1)
Nada tan trágico como la expresión de la ausencia, con el lenguaje reducido, apenas capaz de manifestarse. Josefina Borquez, al igual que otras protagonistas de la obra de Elena, se caracteriza por el silencio –como advierte Rubén Rodríguez-; un silencio forzado, propio de la mujer en obras paradigmáticas de la literatura hispanoamericana como las de Rómulo Gallegos. Frente al silencio, Elena propicia la voz de sus protagonistas, extrayendo la palabra para que comuniquen; quiere romper el mutismo de la estatua -diría Rosario Castellanos-: “Antítesis de Pigmalión el hombre no aspira (...) a convertir una estatua en un ser vivo, sino un ser vivo en una estatua”.
Mediante la palabra y la denuncia, como se ha podido ver en los últimos sucesos de Ayotzinapa y en el discurso de recepción del doctorado Honoris Causa por la Universidad Complutense, Elena Poniatowska logra hacer evolucionar la posibilidad de la mujer para “predicar” en su propio tiempo. Desde el rescate de la soldadera a la denuncia logra, al igual que Sor Juana, exponer su pensamiento y recibir el aplauso de la sociedad. Porque ambas coinciden en la capacidad de hacer oír su voz… su voz de mujeres en los medios de comunicación que les son propios, los de la cultura de su tiempo. En suma, en ambas se percibe el orgullo de ser mujeres y el conocimiento de su valía, que las hace regresar seguras a su casa o a su celda. Por lo que a ambas se les puede aplicar las palabras con que Poniatowska retrata a Mariana Yampolsky:
y otra vez la emprende como una campesina fuerte, campanita de barro que regresa a la casa con su haz de trigo después de haber cumplido la tarea del día.