ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura 198 (806)
octubre-diciembre, 2022, a679
ISSN: 0210-1963, eISSN: 1988-303X
https://doi.org/10.3989/arbor.2022.806009

¿HA PERMITIDO LA PANDEMIA QUE COMPRENDAMOS Y COMUNIQUEMOS MEJOR LA CIENCIA?

José A. Plaza

Periodista especializado en ciencia y salud. Responsable de Comunicación en el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII)

Cómo citar este artículo/Citation: Plaza, José A. (2022). ¿Ha permitido la pandemia que comprendamos y comuniquemos mejor la ciencia?. Arbor, 198(806): a679. https://doi.org/10.3989/arbor.2022.806009

Cualquiera que haya descargado un archivo de Internet o haya instalado un programa se habrá encontrado alguna vez con un fichero con el nombre «README.TXT». La función de este tipo de documentos es la de proporcionar información acerca de otros archivos que están en la misma carpeta que lo contiene, su lectura suele ser de gran ayuda y guía para la operación que se está realizando. El texto que sigue a continuación cumple la misma función que esos archivos, es un «README.TXT» del monográfico COVID-19: Información en tiempos post-normales, y como tal, proporciona ayuda en la descodificación de uno de sus mensajes: que la ciencia, como hija de la filosofía, duda, se equivoca, aprende y rectifica, y que precisamente por eso es ciencia y podemos confiar en ella.

Casi tres años de COVID-19 no sólo han influido en la manera de hacer ciencia, también en la manera de contarla y en la percepción social que generan ambos procesos. Como señalaba recientemente Juan Ignacio Pérez-Iglesias, director de la cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco, en una entrevista reciente, “es difícil dilucidar si, a nivel global, la ciencia como generadora de conocimientos ha salido reforzada o no [de la pandemia]”.

Mientras pasa el tiempo necesario para dar respuesta a esta y otras preguntas, durante los dos últimos años no han faltado acercamientos para tratar de evaluar cómo ha manejado la población los conocimientos en torno al SARS-CoV-2 y la COVID-19, y cómo ha percibido la ciudadanía todo lo que ha rodeado a la pandemia: novedades científicas, decisiones políticas, comportamientos sociales, comunicación de la ciencia… El Informe de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) ‘Percepción social de los aspectos científicos de la COVID-19’ y las diferentes rondas del Estudio COSMO-Spain de percepción social y conocimientos de la pandemia, del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), son dos ejemplos de estas líneas de investigación. Ambos casos, junto a otros muchos, están generando conocimiento sobre temas como la confianza en las vacunas, los niveles de acuerdo con decisiones políticas y el manejo individual de las consecuencias de la pandemia.

Para responder a una de las preguntas del millón, si comprendemos mejor la ciencia ahora que antes de la pandemia, hay que valorar previamente si la gente entiende cómo funcionan la ciencia y su método. Históricamente, el peso de la ciencia en los ámbitos político, económico, educativo, cultural y social no ha mostrado en España valores especialmente elevados. El interés por la ciencia no es excesivamente destacable en España, aunque se observan avances y, por ejemplo, la política de los últimos años está intentando financiar más y mejor la ciencia española.

La última encuesta de la FECYT, con datos del año 2020, recuerda que el interés por la ciencia y la tecnología aumentó de manera significativa entre 2004 y 2012, y que a partir de ese año se mantiene bastante constante, con ligeras subidas y bajadas. La alfabetización científica también ha mejorado en las dos primeras décadas de siglo, aunque siempre hay que aspirar a mejores datos. Hay brotes verdes, pero podemos decir que, por lo general, la ciudadanía no está muy al tanto de conceptos importantes para entender la ciencia: cómo se hace un ensayo clínico, qué tipos de estudios científicos hay, cómo se publica y difunde la ciencia, o cómo se manejan las evidencias científicas. Un debate interesante es el que indaga en si conocer estas y otras cuestiones específicas es relevante para entender la ciencia, o si para comprender su importancia podría bastar tener una idea muy general y manejar fuentes de información apropiadas.

La pandemia ha sido -aún lo es- una piedra de toque. Como señalaba en un artículo publicado a finales de 2021 con motivo de los dos primeros años del SARS-CoV-2, la ciencia nunca había sido tan prolífica, ni tan mediática, durante tanto tiempo ni con tanta intensidad. La pandemia nos ha confirmado algo que ya sabíamos, pero que quizá no ha tenido hasta ahora el protagonismo merecido: tan importante es estudiar la ciencia en sí como las consecuencias sociales que deja y su influencia sobre nuestra manera de pensar y comportarnos. Ciencias sociales como la sociología, la comunicación y la psicología, a veces olvidadas, deberían salir reforzadas de aquí en adelante.

La pandemia se presentaba como una posible ocasión de conocer mejor a la ciencia. Pero su impacto ha sido tal que esa presentación se ha convertido poco menos que en un atropello: la ciencia y su comunicación nos han invadido, nos han pasado por encima y nos han dejado poco tiempo para reflexionar sobre cómo nos ha afectado. Sí podemos concluir que la ciencia ha calado más en la sociedad, pero parece arriesgado concluir si ha sido para bien, para mal o si nuestra relación con ella no ha cambiado significativamente. En los últimos años el lenguaje científico ha aterrizado en la calle y en las casas. La conversación social ha girado en torno al virus. Hemos podido conocer nuevos conceptos, como epidemiología, ARN, inmunidad de grupo o tasa de reproducción, pero ¿los hemos comprendido? ¿Somos ahora más capaces de entender procesos científicos como el desarrollo de vacunas, los ensayos clínicos o el proceso de publicación científica? El tiempo lo dirá.

Hay realidades en torno a la ciencia que pueden no ser fáciles de aceptar, y que hemos ‘sufrido’ mucho en los dos últimos años y medio. Una de las más importantes es que la ciencia no tiene siempre la solución, y se equivoca y rectifica según los conocimientos que se van obteniendo: lo que creemos en marzo puede no ser lo mismo en julio. Al inicio de la pandemia se hizo mucho hincapié en la transmisión del virus por contacto. Pasado el tiempo se fue demostrando que la principal vía de transmisión eran los aerosoles, por vía aérea, como ya señalaba este documento del Ministerio de Sanidad de finales de 2020. Avanzaba la pandemia, avanzaba el conocimiento y medidas como la generalizada desinfección de los espacios que nos rodean, o el cierre de lugares abiertos de ocio como los parques infantiles, perdían vigencia: la consigna era que corriera el aire. Hay muchos más ejemplos de cómo la investigación, las recomendaciones preventivas, el manejo clínico, etc., pueden ir cambiando, y uno de los más recientes podría ser la denominada COVID persistente, que aún debemos comprender bien. Además, se ha visto cómo hipótesis que cobraron cierto peso en algún momento, como la posible eficacia de ciertos fármacos, se han ido abandonando porque las evidencias no las sustentaban. El conocimiento científico se va enriqueciendo y reajustando. Tan importante es asumirlo como saber transmitirlo.

Otra cuestión muy relevante, que también puede ser motivo de interpretaciones poco adecuadas, es que la ciencia no decide: es la política quien lo hace, tomando en consideración muchos más factores asociados que los meramente científicos. ¿Se ha explicado esto con éxito? Es preciso convencer de que sin la ciencia pueden no llegar las soluciones, pero también matizar que la ciencia no se basta por sí sola. ¿Cómo asimilar esta realidad? Sin una buena comunicación científica, que implica -además de cierta formación y educación de base- una buena emisión, un mensaje correcto, un canal adecuado y una comprensión eficaz, la ciencia se queda coja.

Si trasladar una buena información es fundamental, minimizar los efectos de la desinformación es también clave. No es fácil comunicar muy bien, pero sí debería ser sencillo no hacerlo muy mal. Conocer e identificar la desinformación no siempre es fácil, ni siquiera para la propia comunidad científica, pero los beneficios de hacerlo son tremendos; esta guía publicada por la Universidad Complutense de Madrid es una lectura muy recomendable al respecto. En este sentido, si ni siquiera las personas cercanas a la ciencia y la Medicina saben siempre cuáles son las mejores fuentes informativas, para la ciudadanía esto se convierte en todo un reto. Los propios expertos -cuidado con la perversión de este término- advierten de algo fundamental: las publicaciones científicas no siempre son sinónimo de información veraz. Leer ciencia en tiempos de pandemia no ha sido nada fácil.

Continuando con la amenaza de la desinformación, las redes sociales pueden facilitar la búsqueda de fuentes confiables, pero también son un caldo de cultivo para exponerse al ruido y las mentiras. Por ejemplo, Twitter, una red muy cercana a científicos y comunicadores, es una fuente magnífica para encontrar buena información, pero hay que dedicarle tiempo, y tener cierta experiencia, para saber buscarla, cribarla y reconocerla. Por supuesto, Twitter también es fuente de ruido, desinformación y mentiras. El diferente uso y valoración que hace la gente de las redes sociales, en ocasiones muy determinado por la edad, es un factor que se debe tener en cuenta, tal y como explica este informe publicado a finales de 2021 por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En conclusión, responder a la pregunta de si las redes sociales facilitan o complican la comprensión de la ciencia tampoco es sencillo: cabría decir tanto que sí como que no.

Otro de los problemas que han acompañado a la pandemia ha sido la sobreexposición a datos, mensajes, alertas, recomendaciones, etc. No es fácil cribar las fuentes apropiadas y los lugares adecuados para informarse. Cuesta combatir el ruido que puede acompañar a la comunicación, más aún si las falsedades son interesadas y los sesgos y la polarización juegan en contra. Más allá de las fuentes oficiales y los medios de comunicación, hoy día casi cualquier persona puede lograr un altavoz informativo, lo que supone una nueva variable en la ecuación para conseguir una buena o mala comunicación. Hay muchos buenos consejos en este sentido, pero estos dos me parecen relevantes: todos podemos colaborar en cortar la transmisión de una información falsa o dudosa (no todo se debe replicar ni compartir), y no todo el mundo merece un altavoz mediático (hay personas y mensajes que no deben alentarse, algo que no debe confundirse con un obstáculo a la necesaria libertad de expresión). En lo referente a los bulos, la comunidad de fact-checking está ayudando mucho, con guías como esta de Maldita.es para luchar contras las mentiras.

Haciendo un paralelismo con lenguaje ligado al cambio climático, es posible que contra los bulos -cuya presencia y relevancia se identificaron bien pronto en la pandemia-, el ruido y la desinformación -en ciencia y en todos los ámbitos de conocimiento-, la fase de mitigación necesita acompañarse de la fase de adaptación. No debemos dejar de luchar contra ello, pero necesitamos costumbre y herramientas para lidiar, de manera individual y comunitaria, con el consumo rápido, fugaz y superficial de información. Partiendo de ello, y sumando la siempre recomendable educación científica de base, será más sencillo enfrentarnos a la ciencia, contarla bien y comprenderla de manera adecuada.

Un último detalle: tan malo es confiar en cualquier información que llegue a nuestras manos, como caer en el extremo opuesto y pensar que nada es verdad y que todo el mundo pretende engañarnos. La posible pérdida de confianza en la ciencia y en la política científica es una de las amenazas que deben analizarse en los próximos años, aunque nos queda la esperanza de que este análisis arroje un resultado que todos recibiríamos con los brazos abiertos: que cada vez nos interesamos más por la ciencia, la comprendemos y confiamos en sus posibilidades. En todo caso, para poder responder la pregunta de si realmente entendemos la ciencia más y mejor que antes que la pandemia será importante seguir consolidando una idea fundamental: la ciencia, si no se transmite y se cuenta bien, se queda coja.