ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura 199 (808)
abril-junio, 2023, a711
ISSN: 0210-1963, eISSN: 1988-303X
https://doi.org/10.3989/arbor.2023.808010

RESEÑAS DE LIBROS

BOOK REVIEWS

Cora Requena Hidalgo

Universidad Complutense de Madrid

Jorge de Cascante es escritor, narrador apasionado, dicen que un tanto heterodoxo, el escritor sin rostro se le ha llamado alguna vez. Además de escritor ha sido desde muy pronto, como él mismo confiesa, un lector apasionado y lúcido de Ana María Matute y, como buen biógrafo, absolutamente todos sus datos, opiniones, juicios, observaciones, etc. están fehacientemente contrastados con declaraciones de la autora y refrendados por los textos de su obra narrativa. En este sentido, el primer valor del editor es el de haber armado un extraordinario archivo razonado y coherente sobre la vida y la obra de Matute.

El libro de Ana María Matute es programático desde el título mismo, pues pretende penetrar en el mundo interior de la autora, en la medida de lo posible: «Un mundo secreto de fantasía y dolor a partes iguales. Este volumen es una puerta abierta a ese mundo, un catálogo de una exposición que no existe en ninguna parte» (p. 13). Para este propósito, el compilador selecciona textos extraídos de sus novelas y cuentos, de fragmentos de entrevistas (con Rosa Montero y con Alicia Redondo, por ejemplo), páginas de apuntes, dibujos, manuscritos, fotografías, una extraordinaria aportación de testimonios que componen la expresión más completa de la cotidianeidad e inquietudes de una persona, de una escritora «cuya figura pública -o la percepción de la gente sobre ésta- no se correspondía en absoluto con la perpetua tormenta interior que albergaba la persona real» (p. 13).

Dentro del conjunto despunta y sorprende, por ejemplo, la reproducción del primer cuento que escribió Matute, El duende, y el niño (sic), cuatro páginas manuscritas con la grafía y la ortografía de una niña de cinco años. Podría afirmarse que este primer testimonio contiene el embrión de sus personajes y de su fantasía, como cuando, siempre de niña, se encerraba en un armario con mapas y dibujos para volar con su imaginación, o como ocurre en el «cuarto oscuro» o en el «cuarto de los armarios» de Paraíso inhabitado.

La dimensión de archivo sería ya suficiente para reconocer el mérito de esta antología, pero sus logros van mucho más allá. Podría decirse que Jorge de Cascante nos sumerge en el universo Matute porque no puede hablarse de otras personas desde un único centro lingüístico, el del exégeta o crítico, ignorando el lenguaje de esas personas biografiadas e ignorando incluso lo aparente o lo más profundo de ellas. Más bien, la representación del otro, de la otra, de su ser y de su estar en el mundo, es la representación de su lenguaje unido a la percepción e interés del lector o lectora: «El lector es un colaborador del escritor. Los libros se escriben entre ambos» (p. 43). Así pues, el universo Matute está organizado como un magistral código literario que representa estructuras, experiencias, anhelos y vivencias extratextuales, cotidianas y más trascendentes. Así lo subraya continuamente el autor de la antología cuando reproduce afirmaciones como «escribo porque no estoy contenta. Porque no estoy conforme, ni dormida, ni ciega, ni muerta» (p. 42), o «Para mí, escribir es protestar y después hay que darle una forma literaria a la protesta» (pp. 39-40).

De este modo, la selección/recopilación hecha por de Cascante nos conduce por varias vías paralelas e indisolubles: los apuntes biográficos de Ana María Matute, los fragmentos de su obra literaria y de sus declaraciones en entrevistas, las noticias sobre su peripecia vital y un abundante testimonio gráfico. Una coherencia que testimonia el secreto mismo de la creación literaria, el esfuerzo, el continuo «pelar la cebolla» de Günter Grass, como confiesa la propia Matute, la insistencia y la frustración hasta encontrar el tono del relato, la dificultad de lo sencillo, de la palabra descarnada, aunque su presencia pueda parecer hiriente o cruel: «La belleza del lenguaje está en la sencillez. Y esto es, precisamente, lo más difícil. Lo más complicado es concretar, decir algo importante con palabras sencillas, cotidianas» (p. 47).

En este tejido coherente y armónico destaca la omnipresencia del imaginario de Matute y de sus escritoras y escritores preferidos, a los que rinde humildemente tributo. Autoras y autores como Katherine Mansfield, Virginia Woolf, Rosalía de Castro y Knut Hamsum figuran como voces inspiradoras de su narrativa. El último nombre parece común a su generación y tal vez a la inmediatamente posterior, pese a que, en la actualidad, en gran medida por su apoyo al nazismo, el autor noruego haya sido relegado al olvido. Sus novelas más aclamadas, Hambre y Pan, son un sagrado reconocimiento a la naturaleza, a lo sencillo, que resulta al fin lo más trascendente, a la inmersión en el bosque. Precisamente la huida y el refugio en el bosque, como recuerda con frecuencia la propia autora, son también una constante en la vida de la pequeña Matute y en la de muchos de sus personajes como, por ejemplo, los niños de sus Historias de la Artámila o de El Río.

El mencionado imaginario se expresa (y, también, analiza) a través de seis extensos capítulos en las líneas antes señaladas, con títulos tan sugestivos e imaginativos como La infancia es más larga que la vida (p. 51) o Tendremos diez años para siempre (p. 125). En ellos aparecen lugares y personas importantes de la infancia de Matute y de su adolescencia, el colegio, sus temores y los estímulos para escribir. En los dos siguientes capítulos, Dulce por fuera, de hierro por dentro (p. 195) y Podemos ver hadas incluso en los semáforos (p. 281), la autora lamenta la inevitable pérdida de la infancia, el brusco despertar con la llegada de la guerra, a la vez que evoca los mundos olvidados y las reflexiones de Primera memoria. Aparece también la figura de el Malo, que tendrá su contrapunto más adelante en el Bueno, el gran amor de su vida. En Podemos ver hadas incluso en los semáforos, surge, como era de esperar, la vena más fantástica, mágica e imaginativa de Matute, con textos de Olvidado rey Gudú. Se incluyen también fragmentos de El Río o de Los niños tontos.

En el quinto capítulo, Hay que inventarse la vida porque termina siendo verdad (p. 353), aparece el sentimiento del desengaño, de las ausencias o de la muerte; y en el sexto y último, una niña que ha tenido el mal gusto de crecer (p. 413), vuelve Matute a la infancia, al sentimiento de una vida adulta que trata de borrar lo mejor o incluso lo único que merece la pena en esta vida: continuar siendo niña, en alguna de su dimensiones, como la de creer en lo mágico o la de hablar con animales y muñecos. Los textos seleccionados pertenecen, entre otros, a Paraíso inhabitado o a La torre vigía.

El epílogo del libro (p. 491) es el discurso de Ana María Matute de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española el 18 de enero de 1998: «es mi intención invitaros, en este discurso mío tan poco erudito y tan poco formal, a ensayar una incursión en el mundo que ha sido mi gran obsesión literaria […] que desde niña me ha mantenido atrapada en sus redes: el bosque» (p. 493).

Así es El libro de Ana María Matute (y de Jorge de Cascante). Imprescindible.