Charles de Gaulle se convirtió en el símbolo de la política con que querían acabar los protagonistas de la sonora revuelta parisina de mayo de 1968. El fracaso de su intervención en televisión el día 24 pareció confirmar que había caído, y con él quizá también la Vª República, que era diseño suyo. Su actividad en los días siguientes, hasta el 30, transformó por completo la situación, desbloqueó la aporía política, desactivó la crisis social y fue el comienzo del fin de la protesta universitaria. En las elecciones que convocó para el mes de junio, su partido obtuvo la mayoría más amplia que obtuviera nunca. En medio quedaron algunos misterios que han sido y son motivo de debate entre los historiadores. El más destacado, su viaje relámpago a la base militar francesa en Baden-Baden (Alemania) el día 29. Analizamos las principales interpretaciones que se han aportado para explicar lo sucedido.
For the leaders of the May ‘68 revolt in Paris, Charles de Gaulle became the embodiment of the politics they hoped to overthrow. The complete failure of his televised address to the nation on May 24 seemed to ratify his downfall, and even the potential demise of the Fifth Republic he had brought into existence. His actions in the following days, until May 30, completely turned the situation around: the political deadlock was loosened, the social crisis was defused, and student unrest began to die out. The results of the general election he called the following June gave to his party the greatest margin of majority in its history. During this process, however, some events are still mysterious and a source of debate among historians. Of these, the best-known was his lightning trip to the French military base in Baden-Baden (Germany) on May 29. We analyze the main interpretations provided to explain what happened.
Un hecho tan frecuentemente citado como el mayo del 68 francés parece que apenas requiere presentación. Sin embargo, es más frecuente acercarse a su estudio desde el punto de vista de la protesta y su propósito que desde el análisis de los acontecimientos políticos. La razón es bien conocida: el mayo del 68 francés ha tenido una importancia simbólica prolongada e intensa, mientras que los hechos en sí podrían parecer intrascendentes. En efecto, cabe resumirlos diciendo que una protesta estudiantil creció hasta convertirse en un grave conflicto social que colapsó por unos días el sistema político. Sin embargo, un mes más tarde las elecciones otorgaron al partido gobernante una mayoría parlamentaria todavía más amplia que la que tenía al comienzo de los acontecimientos. Evidentemente, este resultaría un resumen insuficiente por dejar fuera aspectos de gran calado que subyacen a los hechos puramente políticos. Ahora bien, sin conocer estos, cabe también interpretar deficiente o equivocadamente los sociales o de mentalidad. Todos los componentes de una realidad histórica son inseparables, por más que los historiadores necesitemos deslindar campos para perfilar mejor relatos y explicaciones.
En este artículo nos vamos a ocupar de los hechos políticos básicos de mayo del 68, concretamente en la relación que guardan con el entonces presidente de la República, Charles de Gaulle. La tarea no es sencilla. Si el mayo del 68 tiene una carga simbólica importante, de Gaulle también, y ambas dimensiones parecen entrar en conflicto justamente en torno a estos acontecimientos y la forma de encararlos. De Gaulle era reconocido por muchos franceses como el salvador de Francia en dos ocasiones especialmente difíciles: ante la derrota frente a los alemanes en 1940, y ante el riesgo de guerra civil generado por el problema argelino en 1958. Se había convertido en el diseñador y el piloto de un nuevo sistema político, la Vª República, que pretendía superar los defectos de las precedentes. Su estilo y prestigio hacían de él mucho más que un político, un estadista excepcional. Quienes se le oponían debían hacerlo impugnando su pretensión de identificarse con Francia y no tenían fácil la tarea. Mayo del 68, que comenzó como una algarada universitaria, se convirtió a la altura del día 24 en una inesperada ocasión de terminar con el régimen de la república gaullista. Seis días más tarde se demostró que era todo lo contrario. En medio quedaban una serie de sucesos que han sido objeto de frecuente estudio y que todavía hoy no terminan de estar claros.
La revuelta comenzó entre los estudiantes de Nanterre, donde se había creado recientemente una Facultad de Letras cuya pretensión de ser el comienzo de una universidad modelo había quedado justamente en eso. Los altercados se hicieron allí crónicos, alimentados por la contemplación en los noticiarios cinematográficos de las algaradas estudiantiles en EE.UU. y en Alemania que les sirvieron de modelo (Sorlin,
Al gobierno le preocupaba la universidad, que había pasado de 200.000 estudiantes en 1958 a 500.000 en 1968 y precisaba una reforma que acababa de anunciarse. El proyecto contenía la palabra
Todo comenzó a complicarse cuando el decano de Nanterre, ante los continuos incidentes, decidió cerrar la facultad el 2 de mayo. Eso trasladó a los grupúsculos de agitadores a la Sorbona, en el centro de París, provocando una jornada de desórdenes que culminó con la entrada de la policía en la universidad y varias detenciones. Era la explosión de un movimiento que venía caldeándose tiempo atrás (Joffrin,
El día 5 de Gaulle convocó a Joxe, que hacía las funciones de primer ministro, Fouchet y Peyrefitte, ministro de Educación, y les empujó a reaccionar con contundencia ante lo que consideraba un motín: si lo consentían estarían destruyendo el estado. Los ministros se mostraron partidarios de una respuesta más conciliadora que entendían más proporcionada a una provocación estudiantil, que estimaban sonora, pero de poco calado y por tanto poco peligrosa. Y eso a pesar de la llamada a la huelga total en las universidades que había sido convocada ese mismo día.
A partir de entonces las cosas no hicieron más que empeorar: la violencia se desató de forma inesperada. Tardó tiempo en comprenderse que se trataba de una acción política entendida como tal por los estudiantes. La respuesta represiva de las autoridades tratando de restablecer el orden chocaba con la simpatía hacia la causa estudiantil que ganaba cada vez más a la opinión pública. Poco a poco, la idea de la brutalidad represora de la policía pesaba más que la contraria. De Gaulle seguía pidiendo a sus ministros firmeza, pero al mismo tiempo talento para cambiar las cosas: «Señores, es necesario reformar la universidad… pero no es posible tolerar la violencia en la calle». Los comunistas también matizaron su postura. Georges Séguy, secretario general de la central sindical CGT y miembro del buró político del PCF, aunque seguía denunciando a los «provocadores» de extrema izquierda, hizo notar su «simpatía por los intelectuales que se ponen resueltamente del lado de la clase obrera». Algo nuevo había aparecido en la calle y el partido no quería desligarse por completo de ello. Los comunistas tendieron lazos hacia los «
El 8 de mayo de Gaulle pidió más contundencia en la respuesta. Reunido con los responsables implicados más de cerca les leyó un mensaje remitido por cinco premios Nobel pidiendo un gesto de apaciguamiento, lo cual, según él, no era sino pura demagogia. El general opinaba lo contrario: debía detenerse el desorden incluso disparando si hiciera falta (Peyrefitte,
La reviviscencia de los desórdenes llevó a Peyrefitte a dar la orden de cerrar de nuevo la Sorbona con el consiguiente desprestigio ante los medios de comunicación. El 10 de mayo se vivió una noche de enfrentamientos y barricadas en el barrio Latino. Solo de madrugada actuó la policía. Ese mismo día debía comenzar la conferencia de París sobre la paz en Vietnam que era un teórico y esperado éxito de la diplomacia francesa. La realidad parisina distaba mucho de ser pacífica: el 11 de mayo los combates terminaron a las 5:30 de la mañana con un balance de 721 heridos, 367 de ellos graves. Ningún muerto. Tenemos dos versiones contradictorias sobre las instrucciones que de Gaulle dio sobre una posible intervención del ejército para poner fin al desorden, las dos del ministro de defensa Messmer, que en un primero momento escribió que el presidente le había indicado que había que esperar. En la segunda, de 1998, reiterada en 2007, afirma que le empujó a desplegar una fuerza militar y abrir fuego si era preciso. Parece que la válida es la segunda (Giraud,
Un efecto importante de la escalada de la violencia fue que el PCF se situó contra la represión, dejó de hablar contra los izquierdistas y se alió con el movimiento. Uno de los grandes sindicatos, la CFDT (
En esa divisoria de decisión política se produjo el regreso de Pompidou de su viaje. Llegó con ideas propias y nuevas, de conciliación: era partidario de reabrir la Sorbona, liberar a los detenidos, retirar la policía y recuperar así la iniciativa. De Gaulle, aunque poco convencido de la eficacia de las medidas, le concedió autonomía para ejecutarlas, algo que lamentará más tarde. No tuvo mucho más remedio, la alternativa era la dimisión del jefe del ejecutivo. El dilema era estratégico: Pompidou estaba convencido de que el enfrentamiento entre comunistas e izquierdistas dejaba a salvo el sistema, mientras que de Gaulle pensaba que tal frontera podía borrarse si el estado seguía sin dejar sentir su presencia de modo eficaz.
El deslizamiento por la pendiente de la complicación y la radicalización continuó con la manifestación del día 13 en la que por primera vez se escucharon gritos contra de Gaulle: el «
Pero no llegó un cambio de viento favorable al gobierno, sino lo contrario. La crisis estudiantil se transmitió a través de los sindicatos al tejido social y se declararon huelgas que el día 16 sumaban ya 600.000 participantes. Pompidou seguía convencido de que no era señal de que el PCF estuviera iniciando su asalto al poder, estaban, sencillamente, dejando ver su fuerza frente a la exhibición neoizquierdista en el ámbito universitario. De Gaulle, mientras tanto, hablaba en Rumanía con su ministro de Exteriores, Couve de Mourville, de la crisis de civilización que evidenciaban los hechos: había que emprender reformas de calado, y pronto. Su propuesta era impulsar nuevas formas de participación, social y política, ese sería su nuevo horizonte. Otra paradoja más de estos días fue que mientras de Gaulle era aclamado por los obreros de un país comunista, el gran sindicato comunista, la CGT, confirmaba su viraje en Francia para sumarse al movimiento huelguístico: ese fue, declaró luego Pompidou, el momento en que comenzó a inquietarse seriamente ante los acontecimientos (Alexandre,
El día 18 de Gaulle regresó a París. Volvía convencido de que los comunistas habían cambiado de orientación y que estaba ante una batalla totalmente diferente. Sus ministros recordarán la furia con que les reprochó su actitud: «Basta que de Gaulle se vaya, y se hunde todo», es como si no supieran gobernar. Ese día de Gaulle volvió a utilizar un vocablo en desuso para referirse a lo que él consideraba desorden y caos insufribles y repugnantes: «
Mientras él se enfrascaba en la preparación del mensaje sobre la participación, dio vía libre al gobierno para abrir negociaciones con los sindicatos. Lo hicieron por medio de un joven ministro que había militado en el comunismo y conservaba importantes contactos: Jaques Chirac. El general no creía que fuera una vía de solución, pensaba que conduciría a un «Munich económico» mientras dejaba intacta la cuestión de fondo. El 19 y el 20 de mayo la situación siguió empeorando. De Gaulle leyó los despachos de la agencia oficial de noticias china que exaltaban el movimiento estudiantil y su filiación maoísta: de modo que no había servido de nada haber sido el primero entre los grandes en abrirles la puerta de la diplomacia. No obstante, su gran temor seguía siendo que el PCF estuviera preparando un asalto al poder, algo que las fuentes soviéticas hasta ahora disponibles parecen desmentir. Más bien daba la impresión de que preferían esperar, constatar hasta dónde resistía el gobierno, y prepararse para conformar uno alternativo de amplio espectro que luego pudieran controlar en solitario (Giraud,
Se llegó así al 24 de mayo con diez millones de huelguistas y la esperanza del gobierno puesta en la alocución televisiva de de Gaulle. Fue un fracaso. No funcionó y, lo que es peor, alimentó la idea de una revuelta política contra él y «su régimen». La crisis estudiantil que se había vuelto social era ahora claramente política. El referéndum se despreció. Ni siquiera los gaullistas entendían qué sentido tenía plantearlo en ese momento; y su amenaza de irse fue recibida con cánticos de los estudiantes diciéndole adiós. Quien tantas veces había conseguido gobernar con la palabra, reconoció que se había equivocado: había sido una salida de pata de banco («
La oposición lo entendió así también. Un mitin gigante convocado en Charléty el 26 pareció diseñar un gobierno alternativo con Mendès France y Mitterrand que preconizaría una revolución sin comunistas, algo que estos no podían consentir. Eso repercutió en las negociaciones que en esos mismos días mantenía la CGT en Grenelle con el gobierno. El 27 se alcanzó un acuerdo
Los sucesos de los últimos días de mayo del 68 tienen como gran protagonista, inesperadamente, a ese Charles de Gaulle que aparecía sobrepasado por los acontecimientos el día 24. No es de extrañar que la interpretación resulte difícil. Primero, por la alta densidad de acontecimientos; segundo, porque contamos con versiones difíciles de compatibilizar, o incompatibles, para reconstruir los hechos, y tercero, porque da la impresión de que su principal protagonista buscó deliberadamente dejar poco claro qué había querido hacer.
Recordemos esquemáticamente lo sucedido. El 28 de mayo daba la impresión de que los comunistas habían decidido tomar el poder: convocaron una manifestación para el 29 que podría terminar con un asalto del Elíseo. A primera hora del 29, de Gaulle suspendió el consejo de ministros previsto para esa mañana, lo pospuso para la tarde del 30 e, inesperadamente, anunció a un perplejo Pompidou que se marchaba a su casa en el campo en Colombey-les-deux-églises. En realidad, sin comunicarlo a nadie, voló hasta Baden-Baden donde se entrevistó con el general Massu, jefe de las tropas francesas estacionadas en Alemania. De allí volvió a Colombey a media tarde. La noticia de su desaparición durante unas horas conmocionó a la cúpula del poder y se difundió brevemente a través de los medios de comunicación. Desde Colombey de Gaulle llamó a Pompidou a las 18:30 y le confirmó la celebración del consejo al día siguiente. Mientras tanto, se desarrollaba la manifestación comunista, enormemente concurrida, que se disolvió sin incidentes esa misma tarde poco después de las 19:30. A primera hora del 30 de mayo de Gaulle volvió a París, presidió el consejo de ministros e hizo saber que hablaría por la radio. En su brevísima alocución anunció que no iba a retirarse, que posponía la celebración del referéndum, que disolvía las cámaras y convocaba elecciones. Responsabilizó del desafío a la República a una amenaza dictatorial del comunismo totalitario, apoyada sobre la ambición y el odio de políticos retirados. Esa misma tarde la manifestación más grande de mayo de 1968 recorrió París en apoyo del jefe del estado. A partir de ahí todo cambió: las huelgas se debilitaron hasta desconvocarse, el movimiento estudiantil perdió fuerza y en junio las elecciones dieron a los gaullistas la mayoría parlamentaria más amplia de su historia.
¿Cómo deben interpretarse los hechos? Hay una evidencia básica en la que coinciden todos los estudios: de Gaulle fue su gran protagonista, se transformó y transformó la situación en 48 horas que resultaron cruciales. Lo difícil es interpretar cómo lo hizo y por qué el que había fracasado tan estrepitosamente por televisión el 24 y parecía perdido en los últimos cuatro días produjo un efecto tan diferente con su discurso radiofónico del 30.
Las interpretaciones de los hechos están mediatizadas por sucesos posteriores, especialmente los resultados electorales de junio, el relevo del primer ministro Pompidou, la celebración del referéndum el 27 de abril de 1969 y su resultado negativo, la retirada de de Gaulle esa misma medianoche y su fallecimiento el 9 de noviembre de 1970. A estos hechos inmediatos deben sumarse las revelaciones sobre lo sucedido en mayo del 68 por parte de los protagonistas que fueron haciéndose públicas en años sucesivos. Las mencionaremos al mismo tiempo que presentamos las interpretaciones a que dieron lugar, que cabe resumir en seis grandes líneas argumentales.
La primera es la hipótesis del desfallecimiento del jefe del estado que, abandonado por los políticos, desorientado y falto de recursos, pensó en huir e incluso en volver a empezar la batalla del control del país desde fuera de París y de la propia Francia, como ya había hecho en 1940. Solo cuando por boca del general Massu constató que el Ejército le apoyaba, decidió regresar. El pueblo francés, cansado de desorden, le escuchó. La mayoría silenciosa despertó en la manifestación monstruo del día 30 y su voz tuvo eco en toda Francia, un eco que resonó pronto en la normalización de la vida del país y a continuación en las urnas.
Esta explicación, que predominó en la década posterior a los hechos en algunos sectores, fue contestada con contundencia por quien entonces era ayudante de campo de de Gaulle, el almirante François Flohic, que acompañó al matrimonio de Gaulle en su viaje a Baden-Baden y Colombey ese 29 de mayo de 1968, y publicó en 1979
Esta hipótesis heroica y maquiavélica, que cifraba en el poder de escenificación de de Gaulle la resolución del problema no dejaba en buen lugar a su entorno, que debía cargar con todas las culpas de los desgobiernos de mayo. No es casual que en 1982 los herederos de Pompidou, fallecido en 1974, decidieran publicar sus memorias, con el significativo título de
La argumentación de Pompidou sobre el hundimiento del día 29 se complementó y reforzó con el informe de Massu, que permaneció secreto durante quince años. No lo publicó hasta que aparecieron las memorias de Pompidou. La primera entrevista concedida por Massu a la prensa sobre el asunto data de 1982 y el contenido de su libro de recuerdos publicado al año siguiente ayuda a entender la interpretación de Pompidou. Massu interpretó que de Gaulle había venido a verle descorazonado y prácticamente decidido a retirarse. Su charla con él le habría ayudado a recapacitar y a volver a su puesto al frente de Francia.
No obstante, lo más débil en esta interpretación de un de Gaulle hundido es la tesis del recurso al ejército como fortaleza en la que cimentar una reacción frente a la debilidad de la política. Además de que entra en contradicción con la ejecutoria política del general y numerosos escritos y declaraciones suyas, consta que de Gaulle ni siquiera preguntó a Massu por este asunto, como este mismo subraya en su libro en respuesta a las tesis de Boissieu. Y hay todavía más: a las 8 de la mañana del día 29, el general había convocado al general André Lalande, su jefe de estado mayor particular y le había encargado una doble tarea: primera, que fuera a ver a Massu y a otros dos generales al frente de regiones militares para preguntarles si intervendrían con sus tropas para mantener el orden; segunda, que de paso se llevara a Baden-Baden en el avión a la familia de su hijo, que no podía viajar por falta de medios de transporte a causa de la huelga. Cuando de Gaulle, repentinamente, dejó Baden-Baden, tras cerca de una hora de conversación con Massu en la que no habló de este tema con él, el general Lalande, que había llegado a la base, se reunió con Massu para tratar del encargo recibido por de Gaulle. Fuera lo que fuera lo que de Gaulle buscaba de Massu, si buscaba algo, no era conocer su disposición a marchar sobre París en caso de que se lo pidiera.
Las revelaciones de esta tercera hipótesis cuestionaban seriamente la versión oficial gaullista establecida por Flohic y de Boissieu. El intento de recomposición de la interpretación del 29 y 30 de mayo llegó con un artículo del jurista François Goguel en la revista
La hipótesis añade matices y precisiones interesantes, pero de nuevo le falta solidez en un punto esencial: esa asociación de nombres no se produjo. Nadie habló de ella el día 29. Solo
Una quinta versión de los hechos se desprendería de lo revelado por Philippe de Gaulle, que en 1983 declaró ser el único que tenía las claves para explicar la escapada a Baden-Baden. En su segundo tomo de memorias la explicación que aporta está en la línea con la argumentación de Goguel, aunque añade precisiones interesantes (De Gaulle,
Finalmente tenemos la versión de Henri-Christian Giraud, expuesta en su obra
El viaje a Baden se explicaría como un medio para resolver esta duda, al mismo tiempo que como la preparación de una respuesta abierta al abierto desafío planteado. Eso explicaría muy bien la frase con que comenzó su alocución del 30 de mayo: «Francesas, franceses, siendo yo depositario de la legalidad nacional y republicana, he considerado en las últimas veinticuatro horas todas las posibilidades, sin excepción, que me permitirían mantenerla. He tomado mis decisiones» (Lacouture,
Su pregunta, supone Giraud, era suficientemente delicada como para que no pudiera ni formularse ni responderse por la vía diplomática. Las informaciones que le llegaban de la embajada no dejaban ver apoyo a un movimiento insurreccional, ni tampoco el tenor de la prensa soviética. Pero eso no era seguridad suficiente, sobre todo a partir del 24, cuando se vio el cambio de orientación de la CGT que parecía trasladar el del PCF. De Gaulle necesitaba algo más, e intuyó o conoció que la respuesta le podía llegar por otro medio, todavía más comprometido. El 28 de mayo se produjo la visita del comandante de las fuerzas soviéticas en Alemania oriental al puesto de mando de las francesas dirigidas por Massu en Baden-Baden, un hecho excepcional. De Gaulle habría intuido que el mensaje que Moscú quisiera hacerle llegar no podía tener un sello más fiable que el del hombre que estaba al mando de las divisiones que tenían por misión invadir la RFA, y Francia, si fuera el caso. Esa sería la información que buscaba encontrar en Massu, mediante entrevista en Estrasburgo, Baden, o donde fuera, pero directa. Le urgía tener ese dato, pues su decisión dependía de dos grandes factores: la postura de Moscú y la del PCF. La segunda la tendría con el final de la manifestación del 29, pero la primera decidió buscarla directamente a través de Massu. De Gaulle se cuidó mucho de cubrir con un velo de engaño su maniobra, en esto Giraud toma nota de lo que indica Philippe de Gaulle. Diseñó para eso un plan minucioso que ejecutó a partir del día 27.
El testimonio de uno de sus próximos, Alain Peyrefitte, refuerza la tesis del plan minucioso. Peyrefitte, ministro de educación, dimitió el 27 a petición de Pompidou, que quería nombrar un mediador que reparara el conflicto con la Sorbona cuando creía que los acuerdos de Grenelle iban a funcionar. De Gaulle concedió audiencia a Peyrefitte el día 29 a las 4 de la tarde. El 28 Bernard Tricot, secretario general de la presidencia, le comunicó que su audiencia se posponía al fin de semana, y le hizo llegar una carta manuscrita del general en la que este le reiteraba su amistad. Mientras todos los demás piensan que de Gaulle está desorientado y sin recursos, Peyrefitte anota: «miércoles 29, por la tarde, cuando me entero de que el general ha desparecido y que su primer ministro nada sabe de dónde ha ido, no dudo que esté siguiendo un guion establecido en sus menores detalles. Desde el martes por la tarde, había previsto “dar un golpe” que le mantendría ausente un día, quizá dos; retrasar el consejo de ministros; no decir nada a nadie, ni a Pompidou ni a Tricot. Para mí es la señal de que de Gaulle ha tomado los mandos. No tengo ningún mérito en descifrarlo: yo tenía una clave que otros no tenían» (Peyrefitte,
Peyreffite conocía bien a de Gaulle, como demuestra su voluminosa y valiosa obra acerca de él, y tenía el dato de su nueva cita para el fin de semana, que indicaba a las claras para él que el general sabía dónde estaría para entonces. En la misma línea, de Boissieu recuerda haber visto el borrador de un discurso que de Gaulle preparaba (el del día 30) el día 29 a primera hora de la mañana, cuando acudió a visitarle por indicación suya para recibir instrucciones y encargos minuciosamente preparados (De Boissieu,
Podemos estar seguros de que tenía un plan minuciosamente planeado y cuidadosamente ocultado y enmascarado. Giraud concluye que si quería ver a Massu era porque él tenía una información que le interesaba. Una de las confirmaciones más explícitas de que hubo un mensaje de Moscú respecto a la crisis francesa se encuentra en las
Como hemos señalado, el 28 de mayo una delegación soviética del más alto nivel militar, presidida por el mariscal Piotr Kochevoi, visitó a Massu en Baden-Baden. Kochevoi mandaba cinco ejércitos de cuatro divisiones cada uno, frente a las dos divisiones francesas. El soviético, como recoge Massu en sus memorias, conversó a placer con él, en primer lugar, de su desprecio por los alemanes, responsables de la muerte de veintisiete millones de soviéticos, a los que veía cada vez peores, y de su decisión de aplastarlos ante la menor provocación. Llegó a afirmar que «el próximo teatro de guerra será Alemania occidental». Francia no debía equivocarse de aliado en la próxima guerra, advirtió. En la cena cambió de tono iniciándola con un brindis «por la amistad franco-soviética» y por «el gran presidente Charles de Gaulle». Habló de los acontecimientos de París: «Kochevoi se asombra, se indigna del comportamiento de los estudiantes. “¡Hay que aplastarlos, aplastarlos!” dice —en ruso naturalmente— pero acompañando sus palabras de gestos que hacen inútil la traducción» (Massu,
Giraud supone que este mensaje es el que de Gaulle quería oír de Massu. Desde luego, no le preguntó algo así directamente: escenificó ante él un estado de ánimo cargado de preocupación y en extremo abatido, y le dejó hablar. Cuando conoció el contenido que le interesaba y pensó que la representación había sido satisfactoria, se levantó de pronto y anunció que volvía a Francia ante un asombrado y satisfecho Massu.
Aterrizado ya en La Boisserie, esperó la siguiente información. El testigo en este caso fue Flohic. Tras llamar a Pompidou y a Tricot para informarles de su llegada a Colombey, de Gaulle dio un largo paseo campestre con su mujer, tranquilo y apaciguado, hablando de flores y árboles. Contra su costumbre no se puso a trabajar al volver, sino que encendió el televisor para ver las noticias de las 8. Se le notaba impaciente, y tras ver el telediario se produjo un cambio de humor espectacular. Flohic no lo anota, pero Giraud señala que ese telediario dio cuenta de la disolución en la más absoluta tranquilidad de la gran manifestación organizada por la CGT. Era el dato que le faltaba por conocer (Giraud,
Gran parte de las acciones de de Gaulle en esos días tenderían a ocultar esta finalidad esencial de su viaje a Baden. Ahí habría volcado su genio como líder capaz de llevar a efecto su designio y al mismo tiempo mantenerlo oculto. Para confirmar su hipótesis, Giraud aporta varios argumentos más, entre los que cabe subrayar los siguientes: la conformidad de Moscú y su entendimiento claro pero tácito le permitió cargar contra el comunismo en su discurso del día 30, y eso no impidió que los más conocidos representantes del gaullismo de izquierdas acudieran a la embajada soviética al terminar la manifestación de apoyo a de Gaulle del día 30 para participar en una recepción de despedida de Dubinin (Giraud,
El estudio de las actitudes y la actividad de Charles de Gaulle en mayo del 68 ha ocupado muchas páginas y no es abordable con detalle suficiente en las disponibles en un artículo, pero lo que recogemos aquí pensamos que sirve para percatarse de algunos hechos sin cuyo conocimiento no es posible comprender el mayo del 68 francés.
Destaca, en primer término, la profunda visión política del estadista francés. Su diagnóstico de que se trataba de una crisis de civilización que reclamaba reformas profundas ha sido confirmado en los años posteriores. Junto a esto, destaca su prudencia política al insistir en un criterio suyo recurrente: era preciso preservar la autoridad del estado, porque cualquier mal presente o futuro sería menor que los que traería consigo su hundimiento. El primer deber de los políticos era este y apenas si consiguieron cumplir con él en esas semanas. En tercer lugar, llama la atención la importancia de la administración de los tiempos en la decisión política. De Gaulle reconoce que su mayor error fue dejarse adelantar por los acontecimientos, y es justamente eso lo que debe rectificar con una nueva maniobra a partir del 28. Ahí justamente radica otro hecho relevante: la capacidad de rectificación del general, su reconocimiento de los errores y fracasos –el día 24– y su búsqueda de nuevas soluciones –la maniobra del 29 y el discurso del 30. De otra parte, la forma en que de Gaulle cierra la crisis, la crisis política más urgente, manifiesta hasta qué punto los elementos que él ponderaba eran esenciales frente a los más aparentes que parecieron abrirse camino en las primeras semanas de la revuelta, aquellos que dieron su brillo al movimiento estudiantil y lo legitimaron ante la opinión. No es difícil imaginar qué consecuencias hubieran podido derivarse de la ausencia de un hombre como él al frente de Francia en aquellos momentos, y qué es lo esencial en política más allá de la retórica.
Ciertamente hay numerosos aspectos que todavía hoy distan de estar claros. Las tesis de Giraud, en tantos aspectos atractivas por su compatibilidad con los hechos y su capacidad de explicar lo que otras hipótesis no explican, deberán esperar la disponibilidad de nuevas fuentes, especialmente soviéticas, para ser confirmadas o desmentidas. Pero sea cual sea la aportación de esas nuevas fuentes, parece fuera de duda la extraordinaria pericia que demuestra de Gaulle en la gestión y búsqueda de soluciones para una crisis que adquirió una envergadura histórica. En mayo del 68 se entrelazaron factores culturales, de mentalidad, sociales, políticos, de relaciones exteriores, estratégicos y personales, con una intensidad y una densidad llamativas. Ser capaz de ver en ese aparente desorden, y de ver a través de los aciertos y equivocaciones propios y de sus colaboradores, fue uno de los logros de este renombrado estadista. Con todo, los hechos dejan ver también qué significa el final de un tiempo. De Gaulle, que había dominado la conducción de otras crisis de forma magistral, en esta se muestra más dubitativo, y finalmente incapaz de conducir las reformas profundas que demandaba la crisis de civilización que revelaban los hechos. Su tiempo había pasado, y él parecía entenderlo también así.
La consideración de los hechos más estrictamente políticos de aquellas semanas ayuda también a entender que por profundas y radicales que sean muchas causas sociales y culturales en el devenir histórico, resulta precisa una política adecuada para que los deseos de mejora lleguen a puerto. El genio o, al menos, el talento político nunca dejará de ser una necesidad de las comunidades humanas. Si tienen la suerte de contar con él, llegarán más lejos que si les falta. Por eso, siempre necesitaremos hacer una buena historia política para entender nuestro pasado.
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