ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura 198 (805)
julio-septiembre, 2022, a669
ISSN: 0210-1963, eISSN: 1988-303X
https://doi.org/10.3989/arbor.2022.805017

RESEÑAS DE LIBROS

BOOK REVIEWS

Alejandro Sánchez Berrocal

Instituto de Filosofía-CSIC

https://orcid.org/0000-0002-9763-3474

Es difícil no caer en lugares comunes cuando se trata de presentar una obra en la que comparecen dos figuras de la historia de la filosofía sobre las cuales no se ha dicho todo, pero sí casi todo. La cuestión se hace más compleja, todavía, al tratarse de dos filósofos que suponen culminación y espejo de sus respectivas épocas, no solo en la historia de las ideas, sino también en las dimensiones culturales, políticas y sociales. Así, Leibniz como cima de la metafísica moderna y anticipador de la Ilustración; Ortega y Gasset como reflejo de las inquietudes -también existenciales- de la España de la primera mitad del siglo XX. Existirían, por tanto, muchas formas de justificar que la presente obra constituye un «acontecimiento filosófico» en el ámbito de los estudios leibnicianos, por lo que tiene de revisión de la obra del polímata de Leipzig a manos de otro insigne filósofo; por la misma razón, podría decirse que es de interés en el campo de los estudios orteguianos, pues el «maestro» dialoga no solo con Leibniz sino también con buena parte de la tradición filosófica y científica; por extensión, es también un «acontecimiento» para la filosofía en español. Pero todas estas razones eran igualmente válidas cuando en el pasado siglo la conferencia Del optimismo en Leibniz (1947) y, sobre todo, la obra La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva (1958) salieron a la luz. Sin embargo, el principal valor añadido de esta edición es la selección, transcripción y comentario de 587 notas de trabajo inéditas de Ortega, centenares de anotaciones, ideas y frases breves que nos permiten entrar en el «laboratorio Ortega», arrojando luz sobre el modo en que el filósofo piensa, interpreta y escribe. En definitiva, ser testigos del ritmo inherente al trabajo investigador y del movimiento de una filosofía en proceso, eso que Javier Echeverría denomina en su Presentación «el modo de pensar orteguiano» (p. 17).

Tanto Del optimismo en Leibniz (1947) como La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva (1958) se recogen sin ningún cambio respecto a las versiones fijadas en las Obras Completas de Ortega. Estamos ante una edición ampliada en que la verdadera obra por derecho propio es el laberinto de ideas (barroco, como lo fue Leibniz) que da forma al pensamiento vivo de Ortega y que Javier Echeverría ha reconstruido con un cuidado exquisito. Pero hay otra razón de peso (en realidad, tres) que hace brillar el libro editado por la Editorial CSIC y la Fundación Ortega-Marañón incluido en la colección Clásicos del Pensamiento: los ensayos introductorios a cargo de reputados especialistas en la obra de Ortega y Leibniz.

El primero de estos ensayos, escrito por Jaime de Salas, se titula Ortega en 1947 (pp. 23-47), centrado en la biografía intelectual del filósofo español y el diálogo con otras figuras filosóficas de la época. Comienza Jaime de Salas señalando el giro orteguiano -de forma y de fondo- que supone la voluntad de abandonar la escritura de artículos como lugar privilegiado de expresión de las ideas filosóficas en favor de los libros, es decir, obras de mayor alcance que puedan facilitar el acceso al pensamiento orteguiano al público y las comunidades intelectuales de otros países. Esto por lo que respecta a la forma, pero hay también un giro de fondo: el abrirse paso en el pensamiento de Ortega de la razón histórica, a saber, la relación del hombre con el mundo y la reflexión sobre la historia. Así, La idea de principio en Leibniz es interpretada como una puesta en práctica de ese saber histórico orteguiano en el dominio específico de la historia de la filosofía, un «movimiento continuo que se manifiesta a través de distintas figuras» (p. 29) donde los sistemas filosóficos se suceden unos a otros, sin final pero no sin razón, pues esto sucede a través de un proceso en que «cada figura vital tiene necesariamente un horizonte por el que presumiblemente constituye un avance pero al tiempo también una restricción» (pp. 29-30). Una comprensión del progreso como serie dialéctica, sí, pero que asume al mismo tiempo la limitación de los sistemas filosóficos al integrarse en la existencia vital y, concretamente, en la conciencia filosófica. Ofrece así Jaime de Salas una aproximación entre la razón histórica y la historia de la filosofía a la obra de Leibniz en que la fundamentación de la propia filosofía de Ortega y su lectura de la historia de la filosofía -conciencia de la tradición- parecen parte de un mismo movimiento. Este es el escenario de la encrucijada del filósofo: el esfuerzo intelectual y la valentía filosófica que no evita la realidad, sino que la asume en toda su radicalidad pensando apegado a las circunstancias, y que se sintetizan en las cuatro posiciones orteguianas ante la existencia:

«la de la envergadura y realidad del momento histórico […]; el reconocimiento del carácter histórico del individuo y del valor de la historia; la conciencia del individuo como un ser necesitado de la filosofía y de la cultura en general; y la conciencia de que los recursos del Hombre, sobre todo la razón humana, son limitados y susceptibles de abuso» (p. 43).

El segundo ensayo introductorio lleva por título El Leibniz de Ortega (pp. 49-62), escrito por Concha Roldán. En estas páginas, el recorrido intelectual por la historia del Leibniz de Ortega es, también, una breve historia de la recepción de Leibniz en España y del diálogo de la filosofía española de posguerra con otros autores de su tiempo, como Cassirer o Dilthey. Siguiendo la hipótesis de Echeverría según la cual Ortega habría encontrado en Leibniz un precursor de la razón vital, Concha Roldán afirma «que Leibniz acompaña a Ortega durante toda su vida como su alter ego, como ese filósofo y científico que le sirve de modelo, como ese lector y escritor impertinente con el que […] se siente tan identificado» (p. 51). No es casual en este sentido que cuando Ortega interpreta la historia de la filosofía, el filósofo alemán ocupe el puesto en no pocas ocasiones de interlocutor principal como aquel que tiene un mayor número de tesis vigentes todavía en nuestro tiempo. Es igualmente valiosa la reconstrucción que hace Roldán del diálogo de la filosofía con las ciencias exactas y el modo en que eso coloca a la filosofía moderna en una situación que obliga a repensar su papel, especialmente por lo que respecta a la cuestión del principalismo y la teoría deductiva. Continúa Roldán reivindicando el valor de las notas de Ortega sobre Leibniz como una interpretación renovada del filósofo y germen de las dos futuras obras que nunca fueron, al mismo tiempo que repasa las diferentes estancias de Ortega en Alemania, entonces epicentro de la investigación filosófica, donde se encuentra con el neokantismo y el problema de la teoría del conocimiento. Pero esto se reflejaría exclusivamente al inicio de la obra, la cual «comienza de manera muy marburguesa, reduciendo el problema del ser al problema del pensar como método» (p. 56). Lo importante será el camino que recorre Ortega después, sumergido en la problemática de la razón histórica y el estatuto de la investigación histórica, à la Leibniz, como «un encadenamiento a posteriori de verdades, en las antípodas de los principios a priori, que van constituyendo el auténtico “ser” del hombre» (p. 59).

El último de los ensayos introductorios corre a cargo del filósofo y editor de la obra, Javier Echeverría, y se titula Encuentros de Ortega con Leibniz (pp. 63-101). Nos propone Echeverría un sugerente estudio sobre las condiciones de producción de la obra orteguiana tomando como hilo conductor todos los momentos de la vida intelectual de Ortega en que Leibniz se convirtió en su «circunstancia intelectual» (p. 64). La profunda relación del filósofo español con Leibniz nos aparece, a los lectores contemporáneos, en toda su amplitud y complejidad, con la incorporación de las notas de trabajo en la presente edición. Echeverría deja claras las razones de la misma: «Se trata, por una parte, de mostrar cómo trabajaba Ortega, es decir: cómo era su modo de escribir y, por ende, uno de sus modos de pensar. Por otro lado, se pretende profundizar en las relaciones de Ortega con Leibniz» (p. 67). Y para comprender esas relaciones Echeverría nos ofrece un contexto intelectual compuesto de cuatro momentos: 1) 1908-1910, la estancia posdoctoral de Ortega en Marburgo, su toma de contacto con el ambiente neokantiano y el interés por la fundamentación filosófica de la ciencia; 2) 1911-1919, la influencia de la psicología fenomenológica de inspiración husserliana que provoca un alejamiento de Kant en favor de nociones leibnicianas como percepturitio, verdades de hecho y verdades de razón, destacando especialmente la cuestión del perspectivismo; 3) 1923-1925, la vinculación entre perspectivismo y vitalismo gracias a la interpretación de la mónada leibniciana como principio vital y el Curso sobre la metafísica de Leibniz en la Universidad Central (1924-1925) en que Ortega se revela como un gran conocedor de la metafísica de Leibniz; 4) 1946, un cuarto encuentro -coincidiendo con el tercer centenario del nacimiento de Leibniz- que culminaría en la conferencia Del optimismo en Leibniz (1947) y la publicación póstuma de La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva (1958).

Resultan de especial interés la reconstrucción del proceso de escritura del libro y sus fases, así como el método de trabajo de Ortega, un repaso al «código personal de lectura y anotación» (p. 89) con las diferentes reescrituras, superposiciones, subrayados, el posterior traslado de las marginalia a fichas de papel y la ordenación y compilación de esas fichas con comentarios, reflexiones y notas. Sin olvidar el proceso de post-manuscritura, las pequeñas modificaciones a su propio texto, a la versión mecanografiada del manuscrito y a las pruebas de imprenta. Especial atención merece para Echeverría la elaboración de un Lexicon leibniciano, primera ocasión de la que el editor tiene constancia de que Ortega realice un elenco filosófico exclusivamente destinado a la elaboración de un libro: «Ese Lexicon fue un instrumento de trabajo importante e ilustra una voluntad específica: la de investigar a Leibniz, no solo la de escribir un libro sobre él» (p. 90). Más adelante, se centra Echeverría en algunas de las notas más interesantes, como las que prefiguraban los dos volúmenes nunca escritos (notas 440 y 441) o las reflexiones orteguianas sobre la lógica de Leibniz y sus principios (notas 370, 312, 417, 560, 248), entre otras. En no pocas ocasiones, estas notas no «dialogan» con Leibniz, sino que son un motivo para repensar toda la tradición filosófica, de ahí que en otras ocasiones la centralidad de Leibniz resulte enigmática. Como recuerda Echeverría, «a la postre primaron otros contextos intelectuales que estaban presentes en la circunstancia orteguiana en 1947, más allá de su mesa de trabajo» y, como aún quedaban dos volúmenes por escribir, «no es de extrañar que dejarse de lado a Leibniz y a la teoría deductivista de la ciencia y entrase al final de su libro en debates propios de su tiempo» (pp. 95-96).

Los Manuscritos inéditos de Ortega relativos a Leibniz a partir de las notas de trabajo que se conservan en el archivo Ortega y Gasset (pp. 397-653), transcritos y editados por Javier Echeverría, son -como hemos señalado ya varias veces- el principal atractivo de esta edición, una obra paralela en que más de 250 páginas de inéditos nos muestran apuntes fundamentales para ampliar la comprensión del Leibniz de Ortega, de su interpretación de la historia de la filosofía y, también, acercarnos al trabajo del filósofo, al oficio del investigador. Un trabajo, por cierto, ilustrado con una maravillosa colección de 24 imágenes con manuscritos, notas, galeradas, carpetas y fotos de Ortega al final del libro (pp. 733-745). En definitiva, esta edición nos ofrece un retrato de los diferentes Leibnizs posibles, pero no solo, pues -como nos recuerda el mismo editor- «Ortega es también una entidad histórica en devenir, no un pensador dado, ni mucho menos acabado» (p. 101). La obra que aquí terminamos de reseñar es realmente estimulante en ese sentido, una mónada que dialoga y amplía el universo de los infinitos Leibnizs y Ortegas posibles. Se lo debemos a Javier Echeverría, quien ha llevado a cabo un trabajo de edición ejemplar que puede revelarse muy fecundo en el campo de los estudios orteguianos si otros se animan a seguir el testigo.