VARIA / VARIA

HISTORIAR LA GLOBALIZACIÓN DESDE EL PRESENTE. LA APORTACIÓN DE LOS HISTORIADORES A LOS ESTUDIOS SOBRE LA GLOBALIZACIÓN

José Antonio Montero Jiménez

Universidad Complutense de Madrid

ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-2343-2298

josemont@ucm.es

 

RESUMEN

El presente artículo repasa la contribución de distintos historiadores a los debates sobre el significado, los orígenes y el contenido del término globalización. Este concepto ha sido desvirtuado y cuestionado como consecuencia de su uso sistemático, tanto en ámbitos académicos como entre el público en general. La historiografía se ha ido adaptando a los cambios semánticos sufridos por el término, hasta el punto de que la globalización ha servido para recuperar perspectivas de larga duración, así como enfoques monocausales e incluso deterministas. Sin embargo, algunas de las aportaciones más recientes permiten no solo integrar la globalización en los relatos históricos, sino perfilar su verdadero alcance y significado.

HISTORICIZING GLOBALIZATION FROM THE PRESENT. HISTORIANS’ CONTRIBUTIONS TO THE STUDY OF GLOBALIZATION

ABSTRACT

This article focuses on how different historians have participated in the debates on the meaning, origins and context of the term globalization. As a concept, it has come to be distorted and even questioned, after having been abused both by academics and the public. Historians have adapted to the semantic changes of the term over time. Globalization has served to recover long-term perspectives as well as multi-causal and deterministic approaches. Nonetheless, some recent contributions have not only integrated globalization into the historical narrative, but have also helped outline its meaning and scope.

Recibido: 29-01-2017; Aceptado: 29-03-2017.

Cómo citar este artículo/Citation: Montero Jiménez, J.A. (2018). Historiar la globalización desde el presente. La aportación de los historiadores a los estudios sobre la globalización. Arbor, 194 (787): a438. https://doi.org/10.3989/arbor.2018.787n1011

PALABRAS CLAVE: Globalización; glocalización; historia global; historia mundial; historia de la globalización; historiografía; determinismo histórico.

KEYWORDS: Globalization; glocalization; global history; world history; history of globalization; historiography; historical determinism.

Copyright: © 2018 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).

CONTENIDOS

RESUMEN
ABSTRACT
1. UN CONCEPTO ESCURRIDIZO
2. GLOBALIZACIÓN, ECONOMÍA E HISTORIA
3. DE LA HISTORIA MUNDIAL A UN NUEVO DETERMINISMO
4. HACIA UNA SÍNTESIS HISTÓRICA DE LA CONTEMPORANEIDAD GLOBAL
5. CONCLUSIONES
AGRADECIMIENTOS
BIBLIOGRAFÍA

 

1. UN CONCEPTO ESCURRIDIZO Top

La palabra globalización se repite constantemente en estudios académicos y medios de comunicación. La mayor parte de los científicos sociales, que hasta hace poco solo querían internacionalizar sus respectivas disciplinas –economía, ciencia política, educación-, buscan ahora hacerlas globales. En los últimos días de 2015, el vocablo apareció en la edición digital de The New York Times haciendo referencia, indistintamente, al mundo del deporte –globalización del doping-, la antropología –obituario de Sidney Mintz- y el motor –la estrategia de mercado de Ferrari. La popularización del término ha contribuido, indudablemente, a su indefinición semántica; pero esta característica ha acompañado a la palabra desde que comenzó a utilizarse en el ámbito académico. Después de la segunda guerra mundial, globalización hacía referencia a la expansión de una determinada forma de capitalismo que contribuía a una homogeneización cultural y política de las distintas partes del mundo, y que era consecuencia inevitable del avance de la industrialización. En la década de 1970, los economistas comenzaron a hablar de globalización como una consecuencia de las acciones de nuevos agentes trasnacionales -multinacionales fundamentalmente- que minaban la capacidad de muchos gobiernos para controlar sus flujos comerciales o financieros (Bach, 2006Bach, O. (2006). Towards a contemporary conceptual history of the globalization concept. The 9th Annual International Conference of Conceptual History, Swedish Collegium for Advanced Study, Uppsala.). Esta versión del concepto cuajó tras la publicación en la Harvard Business Review, el año 1983, del artículo de Theodore Levitt “The Globalization of Markets” (Levitt, 1983Levitt, Th. (1983). The Globalization of Markets. Harvard Business Review, 61 (3), pp. 92-102.). La globalización aparecía aquí como un fenómeno de raíz económica, estrechamente vinculado a la crisis de las instituciones de Bretton Woods, y sobre cuyas bondades discutían acaloradamente los expertos.

Tras la caída del bloque soviético se llegó a una especie de consenso respecto a la definición económica de la globalización, que entonces parecía llegar a su apogeo. Esta aludía a la creciente integración mundial de los mercados de bienes y capitales, así como a la mayor movilidad de las personas, posible gracias a los espectaculares avances tecnológicos en materia de transportes y comunicaciones. Desde una perspectiva crítica, Joseph Stiglitz la definía como “la integración creciente de los países del mundo, que ha venido dada por una considerable reducción de los costes de los transportes y las comunicaciones, y la ruptura de las barreras artificiales al flujo de bienes, servicios, capitales, conocimientos y (en menor medida) personas, a través de las fronteras” (Stiglitz, 2002Stiglitz, J. (2002). Globalization and Its Discontents. New York: W. W. Norton., p. 9). Entre los entusiastas, el periodista Thomas Friedman concebía la globalización como “la potencial difusión del capitalismo de libre mercado a todos los países del mundo” (Friedman, 2000Friedman, Th. W. (2000). The Lexus and the Olive Tree. Understanding Globalization. New York: Anchor Books., p. 9). Ambos escribían acuciados por una necesidad similar: la de encontrar un nuevo paradigma que posibilitara comprender y afrontar los desafíos mundiales de la posguerra fría. Stiglitz dio a luz La globalización y sus descontentos tras trabajar para la administración Clinton y el Banco Mundial entre 1993 y 2000. Una experiencia que “cambió radicalmente” sus “visiones tanto de la globalización como del desarrollo” (Stiglitz, 2002Stiglitz, J. (2002). Globalization and Its Discontents. New York: W. W. Norton., p. ix). Friedman comenzó su andadura como comentarista de internacional de The New York Times justo tras el colapso de la Unión Soviética, llegando a la conclusión de que la globalización proporcionaba la clave para dar sentido a la actualidad.

La definición económica de la globalización planteaba dos problemas. En primer lugar, se centraba en un aspecto concreto del fenómeno –la expansión de los mercados-, al que se subordinaban el resto de las facetas –políticas, culturales, etc.-. Por otro lado, se presentaba como un proceso de raíz exclusivamente occidental, unidireccional y contemporáneo. Ya antes de que Friedman y Stiglitz publicasen sus libros, una serie de sociólogos adujeron que la integración de los mercados representaba tan solo una cara de un proceso más amplio, cuyo único denominador común era la creciente interconexión del planeta a todos los niveles. Coincidían en apuntar a los avances tecnológicos como catalizadores del cambio, pero estos no habían facilitado solo el intercambio de mercancías o dinero, sino también la transmisión de ideas, especies animales, enfermedades, armas, etc. En 1990, el británico Anthony Giddens habló así de globalización como “la intensificación, a nivel mundial, de las relaciones sociales que conectan lugares distantes, de manera que los acontecimientos, a nivel local, se encuentran condicionados por hechos que ocurren a muchas millas de distancia” (Held y McGrew, 2002Held, D. y McGrew, A. (eds.). (2002). The Global Transformations Reader. An Introduction to the Globalization Debate. Cambridge: Polity., p. 60). Años después, Joseph Nye sintetizaba las mismas ideas en la frase “aumento de las redes de interdependencia”. Esta visión convertía el fenómeno globalizador en algo tan antiguo como “la historia de la humanidad”, y prácticamente irreversible (Nye, 2003Nye, J. S. (2003). La paradoja del poder norteamericano. Madrid: Taurus., p. 115, p. 125). Contemplada así, la globalización perdía también su carácter occidental y unidireccional. Según el austríaco Manfred Steger, su origen puede remontarse a la noche de los tiempos, partiendo de una primera etapa marcada por la expansión, desde África, de la especie humana (Steger, 2009Steger, M. P. (2009). Globalization. A Very Short Introduction. New York: Oxford University Press., pp. 19-20). Y Giddens la describía como un “proceso dialéctico” en que lo global y lo local se influyen mutuamente. Globalización equivalía así a glocalización, noción popularizada por el también inglés Roland Robertson, para quien “el concepto de globalización implica simultaneidad e interpenetración de lo que se conoce comúnmente como lo global y lo local, o (…) lo universal y lo particular” (Robertson, 2005Robertson, R. (2005). Globalization: Time-Space and Homogeneity-Heterogeneity. En: Featherstone, M., Lash, S. y Robertson, R. (eds.). Global Modernity. London: Sage, pp. 25-44., p. 30).

 

2. GLOBALIZACIÓN, ECONOMÍA E HISTORIA Top

Los historiadores estuvieron presentes desde un principio en los debates en torno a la globalización, y sus trabajos variaron a la par que el concepto. Sin embargo, aportaron a las discusiones una variable propia: mientras que sociólogos y politólogos tendían a subrayar la novedad de la globalidad actual, quienes se acercaban a ella desde la historia la consideraban el último capítulo de una larga serie temporal. A la mayoría de ellos, como recuerdan los alemanes Jürgen Osterhammel y Niels P. Petersson, “algo que la literatura sociológica presenta como hallazgos novedosos les resulta[ba] muy familiar”. Muchos de los primeros en cultivar la historia de la globalización provienen de áreas afines, como la historia de la economía mundial, la historia de las migraciones o la historia de las relaciones internacionales, a las que han añadido el adjetivo global llevados por nuevas inquietudes académicas o por un cierto oportunismo. De hecho, “los historiadores de la economía habían descrito de forma precisa el proceso de emergencia e integración continuada de la economía global” mucho antes de que los debates sobre la globalización se pusieran de moda (Osterhammel y Petersson, 2005Osterhammel, J. y Petersson, N. P. (2005). Globalization: A Short History. Princeton: Princeton University Press., p. 3).

Entre los primeros en considerar la globalización avant la lettre desde una perspectiva eminentemente histórica destaca precisamente un grupo de economistas liderado por el italiano Carlo Cipolla y el estadounidense David Landes. Interesados en explicar la primacía economía europea –y occidental- sin recurrir a la metodología marxista, creyeron encontrar la clave en determinados avances tecnológicos desarrollados en el viejo continente. Estas ventajas tecnológicas no eran, sin embargo, el resultado de condiciones materiales más favorables; muchas de las invenciones que subyacían al desarrollo europeo se habían concebido en Asia. Tal era el caso de la pólvora, inventada por los chinos, y que solo tras llegar a suelo europeo comenzó a aplicarse a la producción de armas de fuego. Algo similar ocurría con innovaciones desarrolladas en Europa, cuando eran trasplantadas fuera. Landes se preguntaba en 1983 “cómo y por qué una invención tan crucial [como el reloj mecánico] tuvo lugar en Europa y se mantuvo como monopolio europeo durante alrededor de quinientos años. No es algo que uno pudiera esperar tras repasar el mapa tecnológico. La Europa medieval era cualquier cosa menos el líder científico e industrial que sería un día” (Landes, 1983Landes, D. S. (1983). Revolution in Time. Clocks and the Making of the Modern World. Cambridge: The Belknap Press., pp. 11-12). La contestación la había adelantado Cipolla dos años antes, al aludir al “espíritu utilitarista” propio de los europeos, “que nació de la cultura urbana y adquirió rigor en la filosofía baconiana”, expresándose “en un interés por las máquinas y en una intensa curiosidad por todas las actividades artesanas relacionadas con su construcción” (Cipolla, 1999Cipolla, C. M. (1999). Las máquinas del tiempo y de la guerra. Estudios sobre la génesis del capitalismo. Barcelona: Crítica., p. 13). Landes precisó en su polémico La riqueza y la pobreza de las naciones lo que se escondía tras ese utilitarismo: el respeto judeocristiano por el trabajo manual, el concepto judeocristiano de la subordinación de la naturaleza al hombre, el sentido judeocristiano del tiempo lineal, y la importancia del mercado (Landes, 2008Landes, D. S. (2008). La riqueza y la pobreza de las naciones. Por qué algunas son tan ricas y otras son tan pobres. Barcelona: Crítica., p. 67). Más recientemente, Niall Ferguson ha simplificado esta actualización de las tesis de La ética protestante de Max Weber en seis epígrafes: competición, ciencia, derechos de propiedad, medicina, sociedad de consumo y ética del trabajo (Ferguson, 2011Ferguson, N. (2011). Civilization. The West and the Rest. London: Allen Lane.).

Fueron el norteamericano Jeffrey G. Williamson y el irlandés Kevin O’Rourke los que en 1999 aplicaron a estas concepciones la definición económica de la globalización, estableciendo una cronología. Acudiendo a la teoría económica clásica, partieron la hipótesis de que en un mundo realmente globalizado se tenía que dar también una convergencia de niveles de vida, medida en términos salariales. Algo que, a su entender, había ocurrido por primera vez en la segunda mitad del siglo XIX, gracias a la coincidencia de distintos factores: los avances en transportes –ferrocarril y barco de vapor- y comunicaciones –telégrafo y teléfono-, la extensión del librecambismo –con la proliferación de acuerdos comerciales generalizables-, la movilidad de capitales –facilitada por el patrón-oro- y la intensificación de las migraciones (O’Rourke y Williamson, 2006O’Rourke, K. H. y Williamson, J. G. (2006). Globalización e historia. La globalización de la economía atlántica en el siglo XIX. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.). Surgió así la teoría de las dos globalizaciones: según esta, la globalización actual, iniciada en la década de 1960 e incrementada tras la caída del muro, habría tenido un antecedente entre los años 1870 y 1914 (o 1929, según los casos). Entre medias se habría vivido un período de desglobalización, marcado por una vuelta a las políticas proteccionistas y autárquicas, y posteriormente por la división del planeta en dos bloques económicos antagónicos (Frieden, 2006Frieden, J. A. (2006). Global Capitalism. Its Rise and Fall in the Twentieth Century. New York: Norton.).

El marco del auge y caída de la globalización económica es compartido hoy por una amplia gama de historiadores, que difieren entre sí al posicionarse éticamente frente al proceso. Mientras unos lo utilizan para defender la superioridad de la civilización de raíz europea, otros lo critican usando categorías imperialistas o de clase. Entre los primeros se encuentra el propio Landes, quien lamentaba que “determinadas personas ha[yan] querido restar importancia al valor ejemplar de occidente, viendo en él un agresor” (Landes, 2008Landes, D. S. (2008). La riqueza y la pobreza de las naciones. Por qué algunas son tan ricas y otras son tan pobres. Barcelona: Crítica., p. 468). Ferguson ahonda en esta línea al quejarse de que haya quienes “reclaman que todas las civilizaciones son, en cierto sentido, iguales, y que occidente no puede reclamar una superioridad sobre, digamos, el este de Eurasia” (Ferguson, 2011Ferguson, N. (2011). Civilization. The West and the Rest. London: Allen Lane.). Por su parte, los detractores de la globalización económica rechazan el papel primordial de esos valores, y la consideran el resultado del juego de fuerzas puramente materiales, determinadas por los intereses de potencias hegemónicas –Gran Bretaña en el siglo XIX y Estados Unidos en el XX-. El avance del capitalismo global equivaldría así a una especie de americanización encubierta, entendida como una forma de imperialismo cultural y, por ello mismo, difusora de las desigualdades. Para los norteamericanos Alfred E. Eckes y Thomas W. Zeiler, la globalización, vista como una fuerza compleja en la que predominan los factores económicos, representa la clave principal desde la que comprender la política estadounidense durante el siglo XX (Eckes y Zeiler, 2003Eckes, A. E. y Zeiler, Th. W. (2003). Globalization and the American Century. New York: Cambridge University Press.). La carrera de los gobiernos norteamericanos por la conquista de mercados exteriores se habría hecho a costa incluso de los intereses de los propios estadounidenses. Para “las elites de la política exterior económica”, era una “percepción generalizada” que “la salud del sistema económico internacional debía prevalecer sobre la salud de la economía doméstica” (Eckes, 1995Eckes, A. E. (1995). Opening America’s Market. U.S. Foreing Trade Policy Since 1776. Chapel Hill: The University of North Carolina Press., p. 137). En un alegato de nacionalismo, de resonancias bastante actuales, al hablar de las políticas económicas de Nixon, Zeiler extraía la siguiente lección: “la globalización del libre comercio no debe ser una cuestión de fe (…). La fuerza de voluntad y el gobierno (…) podrían cambiar la globalización y, de esta manera, cambiar la historia de la desigualdad” (Zeiler, 2013Zeiler, Th. W. (2013). Requiem for the Common Man. Diplomatic History, 37 (1), pp. 1-23. https://doi.org/10.1093/dh/dhs009., pp. 22-23).

Existen historiadores que, absteniéndose aparentemente de juicios de valor y sin abandonar el enfoque económico, cuestionan las bases de la hegemonía occidental, relativizándola y presentándola como fruto de la casualidad. Kenneth Pomeranz, de la Universidad de Chicago, postula que los estudios sobre el despegue diferencial de la economía europea suelen presentar dos problemas: pretenden, de salida, resaltar diferencias, y no semejanzas, con otras áreas; y comparan territorios de dimensiones muy dispares. En su The Great Divergence. China, Europe and the Making of the Modern World, pretende corregir estos desajustes, subrayando las semejanzas a largo plazo entre el desarrollo británico y holandés, por un lado, y el de regiones concretas de China, la India y Japón. Ninguno de los indicadores económicos o demográficos tradicionales arrojaba, según Pomeranz, diferencias sustanciales anteriores al siglo XIX. La libertad de mercado y la mano de obra parecían, incluso, funcionar de manera más efectiva en China que en Europa; y la demanda exterior de productos de lujo, crucial para el despegue de las economías protoindustriales, benefició también a los chinos, que gracias a ella obtenían la preciada planta americana. Asia y Europa se vieron afectadas, asimismo, por constreñimientos ecológicos similares –aumento de la población y escasez de tierra-. El despegue del viejo continente a partir del 1800 se debería a dos factores contingentes: la presencia de materiales fósiles, que posibilitaron un mejor aprovechamiento de las innovaciones tecnológicas; y la capacidad de exportar una parte de las rivalidades intraeuropeas a territorios extraeuropeos (Pomeranz, 2000Pomeranz, K. (2000). The Great Divergence. China, Europe, and the Making of the Modern World Economy. Princeton: Princeton University Press.).

 

3. DE LA HISTORIA MUNDIAL A UN NUEVO DETERMINISMO Top

Desde mediados de la década de 1990, distintos historiadores reaccionaron contra el occidentalocentrismo y el excesivo énfasis en las variables económicas de algunos de los intentos pioneros de historiar la globalización. Para superar estas barreras se requería romper tanto con “las naciones-estado como el marco por defecto, casi natural, de análisis histórico”, como con “la suposición de que la experiencia europea era la piedra de toque para comprender la historia del mundo” (Bentley, 2004Bentley, J. H. (2004). Globalizing History and Historicizing Globalization. Globalizations, 1 (1), pp. 69-81. https://doi.org/10.1080/1474773042000252165., p. 71). Con estas palabras, el norteamericano Jerry H. Bentley manifestaba no solo la necesidad de estudiar más en profundidad la historia de otros continentes, sino de hacerlo sin pretensiones de superioridad. En el siglo XIX, la expansión de los países occidentales había despertado un creciente interés, cargado de orientalismo, por las tradiciones y la historia de otras culturas. Y, al menos desde la primera mitad del XX, se habían hecho intentos por escribir una historia comprehensiva de la humanidad, con Arnold J. Toynbee como el ejemplo más destacado. Entre estos cultivadores de la llamada historia mundial imperaron “imágenes del mundo fuertemente occidentales” (Geyer y Bright, 1995Geyer, M. y Bright, Ch. (1995). World History in a Global Age. American Historical Review, 100 (4), pp. 1034-1060. https://doi.org/10.2307/2168200., p. 1035). En un artículo pionero publicado en 1995, Michael Geyer y Charles Bright abogaron por una especie de adaptación del concepto de glocalización a los estudios históricos. Para los académicos, el siglo XX “había empezado con la ilusión de un mundo moderno y totalmente homogéneo, (…) consecuencia de la expansión de Occidente (…). Acaba con la gente (…) afirmando su diferencia y rechazando la uniformidad, con una sincronía llamativa que indica, de hecho, el alto nivel de integración global que se ha alcanzado” (Geyer y Bright, 1995Geyer, M. y Bright, Ch. (1995). World History in a Global Age. American Historical Review, 100 (4), pp. 1034-1060. https://doi.org/10.2307/2168200., pp. 1036-1037).

Algunas de las recetas de la nueva historia global –y de la globalización- tienen antecedentes en obras anteriores, como The Rise of the West (1963/1991), del recientemente fallecido William H. McNeill. Aunque este acabó admitiendo que su libro podía “ser visto como una expresión de la actitud imperial de posguerra en los Estados Unidos” (McNeill, 1963/1991McNeill, W. (1963/1991). The Rise of the West. A History of the Human Community. Chicago: The University of Chicago Press., pp. xv-xvi), lo cierto es que relativizaba en gran medida la superioridad occidental. Esta aparecía como el resultado de un intercambio cultural cuyas raíces se remontaban al surgimiento mismo de la humanidad. La europea era la última de una larga serie de civilizaciones que se habían sucedido a lo largo de la historia, ascendiendo al cénit de su poder para sucumbir posteriormente. Antes de desaparecer, legaban parte de su bagaje a las culturas con las que habían entrado en contacto. Los “núcleos con una gran preparación (…) tienden a importunar a sus vecinos, colocando ante ellos novedades atractivas. Los pueblos vecinos menos preparados se ven entonces impulsados a hacer de esas novedades algo propio (…). Pero esos esfuerzos producen una dolorosa ambivalencia entre el impulso de imitación y un deseo igualmente ferviente de preservar las costumbres e instituciones que diferencian a los potenciales receptores de la corrupción y la injusticia inherentes a la vida civilizada”. Para McNeill, “el contacto con extraños” representaba “el principal motor del cambio social” (McNeill, 1963/1991McNeill, W. (1963/1991). The Rise of the West. A History of the Human Community. Chicago: The University of Chicago Press., p. 16). The Rise of the West se anteponía así a algunas de las metanarrativas que, buscando trazar los ejes de una historia verdaderamente global, han proliferado en los últimos años.

Varios de esos trabajos han recuperado las visiones, si no teleológicas, sí deterministas de la historia que, al modo del siglo XIX, quieren imitar los métodos de las ciencias naturales, hasta dar con las leyes que regulan el devenir de la especie humana. En 1991, David Christian llamó a superar los límites de la existencia humana, para escribir la gran historia. Si en “términos geográficos, la escala apropiada puede ser el mundo en su conjunto”, entonces “la escala temporal apropiada para el estudio de la historia puede ser el tiempo en su conjunto” (Christian, 1991Christian, D. (1991). The Case for Big History. Journal of World History, 2 (2), pp. 223-238., p. 223). La historia debía trabajar con las variables sistémicas y evolutivas propias de biólogos y geólogos: “existen los grandes archipatrones. En cierto sentido, la historia [de la humanidad, el planeta y el universo…] es una fuga cuyos dos temas principales son la entropía (que conduce al desequilibrio, la decadencia de las entidades completas, y una especie de ‘agotamiento’ del universo) y, en una especie de contrapunto, las fuerzas creativas que forman y sostienen equilibrios complejos pero temporales, a pesar de la entropía. Estos equilibrios frágiles implican a las galaxias, las estrellas, la tierra, la biosfera (…), las estructuras sociales de distinto tipo, los seres vivos y los seres humanos. Todas estas son entidades que logran un equilibrio temporal, pero siempre precario, sufren crisis periódicas, reestablecen nuevos equilibrios, pero al final sucumben a las fuerzas superiores del desequilibrio” (Christian, 1991Christian, D. (1991). The Case for Big History. Journal of World History, 2 (2), pp. 223-238., p. 237; Christian, 2004Christian, D. (2004). Maps of Time. An Introduction to Big History. Berkeley: University of California Press.).

Muchas de las metanarrativas que pueden constituir una historia de la globalización a largo plazo han acabado cayendo en un reduccionismo que no es ya económico, sino medioambiental (Grew, 2006Grew, R. (2006). Expanding Worlds of World History. The Journal of Modern History, 78 (4), pp. 878-898. https://doi.org/10.1086/511205.). El fisiólogo Jared Diamond recibió en 1998 el premio Pulitzer de ensayo por Armas, Gérmenes y Acero, donde asimilaba la historia con las ciencias naturales de carácter “histórico” –astronomía, climatología, ecología, biología evolutiva…-. Los historiadores debían efectuar estudios a largo plazo de la evolución de las sociedades humanas, buscando cadenas de causación apoyadas en estudios probabilísticos. Con alguna salvedad, concluía que las divergencias entre los pueblos no se debían más que a “diferencias en sus respectivos medios”, marcadas por cuatro factores: “las diferencias entre los continentes en cuanto a las especies de animales salvajes y plantas silvestres disponibles como materiales de partida para la domesticación”; “los ritmos de difusión” de las ventajas comparativas entre áreas geográficas; “la difusión entre los continentes, que pueden ayudar a acumular una reserva de especies domésticas y tecnología”; y “las diferencias entre los continentes en cuanto a superficie o tamaño total de la población” (Diamond, 2009Diamond, J. (2009). Armas, gérmenes y acero. Breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años. Barcelona: Debate., p. 481 y pp. 463-464). William McNeill había explorado también los vínculos entre biología e historia en los años setenta, con un estudio sobre la difusión de las enfermedades infecciosas a lo largo de los siglos. Partiendo de la idea de un equilibrio entre parásitos y seres humanos, rastreaba sus alteraciones como consecuencia tanto de las innovaciones tecnológicas como de los contactos entre grupos. Hombres y enfermedades interactuaban irremisiblemente, conformado uno de los motores de la historia (McNeill, 1976McNeill, W. (1976). Plagues and Peoples. New York: Anchor Books.). Ya en los albores del siglo XXI, su hijo John McNeill, profesor en la Universidad de Georgetown, ahondó en la balanza entre ser humano y medio ambiente, para hablar del siglo XX como un momento transicional: hasta entonces, el hombre había ido progresivamente adaptándose al medio, modificándolo solo parcialmente; sin embargo, las nuevas tecnologías le habían dotado de una inédita superioridad frente a su entorno: “Las mismas características que han sustentado nuestro éxito biológico a largo plazo –adaptabilidad, inteligencia- nos han permitido, en los últimos tiempos, montar una civilización altamente especializada en la explotación de combustibles fósiles (…) que nos garantiza sorpresas y conmociones” (McNeill, 2000McNeill, J. (2000). Something New Under the Sun. An Environmental History of the Twentieth Century World. New York: W. W. Norton., p. xxiv).

Tomados en su conjunto, los trabajos de los McNeill ofrecen una visión mucho menos determinista de los antecedentes de la globalización, que abre la puerta para un nuevo tipo de estudios históricos. Si Plagues and Peoples o Something New Under the Sun enfatizaba procesos de lenta evolución, The Rise of the West ponía el acento en los intercambios culturales. En 2003, padre e hijo sintetizaron su carrera investigadora en Las redes humanas: una historia global del mundo. Su relato tomaba como punto de partida un concepto de globalización muy similar al de Giddens: “Una red (…) es una serie de conexiones que ponen a unas personas en relación con otras. Estas conexiones pueden tener muchas formas, encuentros fortuitos, parentesco, amistad, religión común, rivalidad, enemistad, intercambio económico, intercambio ecológico, cooperación política e incluso competición militar. En todas estas relaciones las personas comunican información y la utilizan para orientar su comportamiento futuro. También comunican (…) tecnologías útiles, mercancías, cosechas, ideas y mucho más. Asimismo, intercambian sin darse cuenta enfermedades y malas hierbas, cosas que no pueden utilizar pero que, a pesar de ello, afectan a su vida (…). El intercambio y la difusión de esa información, estas cosas y esas molestias, así como las respuestas a todo ello, dan forma a la historia” (McNeill y McNeill, 2004McNeill, J. y McNeill, W. (2004). Las redes humanas. Una historia global del mundo. Barcelona: Crítica., p. 1). En su repaso, los McNeill terminaron por ofrecer una periodización de la globalización que coincidía, grosso modo, con la de los historiadores económicos. Sería solo “en los últimos quinientos años” cuando “la navegación oceánica” habría unido “las redes metropolitanas del mundo (…) en una sola red cosmopolita, y en los últimos ciento sesenta años, a partir de la invención del telégrafo, la red cosmopolita fue electrificada cada vez más, lo cual permitió intercambios más numerosos y mucho más rápidos. Hoy día (…) todo el mundo vive dentro de una sola red global” (McNeill y McNeill, 2004McNeill, J. y McNeill, W. (2004). Las redes humanas. Una historia global del mundo. Barcelona: Crítica., p. 3).

 

4. HACIA UNA SÍNTESIS HISTÓRICA DE LA CONTEMPORANEIDAD GLOBAL Top

El deseo de desvincular los orígenes de la globalización de la influencia del capitalismo europeo potenció la aparición de explicaciones monocausales que se extendían a lo largo de varios siglos, cuando no milenios. A su vez, el deseo de superar este nuevo tipo de trabajos ha conducido a algunos historiadores al punto de partida de los economistas: el siglo XIX. ¿Resulta posible estudiar esa centuria, en perspectiva global, sin caer en el determinismo económico ni en el eurocentrismo? Desde los años cincuenta, distintos especialistas en la expansión imperial europea han defendido la tesis de que la aceleración de las ocupaciones territoriales en Asia y África por parte de las grandes potencias tiene menos que ver con las dinámicas internas del capitalismo que con las condiciones locales imperantes en ambos continentes (Gallagher y Robinson, 1953Gallagher, J. y Robinson, R. (1953). The Imperialism of Free Trade. The Economic History Review, 6 (1), pp. 1-15. https://doi.org/10.2307/2591017.; Fieldhouse, 1990Fieldhouse, D. K. (1990). Economía e imperio. La expansión de Europa (1830-1914). Madrid: Siglo XXI.). Geyer y Bright recogieron este hilo, para situar el origen de la “civilización global” en la convergencia de una serie de graves crisis locales, por todo el planeta, a mediados del siglo XIX: la rebelión Taiping, la guerra civil en China, la guerra de Crimea, la rebelión de los Cipayos en la India, la guerra contra Paraguay en América Latina, la guerra civil americana, etc. Estos conflictos habían provocado una redefinición de las relaciones entre occidente y el resto del mundo, que no pueden entenderse exclusivamente desde la perspectiva de la dominación: “Europa resolvió su crisis regional volcándose hacia fuera (…) y lo hizo no por la conquista (…) sino mediante un nuevo esfuerzo, con nuevas capacidades, de sincronizar el tiempo global” (Geyer y Bright, 1995Geyer, M. y Bright, Ch. (1995). World History in a Global Age. American Historical Review, 100 (4), pp. 1034-1060. https://doi.org/10.2307/2168200., p. 1047). Las víctimas de ese nuevo expansionismo no fueron tampoco actores pasivos, sino que contribuyeron a tejer unas redes globales donde las influencias circulaban en ambas direcciones: “Las iniciativas europeas chocaron, se solaparon e interactuaron con las dinámicas paralelas de otras regiones, así como con estrategias competitivas de auto-mejora, concebidas para reforzar su poder regional y mantener a raya o contener las presiones externas” (Geyer y Bright, 1995Geyer, M. y Bright, Ch. (1995). World History in a Global Age. American Historical Review, 100 (4), pp. 1034-1060. https://doi.org/10.2307/2168200., p. 1048).

En los últimos años, esta perspectiva ha propiciado la aparición de historias globales del siglo XIX, salidas de la pluma de expertos en la expansión imperial europea: El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914, del británico Christopher A. Bayly (2010Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI.), La transformación del mundo: una historia global del siglo XIX, del alemán Jürgen Osterhammel (2014Osterhammel, J. (2014). The Transformation of the World. A Global History of the Nineteenth Century. Princeton: Princeton University Press. https://doi.org/10.1515/9781400849949.), y el volumen colectivo A World Connecting, 1870-1945, coordinado por la estadounidense Emily S. Rosenberg (2012Rosenberg, E. (ed.). (2012). A World Connecting, 1870-1945. Cambridge, Mass: Harvard University Press.). Bayly recalca la aparente paradoja asociada al concepto de glocalización: durante el XIX, “las grandes fuerzas del cambio mundial potenciaron las diferencias aparentes entre las comunidades humanas. Pero esas diferencias las expresaban de una manera cada vez más parecida” (Bayly, 2010Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI., p. xxiv). La dialéctica homogeneización-diferenciación no había sido ocasionada solo por la expansión de modelos europeos, pues “los orígenes de los cambios de la historia global fueron siempre policéntricos” (Bayly, 2010Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI., pp. 555-556). La narrativa de Bayly parte del concepto de revoluciones industriosas, acuñado a mediados de los noventa por el estadounidense Jan de Vries. Este apuntaba a dos transformaciones propias del S. XVII: “la reducción del tiempo de ocio según crecía la utilidad marginal del ingreso en metálico, y la redistribución del trabajo, desde la producción de bienes y servicios para el consumo directo hacia la producción de productos comercializables” (Vries, 1994Vries, J. de (1994). The Industrial Revolution and the Industrious Revolution. The Journal of Economic History, 54 (2), pp. 249-270. https://doi.org/10.1017/S0022050700014467., p. 257). Las familias de Inglaterra y algunos países del norte de Europa habrían comenzado a producir más para el mercado, con la expectativa de aumentar beneficios y acrecentar sus posibilidades de consumo. Con sus nuevos ingresos adquirían productos de lujo –hasta entonces monopolio de las clases altas-, cuya demanda potenció las conexiones con los mercados asiáticos, haciendo rentables iniciativas de por sí revolucionarias, como las compañías comerciales.

La base del crecimiento de los siglos XVII y XVIII no era solo económica. Tras la dinámica de las revoluciones industriosas se escondía una nueva mentalidad, que “permitió que la gente de clase media convenciera a los pobres para que adoptaran su estilo de vida” (Bayly, 2010Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI., p. 560). Asimismo, al crecer sus redes comerciales, occidente se volvió cada vez más sensible a lo acaecido en el resto del mundo. Las guerras del siglo XVIII estuvieron vinculadas a procesos como la desintegración del imperio mogol de la India, y el destino de Napoleón quedó sellado en Egipto. Ideológicamente, las revoluciones industriosas llevaron en Europa a un cuestionamiento de las estructuras sociales y políticas, y en muchos otros lugares del mundo –El Cairo, Delhi, Beijing, etc.- a un proceso de autorreflexión. Por todo el mundo surgieron proyectos de reforma con un punto en común: se presentaban como una respuesta a la modernidad (Osterhammel, 2014Osterhammel, J. (2014). The Transformation of the World. A Global History of the Nineteenth Century. Princeton: Princeton University Press. https://doi.org/10.1515/9781400849949., p. 904), entendida simplemente como la tendencia “a pensar que se es moderno” o como el “deseo de estar con los tiempos” (Bayly, 2010Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI., p. xxxiv). Esta tormenta global de ideas mutó en fermentos revolucionarios que interactuaron entre sí a mediados del siglo XIX: la primavera de los pueblos europea (1848), la rebelión Taiping en China (1850-1864), la de los Cipayos en la India (1857-1858) y la guerra de secesión estadounidense (1861-1865). En Europa, la incertidumbre revolucionaria se resolvió en una política expansiva, aprovechando las oportunidades que ofrecían las revueltas asiáticas. El dominio europeo familiarizó a indios, chinos o japoneses con los patrones ideológicos occidentales, pero también incitó su resistencia. Con el paso del tiempo, surgieron variedades autóctonas de una ideología puramente europea –el nacionalismo-, diseñadas precisamente para ejercer la oposición contra occidente. A finales del XIX, los nacionalismos asiáticos eran verdaderos movimientos de masas, semejantes a los que existían en algunos países europeos.

La oleada de violencia de mediados del XIX desató otro fenómeno global: el crecimiento del tamaño y la efectividad de los estados. Este se percibió en tres áreas: el crecimiento económico –productividad del trabajo humano, difusión del modo industrial de producción, apertura de nuevas fronteras en todos los continentes-, el desarrollo administrativo –mayor control sobre la población- y el perfeccionamiento de las fuerzas armadas (Osterhammel, 2014Osterhammel, J. (2014). The Transformation of the World. A Global History of the Nineteenth Century. Princeton: Princeton University Press. https://doi.org/10.1515/9781400849949., pp. 907-909). Este último aspecto del desarrollo estatal constituye, para Charles Maier, uno de los ejes centrales de la globalización moderna. El profesor de Harvard ha distinguido al respecto varias etapas: la del Leviatán 1.0, propia del régimen territorial establecido con la paz de Westfalia en 1648. Los conceptos de soberanía territorial y frontera admitían la existencia de unidades estatales enfrentadas entre sí. Prepararse para esos choques requería una mayor eficiencia en la gestión de los recursos del país, que se consiguió recabando la lealtad de las elites regionales o locales (Maier, 2006Maier, Ch. S. (2006). Transformations of Territoriality, 1600-2000. En: Budde, G., Conrad, S. y Janz, O. (eds.). Transnationale Geschichte. Themen, Tendenzen und Theorien. Göttingen: Vanderhoek and Ruprecht, pp. 32-55., p. 42). La oleada revolucionaria de finales del S. XVIII dio paso al Leviatán 2.0, “constituido (…) sobre bases más cohesionadas”, que llevó hasta límites insospechados la capacidad de control (Maier, 2012Maier, Ch. S. (2012). Leviathan 2.0: Inventing Modern Statehood. En: Rosenberg, E. S. (ed.). A World Connecting, 1870-1945. New York: The Belknap Press, pp. 29-282., p. 78). En esta ocasión, el avance de la maquinaria estatal se acompasó con un acceso mayor de la población a los mecanismos de decisión, tanto dentro como fuera de Europa. Los nuevos estados occidentales se habían constituido sobre la base de la representatividad y la libertad, generándose una “tensión entre igualdad y jerarquía” (Osterhammel, 2014Osterhammel, J. (2014). The Transformation of the World. A Global History of the Nineteenth Century. Princeton: Princeton University Press. https://doi.org/10.1515/9781400849949., p. 914). El tamaño de los estados les obligaba a relacionarse más directamente con sus ciudadanos, de cuyo concurso dependían, y que tenían sus propias reivindicaciones: “ahora la gente esperaba recibir del estado algo más que protección y honor” (Bayly, 2010Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI., p. 565). Los cipayos pudieron rebelarse precisamente porque participaban del entramado institucional de sus dominadores, y porque el contacto con ellos les creó nuevas expectativas. Se explican así fenómenos como la multiplicación de opciones políticas en los estados occidentales, o el crecimiento de las nuevas reivindicaciones nacionalistas en los territorios colonizados. Allí, muchos deseaban copiar los modelos de gestión propios de los estados occidentales, adaptándolos a sus propias circunstancias. En último término, el progreso de los estados-nación y la creciente capacidad de movimiento de sus ciudadanos, produjeron efectos contrarios a los deseados por las autoridades: “Otra vez vemos la paradoja de la globalización. El endurecimiento de las fronteras entre naciones-estado e imperios a partir de 1860 impulsó a la gente a buscar formas de contactar, comunicarse e influirse, a través de esas fronteras” (Bayly, 2010Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI., p. 219).

Esta “eficiencia asimétrica” –como la califica Osterhammel- se dejó sentir en el plano de la economía. Sin negar su importancia, todos estos autores relativizan el impacto de las innovaciones tecnológicas en el desarrollo económico. Los nuevos medios de comunicación tuvieron también importantes aplicaciones en otros ámbitos, como el político. En muchos lugares, las fuerzas de oposición a los gobiernos o a los dominadores occidentales se convirtieron, gracias al telégrafo y el teléfono, en verdaderos movimientos internacionales (Osterhammel, 2014Osterhammel, J. (2014). The Transformation of the World. A Global History of the Nineteenth Century. Princeton: Princeton University Press. https://doi.org/10.1515/9781400849949., p. 723). La mejora de los sistemas de transportes no solo afectó al tráfico de mercancías, sino al movimiento de personas (Hoerder, 2012Hoerder, D. (2012). Migrations and Belongings. En: Rosenberg, E. S. (ed.). A World Connecting, 1870-1945. New York: The Belknap Press, pp. 435-443.). Las migraciones no tuvieron un efecto meramente económico, pues se convirtieron en un importante factor de desestabilización política, ya sea por los enfrentamientos entre nativos e inmigrantes, o incluso entre los colonos y la metrópolis (Bayly, 2010Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI., pp. 134-136). Bayly y Osterhammel cuestionan también el papel de la industrialización como modelo principal de crecimiento en el siglo XIX, llegando a poner en duda además sus raíces europeas. El primero señala cómo en la modernización del textil británico el cultivo de algodón en la India jugó un papel primordial. En muchas otras partes del planeta, el desarrollo se debió fundamentalmente al aumento de la producción agrícola –la última fase de la “gran domesticación”, en palabras de Bayly. “La otra fuerza de riqueza creciente fue la apertura de nuevas fronteras en todos los continentes: desde el medio oeste americano a Argentina, de Kazajstán a Birmania (…), no todas las clases de modernidad del siglo XIX se emplazan en un marco industrial” (Osterhammel, 2014Osterhammel, J. (2014). The Transformation of the World. A Global History of the Nineteenth Century. Princeton: Princeton University Press. https://doi.org/10.1515/9781400849949., p. 908). Lo que sí varió fue el destino de los productos del campo, que pasaron a alimentar al mercado internacional. A la postre, la industrialización no puede considerarse el motor primigenio de la aceleración global del XIX, pues solo parece haber tenido una importancia crítica a partir de 1850. Exclusivamente a partir de entonces el capitalismo participaría como actor primario en el reforzamiento de las redes globales, aunque los impulsos partiesen, en más de una ocasión, de decisiones políticas o de motivaciones ideológicas (Bayly, 2010Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI., p. 559).

 

5. CONCLUSIONES Top

Como concepto analítico, la globalización tropieza con tres graves obstáculos. En primer lugar, el carácter difuso de su propia definición. Mientras los economistas se fijan más en los medios –factores de producción, tecnología-, los sociólogos insisten en el resultado –la integración creciente-. De hecho, hoy día se tiende a distinguir entre globalidad, “condición social caracterizada por estrechas interconexiones y flujos globales”, y globalización, “conjunto de procesos sociales que parecen transformar la condición actual” (Steger, 2009Steger, M. P. (2009). Globalization. A Very Short Introduction. New York: Oxford University Press., pp. 7-8). Las discusiones en torno al origen temporal y causal de la globalidad actual han llevado a tropezar con el segundo de los obstáculos: hay autores que dudan, si no de la existencia misma de la globalización, sí de su relevancia. El economista Paul Krugman (1999Krugman, P. (1999). The Accidental Theorist and Other Dispatches from the Dismal Science. New York: Penguin.) o el filósofo John Gray (2011Gray, J. (2011). Anatomía de Gray. Textos esenciales. Madrid: Paidós.), por poner solo dos ejemplos, han cuestionado el supuesto debilitamiento del poder de los estados en la nueva era global, así como el carácter eminentemente aperturista de las innovaciones tecnológicas. En tercer lugar, la trasposición de la noción de globalización al lenguaje público y, sobre todo, al terreno de la confrontación política, han hecho que o bien se vacíe de contenido real, o bien sea muy difícil usarla de manera desapasionada. A la postre, podría afirmarse que el de globalización es hoy un concepto verdaderamente postmoderno, ya que más importante que su existencia real es el hecho de creer en ella.

¿Es conveniente seguir sustentando las investigaciones académicas en una idea tan aparentemente difusa como la de globalización? El repaso historiográfico que hemos efectuado, selectivo y ceñido en gran medida al mundo anglosajón, puede aportar algo de luz al respecto. Quien se acerque a la historiografía con el propósito de historiar la globalización, se encontrará con trabajos que, en poco más de treinta años, han recuperado y descartado muchos de los enfoques propios de la ciencia histórica en los últimos dos siglos. Las síntesis de Landes, los McNeill, Bayly y Osterhammel son consecuencia del cansancio provocado por la profusión de investigaciones apoyadas en temáticas concretas y en lapsos temporales reducidos. Recientemente, Jo Guldi y David Armitage han llamado precisamente a recuperar la historia de larga duración como única vía para reintroducir a la disciplina en el debate público (Guldi y Armitage, 2015Guldi, J. y Armitage, D. (2015). The History Manifesto. New York: Cambridge University Press.). Sin embargo, muchos de los intentos por retornar a las grandes interpretaciones han provocado la vuelta, con todos los matices que se quiera, del cientificismo y el determinismo. Siempre que se sobrevuelan coordenadas espacio-temporales amplias resulta fácil sucumbir a la tentación de las explicaciones monocausales, cimentadas en metodologías propias de otras disciplinas. O’Rourke y Williamson elaboraron complicados modelos econométricos, que no pretendían sino reclamar la solidez asociada con las matemáticas. Por su parte, Jared Diamond volvía sus ojos hacia la biología; y David Christian hacia la física, en pos de una nueva versión de la teoría nebular que deshumanizaba la historia para retrotraerla al momento del big bang.

La historiografía tampoco se ha visto al margen de condicionamientos políticos o ideológicos. La necesidad de superar el eurocentrismo no puede llevarnos a dar un giro de ciento ochenta grados, y a reivindicar equilibrios desorientadores. Seguimos haciendo historia desde occidente, y estamos influidos por problemáticas típicamente occidentales. Asimismo, si se admite la existencia de una globalización, esta tiene, con bastante certeza, un regusto occidental. Lo cual no conlleva necesariamente un juicio de valor acerca de la superioridad o inferioridad de Europa o Norteamérica; es simplemente la constatación de una primacía en la que otros continentes pueden haber jugado una baza relevante. Las instituciones políticas, las prácticas económicas y las ideologías que sustentaron la expansión europea han nacido al albur de los intercambios con otras áreas. Se puede admitir, con Pomeranz, que los factores subyacentes a la primacía europea son contingentes. Pero alterar la perspectiva geográfica y los indicadores económicos para afirmar la igualdad de desarrollo entre Europa y otras áreas del planeta, antes del siglo XIX, parece un enfoque algo artificial.

Bayly y Osterhammel, por el contrario, y a pesar de sus importantes diferencias, representan lo mejor que la historia puede aportar al conocimiento de la globalización. Esto es así porque, irónicamente, se alejan del concepto para adoptar una postura libre de condicionamientos teóricos. Acuñando expresiones como globalidad emergente o gran aceleración, desean librarse de los constreñimientos propios de modelos como el de O’Rourke y Williamson. Solo así los historiadores son capaces cuestionar –como hacen Eckes y Zeiler- que los avances tecnológicos inciden necesariamente en una mayor integración de los mercados, cuando esta depende en última instancia de los gobiernos. Como recordaba hace unos años Paul W. Schroeder, la consideración de la agencia humana es uno de los activos principales de la historia. Es más, son las reacciones de los hombres las que marcan la diferencia a la hora de enfrentarse a acontecimientos fortuitos, como puede ser una epidemia. En unas palabras que parecen responder directamente a Diamond, Schroeder aseguraba que “la Peste Negra se explica por factores biológicos; la historia de la Peste Negra es la historia de las respuestas humanas a los cambios sociales” (Schroeder, 1997Schroeder, P. W. (1997). History and International Relations. Not Use or Abuse, but Fit or Misfit. International Security, 22 (1), pp. 64-74. https://doi.org/10.1162/isec.22.1.64., p. 68). Los mejores estudios de historia global serán, por ello mismo, aquellos que, al modo de Bayly, combinen las perspectivas estructurales con las respuestas a nivel micro. Siguiendo a John Lewis Gaddis, “nuestra mayor dependencia de la micro que de la macroorganización nos abre un amplio abanico de enfoques metodológicos. En una misma narración podemos ser rankeanos, marxistas, freudianos, weberianos, o incluso posmodernos, en la medida en que estos modos de representación nos aproximen más a las realidades que tenemos que explicar (…). En resumen, emplearemos todo lo que sea útil” (Gaddis, 2004Gaddis, J. L. (2004). El paisaje de la historia. Cómo los historiadores representan el pasado. Barcelona: Anagrama., pp. 45-46).

La conceptualización del término globalización planteó un problema para los historiadores, pero solo de forma genérica. Aludía a la existencia de una serie de conexiones y redes mundiales que a algunos –historiadores de la economía, asiduos de la historia mundial, etc.- no les habían pasado del todo desapercibidas. Pero se carecía de una visión de conjunto, libre de la preocupación por demostrar la existencia o dar con el origen exacto de la globalización, y volcada simplemente en entender cómo se habían ido entretejiendo los hilos, cada vez más densos, que habían enmarañado los continentes entre sí. La maraña contenía hilos de muchos colores, cada uno de los cuales simbolizaba fuerzas dispares –económicas, sociales, ideológicas, políticas, militares-. En algunos momentos y en lugares concretos, un color parecía predominar sobre el resto, pero ese predominio resultaba inexplicable sin tener en cuenta los otros hilos; y este provenía de la paciente labor de tejedores situados a veces en latitudes muy dispares. La mejor historia de la globalización es aquella que se ha olvidado del concepto y se ha transformado en una historia global, buscando conexiones mundiales, teniendo en cuenta perspectivas tanto estructurales como particulares, y siendo conscientes –como recuerdan los McNeill-, de que nunca alcanzaremos del todo el objetivo propuesto: “Estamos enzarzados en una lucha con las fuerzas (…) del desorden. Podremos vencer mientras nos quede energía, pero nunca de forma infinita, y siempre tendremos que pagar un precio: la energía que se aplica a poner orden no puede dedicarse a otra cosa. Esta es aproximadamente la historia del universo, de la vida y de la humanidad” (McNeill y McNeill, 2004McNeill, J. y McNeill, W. (2004). Las redes humanas. Una historia global del mundo. Barcelona: Crítica., p. 361).

 

AGRADECIMIENTOSTop

Distintos colegas y amigos han leído el manuscrito en sus diversas versiones, haciendo sugerencias que han mejorado el resultado final. Entre ellos cabe destacar a Antonio Moreno Juste, Andrés Sánchez Padilla, Pablo León Aguinaga, José María Faraldo, Antonio Niño Rodríguez y Aurelia Jiménez. Francisco Veiga me proporcionó la oportunidad de presentar una versión previa de este texto en un simposio organizado el mes de enero de 2016 en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. El artículo se ha beneficiado también de las discusiones, a lo largo de los seis últimos cursos, con mis alumnos de la asignatura Globalización y Relaciones Internacionales, impartida en la sede de la Universidad Complutense de Madrid del Máster Interuniversitario en Historia Contemporánea. Durante un año, compartí la docencia de esta materia con Carlos Sanz, gracias al cual conocí varias de las lecturas que he utilizado. Todos los errores son, por supuesto, exclusiva responsabilidad del autor.

 

BIBLIOGRAFÍATop

Bach, O. (2006). Towards a contemporary conceptual history of the globalization concept. The 9th Annual International Conference of Conceptual History, Swedish Collegium for Advanced Study, Uppsala.
Bayly, C. A. (2010). El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales. Madrid: Siglo XXI.
Bentley, J. H. (2004). Globalizing History and Historicizing Globalization. Globalizations, 1 (1), pp. 69-81. https://doi.org/10.1080/1474773042000252165
Christian, D. (1991). The Case for Big History. Journal of World History, 2 (2), pp. 223-238.
Christian, D. (2004). Maps of Time. An Introduction to Big History. Berkeley: University of California Press.
Cipolla, C. M. (1999). Las máquinas del tiempo y de la guerra. Estudios sobre la génesis del capitalismo. Barcelona: Crítica.
Diamond, J. (2009). Armas, gérmenes y acero. Breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años. Barcelona: Debate.
Eckes, A. E. (1995). Opening America’s Market. U.S. Foreing Trade Policy Since 1776. Chapel Hill: The University of North Carolina Press.
Eckes, A. E. y Zeiler, Th. W. (2003). Globalization and the American Century. New York: Cambridge University Press.
Ferguson, N. (2011). Civilization. The West and the Rest. London: Allen Lane.
Fieldhouse, D. K. (1990). Economía e imperio. La expansión de Europa (1830-1914). Madrid: Siglo XXI.
Frieden, J. A. (2006). Global Capitalism. Its Rise and Fall in the Twentieth Century. New York: Norton.
Friedman, Th. W. (2000). The Lexus and the Olive Tree. Understanding Globalization. New York: Anchor Books.
Gaddis, J. L. (2004). El paisaje de la historia. Cómo los historiadores representan el pasado. Barcelona: Anagrama.
Gallagher, J. y Robinson, R. (1953). The Imperialism of Free Trade. The Economic History Review, 6 (1), pp. 1-15. https://doi.org/10.2307/2591017
Geyer, M. y Bright, Ch. (1995). World History in a Global Age. American Historical Review, 100 (4), pp. 1034-1060. https://doi.org/10.2307/2168200
Gray, J. (2011). Anatomía de Gray. Textos esenciales. Madrid: Paidós.
Grew, R. (2006). Expanding Worlds of World History. The Journal of Modern History, 78 (4), pp. 878-898. https://doi.org/10.1086/511205
Guldi, J. y Armitage, D. (2015). The History Manifesto. New York: Cambridge University Press.
Held, D. y McGrew, A. (eds.). (2002). The Global Transformations Reader. An Introduction to the Globalization Debate. Cambridge: Polity.
Hoerder, D. (2012). Migrations and Belongings. En: Rosenberg, E. S. (ed.). A World Connecting, 1870-1945. New York: The Belknap Press, pp. 435-443.
Krugman, P. (1999). The Accidental Theorist and Other Dispatches from the Dismal Science. New York: Penguin.
Landes, D. S. (1983). Revolution in Time. Clocks and the Making of the Modern World. Cambridge: The Belknap Press.
Landes, D. S. (2008). La riqueza y la pobreza de las naciones. Por qué algunas son tan ricas y otras son tan pobres. Barcelona: Crítica.
Levitt, Th. (1983). The Globalization of Markets. Harvard Business Review, 61 (3), pp. 92-102.
Maier, Ch. S. (2006). Transformations of Territoriality, 1600-2000. En: Budde, G., Conrad, S. y Janz, O. (eds.). Transnationale Geschichte. Themen, Tendenzen und Theorien. Göttingen: Vanderhoek and Ruprecht, pp. 32-55.
Maier, Ch. S. (2012). Leviathan 2.0: Inventing Modern Statehood. En: Rosenberg, E. S. (ed.). A World Connecting, 1870-1945. New York: The Belknap Press, pp. 29-282.
McNeill, W. (1963/1991). The Rise of the West. A History of the Human Community. Chicago: The University of Chicago Press.
McNeill, W. (1976). Plagues and Peoples. New York: Anchor Books.
McNeill, J. (2000). Something New Under the Sun. An Environmental History of the Twentieth Century World. New York: W. W. Norton.
McNeill, J. y McNeill, W. (2004). Las redes humanas. Una historia global del mundo. Barcelona: Crítica.
Nye, J. S. (2003). La paradoja del poder norteamericano. Madrid: Taurus.
O’Rourke, K. H. y Williamson, J. G. (2006). Globalización e historia. La globalización de la economía atlántica en el siglo XIX. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
Osterhammel, J. (2014). The Transformation of the World. A Global History of the Nineteenth Century. Princeton: Princeton University Press. https://doi.org/10.1515/9781400849949
Osterhammel, J. y Petersson, N. P. (2005). Globalization: A Short History. Princeton: Princeton University Press.
Pomeranz, K. (2000). The Great Divergence. China, Europe, and the Making of the Modern World Economy. Princeton: Princeton University Press.
Robertson, R. (2005). Globalization: Time-Space and Homogeneity-Heterogeneity. En: Featherstone, M., Lash, S. y Robertson, R. (eds.). Global Modernity. London: Sage, pp. 25-44.
Rosenberg, E. (ed.). (2012). A World Connecting, 1870-1945. Cambridge, Mass: Harvard University Press.
Schroeder, P. W. (1997). History and International Relations. Not Use or Abuse, but Fit or Misfit. International Security, 22 (1), pp. 64-74. https://doi.org/10.1162/isec.22.1.64
Steger, M. P. (2009). Globalization. A Very Short Introduction. New York: Oxford University Press.
Stiglitz, J. (2002). Globalization and Its Discontents. New York: W. W. Norton.
Vries, J. de (1994). The Industrial Revolution and the Industrious Revolution. The Journal of Economic History, 54 (2), pp. 249-270. https://doi.org/10.1017/S0022050700014467
Zeiler, Th. W. (2013). Requiem for the Common Man. Diplomatic History, 37 (1), pp. 1-23. https://doi.org/10.1093/dh/dhs009