Este artículo traza la evolución de las ideas y el discurso ambientalista durante las últimas décadas del régimen de Franco, entre 1950 y 1975. A lo largo de este período, un grupo de naturalistas y científicos naturales colaboraron con oficiales del régimen y una red conservacionista internacional para proteger espacios concretos de especial valor ecológico. A fines de la década de 1960, a medida que el régimen se debilitaba y el descontento social crecía, apareció un nuevo grupo de activistas que veían la protección ambiental como inseparable de los problemas de justicia social. A través del análisis de la campaña anti-desarrollista a propósito de los alrededores de la Albufera en Valencia, este artículo estudia las tensiones entre estas corrientes que convivieron en los orígenes del movimiento medioambiental en España así como el papel del activismo medioambiental en la erosión de la legitimidad política del régimen.
This article provides an overview of the evolution of environmental ideas and discourse during the final decades of the Franco regime, between 1950 and 1975. Throughout this period, a group of naturalists and natural scientists worked in collaboration with regime officials and an international network of conservationists to protect discrete spaces with special ecological value. By the late 1960s, as the regime weakened and social unrest increased, a new group of activists emerged who understood environmental protection as inextricably linked to issues of social justice. Through an analysis of an anti-development campaign carried out in the area surrounding the Albufera de Valencia, this article examines the tensions between these currents in the origins of the Spanish environmental movement, and the role of environmental activism in the erosion of the dictatorship’s political legitimacy.
El movimiento medioambiental español del siglo XX, como los de otros países occidentales, ha tomado una amplia variedad de formas, desde los esfuerzos de científicos respetados para proteger espacios concretos a la protesta abierta de una juventud radicalizada. Incluso bajo el régimen franquista de los cincuenta, cuando se frustraban casi todos los esfuerzos civiles por oponerse a la política oficial, un grupo reducido de españoles dio a conocer sus preocupaciones sobre la degradación del medio físico del país, y dirigiendo sus esfuerzos a la conservación de ecosistemas únicos y lugares icónicos como Doñana. Pero a finales de la década de 1960, una nueva ola de ciudadanos aprovechó el espacio forjado por los conservacionistas para ocuparse de una amplia gama de causas sociales, redefiniendo el estado del medio ambiente como un factor entre muchos que contribuían al bienestar humano. Durante la década final de la dictadura, las corrientes paralelas de ecologismo y conservacionismo formaron las bases ideológicas de un movimiento desorganizado y heterogéneo.
En su monografía seminal,
La Dehesa de El Saler, un parque popular en la costa de Valencia y sujeto de uno de los grandes planes urbanísticos apoyados por el régimen entre 1964 y 1973, fue también el lugar de una de las primeras campañas ecologistas organizadas en España. Ocho años antes de que los activistas más prominentes del país firmaran el Manifiesto de Benidorm, un grupo de vecinos, periodistas y profesores de la ciudad de Valencia pusieron a prueba estrategias e ideas que juntaron la pericia científica y los conceptos tradicionales sobre el valor del medio ambiente con una nueva conciencia social. Aunque Valencia no pretende representar una norma nacional, este caso es uno de los mejor conocidos del activismo ambiental temprano y remueve muchas de las tendencias generales de la época. Preocupaciones populares sobre la calidad de vida urbana, intereses de personas pertenecientes a todo el espectro político sobre los paisajes únicos del país, y críticas políticas marxistas contra el régimen franquista y el sistema capitalista industrial confluyeron, transformando el intento de proteger un parque local en una protesta generalizada contra la privatización, un ataque contra la corrupción e incompetencia política, y una salida para las frustraciones con el
El análisis conocido de Samuel Hays sobre el pensamiento medioambiental en los Estados Unidos durante el siglo XX resuena claramente en el contexto español. El concepto de “conservación,” con orígenes en la política progresista de Gifford Pinchot y Theodore Roosevelt, escribe Hays, era fundamentalmente una estrategia para el uso sostenible de recursos naturales en la que la explotación y producción a largo plazo estaban aseguradas a través de prácticas basadas en la gestión científica. Aunque los conservacionistas a menudo entraban en conflicto con los defensores de la preservación de paisajes silvestres, los preservacionistas y conservacionistas compartían una filosofía generalmente compatible que reconocía una clara división entre el mundo natural y el mundo social. En la práctica, permitían la continua expansión del desarrollo industrial, con la reserva de espacios y especies particulares como sacrosantos, principalmente en la forma de Parques Nacionales (Hays,
Los cambios culturales de la época de posguerra mundial dieron origen a una visión radicalmente divergente sobre la relación entre los humanos y la naturaleza. En los 60 y a principios de los 70, jóvenes del mundo occidental acampaban, hacían senderismo, cultivaban comida ecológica, y “volvían a la naturaleza,” juntándose así en una contracultura que desdeñaba el consumo capitalista y abrazaba un entendimiento del bienestar humano y la salud medioambiental como dos caras de una misma moneda. Los Parques Nacionales y zonas silvestres “prístinas” eran iniciativas encomiables, pero los nuevos pensadores vinculaban la degradación del ambiente físico a los problemas sociales. Describían la contaminación, el desarrollo y las industrias extractivas como perjudiciales no solamente para la flora y la fauna, sino también para los humanos que habitaban y atravesaban los mismos paisajes.
Michael Bess, escribiendo sobre el caso francés, describe una escisión parecida entre “ecologismo centrado en la naturaleza” (
El caso español refleja las mismas tensiones y colaboraciones entre estas corrientes ideológicas, pero dentro del contexto de la época tardofranquista el ecologismo asumía dimensiones políticas adicionales. El ambientalismo centrado en la naturaleza apareció entre algunos científicos naturales de España al principio de la década de 1950, cuando por fin la economía nacional empezó a recuperarse de los estragos de la Guerra Civil. Algunos de los ingenieros de montes que llevaron a cabo la trasformación del paisaje a través de proyectos hidrológicos, la exterminación de “alimañas” y la repoblación forestal, dieron a conocer su preocupación sobre los efectos a largo plazo de los programas ambiciosos del Estado (Farias Barona,
Probablemente la campaña más significativa fue el rescate del Coto de Doñana de su destino como plantación de eucalipto y guayule, tal como describe Lino Camprubí en otro capítulo de este volumen. La reserva abarcaba menos de la mitad de las tierras que los ornitólogos esperaba adquirir, pero tuvo un papel simbólico importante como primer logro concreto de una alianza conservacionista internacional (Valverde,
La campaña de Doñana, junto con otros esfuerzos para proteger paisajes de valor ecológico, tuvo éxito en gran parte por la disposición de los conservacionistas a cooperar con la Administración de Franco. Aunque la etapa más sangrienta de la represión franquista había acabado en 1945, la Guardia Civil todavía detenía, torturaba e intimidaba a quienes abiertamente dieran voz a la oposición política al régimen. Los naturalistas que propugnaban la preservación de los paisajes españoles, por tanto, lo hacían dentro de un espacio apolítico, forjado con cuidado dentro del contexto de represión cotidiana. Condenas generales sobre los esfuerzos del régimen por ampliar la producción, por ejemplo, no habrían sido toleradas. En cambio, llamadas de preservar paisajes estéticamente espectaculares, ecológicamente únicos, o culturalmente icónicos como objetos de orgullo y patrimonio nacional recibían una cálida recepción por parte del régimen nacionalista. Cartas redactadas con cuidado, enlaces estrechos con particulares dentro de las salas de poder, y esfuerzos concienzudos para presentar la conservación como un deber patriótico y basado en la ciencia permitían a los conservacionistas españoles, tal como a sus homólogos en otros países autoritarios, lograr una serie de victorias menores en la preservación de espacios pequeños y discretos.
Una interpretación de todo esto es que algunos científicos realizaron una forma de oposición en clave, una forma de “vivir en la verdad” que ha sido observada en otras sociedades autocráticas del siglo XX (Havel y Keane,
Sin embargo, otra interpretación, que quizás sea compatible con la primera, es que el movimiento de “ecologismo centrado en la naturaleza” en España fue esencialmente conservador. Esta interpretación se respalda no solo por los objetivos relativamente modestos de sus campañas, sino también por la involucración de pilares de la sociedad elitista, sobre todo del mundo financiero y político. Algunos miembros de la Sociedad Española de Ornitología (SEO) ejercían también como directores de bancos y funcionarios de alto rango, y cazaban con políticos franquistas, con quienes después degustaban las piezas. Entre ellos, los científicos pertenecían a aquellos intelectuales españoles que no habían huido del país ni perdido sus puestos en la represión franquista. El ornitólogo José Antonio Valverde expresamente elogió el interés del régimen por la naturaleza, escribiendo en el año que murió Franco que “fue el Caudillo quien personalmente tomó la decisión de ordenar la creación del Parque Nacional de Doñana”, mientras “el Ministro de Turismo, don Manuel Fraga, y el Ministro de Agricultura hicieron un trabajo espléndido” con el proceso (Valverde,
La figura más destacada en la historia del ecologismo español, Félix Rodríguez de la Fuente, compartía este territorio político ambiguo con los conservacionistas. A través de sus programas de radio y televisión, presentaba a muchos españoles los conceptos del equilibrio natural y uso sostenible, explicando la alteración de aquel equilibrio en detrimento del mundo natural que suponían las prácticas de construcción de presas y de exterminación de “alimañas”. Estas ideas resonaron en la generación joven que, como en otros países occidentales, estaba predispuesta al escepticismo hacia los esquemas tecnocráticos y los valores industrial-capitalistas.
Pero aunque muchos de los que veían los programas del “Amigo Felix” cuando niños adoptaban políticas ecologistas cuando se hacían mayores, Rodríguez de la Fuente nunca atribuía el deterioro del medio ambiente abiertamente a las políticas del Estado franquista. Como los progresistas estadounidenses de las décadas anteriores, promocionaba prácticas de gestión informadas por la ciencia que permitirían la convivencia de las industrias extractivas, por un lado, y la salud medioambiental por otro. Criticaba, por ejemplo, el rechazo por parte de los ingenieros de la experiencia ofrecida por expertos en las ciencias naturales, y en particular de sus advertencias sobre las consecuencias imprevistas del desarrollo para los paisajes y ecosistemas, pero mantenía el silencio sobre las premisas fundamentales de la ingeniería hidrológica. Por una parte, este era un resultado del pragmatismo: el apoyo y patrocinio del Estado español eran necesarios para continuar la radiodifusión de sus programas, hecho que sin duda tenía influencia sobre su decisión de mantenerse al margen de los debates sobre las políticas estatales y centrarse en los paisajes específicos y contaminadores puntuales u otros agentes de bajo nivel del cambio ecológico. Por la otra, su postura apolítica permitía que su mensaje llegase al público más amplio posible y facilitaba su colaboración con aliados de todo el espectro político. De esta manera, Rodríguez de la Fuente ocupaba un punto medio entre la conservación de la SEO y el ecologismo que estaba por venir.
En 1968, aprovechando el reciente cambio en las leyes de asociaciones cívicas, Rodríguez de la Fuente y algunos compañeros rompieron con la SEO para fundar la Asociación para la Defensa de Naturaleza (Adena), que pronto llegó a ser la delegación española del
Pero mientras que la colaboración de los defensores del medio ambiente con los miembros y beneficiarios del sistema capitalista industrial no concordaba con los intereses de la generación contracultural, en el contexto español la disyuntiva se magnificaba por estar el sistema inextricablemente enlazado con un régimen altamente polarizador. Aunque el apoyo de las élites sociales en gran medida posibilitaba el éxito de la conservación en los últimos años de la dictadura, también permitía que el propio régimen hiciera suyas ciertas ideas y terminología del conservacionismo, enemistando al movimiento conservacionista con los progresistas jóvenes. Dada la creciente decrepitud del dictador a partir de 1966, la retórica conservacionista se convirtió en una de las muchas herramientas empleadas por los continuistas dentro del régimen para suavizar la transición política inminente y para equiparar la imagen extranjera de España con los de sus vecinos europeos, donde el ecologismo ya estaba en boga. En la práctica, este conservacionismo generalmente consistía en pintar de verde las prácticas existentes, en lugar de hacer cambios sustanciales en la política. Por lo tanto, la Dirección General de Montes, Caza y Pesca Fluvial cambió su nombre por el del Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA) en 1971, con intención de legitimar al régimen a los ojos internacionales. Como patrocinador principal de Rodríguez de la Fuente, el nuevo logotipo de ICONA aparecía prominentemente en el comienzo de todos sus documentales sobre las especies en peligro de extinción y paisajes degradados, mientras los ingenieros forestales del propio ICONA reclamaban humedales y plantaban pinos por todo el país.
A pesar de la popularidad personal de Félix, algunos de entre la generación de activistas progresistas que llegaron a la mayoría de edad en los años del tardofranquismo vieron en la complicidad de Adena con el régimen una grave falla. Demasiado jóvenes para recordar los horrores de la guerra y sus secuelas, y criados con las ventajas y oportunidades educativas que faltaron a sus padres, experimentaban el régimen menos como amenaza verdadera a su seguridad personal que como la manifestación de un sistema socioeconómico y político fundamentalmente injusto. En comparación con la falta de derechos humanos básicos y la supresión de la libertad intelectual, el conservacionismo parecía territorio de “cazadores de mariposas” y viejos de la Universidad, quienes ignoraban la relación compleja entre los mundos sociales y naturales, como quedaba demostrado por su interés limitado a la preservación de lugares silvestres de difícil acceso y su rechazo a la lucha contra las causas principales de la degradación del medio ambiente. En armonía con los teóricos marxistas y contraculturales de popularidad creciente en todo el mundo occidental, los jóvenes activistas españoles entendían las dos cosas - la protección del medio ambiente y el rechazo del régimen - como intrínsecamente vinculadas. El capitalismo industrial y la falta de instituciones democráticas, argumentaban, yacían en el corazón de cada desafío importante al bienestar humano en España
Este vínculo se encontraba más claramente en las condiciones de vida de la clase obrera. Entre 1960 y 1970, aproximadamente 2,7 millones de españoles se trasladaron desde las zonas rurales a las zonas urbanas, donde se establecieron en barrios sin infraestructuras, poblados por poco más que chabolas y con una carencia de servicios sociales básicos tales como centros de salud, parques, agua limpia, transportes públicos y escuelas (Radcliff,
A partir de 1964, con la relajación de las restricciones legales contra las asambleas, empezaron a surgir asociaciones de vecinos con bases populares. Basadas en los barrios nuevos de las ciudades, demandaban soluciones a la falta de ordenación urbana y, en muchos casos, organizaban sus propios arreglos cuando se enfrentaban a la ausencia de una respuesta oficial. Los temas que motivaban a las asociaciones son familiares para cualquier estudioso de la justicia social: la distribución equitativa de los recursos urbanos; el saneamiento y el agua potable; la seguridad en las calles; y el derecho de los vecinos a tener voz en las asignaciones de uso de las tierras en las que vivían, trabajaban y jugaban. Por primera vez desde la Guerra Civil, los gobiernos locales de todo el país recibían peticiones firmadas por cientos de residentes, quejándose de asuntos desde los pasos de peatones peligrosos hasta la baja presión del agua. La mayoría de las asociaciones de vecinos duraban solo el tiempo necesario para resolver un asunto puntual, pero unas pocas se enredaban con luchas relacionadas con cuestiones más de largo plazo, como el desarrollo o la salud pública. Para volar por debajo del radar de la Guardia Civil, que todavía tenía autoridad para perseguir organizaciones con objetivos abiertamente políticos o basados en clases económicas, incluso estas asociaciones más activistas seguían definiéndose por los asuntos locales y no por una agenda anti-régimen en sí (García,
Los vecinos, en general, no se identificaban como ecologistas en el mismo sentido en el que, cada vez más, se utilizaba el término en otros países occidentales. Sin embargo, según una definición que abarca toda la diversidad del movimiento actual, sin duda las preocupaciones de las familias urbanas de los 60 y 70 tenían mucho que ver con el medio físico. Escribiendo sobre la ciudad estadounidense a comienzos del siglo pasado, Gottlieb describe: “los problemas ambientales de la ciudad industrial - los suministros de agua limitados y contaminados, recolección y eliminación inadecuada de residuos, la mala ventilación y el aire contaminado y lleno de humo, barrios y conventillos superpoblados” como temas clave no solo para los reformadores sociales de la época, sino también para los activistas ambientales contemporáneos (Gottlieb,
Pamela Radcliff ha escrito sobre la infiltración de agentes comunistas y socialistas en algunas asociaciones de vecinos, pero el socio medio parece haber sido relativamente apolítico, preocupado principalmente con objetivos concretos de corto plazo y menos interesado en una reforma sistémica (Radcliff,
Las aspiraciones del movimiento conservacionista sencillamente no bastaban para enfrentarse a las condiciones de vida de la gente trabajadora bajo el sistema capitalista, y hacer la vista gorda con los asuntos sociales para paliar los efectos sobre los “pájaros y árboles” comenzó a verse como un defecto moral. “El conservacionismo nostálgico”, escribió Josep-Vicent Marqués, un joven profesor de sociología en la Universidad de Valencia y una de las figuras clave en el nuevo movimiento, aspiraba solamente “a salvar espacios naturales, oasis o guetos más o menos bonitos segregados del entorno humano, que quedaría entregado a una degradación juzgada irreversible” (Marqués,
Aunque fue “lógico que amantes de los pájaros, ambientalistas y ecologistas varios coincidiésemos e incluso luchásemos codo con codo”, Marqués y sus colegas declinaron aliarse con los conservacionistas que se comprometían con el régimen, la encarnación del sistema capitalista y antidemocrático, a cambio de la protección de unas zonas y especies aisladas (Marqués,
Desde luego, perturbar el
Para los ojos no entrenados y poco sofisticados de la Guardia Civil, las diferencias aparentemente obvias entre los ecologistas y los conservacionistas eran a menudo difíciles de detectar. Dado que los grupos de conservación, tales como Adena y la SEO, habían sido totalmente aceptados e integrados en el régimen, los nuevos ecologistas fueron capaces de enmascarar su oposición fundamental al sistema político y económico tras el lenguaje permisible de la salud de los ecosistemas y la conservación del paisaje. Por otra parte, al centrarse en la escala local - tratamiento de agua en un barrio de Madrid, los espacios verdes en el corazón de Barcelona, la contaminación del aire en las afueras de Bilbao – las campañas ambientales se enlazaban con los objetivos legítimos de las asociaciones de vecinos y así evitaban acusaciones de tratar de desestabilizar la política nacional. Por lo menos en cierta medida, por tanto, Rodríguez de la Fuente tenía razón cuando escribió que los ecologistas utilizaron el medio ambiente como tapadera para sus intereses políticos y culturales subyacentes. Esto no quiere decir que los ecologistas en los últimos años de la dictadura no se preocuparan realmente por el mundo natural, ni que sus esfuerzos en campañas concretas no fueran sinceros. Sin embargo, sus palabras y acciones sugieren que las causas y el lenguaje ambientales proveyeron una cubierta conveniente para una agenda más subversiva.
En 1970, Marqués se unió con otros intelectuales activistas de todo el país - tales como Joaquín Araujo, Mario Gaviria, Pedro Costa, Ramón Tamames, José Luis Aranguren, José Vidal-Beneyto, Enrique Borón, y Pablo Castellano - para formar la Asociación Española para la Ordenación del Medio Ambiente (AEORMA) (Fernández,
Con Marqués, la delegación regional del País Valenciano de AEORMA contaba con unos cuarenta participantes activos, la mayoría de ellos profesores jóvenes de la Universidad de Valencia, y sus reuniones tenían lugar en un aula de clases en la Facultad de Sociología. Entre ellos se encontraban algunos de los que serían los intelectuales más prominentes de la izquierda valenciana en los años siguientes: Damià Molla, Vicent Soler y Trinidad Simó. Muchos de ellos también se asociaron con la
La falta de formalidad también ejemplificó la naturaleza juvenil, casi traviesa, de las actividades del grupo, tal como sugieren los episodios como el del campo de golf o la frustración de la cacería de urogallos. Móstoles se rio cuando le enseñé la tapa de un libro compuesto por él hace unos treinta y ocho años, lo que se atribuyó a “AEORMA equipo 3”. “¡Equipo 3! Aquello fue para la policía”, dijo. “Si hay un equipo tres, debe haber unos equipos uno y dos. ¡Investígalo!” (
Tapaderas, disimulo y ocultación fueron sellos del movimiento ecologista en la época tardofranquista, como lo fueron de otros aspectos del activismo democrático
Todos estos factores - los conflictos y solapamientos entre el conservacionismo y el ecologismo, el legado confuso del activismo tardofranquista y la influencia de una dictadura que se estrellaba en la política local - entraron en juego en una campaña valenciana que ha venido a conocerse como “El Saler para el Pueblo” (o, más bien, “
En 1964 el Ayuntamiento valenciano franquista, aprovechando la oleada de turistas extranjeros que acudía a la costa mediterránea, consiguió permiso del Gobierno para emprender un proyecto de construcción inmenso que tendría lugar justo al sur de la ciudad. La Dehesa de El Saler, unos doce kilómetros de playas de arena blanca, bosques umbríos, y atmósfera tranquila a pocos kilómetros del centro urbano, se había mantenido sin desarrollo durante los primeros años del
La urbanización, diseñada por arquitectos y promotores de Madrid, dejaría poco más de dos kilómetros de playa para uso público, mientras las excavadoras aplanarían el resto de la zona, desde las dunas costeras a las marismas estacionales, reemplazándolas con apartamentos de lujo, hoteles de cinco estrellas, y otras instalaciones capaces de albergar una población estacional de 100.000 personas. Mientras que muchos vieron el desarrollo de la Dehesa como preferible a la especulación y falta de ordenación que se estaba produciendo en otros lugares a lo largo del Mediterráneo, el plan de la ciudad, sin embargo, dejó claro que el paisaje se transformaba radicalmente y su función como parque público sería esencialmente eliminada (
Autor: Oficina Tècnica Devesa-Albufera.
Tan pronto como el Ayuntamiento aprobó el plan, la Real Sociedad Española de Historia Natural, compuesta de científicos respetados de toda España, se puso en contacto con el alcalde de Valencia para hacer constar su alarma frente “el anuncio de una serie de complejos edificables proyectados, algunos de asombrosa envergadura” en “este lugar incomparable.”
En los años posteriores al fracasado intento de los conservacionistas de la Real Sociedad, mientras las excavadoras y hormigoneras aplanaban las dunas y construían estacionamientos en la Dehesa, los ecologistas se unieron a la lucha. El campo de golf quemado por la
Los conservacionistas también continuaban con sus esfuerzos para concienciar al público sobre la destrucción ecológica en curso en la Dehesa. Miguel Gil Corell, presidente de la delegación valenciana de la SEO, escribió a Rodríguez de la Fuente y le pidió su ayuda, aunque advirtió que “luchar contra la urbanización sería atacar molinos de viento” y que lo mejor que podía esperar sería que se limitaran algunas de las características más ofensivas, tales como el número de edificios de gran altura o su proximidad a la orilla del lago (Gil Corell,
Hasta este punto, el asunto de la Dehesa no había atraído la atención de la prensa local, que habitualmente había andado con cuidado en los asuntos del Ayuntamiento. Esta tendencia cambió, sin embargo, tras menos de un mes desde la emisión de
La época activista de
Estas quejas tenían eco en las páginas de la revista
“Entre los cuatro señoritos que iban al Saler estaba media Valencia, o tal vez Valencia entera. ‘Señoritos’ son los componentes de una familia que iba a pasar allí el domingo. ‘Señoritos’ son los que, por razones de trabajo, se veían obligados a pasar el verano en Valencia y hacían una escapada a tomar el baño al Saler. ‘Señoritos’ son los que, por no poderse pasar un veraneo en cualquier punta de la costa, iban todas las mañanas al Saler. Total, cuatro señoritos.” (Reyna,
Carteles y pegatinas fijadas a los coches “de los muy valientes”
Sin elecciones, votación, o libertad de expresión, es difícil saber con precisión cómo fue la opinión pública de los valencianos sobre el asunto de El Saler. Si dependemos solamente de lo que reflejan los archivos escritos, parece que la ciudad entera se movilizó en contra de la urbanización. En una exposición en la Facultad de Arquitectura, AEORMA describió El Saler como “
Denuncias formales, impugnaciones publicadas fielmente en
Aunque por lo visto Valencia entera se movilizó en defensa de El Saler, en la campaña de Valencia en la primera mitad de los 70 - y, por cierto, en las campañas ecologistas en general - tomaron parte casi exclusivamente las élites intelectuales. Quizás el conservacionismo fue territorio de científicos y “cazadores de mariposas”, pero igualmente el ecologismo, su pretendido populismo no obstante, fue dominio de arquitectos y profesores de sociología. Puche compara la campaña de
Del mismo modo que el periódico proveía una tapadera de apoyo popular para los activistas anti-franquistas, en alguna medida el movimiento anti-desarrollista fue tapadera para la insatisfacción generalizada de progresistas sociales de cierto estatus social. Según Joaquín Fernández, escribiendo sobre una tendencia nacional, “el ecologismo era una posibilidad novedosa en la lucha contra el sistema que debía ser analizada desde la óptica globalizadora de un partido”, sobre todo por parte de las élites intelectuales de las facultades universitarias del país (Fernández,
Es cierto que, de alguna manera, la tolerancia institucional hacia el conservacionismo y las asociaciones de vecinos prestó a los periodistas un lenguaje para expresar sus quejas políticas con seguridad. Sin embargo, el medio ambiente también importaba en sí mismo por razones que iban más allá de la retórica
Con esa excepción, la campaña en contra del desarrollo de El Saler parece haber venido o de los pocos intelectuales elitistas de la Universidad o de los propios periodistas. La opinión pública, al contrario, se mantenía a favor de algún tipo de desarrollo, aunque algo menos ambicioso que el plan de la ciudad. La mayoría de los activistas están de acuerdo con la declaración de Móstoles de que “la gran mayoría [de los valencianos] quería urbanización, hotel, turismo, desarrollo, y poder irse a una playa en condiciones, como pasaba en toda España.” Los planes de la ciudad eran claramente “excesivos,” pero no hay evidencia de que la vehemencia con que
En ese momento, sin embargo, poco importaba. Con la salud de Franco en la decadencia final, órdenes directas de Madrid instruyeron al nuevo alcalde de Valencia para buscar un compromiso y la conciliación con las fuerzas de la oposición y, sobre todo, mantener la paz. Gracias a la campaña de
Hasta cierto punto, en 1974, la campaña de El Saler ya no trataba de El Saler como lugar físico, sino de un enfrentamiento entre dos visiones muy diferentes del futuro político de España. Sin embargo, no es casualidad que los grupos anti-franquistas de Valencia y otras partes de España incluyesen un componente ecológico importante. La campaña de El Saler ofrece una perspectiva nueva sobre el enrevesado mundo social y político del activismo en la época tardofranquista, y específicamente sobre la estrecha relación entre paisaje y poder. Representa, en cierta medida, una visión holística en la que el cambio social ocurría a través de imaginaciones ambientales. El nuevo ecologismo contrastaba con la perspectiva más compartimentada de los conservacionistas científicos que habían dominado las campañas anteriores. En la Transición, la ecología llegó a ser inseparable de la identidad regional y la política de izquierda, y los “econacionalistas” de Valencia y otras provincias periféricas se aliaban con las feministas, sindicalistas y emisoras de radio radicales. La importancia de la recuperación y la redefinición de las tierras regionales formaba así un elemento central en el resurgimiento de la democracia en España y otorgó importancia especial a los movimientos ecologistas de la época.
La diversidad del movimiento ambiental contemporáneo refleja sus raíces diversas, que incluían conservacionistas tradicionales, activistas radicales de “verde profundo” y, quizás sobre todo en el caso español, una pluralidad de “ecologistas sociales” que perseguían cambios ambientales como parte de una agenda más amplia de justicia y trasformación social. A través de la perspectiva prestada por esta definición aumentada, muchas de las movilizaciones ciudadanas de la era tardofranquista asumen matices medioambientales. Igualmente, campañas como la de El Saler, que han sido vistas históricamente como “ecologistas,” se pueden entender ahora como amalgamas de varios objetivos sociales y políticos cuyas conexiones a paisajes y ecosistemas físicos eran más tenues de lo que se creía.
Para una discusión más profunda sobre la influencia política de los científicos a nivel mundial en los sesenta, véase Goodell (
Entrevista a Vicente González Móstoles (Valencia, 26 abril 2012); Josep-Vicent Marqués, documentos relacionados con AEORMA de diciembre 1974, colección privada de Miguel Ramón Izquierdo.
Entrevista a Vicente Ramón Quirós, Miguel Ramón Quirós y Francisco Pérez Puche (Valencia, 2 mayo 2012) y entrevista a Maria Consuelo Reyna (Valencia, 1 mayo 2012).
Entrevistas a Vicente González Móstoles (Valencia, 26 abril 2012) y a Francisco Pérez Puche (Valencia, 12 abril 2012).
Ayuntamiento de Valencia, folleto propagandista para el Plan General de Ordenacion del Monte de la Dehesa, 13 diciembre 1963, Servicio de Planeamiento del Ayuntamiento de Valencia (en adelante SP); Ayuntamiento de Valencia,
Real Sociedad Española de Historia Natural, informe sobre el valor histórico natural de la Albufera, dirigido al Ayuntamiento de Valencia, 22 marzo 1964, SP.
Guillermo Pons Ibáñez,
Entrevista a Vicente González Móstoles (Valencia, 26 abril de 2012).
AEORMA,
Guillermo Pons Ibáñez,
Comunicación personal de Francisco Pérez Puche (correo electrónico de 21 enero de 2012).
Entrevista a Maria Consuelo Reyna (Valencia, 1 mayo 2012).
AEORMA,
Entrevista a Maria Consuelo Reyna, (Valencia, 1 mayo 2012).
Entrevista a Francisco Pérez Puche (12 abril 2012) y comunicación personal del mismo autor (correo electrónico de 21 enero de 2012).
Comunicación personal de Francisco Pérez Puche (correo electrónico de 21 enero de 2012).