RESEÑAS DE LIBROS/BOOK REVIEWS

 

RESEÑA DEL LIBRO "EL PODER DE LOS SANTOS. VALOR POLÍTICO DE LAS IMÁGENES RELIGIOSAS"

 

José Miguel Marinas
El poder de los santos. Valor político de las imágenes religiosas
Madrid: Los libros de la Catarata, 2014.

 

En las últimas décadas hemos vivido hipnotizados por los procedimientos dominantes empeñados en descifrar el hecho sociológico como entidad autónoma que acababa gravitando en un limbo sin tiempo y sin espacio. Con el general descrédito del análisis histórico y la relativización de lo políticamente correcto, se avanzaba hacia una teorización en el vacío donde la interpretación de los hechos culturales, la concurrencia de factores simbólicos y la interacción entre diversas disciplinas científico sociales (filosofía, sociología y psicoanálisis) tenían escasa o nula cabida.

Por eso reconforta volver a la sensatez hermenéutica y al análisis crítico mediante el cruce de dos conceptos ciertamente distantes: política y santoral que de la mano de José Miguel Marinas se entreveran de forma cabal en su logrado intento de descifrar la significación política del santoral cristiano católico. De este modo, el amplio trabajo de Marinas de comprensión del síntoma comunitario en las actuales sociedades de consumo tiene su continuidad en el estudio de nuestras archai culturales, en la medida de que el santoral pone en relación las comunidades reales de advocación y sus correspondientes formas de sociabilidad y de significación política.

Desde el capítulo primero, el autor va a situar su reflexión sociopolítica e iconológica dentro de la cultura barroca, en tanto en que ésta se opuso por medio de las imágenes al anti-imaginario y la iconoclastia de la Reforma. Ahora bien, el entendimiento del universo barroco por parte de Marinas no es tanto granjería y orla, cuanto aviso pensado del imaginario barroco y potencia actora de su impacto en las formas de sociabilidad y de comportamiento político, participando de la idea de entender el barroco como un arte de contenidos y no solo de formas; por ello es preciso leer en profundidad las raíces sociales y culturales de las imágenes barrocas del santoral, dado que encarnan y transmiten vidas ejemplares (santas) que se convierten en poder aglutinante de la comunidad, ad intra dando coherencia; y ad extra procurando resistencia de la propia cultura frente a las demás.

Y dado que toda imagen venerable es una forma-puente entre lo sagrado que representa y lo santo que lo oficia, Marinas se dispone a revelar el sustantivo paso de lo sagrado a lo santo, mostrándonos cómo lo sagrado (mysterium tremendum) es el lugar donde radica el poder, el lado telúrico de la fuerza, el sortilegio para beneficiar a propios y dañar a foráneos. En suma, lo sagrado es la manifestación que interpela al hombre completamente, exigiéndole a su vez una entrega total: la del sacerdote, la del sabio. Por todo ello lo sagrado es lo separado y apartado, lo que es inmune al deterioro del tiempo, lo oculto que subyace a cada instante en la biografía legendaria de la figura-símbolo de cada uno de los santos.

De ahí, que lo sagrado requiera del símbolo (santo), porque solo mediante éste pueden emerger a la luz los aspectos no triviales de la existencia, aquéllos que tienen que ver con el contacto con la otredad sagrada. Por tanto, lo santo (mysterium fascinans) es lo que se acuña como mediador y a la vez frontera, entre lo normal de la vida profana y lo inaccesible de lo sagrado, quedando reservado para lo ordenado por los iniciados, que establecen el sentido de las palabras y celebran los ritos.

Lo santo, se convierte así, en el reservorio de posibilidades no actuadas (de lo sagrado) que se pueden poner en acto en el aquí y ahora de la vida cotidiana y funcionan como tótems que representan y actualizan, mediante el ritual, el secreto de la vida en común (el cañamazo entre lo sagrado y lo santo, entre difuntos y vivos). Separaciones binarias que son, simultáneamente, inquietantes y necesarias, pues desvelan que toda comunidad se forma no de manera homogénea, sino que siempre está atravesada en su interior por una escisión fundante: sagrado/profano (Durkheim), razón/inconsciente (Freud), burocracia/carisma (Weber).

El corazón, además de entraña es símbolo convertido en distintivo encarnado de la caridad y misericordia propia del ethos cristiano. Para el barroco es evidente que el corazón es un emblema cuyo campo magnético irradia al resto de ámbitos culturales. Por ello, según Marinas, las representaciones sociales del corazón tienen siempre una dimensión ético-política, pues tienden a sustituir lo abierto de la comunidad por la pertenencia, excluyendo o dividiendo voluntades entre buenos y malos. Y así de la imagen amable y cordial del Corazón de Jesús (símbolo de la religión del amor) se pasa a Cristo Rey que, en la práctica, viene a ser como un general de los ejércitos católicos puestos en marcha en la guerra Cristera mexicana y en la guerra Civil española. Contiendas de las que hace sucinta reseña para venir a interpretar la mutación del Sagrado Corazón en Cristo Rey como una transformación impuesta por la Iglesia que, con Cristo Rey, recupera al dios de las batallas. Marinas ilustra esta tesis con un par de notas sobre los iconos de Jesús Cristero del cerro del Cubilete (en Guanajuato, centro geográfico de México) y de Cristo Rey del cerro de los Ángeles en Madrid (centro geodésico de España).

Quizá cabría argüir que Marinas se fija en una contraposición extrema, sin cuidar iconografías intermedias como las del Señor del Perdón, con Cristo arrodillado sobre el globo terráqueo en acto de ofrecer al Padre su pasión para la redención de la humanidad. Ahora bien, probablemente el debate de fondo no sea tanto iconográfico como hermenéutico, pues gira en torno a la interpretación que del barroco se haga, participando el autor, a nuestro entender, del modelo de Maravall, esto es, entender la producción simbólica del barroco como instrumento de la ideología dominante para controlar y dirigir, mediante un proto-conductismo social, a la naciente sociedad de masas del siglo XVII.

Frente a esta hermenéutica cabe argüir otra interpretación del barroco, más allá del modelo maravalliano y que hemos defendido en “Ser barroco” (Soldevilla. 2013), según la cual la cultura barroca participa de una filosofía que culminará con el saber psicoanalítico, esto es, la de una ontología del autoconocimiento cuya dirección de la cura tiene como meta el autodominio prudente; y cuyo implícito es la revalorización de la cultura contemplativa y reflexiva, para así poder hacer frente a la manquedad constitutiva del ser humano (la falta originaria) y su proverbial tendencia al exceso en la procura de satisfacción absoluta (al plus de goce).

Y es que la modernidad, al apostar por el logos y la primacía de la acción, se ha visto abocada a la ceguera contemplativa. Sin embargo, el distanciamiento respecto a la prioridad de la acción es una de las principales características de la cultura barroca, que apuesta por el autoconocimiento y la reflexión contemplativa, una de cuyas sustantivas dimensiones es el fervor de las advocaciones religiosas.

Así, frente a la expansión maximalista de la socialización tecnológica, el mundo tradicional de las advocaciones no sólo sobrevive, sino que resurge cobrando nuevas dimensiones y procurando recursos paliativos a la multiplicación progresiva de los nuevos síntomas nerviosos: hiperactividad y burnout o manifestación de fatiga crónica. Nuevas nosologías que revelan el profundo malestar ontológico de nuestras sociedades en crisis, caracterizadas por el síndrome que las asiste: “el cansancio”, según feliz expresión de Byung-Chul Han (“La sociedad del cansancio”, 2014); pues, según este autor, vivimos tiempos en los que el frenético modelo de hiperactividad y rendimiento, acaba por dejarnos exhaustos y deprimidos, intentando conseguir, en vano intento, los ideales de éxito, poder y dinero; mientras nos hace olvidar el paradigma de la vida contemplativa, ligada a la experiencia del ser, según la cual lo santo, lo bello y lo perfecto son invariables e imperecederos. Desde esta perspectiva, cabría entender el actual resurgir de las prácticas alternativas al frenesí consumista, entre las que se encuentra la contemplación, y donde cabrían las advocaciones religiosas, dado que posibilitan un no-hacer sosegado y reflexivo, verdadero antídoto frente a la hiperactividad propia del supermercado cósmico.

La moderna cultura del consumo busca siempre imágenes nuevas y, quizá por ello, para muchos autores dicha cultura ha realizado un sustantivo giro visual, convirtiéndose en un verdadero “régimen escópico”. Por esta razón, en el último capítulo del libro, se aborda el actual consumo de imágenes religiosas. Este énfasis en el incremento de la pulsión escópica, de mirar y de conquistar lo deseado con la mirada es una clave, según Marinas, de la continuidad del culto de las imágenes del santoral, cuyo mercado tiene su paradigma en el barrio de Tepito de la ciudad de México y cuya significación sociopolítica, según nuestro autor, no pretende otra estrategia que la extensión del poder a través de la formación de súbditos y la anestesia de los ciudadanos.

A nuestro parecer, una matización serviría, quizá, para suavizar unas conclusiones en exceso categóricas, según las cuales el desmesurado poder colonizador de la oferta sobre la demanda de imágenes santas, presenta este mercado de lo santo cuyo estratégico propósito no es otro que el de conseguir la subalternidad de las gentes. El matiz vendría de la mano de Carlos Monsivais cuya interpretación en “Los rituales del caos” (2012) de la cultura capitalino-federal mexicana es más benevolente y empática. Recordemos las pasmosas parábolas de la cotidianidad donde Monsivais enfatiza el reverdecer del flujo popular que conforma el caos geo-demográfico de la Ciudad de México, el único lugar donde conviven el: “auge de lo diverso que admite la convivencia contradictoria y complementaria de la Virgen de Guadalupe, Julio César Chávez, el enmascarado de Plata y los coleccionistas de pintura virreinal”; y, naturalmente, también el caos, en el sentido de marejada de relajo y contemplación, para peraltar así mejor el sueño de esperanza y trascendencia, dentro del mismo seno del consumismo parafernalio.

Ahora bien, este es un libro que simultáneamente a sus contenidos explícitos, también nos habla del conocimiento genuino, que es siempre el resultado de un proceso de ida y vuelta, que arranca de una ingenuidad prerracional, alcanza lo racional, pasa luego a someter éste a la crítica y, finalmente, desde la lucidez conseguida, se retorna al misterio. En este contexto, empuje crítico y empuje espiritual vienen a ser lo mismo, dado que la comprensión hermenéutica implica empatía que reactualiza los sentimientos, motivos y pensamientos de la memoria.

Pero, como el barro, la memoria se va haciendo mientras se trabaja. Ejercicio de memoria que simultáneamente es un placer y un riesgo. Pues la escritura ordena recuerdos, ideas y emociones, pero también hiere. Porque nada cierra la herida respecto al mysterium mágnum de nuestra relación con lo sagrado y lo santo, ni siquiera el orden de la escritura. Por eso, en medio de la sorprendente riqueza que nos lega el libro de José Miguel Marinas, quizá su principal aportación sea la de interpelar a sus lectores, para que elaboremos nuestras propias preguntas y respuestas, respecto a ese horizonte de ultimidades que constituye el misterio sagrado de nuestro arcano futuro.

 

Por Luis Carlos Soldevilla Pérez
Universidad Complutense de Madrid

 

Copyright: © 2016 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Attribution (CC BY) España 3.0.