RESEÑAS DE LIBROS/BOOK REVIEWS

 

RESEÑA DEL LIBRO "HOY LAS CIENCIAS ADELANTAN QUE ES UNA BARBARIDAD. LA VIDA COTIDIANA DEL CIENTÍFICO EN ESPAÑA"

 

Miguel Álvarez Cobelas. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. La vida cotidiana del científico en España. Madrid: Ediciones Calle de las Aguas, 2016, 600 + 560 pp.

Lo primero que sorprende al abordar este libro es su extensión y el número elevado de capítulos, pero a la vez llama la atención tanto el título que se les ha puesto a muchos de ellos como el del libro: frases de canciones, dichos populares, medias adivinanzas… Esto despierta la curiosidad del lector. Los capítulos son muy diferentes, y no solo en longitud; unos son muy coloquiales y otros más profundos, lo que nos muestra la cultura y erudición del autor. Algunos llevan consigo un trabajo de búsqueda y recopilación de datos, a veces no fáciles de obtener, que ilustran muy bien la idea que nos presenta el científico escritor.

Su objetivo principal consiste en contarnos cómo se hace la ciencia en España de una forma entretenida. Se aleja mucho de una publicación meramente científica, pues considera muchos puntos de vista, aspectos históricos, sociológicos, literarios… cosa que hace que se disfrute de la lectura, aunque acabe abrumándonos la erudición. Quiere ser una descripción del trabajo cotidiano de los científicos, que junto a los médicos son la profesión más valorada por los españoles, aunque no se sepa muy bien el porqué, ya que no parece ser muy atractiva para la sociedad a la hora de escogerla como profesión, ni ahora ni históricamente. El texto pretende señalar las condiciones de la investigación en España, muchas de ellas independientes de la crisis, aunque indudablemente afectadas por ella, y que descansan grandemente en decisiones políticas, matizadas por nuestra idiosincrasia y nuestra cultura.

El libro no está escrito solo para dar a conocer a la sociedad cómo es el mundo científico, también quiere llegar a interesar a las personas que participan en el desarrollo de esta actividad, quienes reconocerán todas las críticas señaladas y todos “los palos en las ruedas”, puestos generalmente por la administración. Pero, aunque pesimista, propone vías de solución, reconociendo que no son fáciles, ya que desde las altas instancias tampoco hay interés y, lo peor, ni siquiera ven la necesidad de cambiar de actitud hacia la ciencia y la tecnología. De hecho, la falta de conocimiento refleja el escaso interés de los políticos por la ciencia, aunque no se priven de utilizarla para adornarse cuando hay algún logro o cuando se presenta un problema científico o técnico que afecte a la sociedad. Desgraciadamente en este caso rara vez están dispuestos a emprender las vías propuestas por los científicos para remediarlo.

Como investigador del CSIC que es, Miguel Álvarez Cobelas centra su libro en esa entidad, pues las universidades son más diferentes unas de otras y, como señala, tienen un objetivo añadido, la docencia, muchas veces muy difícil de compatibilizar con la investigación, si se quiere hacer bien todo.

Conforme va avanzando el lector por el libro, ve que el texto no deja aspecto por tratar, aunque le dedique dos páginas. Son pinceladas sobre aspectos comunes de la vida diaria del científico, aunque en ocasiones resulte excesivo que sean tan pormenorizadas y que contemple tantas individualidades. Hay una serie de capítulos (3, 5, 9, 31, 44…) donde se indican aspectos en los que el científico se comporta como el resto de los mortales y surge la pregunta: ¿es que tendría que haber sido diferente? No lo creo. Otros capítulos no son relevantes para muchas personas en el mundo real, como el de “La pelota salta y bota”, dedicado a la relación de los científicos con el fútbol.

Me ha gustado que muchos capítulos contengan ejemplos reales, aunque a veces un poco esperpénticos. Encuadra un hecho real, relacionado con el tema. Hace amena la lectura, pero muchas veces el ejemplo está descrito exhaustivamente, de forma muy meticulosa y queda demasiado largo. Es verdad que el detalle redunda en apoyar la idea del autor. La descripción siempre es burlona y, así, en el capítulo 19 sobre la creación de Institutos de investigación presenta una “fábula boba”, pero que va tocando todos los puntos, metiendo el dedo en la llaga y señalando las pretensiones, los “politiqueos” y el resultado: que no hubiera hecho falta esa creación si no fuera por el interés torticero de algunos. El libro es muy prolífico en ejemplos, como en el capítulo 30, en el que al comentar la idea que la sociedad tiene del científico maravilla el trabajo bibliográfico y los comentarios del autor, y vuelve a ser exhaustivo, como en los capítulos 16, 47, 49, 62 o el 109, demasiado detallado para personas ajenas al tema, o el 98, donde hace la descripción de la expedición Malaspina.

Hay en él una crítica importante sobre la “Política científica”, la cual aparece de forma reiterada en varios capítulos con títulos diferentes. Incluidos en ella considera el reparto de los dineros, la cuantificación de las publicaciones, la evaluación del científico y de su “excelencia”, la concesión de proyectos, de becarios y de espacios, la administración y la burocracia… Aspectos todos entrecruzados entre ellos. Una pescadilla que se muerde la cola. Según comenta el autor, no hay política de Estado para la Ciencia, hay leyes hechas con el afán de ordenar y aumentar la producción científica y que han dado lugar a mucha burocracia, aunque sea verdad que esas leyes han permitido superar la época de los caciques y las camarillas (capítulo 63). A la hora de repartir los pocos dineros que hay (prácticamente todos públicos, con poca participación de empresas privadas) y como los fondos son limitados, hay que dárselos a los mejores y ahí surge el problema de cómo clasificar a los mejores, a los “excelentes”. La idea que subyace a este enfoque “oficial” es que los mejores son quienes más publican, quienes lo hacen en revistas con índice de impacto mayor y con los valores más altos de los diferentes índices aplicados, como el de Hirsch (índice H). Así que todos los científicos nos vemos forzados a publicar; cuanto más, mejor. De aquí, que surjan muchos problemas, pues no todo lo que se publica es bueno, ni siquiera respaldado por el nivel de la revista. Se publica demasiado y resulta imposible leerlo todo, lo cual genera un sesgo porque se tiende a leer a los “grandes”, con lo cual ellos aumentan su índice H, pero además, y más importante, se limita mucho la ciencia, al no estar abierta a nuevas ideas, a algo en contra de lo preestablecido. Aunque hay muchos capítulos que tratan este tema (13, 33, 39, 41, 55, 68…), el número 100 (“To publish or not to be”) refleja muy bien el sentir general.

Y surgen dos ideas muy importantes. La primera es que el interés de la ciencia no se puede valorar por el número de publicaciones, muchas malas y poco relevantes en el contexto global. Lo que da validez a los resultados científicos es su impacto social, su utilización por la sociedad, su aplicación; y, en ese sentido, los resultados en España dejan mucho que desear. La segunda, que habría que pensar más y publicar menos. Gran parte de la actividad científica reside en recoger y analizar datos, ya solo se añaden pequeños detalles, no se elaboran teorías. Se ha reducido el análisis intelectual, el tiempo dedicado a pensar sobre un problema determinado. El nivel de discusión científica es bajo, no se contrastan argumentos científicos. Se requiere, por tanto, una nueva forma de evaluar la ciencia, la cual no será tan fácil como la actual, basada solo en contar.

Esa falta de tiempo para pensar nos lleva a otro aspecto, también muy comentado: la burocracia. En muchas partes del libro se reflejan muy bien la impotencia, las barreras administrativas imposibles de soslayar y, realmente, sin relación directa con la investigación científica. Solo hay afán por controlar, nada de flexibilidad. A los científicos y tecnólogos nos puede la burocracia y eso es una queja unánime, que afecta negativamente a todo (capítulos 62, 65, 78, 93 y otros) Comparto plenamente la idea del lastre que supone para nuestro trabajo este exceso de burocracia, que todos hemos vivido, por ejemplo, en lo referente a los Proyectos de Investigación, su petición, organización, necesidad de acoplarse al dinero concedido, justificación anual de los gastos (increíble con la primera anualidad)… Este control no supone una medida del cumplimiento de la actividad científica, es sobre todo un control de los gastos realizados. Hay mucha burocracia con normas muy restrictivas, muchas trabas, mucho papeleo; es realmente un martirio poder contratar a una persona asociada a un proyecto, comprar un aparato… La contestación recurrente: “no se puede”. En el capítulo 104 nos cuenta un ejemplo desesperante para conseguir una bomba hidráulica para hacer un trabajo, añadiendo a la burocracia la ineptitud y la falta de ganas de resolver el problema. De todo ello, el autor ofrece muchos ejemplos en su libro.

Como ejemplos señalados en otros capítulos, uno de los que he vivido recientemente se relaciona con el de “Obras y Sobras” (73), auténtico en todo lo que comenta: no te tienes que quejar, tienes que seguir trabajando a pesar de las innumerables molestias por obras que inciden sobre tu trabajo… y unas obras se encadenan a otras, al tener que irnos adaptando a las nuevas normas de seguridad. Eso sí, los laboratorios quedan más bonitos. Por otro lado, estoy muy de acuerdo con el capítulo 22 sobre los becarios, que han sustituido muchas veces a los técnicos de laboratorio, en el que señala que deberíamos mejorar la forma de seleccionarlos y no dejar hacer la tesis a personas que no hayan garantizado su interés por la investigación. Señala aspectos relacionados con los becarios sobre los que he oído quejarse a los investigadores muchas veces. Sin embargo, yo creo que hay excepciones muy honrosas, doctorandos con un interés, dedicación y capacidad de trabajo muy altos. Otro ejemplo que refleja muy bien la realidad es el del capítulo 76 (“Para mañana no te lo voy a poder tener”), ejemplo, con muchos tópicos, que refleja bien lo que cuesta que te den unos resultados; es luchar contra una pared; o también el capítulo 110 (“Usted no sabe con quién está hablando”), donde nos informa sobre el personal de seguridad de los centros de investigación, realmente controladores. Finalmente, el capítulo 62 (“Los Mandarines y las Mandarinas”) me parece una buena recopilación sobre quién tiene el poder en el mundo científico: las revistas y la administración.

Sin embargo, al autor no le gusta dejar un regusto excesivamente pesimista al lector. Y ahora me gustaría acabar comentando dos capítulos “positivos”: en el 92 nos dice cómo mejorar la ciencia si pudiéramos en su funcionamiento del día a día; en el 94, aún después de todo lo comentado en el libro, señala que sobran los motivos para dedicarse a la ciencia, incluyendo recomendaciones muy acertadas desde mi punto de vista.

Ahora bien, no se debe leer este texto como un libro “normal”. Yo recomiendo dejarse llevar por la curiosidad de lo que se trata en cada capítulo, no leerlo por orden ni por temática. Es mejor acercarse al libro a ratos e incluso releerlo.

En resumen, esta obra de Álvarez Cobelas constituye realmente una buena reflexión sobre la actividad científica en nuestro país. Toca bien todos los puntos de los que nos quejamos, ha sabido retratar bien las cosas y con ironía, incluyendo -siempre puntilloso- las verdades amargas. Lectura entretenida y fundamentada, lo he leído con agrado. Y quedo maravillada del trabajo bibliográfico y de recopilación, así como de los conocimientos del autor.

 

María Luisa Salvador
Universitat de València
salvadom@uv.es

 

Copyright: © 2017 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Attribution (CC BY) España 3.0.