El estudio de los numerosos cuentos de Umbral permite constatar su esencia hondamente poética. Son cuentos rigurosamente elaborados, técnicamente impecables y estilísticamente logrados, que rompen cánones en busca de una perenne innovación creativa. Francisco Umbral posee un don especial para recrear ambientes, atmósferas y climas; adapta el ritmo a la narración, ajustando el cantar y contar; a la musicalidad en el relato se añaden las imágenes, que surgen puras y bellas mediante abundantes sensaciones y emociones, con un vibrante juego de luces y colores.
Analysing Umbral’s numerous tales reveals a profound poetic dimension, as these texts are impeccable in their technique, thoroughly tailored and stylistically polished. They break with the canon in search of everlasting creative innovation. Particularly talented when depicting milieus and environments, Francisco Umbral has a special gift for evoking atmospheres and moods; he modulates the pace of the narrative, adjusting its lyrical and storytelling facets; and to the musicality of the tale he adds pure and beautiful images full of feelings and emotions, with a lively play of lights and colours.
F. Umbral (
Los grandes maestros tienen un don especial para percibir al discípulo dotado entre los numerosos pretendientes a serlo. Miguel Delibes fue uno de ellos y le dio a Francisco Umbral la posibilidad de demostrar su talento en
Amigo de los poetas y asiduo a sus tertulias en el Café Gijón, a las lecturas poéticas de la cueva de Montesinos o del Aula Pequeña ya mencionada, Umbral se nutre de sus técnicas y sabidurías. Félix Grande recuerda cómo entonces “traía desde su infancia una voracidad maldita, un hambre clamorosa de poesía y de venganza y unos colmillos jadeantes como los de un poeta barroco flagelado por el romanticismo” (Grande,
Sin lugar a dudas
El concepto moderno del cuento como género experimental y como creación abierta lo comparte con otros grandes escritores/cuentistas: Miguel Delibes, Ana María Matute, Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Meliano Peraile, Medardo Fraile, Rafael Sánchez Ferlosio, Manuel Pilares, Francisco García Pavón, Jorge Cela Trulock, etc. Le atrae “la obra abierta”, según la expresión acuñada por Umberto Eco, que se ciñe a la propia existencia que transcurre en proyecto permanente. Además, romper cánones esclerosados y experimentar en una busca perenne de creaciones cada vez más sorprendentes e innovadoras forman parte del ideal de un escritor que reivindica antes que nada su libertad, una “libertad color de hombre” como mencionó André Breton (Eluard y Breton,
En el propio estudio de sus cuentos anteriores a 1977 que lleva a cabo Umbral, los divide en tres variantes. Si en éstas tres diverge la metodología (diálogos contrapuntísticos; introducción del lenguaje popular, coloquial, según los estratos sociales; gradaciones; repeticiones, estribillo; medidas de sílabas; intertexto o metatexto), en cambio, converge el objetivo, puramente poético, lírico. Entre una primera etapa de por sí innovadora ya que su método consiste en “introducir en un marco de vida vulgar un elemento insólito, sorpresivo, contrastante y, a ser posible, bello” (Umbral,
Además de estos treinta cuentos recogidos en
Ante todo recordemos que lo propio del cuento en sus orígenes es que sea escuchado y no leído, y a dicha oralidad se suma el carácter peculiar de la literatura de la época cuyo “ideal máximo desde la sensibilidad romántica, simbolista y moderna es el arte de la música”, como pone de relieve Utrera Torremocha (Utrera Torremocha,
Dormir al niño,
El vaivén de la mecedora, el vaivén oscuro de la mecedora, madera sobre madera, la mecedora en la sombra, con brazos de mullido y bamboleo de la madera sobre el parquet, como un trineo, como una barca en el agua.
En
Carma deslizaba sus largas uñas entre la barbita del muchacho. Eran como nacaradas proas abriéndose paso en el mar de los Sargazos. Amor en el tocadiscos. Amor en francés. Amor en inglés. Amor en el microsurco, amor gigante, girador, repetidor, repetido, monocorde, monótono, amor en espiral de estrías, en círculos concéntricos, dentro del lago negro del disco, cada vez más adentro, hasta hundirse, hasta ahogarse, hasta cegarse con el último grito sensual y despavorido: «I love you... ! ». (“El guateque”, Umbral,
En otro registro y más acorde con la generación anterior, la letra de “Tatuaje” cantada por Concha Piquer se incorpora en filigrana, fragmentada, a lo largo del cuento epónimo con el riesgo (¿sería realmente un riesgo?) de que, ignorantes, las nuevas generaciones no reconocieran la famosa copla:
En “Cuando, allá en el suburbio, cosías, arrabalera, unas cortinas”, cuyo título por sí solo imprime con sus comas una cadencia sostenida, la letra de la copla “Cabaretera” de Lorenzo González se engarza abiertamente, acoplándose el signo —repetición acentuada de la “e” tónica— a la voz:
Íbamos hacia el suburbio, hacia tu lejano barrio, donde termina la tarde, íbamos en un imposible taxi, o en Metros olorientos, en autobuses, trolebuses, tranvías, a pie, ya no me acuerdo, cruzábamos los barrios de las negras, de los negros, colonias de pobreza y ropa dura, pisábamos los charcos de una lluvia que había llovido sólo en el suburbio,
Íbamos, ya digo, hacia tu casa.
Umbral tiene una facilidad desconcertante para adaptar el ritmo del fraseo a la narración, ajustando el
Lola va, viene, se hace café, entra en la cocina, sale de la cocina, abre el grifo del baño, cierra el grifo del baño, se prepara una ducha, se prepara una tostada, enciende un cigarrillo, lo fuma con amargura, no se lo quita de la boca porque tiene las manos ocupadas, guiña un ojo por el humo, y en el ojo guiñado se le concentra una porción de noche, de sueño, de mal sueño (mucho whisky anoche, y me acosté muy tarde, qué cabronada). (“Teoría de Lola”, Umbral,
De esta larga frase, en un primer tiempo moldeada de formas verbales, puros nervios, emerge una Lola, puro movimiento, mientras que en un segundo tiempo, marcado por un detalle en el que repara el escritor —a semejanza del fotógrafo— se complementa o más bien gana en pesadez amoldándose al cansancio en la muchacha. No significa, ni mucho menos, que Umbral sea incapaz de sintetizar, calidad imprescindible para el cuentista y, por supuesto, el poeta. Al contrario, con Baudelaire entre sus grandes maestros, es fervoroso discípulo del arte de la síntesis o sea “encerrar o liberar el mundo en una imagen” (Umbral,
Se me podría objetar que en ambos casos el sujeto es un ser animado y que, por lo tanto, es más fácil insuflarle actividad y vida, pero sería minusvalorar la escritura umbraliana. En efecto, la descripción de una cosa (utensilio, mueble…) debe más que sugerir, evocar, debe “cosear”
Salir de compras. Por la mañana era un alegre proyecto. Por la tarde, un vago deber. Al anochecer, de compras ya, todo el desconcierto de una vida. Comprar una mecedora, ¿por qué una mecedora, para qué? Para la siesta, las tardes de siesta, las tardes tranquilas de sentarse al fresco, en la mecedora, meciendo el aire, meciendo el mundo. Para sentarse por la mañana, en las mañanas de ocio, cerca del sol y de la sombra, a leer el periódico. El vaivén de la mecedora. La mecedora poniendo vaivén a la vida, al matrimonio, al hogar, a la pareja. Poniendo vaivén al amor y a la soledad, a la compañía. Quitándole importancia a la vida con su movimiento, con su juego, quitándole gravedad a las cosas. (“La mecedora”, Umbral,
Hasta puede plasmar lo inmaterial como este movimiento que va dando vueltas y rige únicamente los devaneos de la mente del propio Umbral, protagonista del cuento “Domingo de invierno”, pura materia petrificada por el frío y la soledad:
Tanta libertad llega a ser ahogante, tanta calle llega a ser inhumana, sólo veo frente a mí un edificio con medallones de moldura, o sea, la gloria de los muertos, y más allá, lejos, la cordillera de espejos, cúpulas, ángeles de resol y ni una sola nube, que incluso la nube podría ser compañía, pero el cielo es sólo fulgor y el domingo, o lo que sea, se prolonga o, más bien, no avanza, es un domingo inmóvil que sólo vive un poco si pienso y siento que es aquel domingo, el de hace medio siglo, y que estoy atrapado en él, podría pasear, caminar por los grandes bulevares hasta hacerme invisible a mí mismo, hasta perderme de vista, pero algo me impide levantarme ni siquiera moverme, ya lo dije antes, este frío que me craquela y al mismo tiempo me contiene, sujeta, cohesiona, este frío que temo perder porque eso supondría la licuación de mi sangre, la muerte por licuación. (Umbral,
Musicalidad y relato también se combinan mediante el estribillo (“El amplio río parece discurrir más lento en el día de fiesta” —“La excursión”, Umbral,
Esto recordó mientras tomaba la bola del carril, la lenta bola regresante, pesada, rodadora como un cráneo recién decapitado, con su agujero en el cerebro, como si además de decapitada la cabeza hubiera sido fusilada.
Además de la música prevalece la imagen. Umbral que comparte con Baudelaire la misma pasión por el arte dice que el gran poeta francés “se ilumina por relámpagos” (Umbral,
Los cuentos estallan en una miríada de imágenes, comparaciones, símiles, metonimias, metáforas, desde las más clásicas como estas flores del magnolio que se abren “blancas y esbeltas como novicias de hábito blanco” (“Piscina, gatos, agosto”, Umbral,
Luego se fue. Y la olvidé. Toda la tarde, toda mi tarde, con el recuerdo del agua en la piel. La piel y su memoria. Una tarde como las otras; buscando manantiales de penumbra. Hasta la gran laguna negra de la noche. Esta laguna en cuyo fondo, en cuyas orillas, trabajan las savias subterráneas, y los virus, y el amor, y la sangre, y el cáncer de pulmón. Ahora, recuerdo a la mujer dorada de la piscina. Hay que bajar la persiana. Se han ido los del Tamouré. (“Tamouré”, Umbral,
Las estampas desfilan hermosas ante nuestros ojos reavivando a veces en la memoria las de algún poeta, Gabriel Miró entre otros muchos: “Todo el andén era un adiós bullicioso. En cada ventanilla del tren se despedía un guante blanco […] Las sombrillas, las pamelas y las chisteras saludaban al mar desde las ventanillas” (“Descubrimiento del Mediterráneo”, Umbral,
[…] la ciudad vacía era una inmensa cordillera de espejos que no reflejaban nada, un mundo de cristal y piedra, sin compatriotas humanos, completamente inaccesible, atrozmente bello en su luminosa tristeza, si los grandes edificios eran capaces de sentir, tristeza, si las casas como cornucopias de la Historia, ahora vacías, eran capaces de sentir algo, salvo el subir o bajar fantasmal y vacío del ascensor, que era como la respiración lenta y poderosa del inmueble. (“Domingo de invierno”, Umbral,
La escritura, multiplicando las sinestesias, se vuelve lámina animada, trasciende la escritura, trasciende la pintura: “Con el frescor de la lluvia se enverdecía la áspera hortaliza, crecía el aroma tosco de la verdura, se extendían las hojas de la coliflor como un percal pretencioso” (“Mujer en cuarto creciente”, Umbral,
Huelga subrayar el papel de la mujer —auténtica musa del poeta— en la obra umbraliana. Destacan el frescor, la hermosura, de los retratos femeninos en casi todos los cuentos y difícil resulta elegir unos pocos ejemplos. Veamos a Lola en la oficina:
Bobinas ruedan, circuitos viven, la inteligencia de la electricidad corre por los canales altos del tiempo, y, bajo el día desnatado de la fluorescencia, Lola es una melena corta que sólo mueve la brisa de la escritura, o una cabeza de pelo tenso que se inclina sobre el murmullo alfabético de la caligrafía. (“Teoría de Lola”, Umbral,
O a Ana, la “niña-náusea”, protagonista de uno de los cuentos umbralianos con más endecasílabos engarzados en la prosa. Las metáforas marinas evocan el suave balanceo de su cuerpo debido a la redondez del embarazo. Emana una gran calma ante el misterio de la vida en gestación, se desprende una gran ternura, a lo largo de esta acumulación de sustantivos, cada uno cuidadosamente precedido de un adjetivo preciso, sabiamente escogido:
Tenía ya algo de suave navío humano, de femenina proa redondeada. Tenía la gracia esferoidal de una luna creciente. Es la blanca y pura gestante de cada mañana. El amor y las semanas habían redondeado y sobrecargado su cuerpo. Como luna de carne blanca en el lechoso cuarto creciente de la prematernidad iba la mujer de la prieta gestación, toda ella entre flor y fruto. Se cumplía en Ana un milagro grávido y lento. Mujer en quien la naturaleza echaba sus cuentas. De casa al mercado y del mercado a casa. Nueve meses de granazón, de fecundo preliminar, de oscura promesa, de sabio redondeamiento, de humana cosecha, de quieta fecundidad, de entrañable aportación. Salía todas las mañanas, juvenil y henchida, un poco flotante, la primeriza. Había en sus ojos una vaga ternura de mujer gestante, sin hijo todavía donde posarse. (“Mujer en cuarto creciente”, Umbral,
El cuerpo de la mujer toma una nota relevante. Lola emerge entre redondeces y suavidades fruteras matutinas y flores vespertinas:
En la mañana neutra, en el hogar bombardeado de silencio y dudas matinales, entre la hoguera blanca del lecho y el farallón triste de los libros, el cuerpo desnudo de Lola, como una organización de manzanas, como un sistema femenino conseguido mediante la programación coherente de una cosecha, con músculos como melocotones dóciles al movimiento del brazo, de la pierna. […] ahora es cuando empieza a recobrar su cuerpo, flor sorda y malparada de la noche anterior, anémona densa de esta tarde. (“Teoría de Lola”, Umbral,
Mientras que Carmen es pura música:
Yo he inventado tu sexo, como se inventan flores, y he visto que del árbol lento de tus veinte años germinaba la música como se inicia el viento. A ti acuden pianos, rebaños de sonidos, se manifiestan oboes bajo tu pecho vano, los grandes paquidermos, las góndolas del cielo, los grandes ataúdes de música y grafismo, con una partitura como una vela rota. (“Teoría de Carmen”, Umbral,
También las manos cobran protagonismo. Mientras las manos de las niñas al santiguarse se asemejan a “rosadas mariposas volándoles sobre el rostro” (“Descubrimiento del Mediterráneo”, Umbral,
De vez en cuando, de tarde en tarde, cuando yo me dejaba, ella aprisionaba mis manos oscuras, peleadoras, rasguñadas, guerreras, heridas, y me hacía las uñas, después de un buen lavado. Y allí estaban mis dedos de jugar a las canicas, de disparar el tirador, mis manos gateadoras, mis pequeñas garras sucias y recién limpias, entre sus manos blancas, yaciendo, como un murciélago extrañamente acunado por dos palomas. Me cortaba las uñas con las tijerinas. Me las recortaba en forma semicircular, haciendo desaparecer las pequeñas almenas de picachos y mordeduras que las convertían en garras. Pero lo más delicado, lo más de ella, su obra de arte, era el irme recortando el lento crecer de la cutícula.
El pie de la amada, tan cantado en particular por Tagore o su maestro Neruda, reviste un tono burlón en el cuento “Nada en el domingo”. La descripción antagónica entre los pies de las viejas, los de los caballeros y los de las jóvenes (¡y qué imágenes!) concluye con un vuelco inesperado, propio del cuento:
Momificados pies de la vieja que se obstina en seguir usando zapatos de tacón alto —bueno, no tan alto, «pero todo antes que renunciar a los tacones»—; pies pesados y grandes, pies velludos y colosales del gerente, del hombre importante que, tras mucho transitar por la vida, tras mucho subir y bajar las escaleras de las cotizaciones de bolsa, decide un día que lo que a él le tiene amargado y triste son los pies, los encallecidos y enjuanetados dedos de los pies, o esos talones violáceos, con la muesca de todos los contrafuertes con los que ha combatido a lo largo de toda una vida. Pies coquetos de señora que no se resigna, morenos de playa, maquillados, lacados, estucados, redondos y mimosos pies de señora que no se resigna, con su dedo gordo torneado de una manera casi impúdica y sus otros cuatro deditos en apretado racimo, en breve gajo, con algo de mazorca, con algo de diminutos ternerillos resguardados unos contra otros. «Pero está evidente lo del juanete». ¿Cómo ir a la playa con ese juanete? «Usted dirá si cree que debo operarme».
—Guayabos caen pocos, ¿sabes? Los guayabos tienen los pies como Dios manda. (“Nada en el domingo”, Umbral,
Aunque el erotismo del pie se ha desperdiciado algo por el maldito juanete, Umbral no parece desanimarse y ya emprende otra batalla. El endecasílabo final precedido de dos heptasílabos es un canto a la mujer (cursiva mía):
Hasta que hundiste tu cuerpo, como un guerrero horizontal y ciego, en mil falos candentes que llameaban dentro de tu risa. Por bocas musitadas, por alegres vaginas entraba ya el incendio de la muerte. Besos, luchas, liberaciones momentáneas, caídas en otra bella prisión, y el afán reiterado de tu cuerpo, clavado a una estacada varonil, gritando la evidencia de la hoguera. Qué multiplicación caliente de las formas, qué perdida batalla de tu dominadora mitología,
Cabalgando por los géneros literarios con una facilidad asombrosa, haciendo acopio de sus conocimientos pictóricos, tanto puede loar la figura femenina como mofarse de ella. Júzguese pues la transformación que sufre el célebre desnudo rubeniano de “Las tres Gracias” y la pureza del verso juanramoniano tan citado por Umbral, “Vino primero, pura, vestida de inocencia”:
Veía ahora a las tres gracias —Marta, Irene y Clara, su Clara— desaparecer dentro de las casetas de baño, de donde resurgirían con su atuendo de buzos para tomar el primer baño de la temporada. El primer baño de la historia. (“Descubrimiento del Mediterráneo”, Umbral,
Tampoco los hombres se libran de la burla. A pesar de las modas y por muy abrigados que vayan el ojo umbraliano desvela lo oculto. Su técnica de “la rosa y el látigo” es imparable y el alejandrino final acentúa la magnificencia del gesto, hasta sublimar lo más vulgar:
Don Rufino, sentado en una silla de playa, lejos de las olas, contemplaría aquella invasión, aquel descubrimiento del Mediterráneo por los polisones y las levitas, que llegaban, a través de los siglos, después de los fenicios, los griegos y los cartagineses. Después del ibero de pantorrilla frondosa. (“Descubrimiento del Mediterráneo”, Umbral,
Estos versos que salpican su obra aportan otra dimensión, le dan otro peso, otro volumen, a la narración. Asimismo impactan la profusión de sinestesias que generan imágenes inéditas, emociones intensas, creaciones únicas como “el visonazo que aún [le] revestía de Chanel, como un forro de perfume que [le] hubiera dejado la prenda”, o esta “hoguera de coñac” que marca esa tarde en el Vicente Calderón (“El saque de Cela”, Umbral,
Anoche, cuando yo hundía mi voz en una carne habitual y cálida, ladraban los perros de agosto como ahuyentando a la luna. Luna menguante en un cielo relajado por la tormenta ida. Todo el campo tenía la ligereza sin sueño de un galgo joven, y los trenes iban a través de la noche como pensamientos largos y leves del mes inaugurado. (“Historia de agosto”, Umbral,
La concisión sinestésica puede ser extrema como en el ejemplo siguiente donde las velas encendidas desprenden su peculiar olor a la vez que irradian una luz particular, la salmodia litúrgica reviste un color dorado, y unos colores fuertes y débiles se casan con la sensación táctil que emana del tejido. Toda una armonía emocional concentrada en una frase: “El club. El funeral mundano de las velas, la liturgia dorada de la música, la palidez transnochada del terciopelo rojo.” (“Teoría de Lola”, Umbral,
Cierto es que Umbral tiene un don especial para recrear ambientes, atmósferas, climas. Así pues, para ambientar la charla incesante que reina en el café no duda en escribir una única frase de 26 renglones (“En cada tacita de café…”, “Amar en Madrid”, Umbral,
Ahora bien, con la misma destreza de pluma escribe todos sus cuentos Umbral. Vive la literatura con una pasión que transmite al lector. Se desvive por la experimentación, por las aventuras escriturarias. Lo prueba todo: el palimpsesto como en “Descubrimiento del Mediterráneo”, cuyo relato se abre con el epígrafe juanramoniano, “El tren no va hacia el mar, va hacia el verano”, al que añade “Hacia el veraneo. Uno de los primeros veraneos de la Historia, quizá” antes de emprender otro viaje, más íntimo, personal. Revisita las matemáticas con una originalidad que los mismos surrealistas no hubieran podido desmentir la sutilidad de sus malabarismos:
Aquel café pagado y aceptado suponía un pequeño compromiso, algo pequeñito que les unía por primera vez, porque la caja registradora había funcionado según esto y él y ella eran dos sumandos en el cartoncito blanco y levemente abarquillado por el rodillo mecánico, dos sumandos en desvaída tinta morada, cuyo total, sin raya intermedia, sin la entrañable raya escolar de las primeras sumas, se aliena debajo, en hilera con los guarismos de la fecha, y todo quedaba reducido a una cantidad, que eran ella y él y sus consumiciones, y sus traguitos con los ojos en los ojos, a distancia, y su hora y pico de descubrimiento, y su breve pasado y su inexistencia futura: 16 pesetas con 50 céntimos. (“Amar en Madrid”, Umbral,
Reinventa las cartas de amor pero el lirismo
Saber que una mujer, cerca del mar o de la sierra, te ha escrito, me ha escrito, está escribiendo una carta. Para mí. O la escribió esta tarde, entre los pinos, frente a no sé qué mar, frente a ningún mar. Un papel doblado que viaja hacia mí dentro de la botella de la noche. «¿Crees tú que me favorecería a mí el bikini...?» Ellas son así, escriben así. Escriben como son. Forman parte del paisaje. No saben si el mundo, la naturaleza, las quiere desnudas o vestidas. Dudan siempre entre varias hermosuras. Dudas entre ser tú o ser otra. (“Tamouré”, Umbral,
De canción desesperada en otra, Neruda sigue presente en la memoria umbraliana. Gran admirador del poeta chileno, le dedica unas páginas elogiosas en sus memorias literarias publicadas en 1994,
La prosa umbraliana debe leerse atenta y detenidamente para percibir todos los ecos, recoger todos los frutos de una de las memorias literarias más distinguidas del siglo XX. Tras la escritura se perfila la sombra de los poetas y de muy pocos novelistas, a veces nutridos ellos mismos de poesía. No se puede poner en duda la dimensión poética de su prosa y en particular —objeto de este estudio— sus cuentos cuando la versificación subyace por doquiera, atesorada. Y se manifiesta en cualquier párrafo de “Domingo de invierno”, por ejemplo:
No sé cómo he venido paseando / hasta aquí, qué taxi inexistente / o vehículo amistoso me ha acercado / a este barrio conocido / desconocido, / no sé por qué he paseado tanto, / respirando la luz frígida / y purísima de la hora, / pensando, pensando, pensando, / enredando sombras, ya estamos con los poetas, empiezo a reconocerme a mí mismo. (Umbral,
Incluso Umbral combina rima asonante y consonante según el esquema ABAABB/ABAB:
En los días laborales / —aunque yo no tuviese nada que laborar— / me mezclaba con la gente, / me sentía arropado de personas, / cálido de multitudes, a compás / con el compás intenso de la ciudad. / Y así me engañaba a mí mismo / caminando en dirección / adonde caminaban todos, / aunque yo no tenía ninguna dirección. (Umbral,
Rigurosamente elaborados, técnicamente irreprochables, estilísticamente logrados, estos cuentos distan mucho de ser un género menor para Umbral, hasta tal punto que, por lo menos, tres de ellos pasaron a ser capítulos de tres obras mayores del escritor. “Amar en Madrid”, publicado originalmente en
“A mí lo que sé de mística me lo enseñó la Madre Teresa en cuanto pudo salirse del portafolios del Caudillo” afirma Umbral con una ironía que denuncia la utilización prosaica de la reliquia de la santa por el general Franco en vez de sumirse en sus escritos (Umbral,
Traducción del “Short Story” americano. Al respecto véanse los interesantes estudios de Ferguson (
Véanse por ejemplo Antonio Machado y sus versos antiversolibristas en
Una práctica muy umbraliana que pone de relieve Emilio Blanco (
El interés de Umbral por los acentos y la pronunciación, a menudo comparando el español con el inglés y el francés, es recurrente. Véase por ejemplo el cuento “Teléfono y ginebra inglesa”.
La cursiva es mía y pone de relieve los versos tomados prestados de “Tatuaje”, cantada por Concha Piquer y como los recordaba Umbral, o sea con alguna variante, así por ejemplo el “anochecer” de la canción se transmuta en “atardecer”.
“Nos dice Heidegger que ‘la cosa cosea’, ‘la jarra jarrea’.” (Umbral,
Libro del que confiesa Umbral: “En trance he escrito
Último verso del soneto de Stéphane Mallarmé (1842-1898): “Surgi de la croupe et du bond…”.