ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura 198 (806)
octubre-diciembre, 2022, e686
ISSN: 0210-1963, eISSN: 1988-303X
https://doi.org/10.3989/arbor.2022.806016

RESEÑAS DE LIBROS

BOOK REVIEWS

Juan Marcos Bonet Safont

Universidad de Valencia

El ensayo de Emanuele Coccia Metamorfosis es una obra que desarrolla las tesis perfiladas por el autor en su anterior libro La vida de las plantas (2017). A saber, que la continuidad de la vida se da a través de diferentes formas, entre las cuales, la forma humana, es una más, no la principal ni la más importante. Por tanto, una «unidad de todos los vivientes presentes, pasados y futuros, y la unidad de los vivientes con la materia del mundo» (p. 212).

Desde esta idea inicial (y final), el libro se estructura en cinco partes: Nacimientos, Capullos, Reencarnaciones, Migraciones y Asociaciones. Por último, un apartado de conclusión y la bibliografía usada en las diferentes partes, escueta pero suficiente para profundizar en los temas y atisbar las influencias intelectuales del autor. Influencias que también se nombran y explicitan en los agradecimientos finales; entre los autores mencionados destacaré, por populares, a los filósofos Bruno Latour y Giorgio Agamben. Es inevitable no recordar aquí los trabajos de Latour sobre Gaia y el cambio climático.

A través de las partes arriba mencionadas, y como si de un ejercicio de ensayo de la técnica literaria «mise in abyme» se tratase, la hipótesis fundamental del libro reaparece, revestida de formas diversas pero siempre la misma, a través de todo el texto y no deja de golpearnos (como humanos) una y otra vez: «Siempre es Gaia la que dice “yo” en nosotros. Somos mundo. Juntos somos su contenido, pero también, y, sobre todo su forma.» (p. 33).

Así, en Nacimientos: «Haber nacido significa esto: no ser puro, no ser uno mismo, tener en sí mismo algo que viene de otra parte, algo extraño que nos impulsa a devenir extraños a nosotros mismos cada vez.» (p. 53); en Capullos: «Todos los seres vivos eclosionan y fabrican la infancia futura, que no pertenece solo a ellos, sino a la Tierra entera.» (p. 86); en Reencarnaciones: «Compartimos la misma carne y el mismo espíritu con todo lo que hay en la Tierra.» (p. 124); en Migraciones: «El recién nacido, el ultimo viviente en abrir los ojos -poco importa que sea un humano o un cetáceo, una libélula o un roble- está hecho de una materia que habitaba este planeta antes de la aparición de cualquier forma de vida.» (p. 152); y en Asociaciones: «No hay mundo allí donde existe una única forma de vida. El mundo siempre es producto de la agricultura o de la ganadería cósmicas, de una relación metamórfica entre varias especies.» (p. 178).

Sin embargo, el libro de Coccia es mucho más -en su prospección historia, alcance epistemológico y elegancia filosófica -que una idea poderosa repetida una y otra vez. La idea, sin duda, fundamenta el resto y el resto soporta y ensalza la idea de una forma brillante. Para ello, Coccia se vale de conceptos geniales, que a menudo dan título a los breves capítulos que componen las diferentes partes: la gemelaridad, el huevo postnatal, el rejuvenecimiento, el capullo del mundo o el vehículo terrestre, entre otros.

La extensión breve de los capítulos es muy acertada, es un libro que se lee rápido y que nunca cansa, con una prosa limpia que, en algunos momentos, no carece de cierto lirismo; en este sentido, algunos pasajes recuerdan a Borges: «Transportamos en nosotros mismos a nuestros padres, a los simios prehumanos, a los peces, a las bacterias, hasta los mínimos átomos de carbono, hidrogeno, oxigeno, nitrógeno, etc.» (p. 53); otros son dignos de la ciencia ficción de Philip K. Dick: «Soñé a menudo con ello, con encerrarme en un capullo -poco importa cuál: una habitación de mi apartamento, una casa de campo en un país lejano o un submarino en el fondo del mar-.» (p. 59). Sin duda, un estilo de escritura alejado de los encorsetamientos académicos y de la exigencia (estúpida) de la actualización de fuentes de la literatura científica (algún evaluador trasnochado podría criticar que se cite a Goethe hablando de las plantas). Sin embargo, que lo anterior no nos confunda, Coccia maneja con destreza y coherencia las referencias a obras y autores que van desde la antigüedad hasta la época contemporánea. Así, por ejemplo, la parte del libro «Capullos», puede verse (por el rigor de las fuentes) como un trabajo de historia de la ciencia, resaltando aquí la importancia epistemológica del estudio de la metamorfosis de las plantas comparado con el de los insectos; por otra parte, en «Reencarnaciones», se tratan ciertas controversias científicas muy interesantes en torno al tema de la metamorfosis de los insectos.

El libro, aunque en algún pasaje encontremos alguna metáfora típica de cierta literatura New Age dedicada al tema de la Tierra como un ser vivo, carece del sentimentalismo y lecciones éticas habituales de este tipo de textos. Por ejemplo, se dice que la vida orgánica en la Tierra es la conciencia del planeta y que todo está conectado con todo pero en ningún momento se sacan conclusiones espirituales o sanadoras de este postulado, como antaño hicieran la medicina paracelsiana o la teoría del magnetismo animal de Mesmer. Sin duda, caer en lo anterior hubiera sido contrario al tono del libro, que evita en todo momento conclusiones o usos antropocéntricos de las tesis que defiende.

Por otra parte, tampoco se sacan conclusiones ecológicas; en este sentido, es muy original y aguda la revisión del concepto del medio ambiente por parte de Coccia y cuando el autor habla de Darwin, casi roza la deconstrucción del laureado naturalista, pero no llega a tanto; personalmente, me hubiera gustado, aunque reconozco que tal vez hubiera sido excesivo.

En síntesis, una obra muy recomendable, fresca, bien escrita (también bien traducida), inspiradora y con un mensaje poderoso e ineludible, un texto abierto a múltiples lecturas y que nos deja una sensación de que nada está determinado, de que todo está en marcha, cambiando, metamorfoseándose.