MUJER Y PERIODISMO EN EL SIGLO XIX. LAS PIONERAS / WOMEN AND JOURNALISM IN THE 19TH CENTURY. THE PIONEERS

LAS COLABORACIONES EN PRENSA DE GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA

Paloma Fanconi

Universidad Europea de Madrid

m_paloma.fanconi@uem.es

 

RESUMEN

En este artículo se analiza la presencia de Gertrudis Gómez de Avellaneda en la prensa de su momento, especialmente con sus colaboraciones literarias en prosa que luego publicara bajo el título de Leyendas en su edición de Obras completas, como una contribución de la escritora cubana a un género tan desarrollado en la época del romanticismo.

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA’S CONTRIBUTIONS TO THE PRESS

ABSTRACT

In this article the presence of Cuban writer Gertrudis Gómez de Avellaneda is analysed in the newspapers of her time, especially with a group of literary works that she called Legends in her Obras completas, a major contribution to the development of this important genre in the age of Romanticism.

Recibido: 03-07-2013; Aceptado: 06-04-2014.

Cómo citar este artículo/Citation: Fanconi, P. (2014). "Las colaboraciones en prensa de Gertrudis Gómez de Avellaneda". Arbor, 190 (767): a137. doi: http://dx.doi.org/10.3989/arbor.2014.767n3008

PALABRAS CLAVE: Gertrudis Gómez de Avellaneda; prensa; leyendas.

KEYWORDS: Gertrudis Gómez de Avellaneda; printed press; legends.

Copyright: © 2014 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Attribution-Non Commercial (by-nc) Spain 3.0.

CONTENIDOS

RESUMEN
ABSTRACT
BIBLIOGRAFÍA

 

No fue la Avellaneda una figura literaria que pasara inadvertida en el momento cultural que le tocó vivir, ni por temperamento ni por producción artística. Sus poesías fueron editadas en vida varias veces, sus novelas publicadas exentas en muchas ocasiones, y sus obras de teatro aplaudidas en los más importantes escenarios españoles del momento.


Su vinculación con los medios de comunicación fue bastante asidua y de diversa índole, pero siempre tildada de ese interés por dejar rastro de su presencia literaria y de su personalidad vital.


Estamos, desde luego, ante una de las mujeres más significativas de la cultura española del XIX. Entre sus coetáneas, solo Carolina Coronado y Fernán Caballero fueron tan famosas. 


La Avellaneda debe su popularidad en la vida intelectual del momento a varios factores: sin duda a su fuerte personalidad y agitada vida privada, pero también a su arrollador éxito en el teatro y a la consideración que sus contemporáneos profesaron siempre por su poesía.


Cubrió la faceta de colaboradora en diversas publicaciones, pero abordó también la tarea de fundadora y directora de algunas revistas.


En 1845, emprende la tarea de dirigir un periódico, y lo hace en compañía de Miguel Ortiz, La Ilustración, Álbum de Damas, que en palabras de Inmaculada Jiménez Morell:


“pretendía ser el mejor periódico literario del momento, pues contaba con la colaboración de los más insignes poetas del romanticismo, según su directora” (Jiménez Morell, 1992Jiménez Morell, I. (1992). La prensa femenina en España: desde sus orígenes a 1868. Madrid: Ediciones de la Torre., p. 53).


Sólo salió a la luz un número -el del dos de noviembre- en el que la Avellaneda publica “Capacidad de las mujeres para el gobierno”. Pero, como afirma Jiménez Morel, “es el año en que murió su hija y posiblemente por ello no pudo seguir al frente del periódico” (Jiménez Morell, 1992Jiménez Morell, I. (1992). La prensa femenina en España: desde sus orígenes a 1868. Madrid: Ediciones de la Torre., p. 53).


Quince años más tarde –en 1860- fundó, en su tierra natal, El Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello. Según señala Evelyn Picón Garfield: 


“Varios factores influían en la existencia insegura de las revistas cubanas de la primera mitad del siglo decimonónico, entre ellos esta vigilancia rígida de la censura real, la situación vigente en la Isla vis-à-vis, la trata de esclavos, el temor de una rebelión de los negros, y el decaer de la industria azucarera. Las revistas florecieron (1837-40) pero luego fueron reprimidas (1840-46): resucitaron (1646-49) para luego ser silenciadas (1850-51); y volvieron a resucitar entre 1852-57, el periodo anterior a la vuelta de Gómez de Avellaneda a Cuba. Muchos de estos factores pudieran haber influido en la vida efímera del Álbum Cubano…Pero hubo otros de orden personal: la ausencia de la directora de La Habana cuando acompañó a su esposo a su nuevo puesto administrativo en Cienfuegos; y el tiempo que dedicó a cuidarlo cuando cayó enfermo de fiebre amarilla.” (Picón Garfield, 1993Picón Garfield, E. (1993). Poder y sexualidad: el discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Amsterdam: Editions Rodopi., p. 21)


La dirección de estas dos publicaciones -ambas de poca duración- demuestran que Tula, desde luego, era una mujer interesadísima y muy implicada en la vida cultural del momento.


Como muchos de sus contemporáneos, comienza a darse a conocer como creadora publicando su obra en la prensa. Las primeras colaboraciones de la cubana fueron poesías, que empezaron a ver la luz desde los comienzos de su vida en España, concretamente en Andalucía, donde colaboró con varios poemas bajo el seudónimo de La Peregrina en periódicos como El Cisne de Sevilla o La Alhambra de Granada. (Simón Palmer, 1991Simón Palmer, C. (1991). Escritoras españolas del siglo XIX. Manual bio-bibliográfico. Madrid: Castalia., pp. 318-320).


Sus primeros años en la Península coinciden con el auge de las más granadas manifestaciones literarias del romanticismo hispano, que publicaba versos y estrenaba obras de teatro. Tula practica ambas cosas en cuanto se instala en Sevilla, donde se representa, en el año 1840, su primera obra para la escena: Leoncia.


Es la época de la novela por entregas, y la Avellaneda no se automargina de esta corriente: participa en las más importantes publicaciones periódicas con diversas obras del género, que luego, en muchas ocasiones, serán editadas exentas.


Pero amén de las novelas y las poesías, hay otras colaboraciones en prensa de la Avellaneda a las que la crítica, en diversas ocasiones, ha prestado atención.


En 1843, escribe uno de los cuatro retratos que se publicaron en el Álbum del Bello Secso, con su famoso artículo costumbrista “La dama de gran tono”, al que ha dedicado un brillante estudio José Escobar (Escobar, 1988Escobar, J. (1988). "Narración, descripción y mímesis en el “Cuadro de costumbres”: Gertrudis Gómez de Avellaneda y Ramón de Mesonero Romanos". En Atti del IV Congreso sul romanticismo spagnolo e ispanoamericano (Bordighera, 9-11 aprile 1987): La narrativa romántica, pp. 53-60. Genova: Università di Genova.).


Se ha caracterizado a la Avellaneda, y con razón, como una defensora a ultranza de las mujeres y sus derechos a participar en la vida social y cultural en rango de igualdad con el hombre. Es cierto: su actividad social, su energía personal, episodios como el de su deseo de entrar en la Academia, etc…así lo demuestran. Escribió, a la sazón, varios trabajos sobre la capacidad femenina para distintas actividades públicas, y luego los recogió en el tomo V de sus obras completas, que editó dos años antes de su muerte bajo el subtítulo de Artículos publicados en un periódico el año de 1860, y dedicados por la autora al bello sexo. Son:


“La mujer considerada respecto al sentimiento y a la importancia que él le ha asignado en los anales de la religión”. 


“La mujer considerada respecto a las grandes cualidades de carácter, de que se derivan el valor y el patriotismo”. 


“La mujer considerada respecto a su capacidad para el gobierno de los pueblos y la administración de los intereses públicos”. 


“La mujer considerada particularmente en su capacidad científica, artística y literaria”.


Algunos de ellos, como el tercero, ya habían sido publicados con anterioridad, concretamente en 1845. No cabe duda de que escribir sobre la capacidad de las mujeres para el gobierno de los pueblos no era algo que llamara la atención en un momento en que el trono de España lo ocupaba Isabel II, y defenderlo a ultranza era una manera de ponerse de parte de los ambientes regios en los que, al parecer, pretendía introducirse, aunque nunca los consiguiera. Pues aunque la reconocieron tempranamente muchos intelectuales del momento -la elogiaron siendo muy joven, Alberto Lista, Zorrilla y Carolina Coronado- y el público madrileño aplaudiera sus estrenos con entusiasmo, ni el Palacio ni la docta casa le dieron entrada.


No son estos artículos sobre la mujer, publicados en el Album de lo Bueno y de lo Bello, excesivamente avanzados para su época. La consideración de la condición femenina preeminentemente como lo sentimental y afectivo, el tono y el contenido, hicieron que, como señaló José Antonio Rodríguez en su libro De la Avellaneda: colección de artículos Castillo de González (1868) publicara una carta en El Siglo, en la que afirma: “La verdad es que no han gustado ni a tirios ni a troyanos”. Y añade Rodríguez: “Como que Tula es inferior en este género a todos los demás, lo cual no quiere decir que no merezcan algún aprecio tales trabajos” (Rodríguez García, 1914Rodríguez García, J.A. (1914). De la Avellaneda: colección de artículos. La Habana: Jesús Montero., p. 157).


En su intento de ensalzar los valores femeninos, convierte estos escritos en un elogio de mujeres ilustres, destacando en el de la religión a la Virgen María y a otras mujeres fuertes de la Biblia, sin añadir novedad alguna a lo que la tradición cristiana viniera señalando desde los inicios. Entre las grandes patriotas a Artemisa, Juana de Arco, Mariana Pineda o Agustina de Aragón. Como gobernantes Semíramis, Zenobia, Berenguela de Castilla, Mª Teresa de Austria o María de Molina son objeto de sus elogios. Entre las científicas a Aspasia y, de las escritoras, por supuesto, ensalza a George Sand. Es este último escrito, el dedicado a las artistas, el más combativo -sin duda le tocaba en carne propia- pero no deja de formar parte de este conjunto que no es, ya lo hemos dicho, lo más granado de su vasta producción literaria.


Si estas y otras prosas de Tula para las revistas se puede considerar que no son literarias, como el famoso artículo sobre Luisa Sijea o el titulado “Dos palabras en recuerdo de la autora de los anteriores versos”, refiriéndose a María Verdejo y Durán, malograda poetisa española etc…, los que recogió bajo la denominación de Leyendas, en el tomo V de sus Obras completas en 1871Gómez de Avellaneda, G. (1871). Obras literarias, colección completa (tomo V). Madrid: Imprenta y Esterotipia de M. Rivadeneyra., indudablemente sí lo son.


Sus títulos son: La velada del helecho o El donativo del diablo; La bella toda y Los doce jabalíes (vasca); La montaña maldita (suiza); La flor del ángel (vasca); La ondina del lago azul; La dama de Amboto (vasca); Una anécdota de la vida de Cortés; El aura blanca; La Baronesa de Joux; El Cacique de Turmequé.


Todas ellas se publicaron en prensa y algunas, como La baronesa de Joux, pronto vio la luz editada en un libro exento en 1844.


Como es sabido, en el tiempo del Romanticismo, la narración breve halló en los periódicos un cauce inigualable para su difusión. El Semanario Pintoresco Español, donde publicó Avellaneda La velada del helecho y La montaña maldita, recogió las obras de muchos otros escritores: Fernán Caballero, Carolina Coronado, Núñez de Arce y un largo etc…que poblaron las páginas de la publicación ilustrada con sus cuentos y consejas. También en el Álbum Cubano de lo Bueno y de lo Bello insertó algunas de estas narraciones


Teniendo muy presente las palabras que el profesor Baquero Goyanes dedica en su famoso libro El cuento español del romanticismo al realismo: 


“Bueno será recordar ahora, para completar tal evocación, que en esos años, los del romanticismo, no sólo se carecía de una imagen adecuada de lo que por cuento entendemos hoy, sino también de una mínimamente precisa terminología” (Baquero Goyanes, 1992Baquero Goyanes, M. (1992). El cuento español del Romanticismo al Realismo. Madrid: CSIC., p. 6)


Por eso, a veces, los románticos -y entre ellos nuestra escritora- utiliza indistintamente palabras como tradición, cuento e incluso novela para designar este tipo de narraciones. Efectivamente, y siguiendo de nuevo a Baquero Goyanes: 


“En el cuento romántico tienden a fundirse varias especies características de la época: la tradición, la leyenda, la balada, el cuento fantástico, el cuento popular, el cuadro de costumbres […]


Lo que el Romanticismo viene a resucitar es la forma de narración breve y lo que a ella aporta es su dignificación literaria. El cuento popular, el cuento de viejas, es recogido, revalorizado por los románticos atentos a la vez a las leyendas y tradiciones del pasado, y a los aspectos pintorescos que la sociedad de su tiempo ofrecía a su consideración.


Cabe, por tanto, a los cuentistas románticos el haber conseguido categoría literaria para un género normalmente tenido por ínfimo y despreciable” (Baquero Goyanes, 1992Baquero Goyanes, M. (1992). El cuento español del Romanticismo al Realismo. Madrid: CSIC., pp. 15-16).


Y estos relatos de la Avellaneda son, desde luego, una contribución a tan importante tarea. Una contribución pequeña -no son más que diez- pero significativa, que la sitúa, como venimos diciendo, en la línea de “escritora de su tiempo” que ya hemos señalado.


En esta línea de adscripción genérica de este tipo de relato, la profesora Ángeles Ezama Gil publicó un artículo en 2011Ezama Gil, A. (2011). "Los relatos de viaje de Gertrudis Gómez de Avellaneda". Anales de Literatura Española, 23, pp. 323-351. en la revista Anales en la que clasifica como relatos de viajes La dama del Amboto y La flor del ángel, tras haber realizado la encomiable tarea de localizar la publicación en prensa de la serie que cuenta “Mi último viaje a los Pirineos”, viaje que hizo en compañía de su marido en el verano de 1857. Efectivamente, como señala la profesora Ezama, los relatos, cuando fueron publicados por primera vez, es decir, en prensa, iban precedidos de una carta, o más bien, insertos en una carta que la Avellaneda dirigía o al director o a los lectores del periódico en cuestión, en el caso que analiza la profesora Ezama, el periódico El Estado, aunque luego las reprodujeron otros.


Son varias las leyendas ambientadas en Suiza. Las mencionadas La velada del helecho y La montaña maldita entre ellas. Y en esa conjunción con el mito, es destacable la segunda. Fue La montaña maldita una leyenda de la Avellaneda que destacara Cueto en sus comentarios:


“Recordemos, sin embargo, La Montaña maldita, una de las más breves, pero la que encierra acaso, entre todas, más provechosa y severa enseñanza. Una madre, pobre y abandonada, que no alimenta en su corazón más vida ni más ilusión que su hijo, se presenta en una noche triste y fría a pedir hospitalidad y consuelo al hijo de sus entrañas, que vive opulento en una esplendorosa quinta, situada a la falda de una montaña feraz y pintoresca. El hijo desnaturalizado, no contento con arrojar sin piedad a su madre de su casa, la insulta y escarnece bárbaramente delante de sus criados, hasta que la dulce y paciente madre, cansada al fin de tanto ultraje, y órgano en aquel momento de la ira divina, maldice al hijo, sus riquezas y hasta la montaña que habita. Huye en seguida de aquella mansión de crueldad y de ingratitud. Se oye un estrépito horroroso, y al día siguiente los habitantes de las comarcas cercanas solo ven esterilidad, cadáveres y escombros donde antes reinaban lozanía, la vida y la abundancia.” (Gertrudis Gómez de Avellaneda, 1871Gómez de Avellaneda, G. (1871). Obras literarias, colección completa (tomo V). Madrid: Imprenta y Esterotipia de M. Rivadeneyra., p. 410).


Efectivamente, en el cuento popular –y de este origen tenía muy clara conciencia la Avellaneda- suele encerrarse una condena moral de algún vicio o error. Tal es el caso de esta, como señala Cueto, y de otras. Pero quiero fijarme ahora especialmente en el carácter popular de las mismas, en el sentido de explicar un hecho natural de manera mítica, algo tan ancestral en el ser humano y tan común a tantas culturas. Las colecciones de cosmogonías habitan la literatura oral de todos los pueblos. ¿Por qué se produce tal fenómeno de la Naturaleza? Y se explica con un mito, precisamente porque no se entiende. Ahí radica una de las principales bellezas –a mi parecer- de las leyendas en general y concretamente en las que nos ocupan: las de la Avellaneda. La propia autora nos indica la montaña a la que se refiere: el macizo de Blumlisalp, un macizo de los Alpes suizos en el cantón de Berna. Es, efectivamente, rocoso y árido, sobre un valle verde y frondoso. Su magnitud colosal hace que destaque sobremanera en el conjunto del paisaje. ¿Cómo explicar su aridez? Y la imaginación popular inventa una historia para justificarlo.


Es esto lo que sucede también, por ejemplo, en La flor del ángel. Una leyenda que explica míticamente la existencia de la flor de la abeja, flor muy común en toda la Península y que nuestra autora sitúa en esta ocasión a orillas del Deva, en el País Vasco. 


De tradiciones vascas tratan dos más: La bella Toda y Los doce jabalíes, que en realidad son dos relatos, y La dama del Amboto.


La Dama del Amboto es, al igual que La Montaña maldita, una explicación de la Peña del Amboto que “sirve de corona a la montaña de Echaguren”. Es la peña donde habita la fratricida María Urraca, desde la que se arrojó y donde fue enterrada un año después de haber matado a su hermano, lanzando un venablo sobre el negro caballo del joven, que, al caer por un precipicio, falleció.


“Desde entonces la peña que corona el monte Echaguren –en que aquél existió- fue llamada Amboto, que significa- traducido literalmente- allí arrojar; porque en el vascuence casi no se conoce de los verbos sino el infinitivo. Atendiendo a ello, la palabra Amboto tiene su verdadera versión en la frase: -de allí fue arrojada. Desde entonces, añade también la tradición, el alma de la fratricida vaga errante por las hondas entrañas del abismo, saliendo solo para anunciar desastres.


Los días en que la cumbre de la montaña aparece envuelta en densos nubarrones, los pastores retiran sus rebaños, los labriegos se acogen al caserío abandonando las campestres faenas, y los marineros se guardan bien de dejar el puerto para confiarse a las olas…porque es fama que por tales signos se conoce que la dama del Amboto se ha escapado de su tumba y anda por ahí presagiando desgracias.” (Gómez de Avellaneda, 1871Gómez de Avellaneda, G. (1871). Obras literarias, colección completa (tomo V). Madrid: Imprenta y Esterotipia de M. Rivadeneyra., p. 155)


Hemos señalado antes, citando a Baquero Goyanes, la indefinición del género que nos ocupa en la época del romanticismo. En el título de La dama del Amboto añade la autora: “tradición vasca”.


Porque efectivamente, el carácter tradicional y el origen oral son rasgos definitorios del género en sí mismo. De esto eran muy conscientes los autores del momento y la Avellaneda en particular. De hecho, La velada del helecho comienza haciendo referencia a la conveniencia de acercarse a estos cuentos oralmente mejor que por escrito:


“Al tomar la pluma para escribir esta sencilla leyenda de los pasados tiempos, no se me oculta la imposibilidad en que me hallo de conservarle toda la magia de su simplicidad, y de prestarle aquel vivo interés con que sería indudablemente acogida por los benévolos lectores (a quienes la dedico), si en vez de presentársela con las comunes formas de la novela, pudiera hacerles su relación verbal junto al fuego de la chimenea, en una fría y prolongada noche de Diciembre; pero, más que todo, si me fuera dado trasportarlos de un golpe al país en que se verificaron los hechos que voy a referirles, y apropiarme el tono, el gesto, las inflexiones de voz con que deben ser realzados en boca de los rústicos habitantes de aquellas montañas. No me arredraré, sin embargo, en vista de mis desventajas, y la tradición –cuyo nombre sirve de encabezamiento a estas líneas- saldrá de mi pluma tal cual llegó a mis oídos en los acentos de un joven viajero, que –tocándome muy de cerca por los vínculos de la sangre- me perdonará sin duda el confiársela a la negra prensa, desnuda del encanto con que la revestía su palabra” (Gómez de Avellaneda, 1871Gómez de Avellaneda, G. (1871). Obras literarias, colección completa (tomo V). Madrid: Imprenta y Esterotipia de M. Rivadeneyra., p. 3)


Efectivamente, esta leyenda, como La Montaña maldita, le fueron relatadas a Tula por boca de su hermano Manuel, lo declara en nota, en la misma página, la propia autora: “La autora alude a su hermano D. Manuel, que, habiendo viajado largo tiempo por casi toda Europa, le proporcionó –con apuntaciones curiosas- los argumentos de algunas de las leyendas que contiene este tomo” (Gómez de Avellaneda, 1871Gómez de Avellaneda, G. (1871). Obras literarias, colección completa (tomo V). Madrid: Imprenta y Esterotipia de M. Rivadeneyra., p. 3)


Pero es curioso, por ejemplo, el cambio que para resaltar este carácter oral realiza la autora tiempo después al escribir la leyenda de La bella Toda y Los doce jabalíes. Dos tradiciones de la Plaza del Mercado de Bilbao. En ella introduce directamente al personaje que le cuenta las historias:


“En el verano de 1858 pasé con mi marido algunos días en la limpia y bonita ciudad que es capital de Vizcaya. Durante aquella breve temporada tuvimos ocasión de estrechar relaciones de afectuosa amistad con una apreciabilísima familia del país, de la cual era miembro la amable persona que tuvo la condescendencia de acompañarnos en todos nuestros paseos y pequeñas excursiones, desempeñando con admirable inteligencia el cargo de cicerone. Una hermosa tarde de Agosto me hallaba con ella en la antigua Plaza Mayor –hoy del Mercado- y sin saber la causa, me sentí súbitamente poseída de cierto sentimiento de vaga melancolía, que no pudo escapársele a mi perspicaz compañera.


-Usted tiene maravilloso instinto de poeta. Me dijo de pronto, interrumpiendo el silencio que guardábamos ambas hacía algunos minutos. Su corazón se siente conmovido como si adivinase que el sitio en que estamos ha sido teatro en otros tiempos de dramáticos hechos, que la tradición ha transmitido a los nuestros.” (Gómez de Avellaneda, 1871Gómez de Avellaneda, G. (1871). Obras literarias, colección completa (tomo V). Madrid: Imprenta y Esterotipia de M. Rivadeneyra., p. 62) 


Y es esta narradora la que continúa contando la tradición de La bella Toda y luego la de Los doce jabalíes.


Diez años como mínimo separan La velada del helecho de La bella Toda, y una gran experiencia literaria y especialmente dramática.


La leyenda es un género que comparte rasgos con la poesía y con la novela. La Avellaneda aúna a esto el género teatral. La conveniencia de “apropiarme el tono, el gesto, las inflexiones de voz con que deben ser realzados en boca de los rústicos habitantes de aquellas montañas”. Fue sustituida en la leyenda vasca a la que nos estamos refiriendo, por una lugareña presente en el texto.


Nada une La bella Toda a Los doce jabalíes, solo el lugar donde se desarrollaron los hechos: la plaza del mercado de Bilbao, a la que Tula se refiere como “teatro”.


De La velada del helecho, que fue publicada por primera vez en el Semanario Pintoresco en 1849, se hicieron varias ediciones posteriores. En 1857 en la imprenta madrileña de “Las Novedades” en un volumen. Los ejemplares se agotaron en pocos días. Dos años más tarde en 1859 fue impresa, como una novela, en Nueva York por “The Chronicle”. En 1871Gómez de Avellaneda, G. (1871). Obras literarias, colección completa (tomo V). Madrid: Imprenta y Esterotipia de M. Rivadeneyra. volvió a editarse, esta vez por la Imprenta M. Rivadeneyra de Madrid en el volumen V de las Obras completas de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga, reeditada en 1914 por el centenario de la autora.


La leyenda fue versionada por la propia autora para el teatro y se puso en escena bajo el título de El donativo del diablo. El 4 de octubre de 1852 se estrenó en el madrileño Teatro del Príncipe con la presencia de los reyes de España.


El gusto de los románticos por lo legendario, y esta presencia de lo legendario en el romanticismo, con lo que tiene de misterioso, temible, terrorífico, se manifiesta en la prosa de la cubana en párrafos como el siguiente, de La dama del Amboto, que se insertan por naturaleza propia en la prosa de su momento:


“El firmamento se cubre de negros nubarrones, que envuelven en sus densos pliegues las cimas de las montañas; cruzan entre ellas los relámpagos como serpientes de fuego; retiemblan seculares árboles al rudo impulso del viento silbador; retumba pavoroso el trueno por los montes y los valles, y todos huyen despavoridos, buscando albergue que los defienda de aquellas iras del cielo” (Gómez de Avellaneda, 1871Gómez de Avellaneda, G. (1871). Obras literarias, colección completa (tomo V). Madrid: Imprenta y Esterotipia de M. Rivadeneyra., p. 51). 


“Lo que el Romanticismo viene a resucitar es la forma de narración breve y lo que a ella aporta es su dignificación literaria […] Cabe, por tanto, a los cuentistas románticos haber conseguido categoría literaria para un género normalmente tenido por ínfimo y casi despreciable” (Baquero Goyanes, 1992Baquero Goyanes, M. (1992). El cuento español del Romanticismo al Realismo. Madrid: CSIC., p. 16).


Y en esta tarea, en la fusión genérica, en gusto por lo breve, por lo fragmentario, por lo misterioso, por lo tradicional, la Avellaneda también estuvo inserta en su tiempo. No fue en esto la briosa Fernán Caballero ni el genial Bécquer, pero quería señalar con estas palabras que en la leyenda romántica publicada en prensa en la época de Romanticismo, la Avellaneda, la gran Tula, también algo aportó. 


En su imprescindible artículo, la profesora Ezama señala que el objetivo primordial de la Avellaneda al relatar algunas leyendas ambientadas en el País Vasco era: “recoger las tradiciones de las provincias vascongadas”. Reproduce este artículo una carta que nuestra autora escribió al director del Diario de la Marina donde lo manifiesta claramente. Quizá por ello, al seleccionar de sus escritos los que quería dejar para la posteridad cuando, dos años antes de su muerte, ya enferma, preparó la edición de sus Obras completas, seleccionó de ese conjunto de publicaciones en prensa, fundamentalmente las “tradiciones”, y las denominó “leyendas”. Suprimió las cartas a los directores que las precedían cuando las envió a la prensa. Posiblemente, porque, como señala el profesor José Antonio Rodríguez García:


“lo mejor de cuanto la poetisa incluyó en el Álbum Cubano [podríamos generalizar prensa] bien cuidó de recogerlo en la colección de sus obras; lo restante, a la verdad, no merecía los honores de la inclusión, porque pertenece al número de esas cosillas que todos los escritores fecundos redactan al correr de la pluma e impelidos por las circunstancias o la necesidad: satisfacen, de momento, “el fin para que fueron” escritos, pero se quedan fuera de los umbrales del regio alcázar del arte.”

 

BIBLIOGRAFÍATop

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