ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura 199 (807)
enero-marzo, 2023, a699
ISSN: 0210-1963, eISSN: 1988-303X
https://doi.org/10.3989/arbor.2023.807013

RESEÑAS DE LIBROS

BOOK REVIEWS

Asier Arias Domínguez

Universidad Complutense de Madrid

Antonio Turiel (2022). Sin energía. Pequeña guía para el Gran Descenso. Madrid: Alfabeto. ISBN 978-84-17951-32-0

Antonio Turiel se ha convertido en el último par de años en el investigador más mediático del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC. Su área de especialidad es la oceanografía física, pero lleva más de una década realizando una minuciosa e intensa labor de divulgación sobre los límites de los recursos energéticos. Las disrupciones en las cadenas globales de suministros ocasionadas por la crisis de la COVID-19, la publicación de su primer libro de divulgación en septiembre de 2020 y su comparecencia ante la Comisión de Transición Energética del Senado de España, en abril del año siguiente, configuraron una catapulta mediática que hizo llegar sus análisis a un público mucho más amplio que el círculo de lectores de su blog, The Oil Crash.

Petrocalipsis (Alfabeto, 2020), el señalado primer libro de divulgación de Turiel, sintetizaba de forma ágil y eficaz el escenario de descenso energético hacia el que nos dirigimos, y descendemos desde muy alto: desde el lugar al que nos aupó la «Gran Aceleración». Esta noción, acuñada en el contexto de las ciencias del sistema Tierra, alude al modo en que, poco después de la Segunda Guerra Mundial, todos los índices que dan cuenta de la actividad humana en el planeta se dispararon al unísono. Nada parecido hubiera podido suceder sin un drástico incremento de la disponibilidad y consumo de energía -y, efectivamente, eso fue lo que sucedió, en un breve lapso de tiempo en el que el petróleo sustituyó al carbón como fuente principal de energía.

En un parpadeo geológico, desde el comienzo de la Gran Aceleración hasta hoy, nuestro consumo energético se ha octuplicado, propiciando un proceso de expansión industrial, mundialización del comercio y explosión demográfica sin precedentes. Es desde aquí desde donde descendemos, ante la inevitabilidad física del declive de la disponibilidad de los combustibles derivados del petróleo -»la sangre que circula por las venas de nuestra civilización «(Turiel, 2020, p. 44)- y los límites en la producción, distribución y aprovechamiento de gas natural, carbón y uranio detallados en Petrocalipsis.

Tras el repaso a esa inevitabilidad y esos límites, la exposición se centra en los cuellos de botella de la así llamada transición renovable, ese proyecto lampedusiano que promete sustituir la base fósil de nuestras economías sin alterarlas en su estructura y funcionamiento. Se trata, claro, de una promesa que progresivamente va revelándose como una broma pesada, conforme vamos cayendo en la cuenta de que las energías renovables que se supone que han venido a sustituir a las fósiles (cf. Turiel, 2020, caps. 11 y 12; Turiel, 2022, cap. 7) no pueden ofrecernos nada parecido a lo que los combustibles fósiles nos ofrecieron durante el breve periodo histórico en el que los dilapidamos -cabe sustanciar esta afirmación anotando que las modernas energías renovables proporcionan electricidad, que llevamos décadas incrementando al trepidante ritmo de las centésimas anuales esa quinta parte del consumo energético global que supone la electricidad, y que en apenas veinte años la proporción de la producción eléctrica debida a las referidas renovables ha ascendido a una holgada vigésima del total.

Petrocalipsis dibujaba los contornos generales de nuestra trayectoria de descenso energético y perfilaba los principales motivos por los cuales resulta imposible hacer frente dentro del sistema socioeconómico capitalista al entramado de crisis asociadas a ese descenso (cf. Turiel, 2020, cap. 20). En su nuevo libro, Sin energía (Alfabeto, 2022), Turiel vuelve sobre el decisivo factor energético de nuestra complicada coyuntura civilizatoria, pero esta vez no desde un punto de vista de largo trazado, sino desde el del horizonte del lustro que iría desde el momento en que habrían comenzado a hacerse manifiestos los primeros síntomas del Gran Descenso, en torno al año 2020, hasta «el punto de inflexión de las previsiones más pesimistas de la Agencia Internacional de la Energía» (Turiel, 2022, p. 15), en torno a 2025.

Tras desmarcarse de cualquier forma de «determinismo energético», subrayando que ni las instituciones sociales ni los proyectos políticos son teoremas que quepa derivar sin más de los axiomas de la escasez de energía y materiales, Turiel toma impulso en una breve instantánea de nuestras crisis anidadas. Como cabía esperar, se trata de una instantánea protagonizada por la decadencia fósil: el sector petrolero avanza hacia una rápida caída mientras el conjunto de las materias primas energéticas -petróleo, carbón, gas natural y uranio, que suponen un 89% de la energía primaria consumida a nivel mundial- alcanza su pico máximo de producción. Se trata de recursos que marcan el compás de nuestras economías, y cuanto más escasos son y más complicado resulta obtenerlos más se encarecen, en un ciclo de volatilidad espoleado por vaivenes de destrucción de oferta y demanda que solo cabrá amortiguar con fuertes medidas intervencionistas (cf. Turiel, 2022: cap. 6). Hay un precio para estos recursos esenciales por encima del cual nuestras economías entran en recesión, del mismo modo que hay un momento en que los yacimientos dejan de ser rentables, y se da el caso de que la mayoría de las reservas de petróleo, gas natural, carbón y uranio se ubican ya más allá de ese umbral. La traducción de una crisis energética en una crisis económica es, por tanto, poco menos que automática, pero nuestra crisis energética viene además de la mano de una crisis alimentaria en ciernes -que se cebará en los países del sur, ocasionando previsibles episodios de inestabilidad social-, y asimismo de una profunda perturbación biosférica -caos climático, sexta extinción masiva, ruptura de ciclos biogeoquímicos, toxificación.

Una palabra destaca en el marco del análisis prospectivo de Turiel para el periodo indicado: racionamiento. En Europa se planteará la disyuntiva entre el racionamiento -del diésel y otros combustibles, pero también de materias primas esenciales- y el desplome industrial. Los meses previos a la publicación de Sin energía asistieron a la sucesión de un rosario de medidas de contención, desde la inyección de petróleo de reservas estratégicas hasta baterías de legislación comunitaria y nacional para el ahorro y la subvención del consumo industrial y doméstico: curiosamente, la pregunta acerca del alcance de estos parches no parece poder formularse dentro de los márgenes del debate respetable en nuestros medios de comunicación.

Al igual que Petrocalipsis, Sin energía se cierra con una breve lista de medidas que permitirían avanzar hacia sociedades en las que la satisfacción de las necesidades de la población pudiera hacerse efectiva con fracciones del actual consumo energético y material. Se trata de medidas enteramente sensatas -poner fin a la obsolescencia programada, reducir drásticamente el uso de vehículos privados, fomentar la reparación, la reutilización, la agricultura regenerativa-, pero adolecen de un grave defecto: de nada pueden servirle a un sistema socioeconómico diseñado no para satisfacer necesidades de forma racional, sino para acumular capital de forma ilimitada.

Apuntemos para terminar a uno de los muchos aciertos del nuevo libro de Turiel: el de recalcar la necesidad de hacer frente a la ominosa deriva militarista de la cultura política occidental mediante el «continuo esfuerzo de oposición» a un rearme que, si bien sufraga hoy el contribuyente bajo el consabido pretexto de la lucha contra el mal, quizá termine mañana sosteniendo intervenciones neocoloniales a las que les vendrá pequeño cualquier disfraz humanitario.