ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura 198 (803-804)
enero-junio, 2022, a643
ISSN: 0210-1963, eISSN: 1988-303X
https://doi.org/10.3989/arbor.2022.803-804010

DEBATE SOBRE CONSTRUIR Y HABITAR. ÉTICA PARA LA CIUDAD DE RICHARD SENNETT

CONTENIDO

La elección del libro Construir y habitar. Ética para la ciudad de Richard Sennett como objeto en torno al que debatir y conversar sobre los procesos de construcción de las ciudades se debe, principalmente, a que este libro piensa esos procesos en el encuentro de lo social, lo técnico y lo político. Este texto que cierra la trilogía iniciada con El artesano (2009) y Juntos. Rituales, placeres y política de cooperación (2009), posee la virtud de aunar la visión técnica y humanística de la ciudad.

Las personas invitadas a debatir son: Enrique Cano Suñén, Ingeniero industrial, Arquitecto y subdirector de Infraestructuras de la Escuela de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad de Zaragoza. Manuel Delgado, Catedrático de Antropología social de la Universidad de Barcelona y miembro del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano. Silvia Giménez, profesora de Sociología de la Universidad Rey Juan Carlos y directora del Observatorio para el Análisis y Visibilidad de la Exclusión Social. María Pura Moreno, Arquitecta y Socióloga, Profesora Asociada de Proyectos Arquitectónicos de la Universidad Politécnica de Cartagena.

A todos ellos se les pidió un texto que contuviera una valoración crítica y personal sobre los puntos fuertes y débiles del libro de Richard Sennett. Los textos circularon entre los participantes y fueron el punto de partida de las cuestiones que articularon la conversación que tuvo lugar el 2 de julio de 2022.

A continuación, se reproducen los textos y se transcribe el debate que fue moderado por Julia Urabayen, una de las coordinadoras del monográfico1La transcripción y la revisión de estilo han sido realizadas por Jordi Fernández Gel..

ENRIQUE CANO SUÑÉN

 

La influencia de Sennett ha sido especialmente relevante en las escuelas técnicas de arquitectura, en las que propuestas éticas y sociales que contraponen el modelo de pensamiento del artesano frente al ingeniero, y la ciudad medieval y griega recorrida al modo flâneur, son convenientemente (re)apropiadas para justificar metodologías que se basan en la opinión, y que, por lo tanto, no necesitan ser probadas.

Sennett es un a-técnico2Me refiero aquí, a un ludismo, máquina como mecánico, que entiende la técnica como herramienta y por lo tanto, identifica el problema en la ética de su uso -bueno o malo- (abierto o cerrado en palabras de Sennett) para restringir hasta un límite. idealista que 1) habla de técnica, movimientos, flujos, ciber-espacio, realimentación, sistemas abiertos o cerrados, sin profundizar en qué es la técnica, la biología, la ingeniería, la informática o los sistemas termodinámicos (abierto o cerrado) y 2) ha propuesto una teoría universal sobre ciudades inteligentes, inteligencia artificial y smarts cities, tomando como ejemplos Songdo y Másdar, guetos extremos de especulación financiera.

Por ello su propuesta no solo es ignorada en los habitares donde se proyecta con sistemas automáticos y máquinas no triviales, en los que se diseñan dispositivos de transformación de energía sino que es irrelevante también para los que se apropian de estos flujos generados mediante controles y resistencias: el capital, la política, la burocracia. Estos son los agentes y lógicas que conforman la ciudad, y que Sennett omite interesadamente para plantearnos el modelo que, según él, nos conviene éticamente: imponernos resistencias artificiales que permiten conservar el statu quo de los privilegios, para que seamos más conscientes y podamos experimentar la ciudad al modo en el que un carpintero -feliz-, sentía la materia.

Tener el tiempo necesario para experimentar la ciudad es una posibilidad compleja nacida del exceso, del derroche de energía. Sin duda la ciudad es un dispositivo -y Sennett lo obvia- capaz de capturar, de procesar y transformar inmensas cantidades de energía para hacer la vida más cómoda a sus habitantes. Es decir, a diferencia de lo planteado en su trilogía, la técnica no es una herramienta que se nos da ex machine por un nuevo Prometeo que desata consecuencias pandoristas que hay que combatir, sino la manera en la que los humanos nos adaptamos y relacionamos con el medio. En este sentido, la ciudad inteligente es una continuación de cómo los seres biológicos utilizamos sensores que nos informan de determinadas variaciones en el entorno a las que reaccionamos para obtener las calorías que podemos procesar para seguir vivos. Los humanos técnico-industriales actuales hemos sido capaces de transformar para nosotros exo-energía con la que estamos modificando el entorno para adaptarlo a nosotros. Es decir, hemos aprendido a minimizar la resistencia física a nuestras acciones La ciudad es parte fundamental en este proceso.

En conclusión, el aumento de esta capacidad nos proporciona bienestar y esto se desarrollará independientemente de toda ética del diseño urbano y arquitectónico. Todos los edificios y ciudades se sensorizarán, monitorizarán y automatizarán porque permiten optimizar significativamente dicha capacidad3Optimizar aquí no debe leerse como ahorro o eficiencia, sino como aumento de la energía disponible..

¡Pero disfrutemos del exceso generado y debatamos sobre ello… con vino a ser posible!

MANUEL DELGADO

 

¿Es posible diseñar ciudades dignas bajo esa máquina del capitalismo que las destruye y entristece? Richard Sennett considera que sí, que es posible construir y habitar ciudades que, a pesar de la depredación mercantil de que son víctimas, pueden existir acordes con el idealismo universalista kantiano. Esa es la tesis central de Habitar y construir.

Richard Sennett fue un sociólogo que en los años 70 puso su erudición en al servicio de una genial etiología de la modernidad urbana. Hoy es una estrella del show business intelectual. Las instituciones que lo convocan suelen sacarle a pasear para que contemple sus logros en materia urbana y algunas lo premian o lo incorporan como asesor, consultor, colaborador o cualquier otro título que avalen su papel como justificador. En este libro vuelve a desplegar su conocimiento -hecho de lecturas y de experiencias casi siempre de oídas o de paso- para argumentar a favor de un urbanismo audaz, al tiempo que socialmente sensible, pero que no estorbe los procesos de apropiación capitalista de las ciudades. Es más, contribuye al objetivo de hacer estas dinámicas más sostenibles y soportables, menos atroces, reclamando una participación de los urbanizados en las políticas urbanísticas que convierta a sus víctimas en cómplices.

El libro prueba la actualidad de un viejo contencioso inherente a la historia misma de la ciudad moderna: el que opone el conjunto de maneras de vivir en espacios urbanizados -la cultura urbana propiamente dicha- a la estructuración de las territorialidades urbanas, es decir, la cultura urbanística. En la práctica y hasta ahora el urbanismo se ha configurado casi siempre como una colosal máquina de guerra contra lo urbano. Sennett revoca ese antagonismo y propone una conciliación entre estos dos polos. Parece convencido de que la aplicación de criterios ordenadores claros y pertinentes es capaz de resolver o al menos aliviar problemas sociales profundos, no por la vía de un cambio en estructuras brutalmente asimétricas, sino por el de una redefinición de los lugares y de su organización. Al servicio de ese presupuesto reclama dotar al urbanismo de un contenido ético que le confiriera un sentido no meramente tecnocrático, sino también moral. Ha caído víctima de lo que Henri Lefebvre -ese autor que Sennett ignora- presentaba como «la ilusión urbanística», la ensoñación que afecta a los planificadores de que pueden escapar de las gravitaciones que someten el espacio a las relaciones de producción capitalista, o reconducirlas. No reconocen o no quieren reconocer que obedecen órdenes. Buena fe no les falta, pero esa buena conciencia agrava aún más su responsabilidad.

Todo este libro es una interpelación conjunta a Lewis Mumford y a Jane Jacobs. Sennett toma partido por la izquierda liberal y posibilista de Mumford y evoca el tiempo pasado en que simpatizó con Jacobs y su denuncia intempestiva de los desmanes del urbanismo, que definía como esa pseudociencia hecha de una plétora de sutiles y complicados dogmas levantada sobre unos cimientos idiotas. En Habitar y construir Sennett proclama satisfecho haberse liberado de la sombra de Jane Jacobs, esa sombra que todavía continúa iluminándonos a algunos.

SILVIA GIMÉNEZ RODRÍGUEZ

 

Richard Sennett en Construir y Habitar: Ética para la ciudad, obra publicada en 2019 en español por Anagrama, en algo más de 400 páginas, con 300 citas de clásicos de la sociología, la filosofía y el urbanismo, nos presenta una explosión de sociología fundamentada, con evocación de la ética para la armonía y el equilibrio. Las cincuenta y nueve ilustraciones hacen al lector saltar del viaje imaginario, a través de las experiencias narradas con envolvente literatura, a la concreción realista desde su pragmatismo de escuela característico: la teoría se extrae de la práctica para volver a la teoría. Danza en la que se observa transcurre la obra para explicar el objeto según los efectos que produce.

De esta manera el autor nos invita a viajar por la historia de los territorios y los espacios, así como por las profundidades de un concepto de ciudad dividido: entre lo artificial y lo natural; entre lo planificado y lo improvisado; lo estático y lo dinámico; entre el orden estructurado del que construye y el desorden controlado del que habita; entre el cuerpo que contiene y el alma que fluye, en definitiva, entre la ville y la cité. Este proceso se enriquece con multitud de ejemplos y reflexiones experienciales del propio autor, que desde su pragmatismo inherente dedica a dar sentido sociológico a la experiencia concreta, desde un lenguaje accesible.

El concepto abierto-cerrado está muy presente en toda la obra, aplicado a los sistemas, a las formas de pensamiento, a la construcción de las ciudades e incluso a la misma ciencia, que en ocasiones se cierra en ver solo un camino, descartando de antemano otras posibilidades fundamentadas a tener en cuenta. El autor aboga como C. Wright Mills en su libro La Imaginación sociológica (1959) por la apertura creativa como solución a los problemas sociales.

Sennett apuesta por la integración de la ville y la cité desde el paradigma de la ciudad abierta acogedora y diversa, frente a la ciudad de lógica racional cerrada (jaula de cristal weberiana) canalizadora de indiferencia, que evoca al producto macdonalizado de sociedad (George Ritzer), que encuentra su motor en la manipulación sutil hacia un destino de control social. Para que exista una armonía o equilibrio, propone un diseño de ciudad ordenado a la vez que flexible, tolerante y acorde a la idiosincrasia de la ciudadanía que la habita, la disfruta y la vive. Ello solo sería posible desde una ética de la responsabilidad, del pensar abierto y compartido del urbanista al urbanita y viceversa. Lo plantea desde un diálogo centrado en la empatía del construir orientado por la conducta del habitar (Weber), donde cooperar no necesariamente es consensuar, pero sí escuchar; desde una ética del cosmopolitismo comprometido que considera alejado de Kant.

A modo de conclusión comparto con Sennett la idea de que independientemente de la intención de su creador, el lugar puede cobrar vida propia y que las formas adquieren con el tiempo la capacidad de autogestionarse, sin estar plenamente determinadas de antemano. Algo que confunde al lector a lo largo del texto, pues pareciera desprenderse un determinismo continuado que adjudicara toda la responsabilidad al urbanista.

Se trata de un ensayo profundo y analítico que excedería las expectativas que marca el título, al transcender sus reflexiones a la sociedad en su conjunto, que se construye y habita: apostando hacia una ética comprometida para la vida en sociedades abiertas y diversas.

MARÍA PURA MORENO MORENO

 

La dualidad entre las acciones Construir y Habitar permite a Richard Sennett exponer el marco referencial sobre el que versarán cuestiones planteadas en torno a la idea de ciudad. Unas cuestiones sintetizadas bajo el interrogante sobre si la ética -quizás cabría añadir si perspectivas como la de género o el rechazo al edanismo y la aporofobia- pueden determinar el diseño de la ciudad. O sobre si la forma de la ville -más o menos planificada- puede movilizar esa cité cohesionada, justa y habitable que propone. Ante semejante disyuntiva, y aludiendo a la metáfora del Angelus Novus de Paul Klee, detecta errores del pasado apostando por una simbiosis de lo social y lo físico en infraestructuras urbanas flexibles y adaptables -cuya materialidad no concreta- a los sucesivos contextos temporales.

El análisis de las propuestas de la gran generación de urbanistas -Haussmann como el propiciador de movilidad y de espacio frente a lugar, Cerdá como idealista precursor de un tejido urbano homogéneo, o F. L. Olmsted como impulsor de una ética eco-social que implica a la naturaleza como foco de atracción de la diversidad- precede a la exposición de las connotaciones sociales de ciertas formas de habitar analizadas en enclaves demasiado heterogéneos en su escala como Googleplex, Songdo, Nueva Shanghái, Plaza Nehru de Delhi o Medellín.

Dicha amalgama de referentes se involucra con su excesiva devoción por los planteamientos de Jane Jacobs cuestionados a medida que, como observador cosmopolita, globaliza su foco de análisis percatándose de la incompatibilidad entre un crecimiento urbano acelerado, que no cuestiona, y las actuaciones lentas sugeridas por comunidades singulares.

Su intencionalidad la demuestra en la defensa de una ville abierta y productora de sociabilidades que eviten el excesivo aislamiento tecnológico contemporáneo. La exposición de amenazas tales como cambio climático y escasez de agua -a mi juicio y por su importancia actual demasiado diluidas en el texto- le dirigen hacia conceptos biológicos como mitigación y adaptación que esquiven el ordenado control y superen lo excesivamente planificado en pro de un mejor habitar colectivo.

Las soluciones apuntadas como la porosidad en las membranas, las infraestructuras generadoras de sincronía frente a secuencialidad, los signos de puntuación en el espacio, o la reivindicación por lo incompleto e inacabado quedan únicamente esbozadas teóricamente. Su concreción material aparece con la aportación del co-autor de su siguiente libro, Diseñar el desorden, el arquitecto Pablo Sendra. En definitiva, el texto es un manantial de referencias físicas y sociales que delata el distanciamiento respecto a sus inicios de idealista en los que contemplaba la ciudad como el resultado de la acumulación, la experiencia y el uso -Bernard Rudofsky, Gordon Cullen, Jane Jacobs-.

Aquella idea de ciudad estratificada en capas temporales se adivina ahora más como un palimpsesto, borrado y reescrito, al que incorpora críticas como la falta de riesgo planificador o la obsolescencia de lo paulatino frente a una irreversible aceleración. Su confesión respecto a la dificultad de destilar lo eterno a partir de lo transitorio se revela también en la disimilitud de los enclaves señalados con el término ciudad. Una palabra que en el fondo no deja de ser una convención lingüística para denominar una gran multiplicidad de realidades.

DEBATE

 

Julia Urabayen: Buenas tardes a todos y todas. Me gustaría agradeceros especialmente que hayáis aceptado participar en este debate. Si os parece bien, podríamos empezar el debate abordando la pregunta por el sentido de una serie de binomios que aparecen a lo largo de la obra de Sennett. Por supuesto no es necesario que se contemplen todos, sino únicamente aquellos que las personas que van a intervenir consideren más relevantes desde o para sus disciplinas. Al hacerlo conviene que se atienda a la pertinencia de esas distinciones, así como a su posible o imposible conciliación.

María Pura Moreno: Muchas gracias, Julia. La arquitectura -y desde luego, por extensión, la ciudad- es una síntesis de infraestructura geográfica, infraestructura económica y súper-estructura ideológica. El término ciudad es casi una entelequia, una quimera, por lo que tiene de ambigüedad, contradicción y complejidad.

Sennett, en su obra, aborda la dualidad entre la ville y la cité, entre la materialidad y la acción de habitar. La habitabilidad es un concepto cultural, con lo cual muta con el tiempo, igual que muta la concepción de dolor o la concepción de ciudadanía. Las necesidades actuales de habitabilidad -el agua, la energía, el wifi- no son las mismas que se tenían en otros tiempos. Así, en esa interrelación entre ville y habitar, es necesario contar con el factor del tiempo. La arquitectura, y no digamos ya el urbanismo, necesitan el factor tiempo para ser construidas y ser evaluadas. Por eso son muy curiosos los debates que tenemos ahora en torno a las viviendas post-covid.

El problema -o la ventaja- de la arquitectura y el urbanismo es que necesita el tiempo. La otra ventaja -o inconveniente- es que depende del capital, de la economía y de los presupuestos. Algo de lo que carece el arte, que es siempre más desinhibido. De ahí la atención que nos merece a los arquitectos la inmediatez con la que se producen sus procesos de creación, debate o crisis.

Otro aspecto es que el tiempo, desde luego, genera vínculos con los espacios. Esto es lo que nos plantea Richard Sennett en el libro. Pero depende de qué espacios, depende de qué diseños de espacios o depende -en relación con el factor tiempo del que hablaba- de cómo es de acelerado ese proceso generador. Tenemos ejemplos de construcciones de ciudades excesivamente aceleradas que no conforman ciudad, sino otra cosa. Pondría de ejemplo Nueva Gourna en Egipto, de Hassan Fathy, o las múltiples urbanizaciones ligadas a campos de golf del levante español, que por su monocultivo de vivienda unifamiliar no son ciudad. No hay diversidad, tampoco heterogeneidad, y por ello no son ciudad: porque no son capaces de engendrar ningún tipo de solidaridad orgánica.

Ese tiempo es el que ofrece la costumbre, el que ofrece los patrones de acontecimientos de los que hablaba Christopher Alexander en su libro El modo atemporal de construir. Cuando se habla de ese habitar, se habla de ese patrón. Por ejemplo, Alexander hablaba de colocar una ventana que funcionase, frente a dotar simplemente de agujeros a un envolvente. Es también a lo que se refiere Sennett cuando habla de Gordon Muller y la escala de la experiencia.

Y por último señalar que los planteamientos diferenciadores entre urbanismo y arquitectura han derivado en algo perverso: olvidar que el espacio urbano se delimita o se piensa con los mismos mimbres que un espacio interior, y que se debe pensar en esos procesos, esos tiempos, esos rituales y esos patrones de comportamiento. Por eso siempre les comento a mis alumnos la importancia de la sección transversal o longitudinal de una calle, en tanto que es una decisión política: porque influye en el devenir de ese espacio y en cómo se va a utilizar.

Cuestiones como la altura de esos edificios o el trazado en función del soleamiento las introduce Sennett con el ejemplo de Chicago, y esa trama ortogonal donde los vientos podrían ser atenuados si la trama hubiera sido curva. Del mismo modo que la sección y la anchura de la acera, del alcorque, del carril bici son todas decisiones políticas que inciden en el ente vivo que llamamos ciudad. Como está viva, no es ajena a ninguna voluntad creadora, innovadora, transformadora o destructora. Pensemos en cómo se está modificando en Barcelona esa sección transversal de la calle: como simplemente, igualando el asfalto con la acera o añadiendo más acera, se puede modificar ese habitar.

Enrique Cano: En primer lugar, quería darte las gracias Julia por tu paciencia y por haber organizado este debate en tiempo casi record. Sin más, voy a ponerme con lo que he pensado sobre la pregunta que nos has lanzado: ¿cómo generar y qué relación tienen estos binomios? Considero que son muy lecobuserianos, en el sentido blanco y negro, 0 y 1, elegir entre papá y mamá… Son conceptos que me parecen, a todas luces, inoperativos.

Hay una cuestión que es crucial, y es que entendemos la ciudad como un sistema complejo. Si estableciéramos lo que es complejo y lo que es complicado, habría que decir que lo complicado es aquello que es difícil de resolver y lo complejo es aquello que tiene muchas interconexiones entre las partes. Las dicotomías que Richard Sennett pone sobre la mesa solo producen dificultades inoperativas, porque no ayudan para nada, sino que simplifican mucho lo que es la ciudad. El autor deja muchos puntos de vista sueltos, sin suficiente análisis, lo que acaba provocando una vulgarización de algo que no es para nada sencillo.

Sennett, en la trilogía del Homo faber, decide que va a reflexionar sobre la técnica. Y lo hace de una manera muy curiosa, con un axioma que pone en la primera página: «No expliques, muestra». Inmediatamente después, prosigue con una frase muy contundente: «los expertos no pueden dar sentido a su trabajo». Estas son dos sentencias de El artesano que, cuando lo leí hace muchísimo tiempo, me hicieron pensar bastante. Venían de Ortega y de Heidegger. Pero, cuando alguien te dice que no puedes reflexionar sobre la naturaleza de tu trabajo, siempre pretende una cierta provocación.

En mi segunda relectura, lo que he terminado creyendo es que faltaba una reflexión sobre otros modos de entender la técnica y una forma no tan simple de pensar sobre lo que es la técnica. En estas dicotomías entre lo abierto y lo cerrado todo sistema puede ser susceptible de abrirse o cerrarse. Porque, en un momento dado, cuando determinas un sistema, estás introduciendo las variables que se intercambian: estableces lo que se llama las condiciones de contorno. Ahí decides si el sistema es abierto o cerrado, y generas tus simplificaciones.

Pero no creo que Sennett esté hablando de esto. Sennett habla de sistemas abiertos y cerrados desde un punto de vista básicamente económico. Una aproximación que consideramos más interesante es que ese sistema ciudad está en relación con un entorno, y ese entorno ahora mismo sabemos que es cambiante, que el hombre lo afecta, lo modifica y, a su vez, entra en un círculo bastante continuo.

Sennett plantea un debate -muy bien acogido en las escuelas de arquitectura- acerca de una posible ética sobre de la manera en la que producimos los objetos. Hace una aproximación que, a nuestro modo de ver, denominaríamos retrógrada o inútil. No se enfrenta con los problemas que tiene la ciudad, sino que ofrece una mirada completamente nostálgica al pasado.

Desde esta forma de ver las cosas, consideramos -uso el plural porque esta intervención es el resultado de un trabajo en equipo- que es una teoría irracional, con un carácter claramente idealista -y de alguna manera místico que está afirmado en la introducción. Es en una ciudad donde seguramente tiene importancia cómo llega la energía, cuáles son sus flujos, cómo se comportan las personas -todo eso lo iremos viendo en otras intervenciones, cuando lo relacionemos con el Big Data y los smart buildings-; ¿cómo podemos entender que la solución pase por hacer trabajos manuales, hacer maquetas a mano en los laboratorios, o que el paradigma de la arquitectura sea volver a realizar un dibujo? Así se entiende desde una manera heideggeriana: ir a un lugar y desvelar lo que ese sitio quiere ser. Pero de esa forma está completamente fuera del mundo del siglo XXI. Para finalizar esta primera intervención, creemos que la propuesta en la trilogía es volver a un pasado artesanal que jamás fue así y que, desde luego, no volverá.

Silvia Giménez: Buenas tardes, muchísimas gracias a Julia por la organización de este debate. Para empezar con mi aportación, tomando la parte sociológica que ocupa esta dicotomía entre la ville y la cité, establecería una relación entre lo que Émile Durkheim y lo que Max Weber entienden como acción social. En vez de considerarlas como contrarias, creo que esta dicotomía puede ser complementaria.

Cuando hablamos de la ville como la construcción del espacio frente a la cité como la habitabilidad del espacio -el darle vida-, también lo relaciono con Durkheim y las maneras de actuar, pensar y sentir, ajenas al individuo, que ejercen un poder coercitivo sobre él. Mientras, a Weber lo relaciono con la parte de la cité que contempla la acción social, que siempre ha de estar orientada por la conducta del otro. Actuamos pensando en el otro, que ha de entender el significado de esa construcción y retroalimentarla.

Por lo tanto, Durkheim sería una retroalimentación del espacio construido, un yo construyo sin pensar en el otro, estableciendo un espacio concreto en relación con unas directrices de urbanismo y política. Y Weber sería la parte de la cité: donde esa construcción está siempre orientada por la conducta del otro, por sus necesidades y demandas. Ahí es donde veo yo la dicotomía entre estos dos pensadores de la acción social y, en este caso, de la ciudad. Es decir, no lo veo tan contradictorio o contrapuesto, sino que podrían ser dos conceptos complementarios.

Manuel Delgado: En primer lugar, corresponde advertirles que mi perspectiva -parecida a la de Silvia- es la de alguien que aborda los fenómenos urbanos desde su dimensión humana. Me interesa sobre todo ese aspecto relativo al habitar y al usar una ciudad como el fundamento último que explica los fenómenos que en ella tienen lugar. Pocas apreciaciones haré de tipo técnico, porque no me corresponde.

Debo reconocer que Richard Sennett, para mí fue absolutamente revelador. La lectura de El declive del hombre público tuvo una virtud prácticamente iluminadora. Justamente estaba trabajando acerca de la génesis de lo que es la forma moderna de la ciudad actual, y cuál es justamente esa especie de línea que permite entender en qué consiste hoy vivir en una ciudad, socialmente hablando, cuando leí su obra. El Sennett que escribe El declive del hombre público es un Sennett súper crítico que no puede disimular su desazón ante cierta forma de desarrollo de la vida urbana.

Pero ocurre que Sennett ha sufrido una especie de evolución. No sé en qué momento se produce esa ruptura del Sennett cercano con el Sennett que ha renunciado a la visión crítica que compartía con Marc Jacobs y que él mismo reconoce que se aproxima mucho más al reformismo bienintencionado, oponente de Jacobs en ese momento. Creo que la cuestión está ahí: Sennett, de pronto, descubre que puede ser útil al urbanismo y quiere contribuir con las lecciones que la historia y la sociología le permiten extraer.

Claro, a algunos el resultado nos puede parecer en cierta forma no decepcionante, porque esta especie de evolución quizás arranca en los años 90 con La corrosión del carácter. Pero sí que nos parece que está ligado claramente al papel que Sennett está jugando hoy como una especie de consultor que acude allí donde le llaman para aconsejar desde sus erudiciones qué deben ser las políticas urbanísticas. No saben bien si para orientarlas o para justificarlas o legitimarlas desde el punto de vista doctrinal.

Pero en realidad la cuestión es que lo que plantea no tiene nada de original. Esta especie de oposición entre la cité y la ville es prácticamente consustancial a la historia misma del urbanismo y de la teoría urbanística, y en general del pensamiento acerca de la ciudad. Es la diferencia entre la cultura urbana, relativa a las prácticas que recorren y construyen la ciudad como ser viviente, que se nutre de lo que la altera, y la cultura urbanística, que tiene que ver con la manera de organizar y distribuir los espacios. La cuestión está en hasta qué punto es compatible esa visión que ofrece el urbanista con aquella otra que resulta de las propias prácticas de los habitantes y usuarios.

A su vez, esa división aparece, por ejemplo, en Henri Lefebvre, en la diferencia entre ciudad concebida y ciudad practicada, en la diferencia entre la ciudad y lo urbano. Desde luego sorprende -aunque no debería- que alguien tan erudito como Sennett no mencione prácticamente a autores marxistas como el mismo Lefebvre, David Harvey o Neil Smith. De pronto han desaparecido. Si me permiten ser franco, yo creo que, hoy por hoy, Sennett es alguien que está a disposición de una retórica de reforma ética y estética del capitalismo, que no es otra que lo que hoy se suele llamar nuevo municipalismo.

Por eso discrepo de lo que dice Enrique Cano: Sennett no está mirando al pasado. Está mirando a un pasado, es cierto; pero a un pasado puramente utópico y comunal en el que se trata de recuperar ciertas virtudes de una vida en común de la que él cree que se puede llevar a cabo algún tipo de traslado al mundo actual. Un traslado hecho básicamente a partir de una reivindicación del humanismo universalista kantiano, que supone que unas buenas dosis de buenas intenciones, buenos sentimientos y ética pueden corregir los desmanes del capitalismo. Los ejemplos que da y los nombres que ofrece como referentes son prueba de ello.

Supongo que queda claro que Sennett no me merece demasiada simpatía, y menos su disposición ante de lo que podemos llamar un urbanismo enrollado, lleno de valores y cualidades morales. En el fondo no intenta más que inocular una cierta dignidad ética a lo que son políticas que acaban siendo máquinas de destruir y entristecer ciudades.

Enrique Cano: muy pertinente tu comentario, seguramente me habré expresado mal. Es muy operativo generar restricciones en las ciudades o abogar por el diseño urbano, como cuando Sennett habla de Medellín (Colombia). Al final Sennett coge cosas del pasado, pero cosas que no ocurrieron así. Se las inventa, como cuando simplifica el Proyecto Manhattan para decir que una persona como Robert Oppenheimer tiene entrada como científico «artesano». O como cuando llama a Ildefonso Cerdà «arquitecto» y a los ingenieros civiles, «artesanos-héroes de la ciudad moderna». Todo para justificar su posición.

Para Richard Sennett, el artesano es aquel que disfruta de su trabajo. Pero cuando estás en un mundo de ingenieros, todos estos nombres propios te suenan raros. En arquitectura el trabajo es lo más solitario del mundo, pero cualquier proyecto de ingeniería exige colaboración. No hay absolutamente nada que se pueda hacer de forma simple, y mucho menos una ciudad. No se puede proyectar una ciudad, eso es un mito. Si nos dicen a los ingenieros que hagamos cualquier cosa, necesitamos para ello a tropecientas personas. Decir que ese trabajo no se disfruta porque el trabajador tiene una relación «extraña» con su trabajo es basarse en un mito-prejuicio muy fuerte. Eso es lo que me ha sorprendido en la relectura de Sennett. Encuentra maneras de trabajar colaborativas, pero las va a buscar a sitios muy discutibles: es muy cuestionable que la Edad Media fuera un sistema muy abierto, que una posición gremial se pudiera entender sin hablar de privilegios

Al final, sí que vemos -y estoy de acuerdo con Manuel Delgado- que Sennett es una especie de justificador de ciertas medidas muy discutibles. Eso me ha gustado mucho de tu intervención, porque se ve claro que Medellín es una operación en la que Sennett pone unas frases sobre la arquitectura icónica que realmente sorprenden. Es una mirada operativa al pasado, inventándoselo, para justificar algunas cosas ahora que van a ir muy bien para ciertas doctrinas. Coincide muy bien con la teoría de Kenneth Frampton y ambos son dos autores con grandes influencias en las escuelas de arquitectura.

Julia Urabayen: Si os parece adecuado, me gustaría retomar la cuestión que ha quedado incoada acerca de la ciudad inteligente. De esta forma devuelvo la palabra a María Pura.

María Pura Moreno: En primer lugar, quería subrayar que la intervención de Silvia Giménez ha puesto sobre el tapete a Durkheim y Weber, en relación con esas fuerzas externas de construcción de la ville. Yo también me referiría a esa dicotomía entre los conceptos de solidaridad orgánica o solidaridad mecánica, tan relacionados con el tema de la ciudad y de la heterogeneidad o complejidad que necesita la ciudad para denominarse como tal.

Por otra parte, está esa dimensión humana de la que habla Manuel Delgado en su crítica a Sennett y al cuestionamiento de los postulados de Jacobs. No se acaban de entender por no incluir ese «derecho a la ciudad» de Lefebvre y por no cuestionar esa aceleración que él -como sociólogo cosmopolita al servicio del urbanismo globalizado- no cuestiona de ninguna manera. Justifica medidas de maquillaje e interpela a los arquitectos a través de lo que en toda la historia de la arquitectura ha sido el reflejo de la economía, la política y la ideología: la arquitectura maquillaje, o la ciudad marca, que no pone en cuestión esa aceleración.

En cuanto al tema de la ciudad inteligente, y sin querer entrar en aspectos tan técnicos como Enrique, sí quería comentar que es un concepto ambiguo, pero también permanente a lo largo de todas las civilizaciones. La ciudad mediterránea es, en el fondo, una ciudad inteligente. Las calles estrechas generadoras de sombra, la entrada a los patios, los espacios en umbral, las celosías, los mecanismos para tamizar la luz… Desde el enfoque del proyecto, es igual de inteligente una ciudad medieval en Pakistán -donde la innovación tecnológica de ese contexto espacio-temporal es capaz de producir esas torres de viento tan ingeniosas como para introducir ventilación a unos interiores que tienen unas láminas de agua para enfriar el ambiente- que la construcción en adobes y cimbrados de madera. Lo pongo en cuestión para poder debatir, pero parece igual de inteligente que el paradigma en el que nos encontramos ahora mismo de las smart cities con la introducción de sistemas tecnológicos para controlar el buen habitar, esa cité de la que habla Sennett. Dejo la pregunta abierta de la ciudad inteligente, que Sennett no llega a nombrar, por esa dicotomía entre el habitar producido por la introducción de esa serie de energías tecnológicas o digitales que ahora disponemos.

Silvia Giménez: Intentando entenderle, diría que Sennett apuesta por una ciudad inteligente, pero siempre bajo la premisa de la apertura. Por lo tanto, trascendería esa inteligencia exclusivamente racional -de ingeniero, cerrada o encorsetada, e incluso no testeada- a una inteligencia más abierta, más emocional, que pudiera facilitar al habitante el adaptarse a las nuevas formas. Si no proceden de su demanda, estas nuevas formas que establece la ville deben explicarse como favorable para su vida cotidiana. Enfatizo su vida y no solo el funcionamiento cotidiano.

Considero que el pensamiento urbanista es culminado por la arquitectura y complementado por la ingeniería tecnológica actual. Pero ciudades tecnológicas no es sinónimo de ciudades inteligentes. Si lo equiparásemos, habría un empobrecimiento de lo que entendemos por inteligencia.

Enrique Cano: Creo que lo que acaba de apuntar Silvia está muy asociado con la ingeniería. Hay una visión de la ingeniería como un sistema cerrado. Pero los ingenieros industriales nos pasamos todo el día estudiando sistemas no-triviales, ecuaciones no-lineales, entornos de incertidumbre… Esto es importante, porque hay una visión muy newtoniana que asocia lo racional con la ingeniería como algo que está encerrado en sí mismo, determinista. Pero cuando uno se introduce, se empieza a entender la ingeniería como la apertura, como la generación de sistemas más abiertos.

Entendemos por abierto el aumento de posibilidades que tiene una persona al vivir. Es decir, cuantas más opciones tiene, más cosas puede hacer, más puede elegir con criterio. Eso plantea un problema de elección. Pero si nosotros fuéramos un animal que no tiene más que dedicarse todo el día a buscar comida, tendríamos esa opción y poco tiempo más. Si favorecemos que se dedique a cuestiones energéticas exosomáticas, entonces tendrá tiempo para hacer muchas otras cosas. Entre ellas, pasear por la ciudad, establecer relaciones, ir a un parque… Ahí hay un salto que nosotros llamamos técnica esa capacidad de generar cosas en abierto. Entre ellas, un dispositivo técnico ultracomplejo como la ciudad. Esta está muy abierta, aunque no hablando políticamente. Este es el enfoque con el que entiendo la técnica. Es en este sentido en el que comparto con María Pura que una ciudad mediterránea o persa que se va adaptando al clima tienen algo de inteligente. Esa es la parte que nos permite la técnica: adaptarnos.

Hace tiempo, un compañero (catedrático en Informática) definió en una charla la inteligencia artificial como «procesar información con datos no-estructurados en entornos con incertidumbre». Los datos estructurados -por decirlo muy simplificadamente- son los que podemos expresarlos con números en una base de datos, y los no-estructurados son los que vemos en Facebook con las fotos y todo ese tipo de información que no es tan fácil de estructurar. Y «entornos con incertidumbre» es nuestro medio ambiente. Cuando aprendí esta definición de Francisco Serón, en vez de ir a la informática, fui a la biología. Porque es lo que hacemos nosotros como humanos. Así es mucho más fácil entender lo que es una smart city. Sin ir muy lejos, son un ejemplo de aquellos dispositivos que nos permiten, mediante datos dispuestos en una ciudad, conocer mejor los flujos que tienen lugar en ella. ¿Cómo se comportan las personas? La gente va a la sombra, busca lo que le gusta y es bastante inteligente. Entonces, la smart city es aquella ciudad que se va a llenar de sensores para facilitarnos la vida. Y va a ser independiente de la forma, la ética o la política. La gente va a querer estar informada, aunque eso conlleve otro tipo de consecuencias.

Vamos a sensorizar nuestras casas, nuestra ciudad -la pandemia lo ha acelerado todo- y vamos a vivir con más información. Qué vamos a hacer con ella es la pregunta de la Inteligencia Artificial. Una persona es capaz de manejar en su cabeza problemas con hasta cinco variables. Pero más allá, lo que hacemos es simplificar. A partir de cinco variables, buscamos algoritmos de inteligencia artificial en forma de smart building o smart cities. Que, por cierto, no son ninguna matemática del otro mundo, pero nos permiten resolver problemas con 50 variables. Hay gente que lo está aplicando ya en el campo social, en el campo energético, en los flujos de movimientos…

Sennett, a mi entender, coge dos proyectos -como Songdo (Corea del Sur) y Masdar (Emiratos Árabes Unidos)- promovidos para atraer capital y les pone la etiqueta de sostenibles al ser tecnológicos cuando realmente son insostenibles. Se asocia el término inteligente a esas ciudades y así todos acabamos pensando que un smart building o una smart city tienen que ser una sociedad llena de trastos tecnológicos. Pero en realidad las ciudades están avanzando hacia la sensorización y hacia ser inteligentes.

Silvia Giménez: Si me permitís hacer una puntualización por alusiones a Enrique Cano, cuando me refería a «ingeniería cerrada en sí misma» no quería decir que fuera técnica o alejada, sino que no llega a ser comprendida. Entiendo que posiblemente pudiera no llegar a ser comprendida porque es realmente la política la que la diseña. Si no le interesa a la política que la ingeniería sea realmente comprendida, entonces nos encontramos con una tecnología muy avanzada, pensada para mejorar la calidad de vida de los habitantes, pero que no está explicada ni a disposición de todos los habitantes. Con lo cual, me parece más un postureo tecnológico Por eso hablaba de «cerrado».

Claramente no en referencia a la ingeniería en sí, que es un avance abierto a satisfacer las necesidades. Pero la pregunta es: ¿está abierta a satisfacer las necesidades de los habitantes de la ciudad o está acaso abierta a satisfacer solo las necesidades de aquellos que la diseñan desde un despacho para conseguir unos objetivos que no tienen que ser precisamente la calidad de vida de los habitantes?

Julia Urabayen: Esta puntualización nos sirve de puente hacia una pregunta que querría plantear a Manuel Delgado: ¿quién diseña la ciudad?

Manuel Delgado: Yo creo que la pregunta no es quién diseña la ciudad, sino para quién. Todo este tipo de iniciativas urbanísticas tan osadas también obedecen órdenes. La imagen del urbanista o el arquitecto que funciona creando a partir de su imaginación, o el ingeniero que especula básicamente con las posibilidades de la técnica, en el fondo son todas una ilusión.

En última instancia, hay preguntas que no se formulan nunca. ¿Cuánto vale el metro cuadrado de un determinado espacio? ¿Por qué nos empeñamos en hablar de espacio cuando queremos decir suelo? ¿Por qué decimos operaciones urbanísticas cuando queremos decir operaciones inmobiliarias? Las smart cities a mí me parecen fascinantes. Pero cuando escucho a Enrique describirlas, me recuerda a Blade Runner: una ciudad perfecta y tecnológica en la que todo está lleno de cachivaches que funcionan a partir de avances tecnocráticos que nos deberían impresionar, pero cuya vida social es realmente pavorosa.

Cuando uno lee a Richard Sennett y se encuentra ante lo que realmente es el urbanismo -esa ciencia generada a partir de «presunciones idiotas», decía Jacobs-, se da cuenta de que la pregunta es “¿de quién se habla?” cuando se habla de la gente, de los habitantes. ¿Qué habitantes? Yo ahora mismo, desde donde estoy sentado, veo lo que es una smart city cuando veo el distrito 22@4El proyecto fue una iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona. En el año 2000 se propuso convertir 200 hectáreas de suelo industrial de Poblenou en un distrito innovador y tecnológico. Este proyecto ha sido objeto de diversas críticas.. Pero poca gente debe vivir ya en el 22@, porque es inhabitable. Entonces, ¿a alguien le ha preocupado nunca a dónde fue a parar la gente que vivía en las manzanas de lo que fue Poblenou que fueron derribadas? ¿Dónde está la gente que trabajaba en las fábricas, que fueron objeto de esa dinámica de tercialización? ¿Le importa a alguien?

Cuando de pronto se habla de cualquier cosa que implique una reforma urbana, automáticamente se está hablando siempre de expulsión. Pero a nadie le importa ni le preocupa lo que ocurra después de una intervención urbanística -o mejor dicho, inmobiliaria-. Esta cuestión está fuera de los mapas mentales de quienes diseñan proyectos y planifican. Estos piensan que el mundo es realmente una planificación, una maqueta.

En cuanto a referentes sociológicos, es verdad que están citados Durkheim y, especialmente, Max Weber. Pero yo creo que más allá de lo artesano, más allá de que sería una contribución por parte de ese imaginario urbanismo artesanal el hacer más humanas las ciudades, en el fondo, está la línea de Ferdinand Tönnies. Se ve en esa voluntad de regresar a una especie de comunidad que podemos todavía rescatar del exilio al que la hemos sometido y que nos permitiría hacer algo basado en el calor humano, en los principios éticos. Pero de lo que se está hablando es de ciudades que, por mucho que se llamen inteligentes, son inteligentes solo por estar al servicio de la imagen idílica que tiene de sí misma una cierta clase media universal, que es la que se puede permitir ser cosmopolita. Pero el mundo real no tiene nada que ver con ese tipo de presunciones que, en efecto, trabajan a partir de discursos altisonantes en los que se repiten palabras que no significan nada: sostenibilidad, participación, empoderamiento… No son más que mecanismos discursivos cuya función es que la gente -especialmente cierta gente que sabe que no puede esperar nada del estado del bienestar- se organice por sí misma, se busque la vida y deje de molestar.

Lo que ocurre es que Sennett no está al corriente de todo esto. Enrique Cano tiene razón en este punto. Cuando llevan a Sennett, por ejemplo, a pasear por Santo Domingo, en Medellín, ¿qué le enseñan? Yo he estado en Medellín y sé lo que está pasando: Medellín es una operación copiada descaradamente del post-modelo Barcelona. Sennett no vive en Barcelona, porque si lo hiciera no diría lo que dice de las supermanzanas. Él ve lo que le enseñan, y de pronto hace la glosa y lo convierte en el objeto de los libros que vende seguramente por cientos de miles, y que le permiten ser lo que es hoy: parte de un star system que vive únicamente de dar conferencias con una tarifa internacional. Supongo que queda claro que no me cae bien, pero a estas alturas ya no vale la pena disimular.

María Pura Moreno: Me resulta curiosa la introducción en los discursos sobre el urbanismo, de los términos biológicos, el lenguaje metafórico que utilizamos para hablar de la ciudad -he escuchado hablar de «el ADN urbano»- y la pertinencia de adaptar el artificio que es la arquitectura y el urbanismo a ese medio natural. Sennett habla también de «adaptación», de «mitigación», de «urbanismo abierto» o mutabilidades.

Manuel Delgado introduce el factor humano, el que de verdad interesa desde el punto de vista antropológico: ¿qué sucede con todas las personas que habitan un lugar cuando se produce algún tipo de remodelación? ¿Cómo conocer los flujos? Pero claro, todas esas relaciones, desde el ámbito de la arquitectura, también se han pensado. Y se han pensado con muchos experimentos a lo largo de la historia. Recientemente he estudiado unos experimentos realizados en Ivry-sur-Seine (Francia) por una pareja de arquitectos en París que hablaban con este lenguaje biológico de la ciudad. Intentaban realmente delimitar espacialmente la ciudad para que se produjeran esos encuentros y esos lazos débiles o espacios de relación mixtos que necesita la ciudad. Ese urbanismo artesanal o comunitario en el que Manuel Delgado nos ha introducido.

Evidentemente ese flujo de abajo a arriba es muy complicado de materializar y de pensar. Pero al final la arquitectura tiene que trazar, solucionar y delimitar ese tipo de espacios. ¿Cómo hacerlo? Claro, con este paradigma de la participación en el que nos encontramos ahora, y que Manuel Delgado pone sobre la mesa, la pregunta sería: ¿es participación o es también un maquillaje del capital y de la política para introducir una serie de modificaciones? ¿Modificaciones que sean aceptadas por qué tipo de público: por el público que va a ser expulsado o por el público que realmente lo va a utilizar? Ahí aparecen, desde luego, muchas cuestiones sociales que deben ser absolutamente tenidas en cuenta. En el libro de Sennett solo aparecen como difuminadas o maquilladas con estas visiones de ejemplos y con una diferencia de escala que son difíciles de abordar.

Julia Urabayen: Nos quedan unos minutos y me parece pertinente -antes de dar paso a las preguntas u observaciones que quieran hacer las personas que están siguiendo este debate- plantear una última cuestión, que está en el centro de algunos de vuestros comentarios: la ética para la ciudad. ¿Qué os dice a vosotros y vosotras este subtítulo de la obra de Sennett?

Manuel Delgado: Bueno, si se me permite, yo lo veo clarísimo: forma parte de ese idealismo kantiano que piensa que los problemas de la sociedad y del mundo se resuelven llenando el corazón de bondad y con soluciones morales. Es pensar que todo está abandonado a una máquina de depredar implacable, pero que esa máquina de destruir puede ser perfectamente compatible con una ética de valores universales incontestables. Y justamente, porque son incontestables, se acaban convirtiendo en algo contra lo que es imposible combatir. ¿Cómo puedes anunciar políticas urbanísticas atroces que se llevan a cabo en nombre del multiculturalismo, de la paz universal, de la comunicación entre culturas o del equilibrio ecológico?

De pronto se trata de impugnar algo que se hace por unas buenas razones que no son impugnables. Hoy por hoy es prácticamente imposible denunciar lo que está pasando en las ciudades porque los que la diseñan han aprendido que pueden envolverse de un celofán ético que las dignifica y eleva moralmente, pero que es falso. La idea de que la ética, la ética urbana y el urbanismo pueden solucionar un problema de la vida urbana es realmente un acto iluso o cínico. Es el mismo Lefebvre quien dice que «los bien intencionados son los peores», porque no son capaces de asumir su responsabilidad, de la que todos participamos de una forma u otra.

Lo que nos corresponde es ser cómplices: que sepamos que participar es también participar en nuestra propia dominación. Aceptemos que las cosas son así y que es difícil combatir contra molinos de viento que realmente son gigantes. Queremos creer que es posible mantenerlo a raya lanzándole una especie de sortilegios éticos que dan a entender que el capitalismo en el fondo no es tan malo y que solo hay que saber tratarlo; que el capitalismo solo tiene mal carácter, pero que puede ser atemperado a partir de políticas sociales sensibles. Eso es lo peor, porque es mentira. No se puede calmar a la fiera, solo se la puede convertir en aceptable a partir de engañarse acerca de su naturaleza. Eso es la ética.

Silvia Giménez: Yo quería, antes de entrar con la ética, lanzar una pregunta: ¿cómo se origina todo esto? En realidad, el urbanismo y los diseños urbanos serían muy específicos, pero hay una homogeneización muy importante de las ciudades. Bajo mi punto de vista, el principio fundamental se llama globalización, basada en la homogeneización y la macdonalización de las sociedades (Ritzer). Es una globalización, a mi entender, unilateral: va en un único sentido desde el poderoso, porque las normas y reglas que conlleva esta globalización no han sido consensuadas con las partes.

Entonces nos encontramos con que existe este urbanismo que puede generar una mayor calidad de vida, una ville más avanzada y evolucionada. Y nos encontramos con que la ville puede plantear gentrificación, como hemos visto en el texto de Sennett. Puede provocar la expulsión de las personas de su entorno por imposibilidad de afrontar, por ejemplo, un alquiler, que resulta de repente imposible de pagar. Puede producir segregación, si el sistema no está interesado en unir diferentes o si lo está en desviar la atención del ciudadano creando conflictos artificiales, como cuando hay una lucha por un espacio escaso que hemos construido. Puede crear barrios cerrados en multiculturalidad y no interculturalidad, en base a un concepto político de uno u otro acogimiento de la inmigración. Puede aplicar innovaciones inteligentes solo en los barrios más visibles, más céntricos y bonitos, pero no en las zonas en desventaja social, aumentando así cada vez más las desigualdades entre los ciudadanos. Hay una parte que se ve muy beneficiada, pero hay otra a la que no le llegan esos avances.

A este urbanismo, ¿quién le contrata? Lo apunta Sennett, aunque lo hace muy sutilmente: hay toda una ideología de globalismo neoliberal que diseña las ciudades como antesala de la modificación de las estructuras sociales. Sennett reconoce que ese diseño puede llegar a determinar la ville, pero que, de manera confusa, los ciudadanos también pueden llegar a interpretarlo, lo que hace, según Sennett, que no sea del todo determinista. Yo tengo serias dudas. Por ejemplo, PortAventura tiene estructuradas las entradas, las salidas, el camino, el orden de disfrutar las atracciones, un redil trazado del que es difícil salir… Pero esa estructuración se debe no al urbanismo, sino a la presión social que genera sanciones sociales. Estamos creando una situación que puede ser innovadora, pragmática, interesante, pero que adolece de un control social y una homogeneización que no le pertenece ni al urbanista ni al arquitecto. En última instancia, le pertenece al sistema, que diseña lo que quiere y contrata en una dirección u otra.

Estoy de acuerdo con Manuel Delgado cuando apunta que lo que le pasa a Sennett es que está contratado por el sistema. Entramos en el reformismo de todo puede caber. Estoy de acuerdo con la ética de la responsabilidad: sin ella, no encontramos las comunidades de Tönnies que señalaba Delgado5Ferdinand Tönnies, uno de los fundadores alemanes de la Sociología, publica en 1887 la obra Gemeinschaft und Gesellschaft, en la que opuso la voluntad esencial o natural con la voluntad racional y arbitraria. Estos términos, que se han traducido respectivamente como comunidad y asociación, han sido considerados las formas elementales de estructuración social.. Pero la responsabilidad no es solo del individuo, lo es de todas las partes: del sistema, de los técnicos y de los ciudadanos. Pero no todos tienen el mismo poder de acción. Es muy complejo desde mi punto de vista. Creo que la salida es la ética de la responsabilidad, pero desde todos los ámbitos, empezando desde arriba, y eso es complicado.

María Pura Moreno: Estoy de acuerdo con que la ética de la responsabilidad, estando monopolizada por el sistema capitalista, es una entelequia. Puede haber maquillajes de esa ética, en términos de accesibilidad, de introducción de perspectiva de género, de rechazo al edanismo o a la aporofobia. Pero estoy de acuerdo con la tesis de Manuel Delgado respecto a concretar lo urbano como la materialidad de la calle o de la plaza, y olvidar en este lenguaje el término espacio público. Lo que podemos imaginar todos como espacio público no es, desde luego, público para todos, desde el momento en que se expulsa a determinados sectores sociales que podrían utilizar esos espacios. En ese sentido, el sistema domina el qué y el dónde -dónde se desarrolla, se transforma, qué lugares son los que se van a transformar-, mientras que los técnicos casi solo llegamos al cómo y, a veces, ni a eso.

Por ello plantear la ética en la ciudad es una ilusión: porque cualquier diseño urbano está monopolizado por el capital, por la ideología y por los intereses políticos. Estos eluden absolutamente lo que hablábamos al principio del factor tiempo en el que se han ido construyendo las diferentes villes de todas las civilizaciones que podemos observar. Ahora mismo estamos en estos procesos acelerados por el capital y por la eficacia de la inversión. Por eso es muy complicado y complejo hablar de ética en la ciudad.

Enrique Cano: Yo creo que voy a cambiar el punto de vista. Porque estamos hablando mucho de política, como si los políticos fueran siempre los malos. Para mí, en comparación con María Pura, la biología no es una entrada metafórica, sino una entrada directa. Si algo ha conseguido poner de manifiesto el siglo XXI es que la dicotomía entre lo artificial y lo natural, entre el hombre y la naturaleza, no se sostiene. Es una dicotomía muy difícil de mantener. Yo siempre intento transmitir la idea de que somos un animal biológico o un sujeto en una red de relaciones no humanas; es decir, sujetos biológicos. Todo ese sueño de que podemos salir de la Tierra, que somos independientes, ha caído.

Estamos en este sistema llamado Tierra” y hemos descubierto sus limitaciones. Toda ética, hasta ahora, se había creado de una forma antropomórfica: estos somos nosotros y esto es el mundo, y a partir de aquí hacemos una ética para nosotros y nuestro comportamiento. Así, una generación tras otra nos ha ido marcando qué podemos y qué debemos hacer. Pero ahora hemos descubierto nuestra capacidad para modificar el medio, coproducirlo y, además, hacerlo de tal manera que podemos vivir mejor o peor. No entender esto, ya lo habían hecho ciudades como Atenas, que terminó con su territorio y lo destrozó (y de ese modo acabó consigo misma). Hay muchas cuestiones que explicar aparte de la sociología.

Yo creo que la ciudad y los habitantes nunca hemos sido conscientes de qué estamos intercambiando. ¿Por qué tenemos la vida que tenemos y nos gusta vivir en ciudades? ¿Por qué todos los procesos, independientemente de los sistemas capitalistas o no, acaban siendo acelerados en el siglo XX hacia la ciudad? ¿Por qué la gente vive en las ciudades? Es una pregunta que a mí me ha interpelado durante mucho tiempo. Muchas veces la he pensado en términos políticos, pero ahora mismo hay razones que no pueden eludirse. Para mí, la ética tiene que ser considerada desde fuera del marco en el que la ha puesto Richard Sennett: debe ser considerada desde un ángulo desde el que veamos cuál es nuestra capacidad de acción sobre el medio, que al final es la misma capacidad de acción sobre nosotros mismos. Y no estoy hablando del principio de responsabilidad de Hans Jonas. Estoy hablando de conocer, en primer lugar, cómo funcionan los procesos que mantienen la ciudad.

La ética que propone Sennett me ha parecido completamente inoperativa. Cuando escuchas que la ética de la arquitectura está en poner un ladrillo o en que el muro de hormigón se vea o no se vea, entonces coincido con todos vosotros: se establece una ética que no aporta absolutamente nada para las personas. Si tengo que poner algún principio -y en esto estoy absolutamente en desacuerdo con vosotras-, me quedo con una ética en la que cada arquitecto o ingeniero actúa aumentando el número de conexiones que realiza cada cual, aumentando el número de posibilidades, que considera el máximo de variables posibles, que tiene en cuenta el máximo de puntos de vista para diseñar. Porque al final tendrá que diseñar un espacio físico y actuar. Aumentar la información que hay que considerar para tomar las decisiones: ese es un principio que puede funcionar como ética de la ciudad.

¿Al servicio de quién? Al final vivimos de la tierra, no de la política. Vivimos de lo que comemos y, mientras no estemos en la nube desconectados, seguiremos teniendo bastante relación con el medio, y afortunadamente cada día más. Esta sería nuestra propuesta, muy alejada de la simple ética de Sennett.

Julia Urabayen: Muchas gracias a todos, a vosotros y vosotras. Hay personas que no han tomado la palabra y que quizás en este momento quieran contribuir al debate.

Jorge León Casero: Buenas tardes a todos y todas. Yo quería, si hay tiempo, hacer un pequeño comentario. Manuel Delgado ha empezado alabando un poco al primer Sennett, pero ha dejado claro que el último no le gusta nada. Ha hecho referencia varias veces a Jane Jacobs, y yo con Jane Jacobs también tengo una relación muy polémica porque en arquitectura siempre ha estado muy bien vista, casi equiparada con Henri Lefebvre. Pero solo por su primer libro, por Muerte y vida de las grandes ciudades. Pero luego, cuando sigues leyendo sus libros, te das cuenta de que tiene una posición completamente diferente a la de Lefebvre: Jacobs es muy liberal.

Critica los programas tremendamente caros de renovación urbana, pero la cuestión es por qué los critica literalmente por haber empelado mal un dinero que debería haber estado dedicado a los jóvenes empresarios. Además, afirmó que no se puede pretender que el desarrollo económico se aplique a todos, y que la única ayuda que un país altamente desarrollado y próspero puede prestar a otro subdesarrollado es adquirir sus productos. Estas afirmaciones están en un libro que creo era de 1969.

Es muy interesante porque se opone a los programas de renovación urbana de esa época, pero no en defensa de la Guerrilla Architecture que defendían Robert Goodman y otros urbanistas y juristas anarquistas, sino que lo que estaba proponiendo -tal y como yo lo veo- es prácticamente lo que está haciendo la Unión Europea neoliberal: Programas Urban 1, Programas Urban 2, EDUSI, Programa de Londres City Challenge6Tanto los programas Urban I (1994-1999) y Urban II (2000-2006) como las Estrategias de Desarrollo Urbano Sostenible Integrado o EDUSIs (2014-2020) fueron convocatorias financiadas por la Unión Europea orientadas a la rehabilitación, regeneración y renovación de barrios vulnerables y/o en riesgo de exclusión social que integraron procedimientos horizontales de participación urbana en sus procesos de planificación. En su origen, los programas Urban I y Urban II adaptaron al marco continental la filosofía urbana promovida por el programa City Challenge (1991), que concebía la rehabilitación urbana como herramienta de desarrollo económico de ciertos espacios urbanos con independencia del empoderamiento socioeconómico de sus habitantes, lo que se convirtió en el inicio de un ciclo exponencial e institucionalmente fomentado de intensos procesos de gentrificación de las principales ciudades británicas y europeas. Para un análisis exhaustivo de los programas Urban remitimos a De Gregorio, Sonia (2015): “Políticas urbanas de la Unión Europea desde la perspectiva de la planificación colaborativa. Las iniciativas comunitarias Urban I y Urban II en España”, Cuadernos de Investigación Urbanística, n. 98, pp. 1-74. DOI: 10.20868/ciur.2015.98.3090.

Yo soy muy crítico con Sennett, y no sé si coincidiréis conmigo en decir que no ha sido progresista nunca: ha sido un liberal de libro desde el principio. Además, critica a Lewis Mumford y a los programas de renovación urbana de los años 60 y 70 por totalitarios. A mí me parece bastante poco defendible el primer Sennett, pero no sé qué pensáis.

Manuel Delgado: Si me permitís, el propio Sennett menciona a Jacobs y advierte que en ella hay una especie de tono libertario y anarquista. Yo estoy entre los que siempre han querido diferenciar entre libertario y liberal. En ese sentido, no es incompatible esa crítica radical a la planificación urbana de Jacobs con lo que sería una especie de ultraliberalismo en contra de cualquier forma de planificación. Ese problema de la diferencia entre liberal y libertario siempre estará ahí.

En cualquier caso, Lefebvre aprecia a Jane Jacobs: la única cosa que le reprocha es no ser marxista, como diciendo que nadie es perfecto. Pero es cierto que Lefebvre se siente identificado con la crítica al urbanismo y sus pretensiones de Jacobs. Además, creo que es lógico, porque la crítica a la arrogancia del urbanismo significa criticar esa creencia prácticamente mágica para el urbanismo -paralela a la de los trogloditas cuando pintaban bisontes en la pared, convencidos de que así caerían abatidos- de que un buen plan urbanístico soluciona un mal problema social.

Jacobs era liberal porque no iba a ser otra cosa en el Nueva York de los años 60. Pero, en todo caso, Lefebvre compartía con ella su denuncia urbanística. Pero toda la razón, Jacobs era una liberal. Ni siquiera tenía una formación académica especialmente sólida. Acordaros de cuando Mumford hablaba de los remedios de mamá Jacobs para combatir el cáncer de la ciudad. Desde el punto de vista de la planificación de Mumford, es preferible ese libertarismo de dejar que fluyan las energías sociales y que de pronto la creatividad urbana se despliegue con todas sus potencialidades. Pero es cierto que, a veces, lo que firmaría cualquier anarquista también lo firmaría cualquier ultraliberal.

A pesar de todo, la crítica de los excesos del urbanismo en aquel contexto creo que era compartible y del todo vigente. Ahora más que nunca, cuando los arquitectos han empeorado el trabajo de los urbanistas. Al menos los urbanistas tenían cierta idea de cómo dialogar con los entornos en los que actuaban. Ahora, por ley, los arquitectos que funcionan como urbanistas han descubierto que les apetece hacer lo que les da la gana. Alguien les ofrece un terreno para que hagan lo que quieran al margen de un espacio con el que mantener una relación perfectamente cacofónica. Pero completamente de acuerdo, Jorge, Jane Jacobs era una liberal. ¿Qué se puede ser en Estados Unidos a principios de los años 60, en plena guerra fría?

Julia Urabayen: Creo que el libro es muy interesante y el debate ha dado mucho de sí. Todavía quedan una gran cantidad de temas de los que hablar, pero probablemente será en otra ocasión. Os agradezco sinceramente vuestra disponibilidad, vuestro trabajo y vuestras valiosas aportaciones. Espero que hayáis disfrutado del debate. Muchísimas gracias a todos y todas.

NOTAS

 
1

La transcripción y la revisión de estilo han sido realizadas por Jordi Fernández Gel.

2

Me refiero aquí, a un ludismo, máquina como mecánico, que entiende la técnica como herramienta y por lo tanto, identifica el problema en la ética de su uso -bueno o malo- (abierto o cerrado en palabras de Sennett) para restringir hasta un límite.

3

Optimizar aquí no debe leerse como ahorro o eficiencia, sino como aumento de la energía disponible.

4

El proyecto fue una iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona. En el año 2000 se propuso convertir 200 hectáreas de suelo industrial de Poblenou en un distrito innovador y tecnológico. Este proyecto ha sido objeto de diversas críticas.

5

Ferdinand Tönnies, uno de los fundadores alemanes de la Sociología, publica en 1887 la obra Gemeinschaft und Gesellschaft, en la que opuso la voluntad esencial o natural con la voluntad racional y arbitraria. Estos términos, que se han traducido respectivamente como comunidad y asociación, han sido considerados las formas elementales de estructuración social.

6

Tanto los programas Urban I (1994-1999) y Urban II (2000-2006) como las Estrategias de Desarrollo Urbano Sostenible Integrado o EDUSIs (2014-2020) fueron convocatorias financiadas por la Unión Europea orientadas a la rehabilitación, regeneración y renovación de barrios vulnerables y/o en riesgo de exclusión social que integraron procedimientos horizontales de participación urbana en sus procesos de planificación. En su origen, los programas Urban I y Urban II adaptaron al marco continental la filosofía urbana promovida por el programa City Challenge (1991), que concebía la rehabilitación urbana como herramienta de desarrollo económico de ciertos espacios urbanos con independencia del empoderamiento socioeconómico de sus habitantes, lo que se convirtió en el inicio de un ciclo exponencial e institucionalmente fomentado de intensos procesos de gentrificación de las principales ciudades británicas y europeas. Para un análisis exhaustivo de los programas Urban remitimos a De Gregorio, Sonia (2015): “Políticas urbanas de la Unión Europea desde la perspectiva de la planificación colaborativa. Las iniciativas comunitarias Urban I y Urban II en España”, Cuadernos de Investigación Urbanística, n. 98, pp. 1-74. DOI: 10.20868/ciur.2015.98.3090.