RESEÑAS DE LIBROS/BOOKS REVIEWS

 

Entrando en razón: hacia unas Ciencias SocioHumanas

González de Ávila, Manuel
Cultura y razón. Antropología de la literatura y de la imagen
Barcelona: Anthropos, 2010

 

Desde su título, este libro de Manuel González de ávila —especialista en semiótica (Semiótica crítica y crítica de la cultura, Anthropos, 2002) y profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Salamanca— exhibe la palabra “razón” como ariete contra la relajación argumentativa y expositiva que atañe al pensamiento sobre la cultura en la era posmoderna o transmoderna. Cultura y razón. Antropología de la literatura y de la imagen es un ensayo elegante y combativo contra ciertos discursos sesgados hacia un relativismo que, embozado, trabaja a favor de la homogeneización acrítica y acientífica del conocimiento. Pero el volumen es mucho más: si la sintaxis y el léxico de su prosa se afinan para recorrer distintos grados de la ironía y la vehemencia, su pensamiento se ordena hasta lograr la eficacia de un compendio crítico de buen número de teorías actuales sobre literatura, cultura e imagen, operando en ellas incisiones que revelan tanto las zonas de degradación de su tejido como su entramado interdisciplinar.

La acuñación del término ciencias sociohumanas certifica la que es voluntad primera de este estudio: vincular las humanidades y las ciencias sociales a fin de restituir a las primeras una exigencia epistémica que las haga menos endebles frente a las derivas de estetización trivial que les impone la actual mercantilización del conocimiento. Abiertas así las hostilidades, resta ejecutar la minuciosa y matizada defensa de los poliédricos campos de la cultura concernidos, tomando como punto de partida y piedra de toque la antropología; emancipando a esta última de los mecanismos retóricos y los procedimientos de ficcionalización que la han frecuentado en el tiempo posmoderno, el autor advierte que, en ella, la función simbólica encuentra compensado su relativismo por un método holístico que restaura sus condiciones de legibilidad social e histórica, que explica su génesis y funcionamiento, y que la reinscribe en una materialidad y una corporalidad universalmente reconocibles. La ciencia antropológica, amén de demostrar coherencia, sistematicidad y exhaustividad, ha intensificado su competencia autorreflexiva, con el consiguiente aumento de racionalidad; y la reivindicación de racionalidad para las ciencias sociohumanas en general se hace en este ensayo a sabiendas de que el concepto de racionalidad es aquí “relativamente clásico e incluso conservador, en el extraño sentido progresista que este término ha adquirido tras la posmodernidad”. Y es que uno de los empeños de este libro es precisamente apuntar y disparar hacia la reversibilidad ética y política de ciertas posiciones epistemológicas recientes sin por ello elegir caminos involucionistas. En realidad, la crítica de la posmodernidad que aquí se lleva a cabo es global, y no impugna conceptos o teorías que lleven nombre y apellido, pues está mucho más interesada en dibujar un panorama de las ciencias sociohumanas con perspectiva propia —antropológica— que en discutir ideologías ajenas. Y esta intención de creación de una coherencia teórica dentro del propio libro le favorece más que la polémica externalizada.

Pero ello no significa que se hurte el cuerpo: bajo el capítulo “Epistemología” se aborda, en primer lugar, la tan traída y llevada muerte y resurrección gloriosa del sujeto —finalmente “hipersujeto”—, figura en torno a la cual —afirma el autor— se anudan dos doctrinas que colaboran perniciosamente a favor de una concepción no racional de la ciencia y del mundo: la filosofía posmoderna y el neoliberalismo económico. Tal alianza —en principio contra natura, pues a la una le asiste el relativismo y a la otra una organización férrea— escenifica otra versión de la anteriormente mentada reversibilidad ética y política. G. de ávila observa que la definición tecnocientífica del sujeto viene a ser contenida y aun desmentida por las actuales ciencias cognitivas, que, además, proporcionan a las ciencias sociohumanas una versión del sujeto como subjetividad determinada por un cuerpo y por unas emociones que la inscriben tanto en el medio biológico como en el medio socio-histórico. Que las ciencias cognitivas redescubran lo social, lo histórico y lo biológico es asunto de gran ayuda para la configuración antropológica de las nuevas ciencias sociohumanas, y para ponerlas en la perspectiva de dar la mano a las ciencias naturales en un futuro próximo. Y la ambición de esta perspectiva, con no ser pequeña, se muestra perfectamente “naturalizable”. Otro garante de la convergencia de las humanidades, las ciencias del lenguaje y las ciencias sociales es la capacidad metasemiótica de las lenguas naturales, pues la generación de metalenguajes alumbrados por una lógica natural habilita la posibilidad de su organización en forma de metasistema, base de toda teoría científica; la metasemiosis corrobora pues, de nuevo, un proyecto de convergencia epistémica bajo el signo de la razón.

Deseo expreso del estudio es que la modelación y configuración antropológica de las ciencias sociohumanas se haga conforme a la aproximación científica de la antropología cultural y no bajo el signo de la fenomenología de la cultura, y por ello pone a ambas a debatir en torno al supuesto menosprecio —de que se acusa a la primera— por lo simbólico, los valores culturales y la idealidad normativa; la conclusión refrenda la superioridad crítica de la antropología cultural —propiciadora de actitudes éticas— frente al conocimiento teoricista de la filosofía fenomenológica —incitadora a un relativismo cultural alimentado de narcisismo y convencionalismo. Aquí, el verbo incisivo y persuasivo del autor despliega todos sus recursos: si la ironía distribuye el nombre de las dos facciones contendientes —“ciencia” frente a “ciencia infusa”—, la capacidad analítica ejemplifica y verifica lo que la elocuencia glosa y califica sin clemencia; al cabo, se invoca la presencia mediadora de la antropología cognitivista y una idea de cultura “no culturalista” ni ideológica, sino inscrita en el tiempo y el espacio sin renunciar por ello al empleo científico de la noción de universalidad. G. de ávila acude también al rescate de la historia argumentando a favor de la irreductibilidad del hecho histórico frente a sus interpretaciones, abogando por principios regulativos y apelando a la responsabilidad ética y social sobre los vestigios y huellas del cuerpo físico del sujeto histórico. Es precisamente esta responsabilidad la que le lleva a impugnar sin paliativos la equivalencia entre discurso histórico y narración, una narración que emparienta a la historia con la literatura y la ficción. Y en este punto de su reflexión asoma de manera precisa la relación de los discursos posmodernos con ciertos conservadurismos extremos de corte negacionista y perfil cínico.

Con el sabor de esta recusación de lo narrativo, se abre a continuación una segunda parte del libro que versa sobre la literatura, y en la que, tras consideraciones sobre la estructura y la utilidad de la teoría en el contexto de las ciencias sociohumanas, se aborda el “lugar poco común de la teoría de la literatura”, en el que, según creencia comúnmente extendida, pelean lo literario y lo teórico. Aquí, la posición —quizá demasiado sucintamente abordada— es la de rescatar a la teoría de la literatura de los saberes humanísticos para integrarla en las ciencias sociohumanas, sustituyendo sus tendencias hermenéuticas, textualistas y nominalistas por la asunción de una racionalidad regida mediante criterios de evaluación metateóricos. Así se soslaya —o más bien se zanja— la consideración sobre el estatuto de ciencia que pudiera aplicársele a la teoría de la literatura, poniendo al margen la evolución de la estabilidad del concepto de ciencia y su flexibilización, o los cambios paradigmáticos de ciertas ciencias. De este modo, el libro entra parcialmente también en el cauce de la discusión —ya histórica— que enfrenta a los estudios literarios con la idea de una ciencia de la literatura, tomando claramente partido G. de ávila por esta última y por una consideración teórica de la literatura frente a una comprensión hermenéutica. Tal posición se vincula implícitamente a la aún pendiente renovación de las humanidades, aunque no esté entre los objetivos del libro entrar en su aplicación específica a los ámbitos del conocimiento y la enseñanza universitarios.

La cuestión literaria se completa con tres estudios de importante alcance: uno sobre autobiografía y dos sobre literatura comparada. La autobiografía, en tanto que archivo científicamente explotable, no es vista como simple objeto literario, y necesita pues —en afirmación del autor— de un abordaje interdisciplinar en el que colabore una antropología que reconozca en su discurso tanto un objeto de saber como un sujeto de saber. La antropología sabrá así recuperar al sujeto del discurso autobiográfico para la historia y para la vida, rescatándolo del axioma pansemiótico de la teoría de la literatura, que lo condena a ser entramado de signos y a “incurrir en la fantasía de autoengendrarse a través de su expresión”. En el discurso autobiográfico, el “yo” es una individualidad “autoproducida” de “sofisticada arquitectura a la vez cognitiva y pragmática”, y no un estilo de escritura retóricamente determinado. El interés que la perspectiva antropológica experimenta por la autobiografía —en su acepción extensa— es pues correspondido por ésta. Pero tampoco se trata de sustraer la autobiografía al enfoque de la teoría literaria: la autorreferencia y el metadiscurso que le son inherentes proporcionan a este libro brillantes páginas sobre el pacto comunicativo y la implicación del receptor en tal discurso. Así mismo, una muy matizada disquisición enfrenta y concilia a la autobiografía y a la historia, reconociéndole finalmente a la primera un carácter de documento histórico y de etnosaber, pero no su pertenencia a la ciencia histórica. Casi con entusiasmo, G. de ávila localiza en tan complejo acto comunicativo un auto-modelo cultural cuyo porvenir debería ser el de escenario de una racionalidad común a la teoría literaria y a las ciencias sociohumanas.

Bajo la pregunta “¿Es comparativa la literatura comparada?” se ejecuta una revisión de los presupuestos de la citada disciplina en la que, tras constatar su infructuosa búsqueda de un objeto específico del que ocuparse, parece inevitable volver a tratar de encontrar legitimación en el método comparativo. La impecable crítica de este método contiene un análisis de las diversas acepciones comunes y técnicas del término “comparación”, y una reivindicación de la comparación científica frente a la comparación retórica, así como una revitalización de la historia en tanto que garante de coherencia en este marco. Pero la revisión también desemboca —algo condescendientemente— en la aceptación de una hermenéutica comparativa que “ilumina, ante todo, nuestro uso actual del patrimonio semántico y simbólico de la literatura y de la cultura”. En todo caso, aun como actividad heurística y no como ciencia, la comparación ha de dotarse de una teoría que —sumando conceptos venidos de las varias teorías de la literatura— respondan a la configuración antropológica, en coherencia con lo expuesto en el resto del libro. De hecho, parece inevitable la constatación de un acercamiento entre literatura comparada y antropología cultural, acercamiento que este estudio explora en sus respectivos objetos, métodos, teorías y epistemologías, con el resultado de una muy notable comunidad de posiciones signadas por la indefinición y la provisionalidad. Son meritorios, en este contexto, tanto la franqueza con que el libro expone tal déficit científico como el denuedo con el que establece y matiza la distancia de dichas disciplinas respecto del denostado relativismo.

El último tranco del volumen se ocupa de la imagen. La usual distinción entre significado lingüístico y significado icónico es punto de partida de una incisiva y pertinente reflexión sobre la imagen y los estudios visuales, campos que el autor conoce en profundidad. El giro icónico sostiene que la cognición icónica se resiste a la explicación lingüística y semiótica, pero —se anota en este libro— la antropología y la ciencia incitan a suponer que hay comunicación entre las imágenes (perceptivas, mentales y técnicas) y el lenguaje natural. La idea de la universalidad y la racionalidad del conocimiento depende de esta intertraducción del sentido, y ello importa mucho a G. de ávila, quien constata que los estudios visuales rebajan su resistencia a la semiótica cuando se acercan a la producción de significado cultural a través de la visualidad, es decir, cuando ésta entra en una práctica antropológica; y es que el acto de ver es una amalgama de determinaciones perceptivas y cognitivas (iconismo primario), pero también de índole social, histórica y cultural (iconismo secundario). A partir de esta re-vinculación semiótica, el autor considera también conveniente —para provecho de la ciencia y la antropología— que los estudios visuales deroguen su interdicto lingüístico: pero esto parece ser harina de otro costal, por mucho que —por ejemplo— las ciencias cognitivas atribuyan a una misma interacción cooperativa neuronal (conexionismo) la comprensión visual y la comprensión lingüística.

La mirada antropológica sobre el discurso icónico se interesa por el peso de la cultura en la conformación de la imagen perceptiva y de la imagen mental, pero sobre todo por los modos de producción de las imágenes técnicas y sobre sus consecuencias en nuestra cultura visual y, quizá, en la naturaleza misma de la visión. En impecable e implacable exploración semiótica, G. de ávila aborda la naturaleza de la actual “enciclopedia icónica”, las operaciones —bajo el signo de la esterotipia— de sus iconemas, la fascinación del cine por su propia identidad icónica, la alteridad icónica a la que tiende la imagen digitalizada y las modificaciones fundamentales de nuestros modos de percepción y concepción de la nueva iconicidad —en los que a una técnica ilimitada corresponde ahora una imaginación limitada—. A esta nueva iconicidad caracterizan —en versión del autor— cinco rasgos semióticos —heterogeneidad, fragmentación, discontinuidad, aleatoriedad y metamorfosis caótica— que la convierten en un proceso descontrolado y ajeno tanto al “mundo natural” de la percepción como a nuestra cultura lingüística. Esta cultura de la posvisión cambia nuestra naturaleza de la visión y, en ella, la técnica gestiona nuestro imaginario haciéndonos extremadamente vulnerables a la ideología que vehicula.

La mirada crítica de G. de ávila sobre la imagen en nuestra época transmoderna se completa con un último capítulo sobre la aculturación de la imagen. Para ello procede a una revisión semiótica de las neoimágenes de la iconosfera mediante la aplicación a las mismas de las seis funciones del signo. La función referencial en la imagen-acontecimiento revela que lo real desparece bajo sus sustitutos visuales, mucho más atractivos y capaces de colonizar la conciencia hasta desconectarla de lo no imaginario. La función emotiva se hipertrofia en el mundo icónico evacuando los elementos racionales y desanclando el pensamiento del cuerpo; el cuerpo físico es sustituido por una prótesis o cuerpo fantasmático esquivo frente a una función conativa que, por otra parte, la neoimagen ejerce sin dotar de contenido. La función fática desaparece y es sustituida por una función saturativa: la imagen impone su presencia sin necesidad de protocolos, legitimación o tan siquiera contenidos, y sin implicar a sus receptores en la responsabilidad del contacto comunicativo. La función estética está, sin embargo, fuertemente reforzada en la iconosfera, y para ella propone G. de ávila el término de transestesia, invasiva y generalizada estetización reinante en la hipervisualidad, y contra la que quizá procediese iniciar un desaprendizaje perceptivo. En cuanto a la función metasemiótica, conviene distinguirla de la función sobreinterpretativa, que es la que está verdaderamente activa en la incesante actividad citacional de la producción visual actual, generando un saber dóxico autosatisfecho y conformista que no puede llevar el nombre de episteme. En suma, para la perspectiva antropológica imperante en este ensayo, el régimen de la hipervisualidad trabaja tanto contra el acto comunicativo como contra el conocimiento racional y científico. Y este severo dictamen apenas está suavizado por el reconocimiento de los servicios promocionales y auxiliares que la imagen presta a la antropología y a la ciencia.

El libro se cierra con un repaso final sobre las diversas artes consideradas desde el ángulo de la transvisualidad —o transmisión de esquemas visuales entre imágenes— en el que el autor quiere ver un dato antropológico importante de nuestra cultura. La intericonicidad marcó el desarrollo de la época moderna y contemporánea de la pintura; y también el de la fotografía, hasta que su orientación autorreflexiva le proporcionó acceso a una metaiconicidad que la enfrentó tanto a sus propios valores documentalistas como a la credibilidad de la imagen en modo general. La intericonicidad del cine y la pintura se cifró más plásticamente que figurativamente, y la metaiconicidad del primero posee desde hace tiempo gran carga irónica y crítica para con los modelos canónicos de representación fílmica. Pero es —según se expone en este estudio— en el videoarte donde la transvisualidad explora sus posibilidades extremas, y lo hace evidenciando los recursos y modos de producción y recepción de imágenes en un proceso intericónico sin fin que crea un mundo inédito y muestra su “autoconciencia tecno-materialista” desligada de la voluntad humana. Más allá de la visión depreciativa, a la vez des-subjetivada y anti-racionalista del régimen de la transvisualidad, G. de ávila espera que la intericonicidad reconozca el archivo de imágenes previas de nuestra historia, y que la metaiconicidad vuelva a recabar la ayuda de la lengua natural —único metalenguaje capaz de hablar de sí mismo o de otros lenguajes— para explicar el funcionamiento lógico-semiótico de la imagen, y no sólo sus connotaciones y significados.

La configuración antropológica que conforma a las ciencias sociohumanas en este ensayo no pierde de vista, como bien se aprecia, su inserción en la racionalidad y en el racionalismo científico. Pero las ciencias sociohumanas preservan la presencia del sujeto al proveerse también de instrumentos semióticos y sociales para el análisis cognitivo, afectivo, ético y estético. Lo que pareciera difícil equilibrio entre polos excluyentes es presentado aquí casi como una relación de inclusión: la racionalidad es fieramente humana.

Es difícil no estar de acuerdo con las tesis de este espléndido libro, pues —acompañando a su necesaria complejidad— imperan en él lo razonable, la perspicacia analítica y la agilidad inductiva y deductiva. Es difícil también no compartir la configuración antropológica propuesta, pues apela a nuestra experiencia de vida y vela por introducir a esta última en la perspectiva teórica. Es, además, sensato aceptar la regiduría de la razón si se trata de conformar un pensamiento científico. Y es inevitable sonreír con complicidad frente a la ironía que diagnostica —por ejemplo— una “infantil dolencia textualista y nominalista” a la teoría de la literatura, aun cuando uno se lamente de que la noción de “ficción” inoculada por Barthes en la teoría —más escritura organizada por las pasiones que inventiva irracionalista o mentirosa— sea declarada culpable de tanta simpleza. Sin embargo, es posible que la propia potencia razonada y pro-razón de este brillante ensayo cree zonas de resistencia en su lector, y que su muy informada contundencia excite ciertas rebeldías que se nieguen a organizarse en franca y razonable disensión: al fin y al cabo el juego posmoderno posee flexibilidad suficiente para exasperar a quien espera que la partida se juegue lógicamente y con una sola baraja. Quizá es precisamente la ausencia de reglas del juego comunes lo que incline poco a este libro hacia el debate cuerpo a cuerpo con el pensamiento posmoderno. Pero si en ciencia y en teoría el mejor ataque es una buena defensa propia, preciso es saludar la envergadura teórica y la solvencia científica de este ensayo que mide sus palabras, su campo y sus operaciones con exactitud maestra. La virtud sintética de sus casi trescientas páginas podría desplegar terreno para muchas polémicas, pero no es de extrañar que haya preferido una lógica científica a una lógica retórica: si de reivindicación de ciencias sociohumanas se trata, coherencia obliga.

 

Por Amelia Gamoneda Lanza
Universidad de Salamanca
E-mail: gamoneda@usal.es

 

Cómo citar este artículo / Citation: Gamoneda Lanza, A. (2013). Entrando en razón: hacia unas Ciencias SocioHumanas. Arbor, 189(759):a013. http://arbor.revistas.csic.es.

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