MUJER Y PERIODISMO EN EL SIGLO XIX. LAS PIONERAS / WOMEN AND JOURNALISM IN THE 19TH CENTURY. THE PIONEERS

CECILIA BÖHL DE FABER ENTRE LOS ROMÁNTICOS

Antonio Arroyo Almaraz

Universidad Complutense de Madrid

aarroyoa@ccinf.ucm.es

 

RESUMEN

Cecilia Böhl de Faber y Francisca Ruiz de Larrea participan en la edición del cuento La madre o El combate de Trafalgar publicado en la revista ilustrada El Artista, de gran trascendencia en la defensa del Romanticismo. El relato fue escrito por la primera y enviado a la revista por la segunda, una vez que lo tradujo del francés modificando en parte el mismo. A partir de este hecho aparece Cecilia como la única escritora que publicó en la revista romántica defendiendo a su vez principios estéticos que veremos posteriormente en su obra.

CECILIA BÖHL DE FABER AMONG THE ROMANTICS

ABSTRACT

Cecilia Böhl de Faber and Francisca Ruiz de Larrea were both involved in the publication of the story La madre o El combate de Trafalgar published in the illustrated magazine El Artista, a staunch defender of Romanticism. The story was written by Cecilia Böhl de Faber and sent to the magazine by Francisca Ruiz de Larrea, after she had translated it from French and slightly adapted it. This made Cecilia Böhl de Faber the only woman writer to have been published in the romantic magazine, where she advocated aesthetic principles that would later characterise her work.

Recibido: 03-07-2013; Aceptado: 06-04-2014.

Cómo citar este artículo/Citation: Arroyo Almaraz, A. (2014). "Cecilia Böhl de Faber entre los románticos". Arbor, 190 (767): a133. doi: http://dx.doi.org/10.3989/arbor.2014.767n3004

PALABRAS CLAVE: Cuento romántico; episodio nacional; novela de costumbres.

KEYWORDS: Romantic story; national episode; novel of manners.

Copyright: © 2014 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Attribution-Non Commercial (by-nc) Spain 3.0.

CONTENIDOS

RESUMEN
ABSTRACT
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA

 

Tanto Cecilia Böhl de Faber como Francisca Ruiz de Larrea, Frasquita Larrea[1], convergen en la publicación de la “novelita” o cuento La madre o El combate de Trafagar, publicado en la revista ilustrada El Artista, de gran trascendencia en la defensa del Romanticismo frente al clasicismo aún vigente en la España de la tercera década del siglo XIX. La entrega apareció el 15 de noviembre de 1835, por tanto, fecha, autoras y revista que nos vinculan al tema: Mujer y periodismo en el siglo XIX: las pioneras. El relato[2] relaciona a Frasquita Larrea desde su influencia como escritora y por impulsar y traducir del francés la que fue la primera publicación de Cecilia y contribuir con ello a su desarrollo como escritora. Además, del contraste entre el original y la traducción se aprecia que hay más de veintitrés fragmentos breves añadidos que no estaban en la versión original y otros tantos modificados, por consiguiente, su presencia es aún mayor. Por otro lado, pese a ser un cuento romántico, aparecen en él los principales rasgos que veremos posteriormente en las novelas de Cecilia Böhl de Faber[3] como La Gaviota o La familia de Alvareda (ambas de 1849); el valorar estos elementos constituye la base de este trabajo.


La “novelita” estaba firmada con las iniciales C. B., y es la única firma femenina que apareció entre la nómina de escritores románticos como Patricio de la Escosura, José de Espronceda, Ventura de la Vega o José Zorrilla, entre otros muchos. A este hecho hacía referencia el texto o preámbulo que precedía a la narración, posiblemente firmado por Eugenio Ochoa encargado de la parte literaria -director de la revista junto al pintor Federico Madrazo, con la colaboración estrecha de José de Negrete, conde de Campo Alange-, donde se dice: 


Con mucho placer insertamos la siguiente novelita que nos ha sido remitida por una señora, cuyo nombre conocemos, aunque no nos es permitido revelarle. Acaso sus dos iniciales bastarán á levantar el velo del incógnito con que obliga á encubrirse una modestia escesiva á nuestra amable escritora. Lo poco frecuente que es en España el que las personas del bello sexo se dediquen á cultivar la amena literatura, da nuevo realce al mérito positivo de la siguiente composición.


Lo que aparentemente podría ser una sencilla explicación sobre la autoría, a través de esta nota, era más complejo como sabemos por la conocida “Carta a los editores de El Artista[4], enviada a la revista por Cecilia pocos meses después de la publicación del cuento, donde aclara lo siguiente:


[…] la narración de un hecho visto (y no novela) que había escrito yo en otro idioma por perfeccionarme en la lengua y sin otra pretensión. Pero ambas llegaron a su último grado al volver a leer los renglones con que encabezan ustedes dicha relación, en los que hacen saber que les ha sido remitida por la persona que la escribió. Aunque es bien cierto que en el corto número de personas que me tratan ninguna reconocerá en la colaboradora de El Artista a una mujer de una vida en sumo retirada y en extremo casera, las iniciales que le acompañan no son con las que yo firmo (…) Yo no he mandado a ustedes la citada relación.


Más adelante leemos en la misma carta: “la mano que ha descorrido el velo que cubría el misterio de mis horas de retiro y soledad ha sido la de una madre querida, y su móvil la parcialidad materna, el respeto y el agradecimiento sellan mis labios a mi justa queja”. Donde queda aclarado en estas líneas que quien envió el cuento traducido al español fue su madre Frasquita Larrea, y lo hizo sin el conocimiento de su autora.


No vamos a dejar pasar por alto las primeras afirmaciones de lo que hemos leído anteriormente porque son significativas. Por “hecho visto” no podemos pensar que la escritora o su madre fueran testigos de la batalla de Trafalgar porque ambas se encontraban en Alemania cuando los acontecimientos bélicos; fue al año siguiente cuando Frasquita regresó a España. Para entender esta afirmación tenemos que fijarnos en el “Prólogo” de La Gaviota donde comenta: “no ha sido preciso más que recopilar y copiar”. Esta concepción está también en una carta[5] escrita a Hartzenbusch, donde le decía: “...Vd. sabe que soy ‘recolectora’ y sin pretensión alguna de escritora”. Igualmente lo manifiesta en la carta que estamos comentando, donde dice: “deseo se sepa que no solo no he pensado jamás en escribir para el público, sino que es mi sistema, tanto en teoría como en práctica”. Según Leonardo Romero y José Escobar (2001Romero Tobar, L. y Escobar, J. (2001). "La mímesis costumbrista". En Zavala, I.M. (ed.), Historia y Crítica de la Literatura Española (vol. 5: Romanticismo y Realismo), pp. 234-238. Barcelona: Crítica., pp. 235-236), en el artículo “La romería de san Isidro” Mesonero Romanos formula el principio fundamental de la mímesis costumbrista en contraposición a la visión romántica: “Por lo menos tengo esto de bueno, que no cuento sino lo que veo, y esto sin tropos ni figuras”. Por otro lado, al señalar “no novela” equivale al “sin tropos ni figuras” de Mesonero; deducimos por tanto de estas citas que la escritora era consciente de estar escribiendo un cuadro de costumbres, el del combate de Trafalgar.


La obra literaria de Fernán Caballero representa el eslabón entre la novela romántica y la realista desarrollada por Galdós y otros escritores de su generación. Volvemos a recurrir a La Gaviota porque en ella se encuentra una reflexión significativa acerca de su concepción de la novela, donde afirma (cap. IV, segunda parte):


Hay dos géneros que, a mi corto entender, nos convienen: la novela histórica, que dejaremos a los escritores sabios, y la novela de costumbres que es justamente la que nos peta a los medias cucharas como nosotros (…) Es la novela por excelencia (…) útil y agradable. Cada nación debería escribirse las suyas. Escritas con exactitud y con verdadero espíritu de observación, ayudarían mucho para el estudio de la humanidad, de la historia, de la moral práctica, para el conocimiento de las localidades y de las épocas. Si yo fuera la reina, mandaría escribir una novela de costumbres en cada provincia sin dejar nada por referir y analizar.


Destaquemos dos aspectos significativos de este fragmento: en primer lugar, la idea de la defensa de una novela nacional o identitaria de la nación española, aunque con un carácter más provincial. Idea que apareció también, por ejemplo, en el Prólogo que escribió el Duque de Rivas en 1856 a la edición de La familia de Alvareda, incluida en las Obras Completas de Fernán Caballero. Este discurso sobre la nación estuvo presente en el Romanticismo[6] en general. En segundo lugar, la identidad del relato La madre o el combate de Trafalgar como novela histórica, que cruza dos líneas isotópicas: una, histórica, como la batalla de los navíos españoles y franceses, capitaneados por Villeneuve, contra los ingleses dirigidos por Nelson, justificando desde el comienzo las causas del final que todo lector ya conocía lógicamente a la altura de 1835 (la tempestad y la actitud del almirante Villeneuve destituido por Napoleón); y, la otra, de ficción, como es el relato de la señora de C., nombre del personaje en el cuento, viuda de un almirante de la marina española con tres hijos pequeños también militares que participaron en la lucha. Creemos que el entrecruzamiento de estas dos líneas marca la base de lo que posteriormente vamos a ver desarrollado en los Episodios Nacionales galdosianos. La profesora Pilar Palomo (2004Palomo Vázquez, P. (2004). "De Episodios Contemporáneos". En Arencibia, Y. et al. (ed.), VII Congreso Internacional Galdosiano. Galdós y la escritura de la modernidad, pp. 602-632. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria., p. 602) definió el episodio nacional en los siguientes términos:


El Canciller Ayala, con profunda modernidad, está inaugurando en España el concepto de historia viva que fue tan amado y practicado por Galdós, y al que se acogen sus seguidores. ‘Lo que leí en los libros’ y ‘lo que mis ojos vieron’... Investigación más testimonio, como posible clave de lo que podemos definir como episodio nacional, entendido como género narrativo, en su utilización de la Historia.

Estas palabras coinciden con las escritas por Cecilia, que ya hemos recogido: “la narración de un hecho visto (y no novela)”; por tanto, podemos considerar este cuento como un precedente significativo que ayudará a configurar ese género que tanto desarrollo tuvo con Galdós y posteriormente a él en escritores como Francisco Camba, Concha Espina, Ana M.ª Matute, A. Muñoz Molina o Eduardo Mendoza, entre otros. Este cuadro de costumbres fue también un claro antecedente de historia viva, de episodio nacional.


Además de lo señalado hasta aquí, es también nuestro propósito destacar lo que podemos llamar espacios comunes entre la obra escrita de Frasquita Larrea y el cuento de Cecilia Böhl de Faber que nos van a permitir valorar la base romántica del relato. Comencemos por el título aparentemente disyuntivo, La madre o el combate de Trafalgar, que realmente lo que presenta es una vinculación de los dos hemistiquios donde la madre es la metáfora de España, la patria, en el contexto tan definido por la crítica de un adoctrinamiento conservador por parte de las dos escritoras. Esto se puede deducir de algunas citas del relato, sin embargo donde mejor vemos explicada esta equivalencia es de nuevo en La Gaviota, cuando dice la narradora (segunda parte, cap. XV): “pero tuve otro mal que empeoraba de día en día, y era el ansia por mi patria y por las personas de mi cariño. No sé si es porque España es una excelente madre o porque nosotros los españoles somos buenos hijos; lo cierto es que no podemos vivir sino en su seno”. Por otro lado, el tema literario en el que nos introduce el título, de gran fecundidad durante el Romanticismo, es el amor y la muerte. Ajeno al imposible amoroso que ha configurado toda una geografía de espacios y personajes que recogieron tradiciones convergentes –Werther, Don Juan Tenorio, Don Álvaro y un largo etcétera-, en esa búsqueda del absoluto, que infatigablemente persiguió el artista romántico; en este caso es la vinculación entre el amor familiar y la muerte. Como señalaba Susan Kirkpatrick (2001Kirkpatrick, S. (2001). "Desahogo del alma: el amor y la muerte en la poesía de las mujeres románticas". En Amor y muerte en el Romanticismo, pp. 125-142. Madrid: Museo del Romanticismo., p. 134), la misión de la mujer decimonónica era ser ángel del hogar, cuya razón de ser era el amor, hacia los hijos, hacia sus padres y hermanos, hacia su esposo, hacia su patria como en el cuento. En el final del mismo, la viuda de C., pese a que sus hijos regresan sanos y salvos del combate, pierde el juicio: “¡aquel rostro tan bello de sonrisas y lágrimas queda estúpido!... ¡Ah, Dios mío! –dijo el mayor de los hijos-, ¡qué imprudencia la nuestra! Sentimiento tardío. Aquel corazón tan tierno no pudo soportar tal cúmulo de dichas. Había perdido el juicio”. La desesperación de la madre afligida, la experiencia desgarradora le lleva a ese final fatal, rompe así con una tradición que vinculaba mujer y muerte en la literatura desde perspectivas como la muerte de un hijo, de la madre, de una amiga, de un padre o la propia muerte. Esta temática romántica de amor familiar y muerte contó con un elenco de poetas[7] que lo cultivaron, entre ellas Dolores Cabrera y Heredia, Rosalía de Castro, Faustina Sáez de Melgar o Josefa Estévez de García del Canto.


Como se ha mantenido, fue Frasquita quien proyectó en su hija Cecilia su vocación de escritora. Sus escritos[8] van desde la tertulia a las páginas de un periódico o de un folleto marcadamente persuasivo como la proclama patriótica -“Una aldeana española a sus compatricias” o “Saluda una andaluza a los vencedores de los vencedores de Austerlitz”...-. Uno de los espacios comunes entre ambas escritoras es la manera romántica de tratar la naturaleza y el paisaje; lo hacen desde un tono sentimental, desde una sensibilidad hacia lo sublime como podemos leer en el comienzo del cuento: “El día se había ataviado de su más brillante esplendor, del aire más suave y puro”; más adelante: “un viento fresco y ligero acariciaba como un niño, su brillante superficie” o cuando dice: “el cielo estaba puro como si jamás hubiera estado, como si jamás debiera estar”. Esta misma semejanza, desde el motivo de la pureza del aire, la encontramos en los Extractos de cartas desde Chiclana[9] de Frasquita Larrea, en la carta del 24-5-1806, en Buitrago, donde se acentúa más lo romántico: “el aire estaba tan puro, la atmósfera estaba tan transparente, el rio tan bullicioso y los arboles tan frondosos, que todo parecía encantamiento”. En otra del 13 de junio aparece la misma idea: “Todo estaba tranquilo –el viento callaba- las hojas estaban inmobles, el rio se deslizaba con el mayor sosiego por debaxo de los arcos del puente –era verdaderamente una hora de paz! En semejantes momentos desaparece toda sensación vana é interesada, y los sentimientos puros de amor y benevolencia llenan el alma...”. El contraste en el cuento surge con la tempestad y por tanto con la naturaleza amenazadora y no benigna, creadora de terror e inseguridad, de lo sublime. Leemos en una carta de Frasquita del 17 de mayo de 1806: “el mar, lanzándose entre dos Arcos que su misma violencia ha formado, amenazaba tragarnos al menor tropiezo”. En el cuento leemos: “interrumpían el silencio el bramido de las olas, que parecían pedir su presa, y el agudo silbido del viento, que empezaba, crecía, se hacía poderoso, luego flaqueaba y moría para renacer con más violencia”. Finalmente, la naturaleza actúa conjuntamente con los acontecimientos; es un elemento narrativo más. El presagio de algo terrible que va a suceder, para lo cual hay una serie de vaticinios desde el comienzo del relato, como por ejemplo las palabras de la narradora cuando dice: “siguieron la voluntad de un solo hombre que, ciego de despecho, los llevaba a una muerte segura”, una vez que salen los barcos del puerto y en dirección al combate con los ingleses, se completa con la fusión de la naturaleza, de esa armonía y benevolencia se pasa a la tempestad y la destrucción como lo será el combate: “Se levantó un fuerte viento del sudeste, y gruesas gotas de lluvia vinieron a anunciar la tempestad (…) Apenas se enlutó el cielo, apenas empezó el mar a levantar su seno agitado y terrible, lanzando y rompiendo sus olas espumosas sobre las rocas que casi estaban debajo de las ventanas de la infeliz madre, cayó esta aniquilada en una silla”. La naturaleza y la madre se fusionan en una misma acción desde el alma sensible que trasluce la narradora. Se produce una dependencia en ocasiones entre el estado anímico y sus impresiones del paisaje y la naturaleza. Al respecto escribe Frasquita en una carta del 15 de agosto: “Es también cierto que los diferentes aspectos de la naturaleza nos afectan de una manera análoga a la situación de nuestro espíritu. Quando este está tranquilo, vierte un tinte suave sobre todos los objetos, y aun los sitios mas lóbregos, la inmutabilidad de los lagos, la aridez y el yelo pueden entonces no desagradarnos”.


Otro espacio común es la defensa de los valores patrióticos. Muchos acontecimientos bélicos que iniciaron el siglo XIX contribuyeron a despertar una conciencia ciudadana y patriótica poco común hasta esos momentos. La participación de la mujer en este periodo fue muy limitada, dedicándose principalmente al ámbito de la intendencia doméstica, el altruismo y la caridad, sin embargo, en el contexto de aquellos acontecimientos bélicos se despertó un cierto asociacionismo, tomando como precedente la Junta de Damas de la Sociedad Económica de Amigos del País madrileña y, concretamente en Andalucía aparecieron la Sociedad de Señoras de Fernando VII (1812) y posteriormente la Junta Patriótica de Señoras de Cádiz (1815) a las cuales perteneció Frasquita Larrea. La mayor parte de la literatura que se generó en la época de la Guerra de la Independencia fue de corte propagandístico y patriótico; la mujer está también presente aquí porque se trataba de aunar fuerzas contra el invasor, por tanto algunas mujeres con ese afán de contribuir como los hombres a enardecer el patriotismo y manifestar su adhesión a Fernando VII, escribieron proclamas llenas de fervor contribuyendo, en parte, a la creación de un espacio público de participación. Como ha señalado Marieta Cantos (2006 bCantos Casenave, M.; Durán López, F. y Romero Ferrer, A. (eds.), (2006b). La guerra de pluma. Estudios sobre la prensa de Cádiz en el tiempo de las Cortes (1810-1814) (vol. 1: Imprentas, literatura y periodismo). Cádiz: Universidad de Cádiz., p. 198): 


La realidad es que solo unas cuantas mujeres se animaron a expresar públicamente sus sentimientos y opiniones, y sus escritos fueron publicados en folletos que en ocasiones tuvieron la suerte de ver reimpresos en colecciones patrióticas junto a las proclamas de otros muchos hombres. En casos aún menos numerosos, las mujeres decidieron contribuir con su pluma al debate público suscitado por la división ideológica de la nación y aireado por los papeles periódicos. En este sentido, de alguna manera, la Guerra de la Independencia propició que un escogido número de señoras abandonara el limitado espacio doméstico de su actuación cotidiana, para intervenir con una responsabilidad más o menos relevante en la marcha de los asuntos públicos.


Pese a ello, la participación de la mujer en la literatura fue, como señaló Ochoa, paulatina y todavía excepcional, entre otras razones por la falta de instrucción[10] en muchos casos; no obstante algunas mujeres trataron, y lograron durante este breve periodo, romper los límites impuestos a su condición de mujer, defendiendo su capacidad de pensamiento y su derecho de participación pública, y por ende política. Nos encontramos entonces con las firmas de María Manuela López de Ulloa, María Joaquina Viera y Clavijo, María Francisca de Nava, Vicenta Maturana Vázquez, Agustina Torres o Catalina Maurandy y Osorio[11].


La exaltación patriótica, la animación a la acción y al combate no solo de los hombres sino también de las mujeres contribuyendo materialmente -dinero, joyas...- y con su trabajo a los gastos y necesidades del ejército levantado contra el francés, se encuentra en los folletos de algunas escritoras, entre ellas en varios textos de Frasquita Larrea, como por ejemplo leemos en la proclama “Una aldeana española a sus compatricias”, texto que pudo ser conocido solamente entre un círculo pequeño de amigos, principalmente los que asistían a las tertulias, fechado el 10 de julio de 1808[12]:


Una vez fue noble la inercia de nuestra nación, pues más noble es el reposo que una vana agitación por intereses mezquinos. Pero hoy que el entusiasmo patriótico se ha despertado y que combatimos por nuestra religión, nuestra independencia y por el Rey que Dios nos ha dado; hoy que podemos desplegar las virtudes que la naturaleza ha vinculado en nuestra Patria; hoy, en fin, nos será fácil levantarnos del abatimiento en que el mundo entero nos ha visto abismado. Y nosotras españolas usemos también las armas que nos son propias. Recordemos a nuestros esposos e hijos sus obligaciones. Pintémosles las dulzuras de una muerte en defensa gloriosa de su Religión y Patria (…) ¡Morir o vencer, Españoles! ¡Rogad y persuadid, Españolas!


En otra proclama antifrancesa, “Saluda una andaluza a los vencedores de los vencedores de Austerlitz”, del 25 de julio de 1808, Frasquita Larrea desde una sensibilidad romántica y bajo el seudónimo de Laura, muestra su admiración por Fernando VII al que el general Castaños ha ido a liberar. A lo largo del texto hay una exaltación de los militares heroicos y gloriosos como Castaños, Reding y Lapeña (Cantos, 2006 aCantos Casenave, M. (2006a). Los episodios de Trafalgar y Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y “Fernán Caballero”. Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz., p.75): “Permitid a una Española, orgullosa de vuestras hazañas, regar con flores humedecidas por las deliciosas lágrimas del entusiasmo, la senda de vuestros pasos triunfantes (…) ¡Guerreros magnánimos! El ruido de vuestras hazañas ha despertado esta antigua nación”. Apareció en el libro Demostración de la lealtad española: colección de proclamas, bandos... de Manuel Jiménez Carreño, en 1808. Como folleto fue reimpreso en México en 1808 y 1809. Se difundió durante las Cortes de Cádiz. En el escrito titulado “Chiclana”, aparece la nostalgia, recordando los días de guerra, asedio y ultraje que vivió en aquella población durante la invasión napoleónica; escrito en 1811. Se inicia con una cita de la novela Woman, or Ida of Athens, de Lady Morgan (1783-1859), que hace referencia a la defensa del nacionalismo irlandés frente al dominio inglés. Traza una visión crítica de la situación de España culpando de ella a Godoy, a Carlos IV y a las alianzas con la Francia revolucionaria, a quienes van dirigidas estas palabras (Cantos, 2006 aCantos Casenave, M. (2006a). Los episodios de Trafalgar y Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y “Fernán Caballero”. Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz., p. 78): 


¡Amor de la Patria! (…) Varios intereses pueden distraer el empeño nacional: pero el corazón es siempre patricio (…) ¡Amor indeleble! Acaso si mi Patria fuese libre y feliz no habrían interesado mi corazón las intrigas de su Gabinete, los mezquinos cálculos de su interés comercial o de su ambición legislativa. Pero en su noble infortunio, suyos son todos mis sentimientos. Cantaré sus virtudes, disculparé sus errores y lloraré la falsa política de sus Jefes.


Su implicación en el debate político así como en una visión maniquea y reaccionaria de la propaganda bélica aparece en otros escritos como “El general Elío o lo que son los españoles”, donde muestra su postura anticonstitucional y sus críticas al pensamiento ilustrado que ella ve representado por Voltaire y Rousseau. Critica a los políticos constitucionalistas que califica de jacobinos en el “Fragmento, escrito el día de San Fernando”, y sobre todo en el panfleto más conocido titulado: “Fernando en Zaragoza. Una visión” aparecido en Cádiz en 1814; es una loa a Fernando VII que pese a ello fue calificada de subversiva y anticonstitucional, a través de una comunicación del 2 de mayo de 1814, de la Junta de Censura, que condenó el panfleto. En su respuesta desde su escrito “Contestación a la censura”, del día 9, se muestra crítica respecto a la coyuntura que les ha tocado vivir y lo suficientemente combativa como para pedir que sea la Junta quien modifique su veredicto porque ella no ha hecho más que ejercer la libertad decretada por las Cortes (Cantos, 2006 aCantos Casenave, M. (2006a). Los episodios de Trafalgar y Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y “Fernán Caballero”. Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz., p. 83):


había entendido que el artículo 371 de la Constitución permitía la publicación ilimitada de ideas políticas. Sin más estudio escribí sencillamente y sin ironía, no tanto mi opinión (que esta podría parecerme dudosa) sino lo que había oído en Inglaterra, Francia y Alemania a hombres de letras, lo que había leído en autores estimados y lo que coincidía con mis deseos de conciliar los extremos que la mayor parte de los papeles públicos declaran existentes. Por la censura (…) conozco que he incurrido en falta por no haber mirado con atención el reglamento de la libertad de imprenta [sin embargo] espero de los Señores que componen la junta de censura, se servirán modificar el concepto de subversivo que han atribuido a mi papel. 


Esta misma defensa de la libertad de opinar y escribir, recurriendo al mencionado artículo 371, la vuelve a hacer en su escrito de 1815 titulado “Carta a un joven. Contestación sobre el Obispo de Orense”, es una justificación de la conducta de Pedro Quevedo, Obispo de Orense, que fue presidente del Consejo de Regencia y se negó a jurar la Constitución, por lo que defiende su libertad de manifestar su visión anticonstitucionalista. Apoyándose en el periódico El Español -Blanco White- que desde marzo de 1811 empieza a disentir del planteamiento de la soberanía nacional tal y como lo habían entendido las Cortes de Cádiz, señala que la soberanía del pueblo es una “idea abstracta y disparatada” y que el Obispo no cometió delito alguno al expresar sus ideas políticas. Como señaló G. Carnero (1978Carnero Arbat, G. (1978). Los orígenes del Romanticismo reaccionario español. El matrimonio Böhl de Faber. Valencia: Universidad de Valencia., pp. 24-25) además de la exaltación patriótica destaca su pensamiento reaccionario, resaltando un conservadurismo que considera esencial al pueblo español y que se basa en “lealtad, religión y patriotismo”. Aparece el Rey y la monarquía idolatrados: “el perseguido, el inocente, el amado Fernando”, “príncipe feliz cuanto idolatrado”, “Fernando, semejante á la estrella que esperaban los magos de Egipto”. Insiste en el mantenimiento de la antigua forma de gobierno de la monarquía española, sin contagio con la doctrina revolucionaria francesa. Y finalmente, la execración de los liberales a los que tilda de “turba que se llama liberal por antonomasia”, “sin mas criterio que el de sus pasiones, y sin mas voces que las aprendidas en el diccionario de la revolución francesa”. No solo se da esta exaltación de un Fernando celestial, destinado por la providencia para sacar a España de la postración a que la había conducido la depravada tiranía de Godoy en Frasquita Larrea sino que se observa esto mismo en otras escritoras como M.ª Francisca de Nava o Manuela López de Ulloa, por ejemplo.


Entre los textos conservados hay dos cartas a Blanco White editor de El Español: “Al autor del Español” y “Carta al autor del Español”, ambas del mes de julio de 1814, donde con un estilo más personal y suelto continúa sus reflexiones políticas en ocasiones de una gran lucidez (Cantos, 2006 aCantos Casenave, M. (2006a). Los episodios de Trafalgar y Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y “Fernán Caballero”. Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz., p. 89): “Así es que pienso sean tan pocos los que saben gobernar a los demás porque para esto se requiere prescindir de sus propias pasiones y sentimientos y no dejarse seducir por ideas, tanto más encantadoras cuando que por no tener el fallo de la experiencia, dan margen a que la imaginación les preste un resultado nuevo y feliz”. O las quejas por unos libelos contra Fernando VII aparecidos en unos papeles ingleses, lo que aprovecha para hacer una exaltación de su concepto de nación española. Convencida de que el editor y escritor compartía su causa, le pide que no deserte de la empresa. La adhesión al conservadurismo, la defensa de la religión, la patria y el rey Fernando o la defensa del Antiguo Régimen aparecen también en otros escritos de diferentes mujeres. Hay que considerar que Cecilia Böhl de Faber, aunque de carácter diferente, compartió con su madre una misma ideología tradicionalista y una especial inquina anticonstitucional, por su afección al sistema anterior. Sin embargo el retorno del Rey trajo consigo una férrea censura que se tradujo en la imposibilidad de seguir publicando; Frasquita Larrea siguió escribiendo a lo largo de aquellos años pero no dio a la luz ninguno de sus escritos, terminó volcándose en la carrera literaria de su hija, a quien incitaría a publicar y de quien envió uno de sus primeros relatos a la revista El Artista. Como recordaba Antonio Alcalá Galiano en sus Memorias (Cap. XVIII, 2.ª parte), posteriormente, durante el Trienio liberal, aparentemente las mujeres volvieron a tener un pequeño respiro aunque en realidad nada cambió, por ejemplo podían asistir a las cortes pero tenían que ir vestidas de hombre: 


Acudió a oír los debates numerosa concurrencia, y como no era permitido asistir a ellos las mujeres, siguiéndose desde las Cortes de Cádiz esta juiciosa práctica inglesa, en vez de la franca y actual española, muchas iban vestido el traje de hombre, usando no pocas el talar de los eclesiásticos para tapar sus formas, ya por modestia, ya por deseo de no descubrir imperfecciones.


En el cuento de Böhl de Faber leemos frases que resaltan ese mismo espíritu patriótico, en esta ocasión desde el enfrentamiento contra los ingleses: “velas henchidas de esperanza y elación, sus esbeltos y ligeros pabellones, don precioso de la patria que llevaban como un penacho”, o el símil medievalizante de comparar a los soberbios buques con caballeros armados “saliendo para un torneo con pasos lentos, mesurados y orgullosos”, reflejando a su vez la desolación que sirve para justificar el desenlace: “La desgraciada España, sacrificada a la voluntad de un solo hombre culpablemente temerario, lloraba el día más horriblemente desastroso”. La heroicidad de los españoles contrasta con la visión ridiculizadora y cobarde de los franceses: “hábiles generales Gravina, Álava, Cisneros (…) La señora de C., viuda de un general de marina, tenía tres hijos. ¡Todos tres seguían la gloriosa carrera de su padre y salían en esta armada para arrostrar la furia de los elementos y la brillante estrella de un Nelson (…) Al principio del combate el contralmirante Dumanoir se alejó, llevándose consigo cuatro buques franceses, pasando junto al Neptuno que defendía D. Cayetano Valdés con una firmeza y una intrepidez dignas de la admirable marina española”. Este discurso contra los franceses y el odio a Napoleón es otro espacio común con Frasquita Larrea en escritos como “Napoleón” y “Otra vez Napoleón”.


Concluyo recordando algo que escribí en un trabajo publicado en 2008 sobre la presencia de la mujer en el mundo del libro y en el marco cultural de la Ilustración, titulado ”Impresoras, libreras, editoras... en la industria del libro del Setecientos”, donde llegábamos a la conclusión de que no ha habido una falta de mujeres en la tradición española de las letras como se ha mantenido en muchos momentos sino que lo que se ha producido es una habitual falta de consideración social de la mujer, que es lo que ha propiciado en muchos momentos que las obras y los estudios hayan quedado en el olvido a lo largo de los siglos; una literatura silenciada como se pude apreciar en los distintos artículos de este volumen.

 

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[1]

Francisca Ruiz de Larrea y Aherán nació en Cádiz en 1775 y falleció en el Puerto de Santa María en 1838. Cabe destacar su origen vasco por la rama paterna e irlandés por parte de madre. Perteneció al seno de una familia de comerciantes acomodados. Con la muerte del padre, cuando ella era pequeña, quedaron en una situación económica rayando en la pobreza y se trasladaron madre e hija a Chiclana (Cádiz). Su educación tuvo que ser bastante autodidacta hasta que en 1790 comenzó su relación con Juan Nicolas Böhl de Faber, a lo que la madre se opuso por ser ella católica y él luterano; posiblemente por este motivo estuvieron seis años de noviazgo. Adquirió una notable cultura cuya tutela se atribuye a su marido, no obstante fue una mujer que siempre demostró libertad de criterios. Hablaba inglés y francés, lo que le permitió leer y traducir en algunos casos a Byron -Manfredo- y a su admirada Mary Wollstonecraft. Se carteó con Augusto W. Schlegel, reivindicó a Walter Scott y a Schiller, además de mostrar interés por los clásicos españoles, todo ello hace ver su valoración de la tradición literaria, así como su sensibilidad romántica que declaró en muchos momentos. Mantuvo estrechos lazos de amistad con José J. de Mora, entre otros contertulios que frecuentaban su casa. Después de casarse en España partieron con su madre para Hamburgo; en ese viaje nació la primogénita Cecilia. Los cuatro regresarían de Hamburgo en 1798 y, al año siguiente, nacía la segunda hija Aurora; en 1801 el único hijo varón Juan Jacobo y en 1803 la última de las hijas, Ángela.

Frasquita muy pronto mostró y compartió con su marido inquietudes literarias: participó junto a él en la famosa “querella calderoniana”, donde adoptó el seudónimo de Cymodocea, “C…a”, la heroína de Los mártires de Chateaubriand. También hay que subrayar su apasionamiento por la política, en la que se implicó desde 1808, como otras mujeres, utilizando en algunos textos el seudónimo de “Laura”. En 1805, Frasquita y Juan Nicolás, junto a dos de sus hijos, regresaron a Hamburgo y compraron una hacienda en Görslow, pero Frasquita decidió abandonar la finca familiar y volver a España en 1806, donde había quedado su madre con las dos hijas pequeñas. Con Juan Nicolás se quedaron Juan Jacobo y Cecilia: separación matrimonial que duró seis años y que suponemos debió marcar la infancia de Cecilia, sin referencias de su madre. Frasquita y Juan Nicolás se reunieron con todos sus hijos y la madre de ella a mediados de 1812, iniciando el viaje de vuelta a España en el verano de 1813. Inicialmente vivieron en Chiclana y posteriormente en Cádiz. Juan Nicolás perdió todo su capital debido a la guerra, la casa comercial Böhl alcanzó su quiebra definitiva mediada la década. Logró el nombramiento de cónsul para Hamburgo en 1816. Dos años después, en 1818, empezó su colaboración como delegado en España de la firma Duff Gordon y Cía. En El Puerto de Santa María vivió la familia desde 1821. Saltamos las vicisitudes que tuvieron que vivir a raíz de la represión absolutista en Andalucía desde la llegada de los Cien mil hijos de San Luis. En 1836 la salud de Juan Nicolás empeoró y falleció el 9 de noviembre de ese año. Los dos años que Frasquita sobrevivió a su marido posiblemente fueron tensos en las relaciones con sus hijas, especialmente con Cecilia. Ella falleció el 14 de noviembre de 1838.

[2]

Para el relato La madre o el combate de Trafalgar partimos de la edición publicada en Artículo literario y narrativa breve del Romanticismo español (2004), donde se contrasta el texto traducido y publicado en El Artista con su versión original en francés que publicó posteriormente Camille Pitollet en 1908Pitollet, C. (1908). "Les premières essais littéraires de Fernán Caballero. Documents inédits". Bulletin Hispanique, X (4), pp. 378-396..

[3]

Cecilia Böhl de Faber y Larrea, “Fernán Caballero”. Hija primogénita como ya hemos mencionado de Juan Nicolás Böhl de Faber y de Francisca Ruiz de Larrea, nació en Suiza (Morges, cantón de Berna), el 27 de diciembre de 1796. Vemos por la fecha de nacimiento su proximidad generacional con escritores como el Duque de Rivas (1791), Antonio Gil y Zárate (1793), Agustín Durán (1793) o Manuel Bretón de los Herreros (1796), entre otros, sin embargo fue su propia biografía quien la alejó, le proporcionó una distancia generacional que permitió una evolución que fue más allá del Romanticismo.

Se casó en 1816 con el capitán de granaderos de Infantería Antonio Planells Bardají, bajo el consentimiento de su padre pero, parece ser, que no del de su madre porque apenas lo había tratado durante unos meses y sobre todo porque se trasladaban a Puerto Rico, destino militar otorgado por tres años. En julio de 1817, murió inesperadamente y Cecilia regresó a Cádiz. Después de pasar algún tiempo en Hamburgo junto a su abuela paterna, conoce, si no lo había conocido anteriormente como se ha señalado en alguna ocasión, a Francisco Ruiz de Arco, marqués de Arco Hermoso, militar perteneciente a la aristocracia sevillana, con el que contrajo matrimonio en 1822, convirtiéndose en marquesa consorte. El matrimonio se trasladó a Sevilla tratando allí con la nobleza de la ciudad, y posteriormente a El Puerto de Santa María y a Cádiz. En ese periodo conoció a distintos escritores, concretamente en 1828 a Washington Irving a quien le dio a leer el manuscrito de La familia de Alvareda, quizá no el primero, pues fue redactado en alemán; a manos del americano llegaría una versión castellana con el título Historieta traducida del alemán de una joven española, probablemente debida a Frasquita Larrea. En alemán había escrito otras obras como Sola; Elia lo fue en francés, como La Gaviota. Y quizá también le dio a conocer Magdalena, declara por la misma Cecilia como su primera obra. En el año 1833 vivió un doble acontecimiento, se casaron sus hermanas: Aurora contrajo matrimonio en Cádiz con Tomás Osborne Man, y Ángela se casó en París con el General Gabriel Henri Chatry de la Fosse, del que enviudaría en 1848; durante la estancia de Cecilia en París asistió a los salones de Madame de Recamier donde todo hace indicar que conoció a escritores del momento, entre otros a Chateaubriand. Ese año Cecilia había escrito Sola que se publicó posteriormente en Hamburgo en 1840. En 1835 fallece su marido y queda viuda por segunda vez. En ese año apareció la que se considera su primera publicación, enviada a El Artista, el cuento romántico “La madre o el combate de Trafalgar”. Al año siguiente, 1836, fallecía su padre Juan Nicolás y en 1838 su madre, como ya hemos mencionado. En medio de esas dos fechas, es decir, en 1837, se casó con el pintor Antonio Arrom de Ayala, enfermo de tisis y al que costeó un viaje a Manila para su recuperación. En parte mejorado, cuando mejor parecía irles bien, la traición de un socio llevó a la desesperación a Arrom, que al conocer su ruina se suicidó en Londres, en mayo de 1859 (M. Cantos, 2006 aCantos Casenave, M. (2006a). Los episodios de Trafalgar y Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y “Fernán Caballero”. Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz., p. 29), cuando iba de regreso a Australia. Protegida posteriormente por los duques de Montpensier y la reina Isabel II, se le concedió como vivienda una de las casas del Patio de las Banderas del Alcázar de Sevilla. Tras la revolución de 1868 tuvo que abandonarla y acabó en una casa de la calle Juan de Burgos donde residió hasta su muerte en abril de 1877. En el periodo de su tercer matrimonio fueron apareciendo las principales obras de Cecilia: en El Heraldo, se publicó en 1849, primero La Gaviota donde utilizó el seudónimo con el que ya siempre se la iba a conocer de Fernán Caballero; traducida del francés por José Joaquín de Mora, apareció como folletín al concluir Las dos Dianas, de Dumas, entre el 9 de mayo y el 14 de julio; contó con un artículo reseña que escribió posteriormente Eugenio Ochoa –“Crítica de Don Eugenio Ochoa sobre “La Gaviota”, de Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero)”- y se publicó en dos partes en el periódico La España el 26 de agosto y el 18 de septiembre de 1849. Este último mes y año fue cuando apareció también en El Heraldo La familia de Alvareda, entre el 7 y el 26 de septiembre. A estas obras le siguieron Lágrimas (1850), La Hija del Sol (1851), Clemencia (1852), Un servilón y un liberalito o tres almas de Dios (1855)...; colecciones de cuentos, una de ellas apareció con el título de Cuadros de costumbres; artículos y textos de interés folclórico, desde una base romántica en lo que respecta a la valoración de la tradición y de lo popular; en sus relatos se aprecia la narración de las costumbres, especialmente andaluzas. Es considerada como una escritora de novelas de costumbres.

[4]

Señores editores de El Artista. Muy señores míos (1): Solo mi consternación pudo igualar a mi sorpresa al ver en la entrega 1-2 de su interesante periódico la narración de un hecho visto (y no novela) que había escrito yo en otro idioma por perfeccionarme en la lengua y sin otra pretensión. Pero ambas llegaron a su último grado al volver a leer los renglones con que encabezan ustedes dicha relación, en los que hacen saber que les ha sido remitida por la persona que la escribió.

Aunque es bien cierto que en el corto número de personas que me tratan ninguna reconocerá en la colaboradora de El Artista a una mujer de una vida en sumo retirada y en extremo casera, mucho más cuando las iniciales que le acompañan no son con las que yo firmo; aunque es cierto, digo, que la insignificancia del remitido y la de mi persona son mi mejor incógnito, me debo a mí misma y a mi propia tranquilidad de deshacer un error que no quiero que exista (2).

Yo no he mandado a ustedes la citada relación, no por modestia, que esta implica mérito, sino porque tengo el suficiente discernimiento para saber que lo que estampo por vía de pasatiempo y estudio no merece ni un lugar en su distinguido periódico, ni aun llamar la atención de nadie; pero sobre todo porque tengo por íntimo convencimiento que el círculo que forma la esfera de una mujer, mientras más estrecho, más adecuado a su felicidad y a la de las personas que la rodean, y así jamás trataré de ensancharlo, debiendo a este sistema la felicidad de que he gozado en mi vida como la mano que ha descorrido el velo que cubría el misterio de mis horas de retiro y soledad ha sido la de una madre querida, y su móvil la parcialidad materna, el respeto y el agradecimiento sellan mis labios a mi justa queja (3); pero deseo se sepa que no solo no he pensado jamás en escribir para el público, sino que es mi sistema, tanto en teoría como en práctica, que más adorna la débil mano de una señora la aguja que no la pluma, y es injusto se quejen ustedes que es poco frecuente en España que las personas del bello sexo se dediquen a cultivar la amena literatura.

La severidad e intolerancia del sexo fuerte es la que ha creado la opinión general de ser incompatibles las calidades domésticas y las inclinaciones literarias. Sentado este principio, no hay mujer sensata que quiera sacrificar lo sólido a lo brillante, una virtud a un adorno.

Ustedes estarán persuadidos que cuanto llevo dicho es una ensarta de lugares comunes; mucho más que ustedes lo estoy yo, pero hay lugares comunes que ganan con ser repetidos por ciertas personas, así como hay cierta clase de personas que ganan al decirlo, como al hacerlos regla de comportamiento.

Agradezco infinito el nombre de amable que me dan ustedes por gracia, el que devuelvo a ustedes por justicia.

(1)Borrador sin fecha ni firma.

(2)Aunque la construcción de los últimos renglones del anterior párrafo es algo deficiente, se comprende bien el pensamiento de Fernán.

(3)Queda demostrado con esta carta que D.ª Francisca Larrea de Böhl fué quien manifestó que la que escribía con tanto aplauso y tan enorme revolución hizo en la república de las letras con la aparición de La Gaviota, era ni más ni menos que su hija Cecilia. Un hombre que pasaría por sus propios méritos a la Historia y habrá de quedar esculpido en el templo de la fama, ¿por qué no tenía que conocerse? Si Fernán, por modestia, quiso que su nombre no sonara para nada, su madre, que sentía un legítimo orgullo con los lauros de su excelente hija, no supo ni quiso callarlo. Hay que reconocer que hasta cierto punto estaba justificado. Habría motivos para estar con su primogénita más ancha que larga. Después de todo, la gloria de los hijos es la mejor corona de los padres. Además, ¡los tiempos habían cambiado! [Edición de Fr. Diego de Valencina].

[5]

Cito a través de Javier Herrero y Julio Rodríguez Luis (1982Herrero, J. y Rodríguez Luis, J. (1982). "La Gaviota: intención y logros de Fernán Caballero". En Zavala, I.M. (ed.), Historia y Crítica de la Literatura Española (vol. 5: Romanticismo y Realismo), pp. 363-371. Barcelona: Crítica., p. 364).

[6]

Remitimos a Romero Tobar (2008Romero Tobar, L. (ed.), (2008). Literatura y nación. La emergencia de las literaturas nacionales. Zaragoza: Universidad de Zaragoza.) y a nuestro trabajo (2012 cArroyo Almaraz, A. (2012c). "'América como texto y como pretexto en El Artista'. En Literatura y prensa romántica: El Artista y el Semanario Pintoresco Español en sus aniversarios". Arbor, 188 (757), pp. 937-944.).

[7]

Cito a través de Susan Kirkpatrick (2001Kirkpatrick, S. (2001). "Desahogo del alma: el amor y la muerte en la poesía de las mujeres románticas". En Amor y muerte en el Romanticismo, pp. 125-142. Madrid: Museo del Romanticismo., pp. 134-142).

[8]

Los escritos de Frasquita Larrea se conservan en el denominado Archivo Osborne, -Antonio Osborne Vázquez, Puerto de Santa María, Cádiz; posiblemente proceda del casamiento de Aurora, segunda hija del matrimonio de Larrea y Böhl de Faber, con Tomás Osborne- pero no está permitida su consulta a los investigadores. No hay por tanto posibilidad de ver los originales ya que tampoco se ha hecho una edición facsímil ni una edición completa y revisada de los documentos. Hemos consultado para este trabajo las ediciones de Guillermo Carnero Arbat (1978Carnero Arbat, G. (1978). Los orígenes del Romanticismo reaccionario español. El matrimonio Böhl de Faber. Valencia: Universidad de Valencia.), de Antonio Orozco Acuaviva (1977Orozco Acuaviva, A. (1977). La gaditana Frasquita Larrea. Primera romántica española. Cádiz: Sexta.) y M. Cantos Casenave (2006 aCantos Casenave, M. (2006a). Los episodios de Trafalgar y Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y “Fernán Caballero”. Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz.). Siguiendo las indicaciones de G. Carnero (1978Carnero Arbat, G. (1978). Los orígenes del Romanticismo reaccionario español. El matrimonio Böhl de Faber. Valencia: Universidad de Valencia.) se conservan dos cuadernos que contienen los manuscritos. El primero de 134 páginas con 25 textos (proclamas, folletos escritos principalmente a raíz de la Guerra de la Independencia): “Saluda una Andaluza a los vencedores de los vencedores de Austerlitz en los campos de Baylen”, “Una aldeana española a sus compatricias”, “Anselmo ó las Rocas del Bruch”, “Una noche de Aragón”, “Cintra”, “Andalucía. Una visión”, “Chiclana”, “Calificación del papel titulado Fernando en Zaragoza hecha por la Junta Censoria”, “Contestación a la censura”, “El general Elio ó lo que son los Españoles!”, “Napoleón”, “Fragmento. Escrito el día de S. Fernando de 1814”, “Al autor del Español -Julio 1814”, “Carta al autor del Español -1814”, “Otra vez Napoleón. Avril 1815”, “Carta a un joven. Contestación sobre el Obispo de Orense. 1815”, “Fantasía -en los jardines de la Casa de campo en Madrid... 1817”, “Especulación y corazón”, “Un sueño”, “Fragmento (sobre el Arauco domado)”, “Epidemia de 1819”, “Diálogo entre madre é hija. 1820”, “Reflecciones sobre la contestación dada por el ejército llamado Nacional en la Ysla a la pastoral del Sr. Obispo de Cadiz -enero 1820”, “Carta a un Amigo analizando la proclama del Señor Gefe politico Jauregui...”.

El segundo cuaderno repite algunos escritos del primero y añade y suprime otros, conteniendo en total 18 textos que ocupan 95 páginas: “Chactas”, “Amalia”, “Ela”, “Una Aldeana española”, “Saluda una Andaluza”, “Anselmo”, “Carta a un Amigo”, “Una noche de Aragon”, “Andalucia”, “Suiza”, “Fragmento. La epidemia del año 1804”, “Cintra”, Chiclana”, “Sin título, sobre la crítica de Schlegel a la Fedra de Racine”, “A Mr. B.”, “Carta a Mr. Schlegel. 18 enero 1813”, “Extractos traducidos de Schlegel”, “La Aniquilación -visión traducida del aleman de Jean Paul”, junto a “Notas del viaje a Inglaterra y Alemania 1812-13”, “Fantasia en la Noche Buena de 1816”, “Notas del viaje a Bornos 1824. Anotaciones abril-julio”, “Id a Ubrique. 1824, julio-agosto”, “Id a Arcos y Bornos, 1826. Abril-junio”. De los dos cuadernos y otros manuscritos se realizó una copia parcial que los Böhl enviaron a Nicolás Enrique Julius y que es el ms. 14173 que se conserva en la Biblioteca Nacional de Viena publicado defectuosamente por el P. Becher BBMP, 1931.

[9]

Cito a través de Guillermo Carnero: Los orígenes del Romanticismo reaccionario español: el matrimonio Böhl de Faber, pp. 125-127.

[10]

Según M.ª A. Durán (1982Durán, M.A. (1982). "Notas para el estudio de la estructura social de España en el siglo XVIII". En Durán Heras, M.A. y Capel Martínez, R.M. (coords.), Mujer y sociedad en España (1700-1975), pp. 15-47. Madrid: Ministerio de Cultura.), los datos del censo de 1797 el total de población en España era: 10.541.221 personas, de ellas 5.220.299 eran varones y 5.320. 922 eran mujeres. Madrid contaba con una población de 167.607 personas, de ellas 85.044 eran varones y 82.563 mujeres; con una posible población lectora de unas 50.000 personas.

[11]

Referencia tomada de Marieta Cantos (2006 bCantos Casenave, M.; Durán López, F. y Romero Ferrer, A. (eds.), (2006b). La guerra de pluma. Estudios sobre la prensa de Cádiz en el tiempo de las Cortes (1810-1814) (vol. 1: Imprentas, literatura y periodismo). Cádiz: Universidad de Cádiz., pp. 209-216), “Relación de folletos”.

[12]

M. Cantos (2006 aCantos Casenave, M. (2006a). Los episodios de Trafalgar y Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y “Fernán Caballero”. Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz., p. 73).

 

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