Examinaremos en este artículo las relaciones entre literatura y ciencia a lo largo de los últimos dos siglos, con especial énfasis en el estado actual y en las perspectivas futuras. Veremos aquí que existen profundos vínculos entre ellas como consecuencia de que ambas se nutren de un imaginario colectivo común a la vez que lo alimentan. Analizaremos también diversos aspectos tales como las influencias recíprocas y los desarrollos simultáneos de nuevas ideas y conceptos. En este sentido, comprobaremos cómo los grandes cambios de paradigma se manifiestan muchas veces a la vez en la ciencia, la literatura y otros ámbitos del saber. Finalmente, discutiremos algunos aspectos relativos a la exploración de los espacios comunes entre literatura y ciencia con el objetivo de potenciar las formas de conocimiento a partir de un mestizaje epistémico y metodológico.
We examine in this article the relationships between literature and science through the last two centuries, paying special attention to the present situation and its future perspectives. We will see that there are deep connections between science and literature since both are fed by (and at the same time feed) common social imagery. We will also analyse different aspects of the many relations between science and literature, such as their mutual influences and the parallel development of new concepts and ideas. In this sense, we will show how the major paradigm shifts are usually expressed simultaneously by science, literature and other fields of knowledge. Finally, we will discuss some aspects related to exploration of the common spaces shared by literature and science, in order to strengthen the forms of knowledge by means of an epistemic and methodological hybridization.
Los historiadores parecen coincidir en que la bifurcación entre literatura y ciencia comenzó en los siglos XVIII y XIX, cuando ambas áreas del conocimiento se establecieron como instituciones profesionales especializadas (Gossin,
El clímax de tal desencuentro entre literatura y ciencia lo marcó Charles P. Snow en su ya famosa conferencia
Sin embargo, pese a que la incomunicación explícita resultaba más que evidente, no es menos cierto que existía al mismo tiempo un intercambio sutil, involuntario y silencioso. Como veremos en este artículo, las fronteras que circunstancialmente pueden separar diferentes dominios del conocimiento reducen, pero no suprimen, el flujo de información de unos a otros. El pensamiento viaja gracias a la interacción social y a actividades que involucran a personas de diferentes disciplinas; es sin duda la manera más eficiente de hacerlo circular. No debemos ignorar que las fronteras son siempre porosas y que los conceptos suelen filtrarse por pequeñas hendijas permeando todos los rincones de la cultura. La historia de las ideas muestra que cada vez que ha habido cambios sustanciales de paradigma se han producido con relativa simultaneidad en diversos ámbitos culturales (Watson,
Paradójicamente, hacia la misma época en la que el debate acerca de la divergencia entre las “dos culturas” alcanzaba su apogeo despuntó la publicación lenta y gradual de algunos estudios sobre literatura y ciencia. Estas iniciativas se alumbraron principalmente en departamentos de Historia de las Ideas, Filosofía de la Ciencia, Teoría Literaria y Lingüística. Ciertos estudios se consolidaron a partir de la década de los 80, cuando se formó una masa crítica de intelectuales dedicados a dichos temas y se organizaron reuniones, conferencias y grupos de trabajo (Gossin,
Si bien existe en la actualidad un consenso bastante amplio a propósito de la necesidad y el valor de los estudios transdisciplinares, es preciso aún encontrar modelos y metodologías que faculten para abordar sistemáticamente las relaciones entre literatura y ciencia. En este artículo nos centraremos en particular en cuatro aspectos que nos parecen relevantes y que no han sido lo bastante tratados en investigaciones previas. Rastrearemos primero la relación de la literatura y la ciencia con el imaginario colectivo de cada época. Veremos que, más allá de los gruesos muros de separación entre las disciplinas, se dan conexiones subterráneas e inconscientes que permiten un trasvase permanente de ideas y conceptos entre los plurales ámbitos del conocimiento. Discutiremos luego los problemas y paradojas que aparecen cuando un lenguaje (formal o natural) se mira a sí mismo. Las últimas dos secciones describirán, por un lado, los lazos de la novela policíaca con el método científico y, por otro, cómo ciertos cambios de paradigma a lo largo del siglo XX se han desplegado convergentemente tanto en literatura como en ciencia. Analizaremos, para finalizar, las posibilidades reales de una hibridación entre literatura y ciencia, haciendo especial hincapié en las estrategias susceptibles de impulsar una integración crítica de las distintas formas de conocimiento.
A pesar de que cuenta con grandes escritores como Julio Verne, H. G. Wells, Isaac Asimov o Ray Bradbury, hemos excluido de nuestro estudio a la ciencia ficción. Los textos literarios de este género proponen en general, ya sea en forma de apología o de rechazo, una exacerbación de los logros tecnológicos y una extrapolación del comportamiento social. Sin embargo, la presencia de conceptos científicos o, más latamente, de cuestiones tocantes al conocimiento del mundo, resulta en ellos más bien escasa, y su tratamiento un tanto superficial. Curiosamente, en el resto de la literatura (fuera de la ciencia ficción) tales asuntos suelen manejarse con mayores lucidez y profundidad. Es justo en esas últimas manifestaciones, a la vez menos evidentes y mucho más intensas, donde centraremos nuestro análisis de las interacciones entre literatura y ciencia.
Al contrario de lo que pudiera parecer a primera vista, el que la literatura y la ciencia se influyan la una a la otra no es algo tan extraño; de hecho, aun sin proponérselo se han influido significativamente a lo largo de la historia. Superando el alejamiento circunstancial entre intelectuales humanistas y científicos, las novedades de cada campo se difunden a través de los medios de comunicación o de otros canales más complejos y sofisticados, y tarde o temprano terminan por infiltrarse en todos los sectores de la cultura. Más sorprendente aún es el hecho de que ciertas ideas surjan a la par en ambas disciplinas, es decir con una diferencia de pocos años y sin que quepa apreciar un condicionamiento recíproco o una conexión causal entre ellas. ¿Es una simple coincidencia, por ejemplo, que el narrador omnisciente comenzara a abandonarse en la literatura al mismo tiempo que en la física desaparecían los sistemas de referencia absolutos? ¿O que Virginia Woolf y Freud se hicieran, casi a la vez, preguntas acerca del inconsciente? ¿Existe alguna relación entre lo que André Gide denominó
Historiadores y sociólogos han remarcado el hecho de que muchos descubrimientos científicos (y también tecnológicos) se efectúan de modo más o menos paralelo, sin que los respectivos autores hayan tenido contacto entre sí o conocimiento el uno de los trabajos del otro. Uno de los ejemplos más citados es la formulación del cálculo diferencial realizada independientemente por Newton y Leibniz hacia finales del siglo XVII. Estos “descubrimientos” sincrónicos se dan también en el mundo del arte y de la literatura; incluso se ha llegado a argumentar que los hallazgos múltiples revisten características similares tanto en el campo artístico como en el científico (Lamb y Easton,
La ciencia y la literatura (o el arte) son modos de explorar la realidad, estrategias para comprender el mundo. Difieren en sus métodos, sí; pero se asemejan en sus intenciones. La literatura y la ciencia, dos manifestaciones de la creatividad humana, se nutren en cuanto tales de un imaginario colectivo común. Como bien señala Emmanuel Lizcano Fernández (Lizcano,
Ahora bien, ¿cómo definir el imaginario colectivo si es precisamente allí donde se elaboran las definiciones? Aunque no sea posible definirlo, podemos metaforizarlo: podemos pensarlo como un magma subterráneo en continua ebullición, originando permanentemente formas, ideas, conceptos, precipitando estos en identidades (transitoriamente) fijas y creando así el universo en el que los grupos humanos viven y en el que producen eso que llamamos cultura y conocimiento. El imaginario colectivo de cada tribu, de cada grupo humano, es en cada momento la “matriz de la que se alimentan los sentidos, el pensamiento y el comportamiento; acota lo que, en cada caso, puede verse y lo que no puede verse, lo que puede pensarse y lo que no puede pensarse, lo que puede hacerse y lo que no puede hacerse […] lo que es posible y lo que es imposible” (Lizcano,
Todas las actividades humanas se nutren, de una u otra manera, del imaginario colectivo de cada época. Es por lo tanto razonable que, si algo sustancial ha mudado en él, dicho cambio se revele simultáneamente en varios ámbitos de la cultura. La ciencia y la literatura se abastecen de ese imaginario colectivo y a la vez lo abastecen. No sorprende así que ciertos conceptos puedan ser “recogidos” y amplificados en sincronía por las dos, con los elementos propios de cada una de ellas. Tendremos en consecuencia dos productos diferentes, uno científico y otro literario, que responden en el fondo al desarrollo de una idea germinal común.
La literatura y la ciencia son dos de las áreas que más “material” aportan al imaginario colectivo (al menos en la cultura occidental). Nada más natural, entonces, que el que las nociones literarias o científicas repercutan también en otras áreas de la cultura. Este modelo permite asimismo comprender mejor algunos aspectos relevantes de las relaciones entre literatura y ciencia. Por ejemplo, lo que llamamos habitualmente “anticipaciones literarias de la ciencia” no es otra cosa que la incorporación al imaginario colectivo de ciertas ideas con origen en la literatura que luego la ciencia (o cualquier otra práctica) tomará para sí. En lugar de anticipaciones (ya sean literarias o científicas) deberíamos hablar más bien de creaciones de cada campo que, una vez disueltas en el imaginario colectivo, pueden ser asimiladas y utilizadas en otro espacio cualquiera de la cultura. En efecto, asumir que se trata de anticipaciones significaría creer en una inexorable determinación del progreso científico (solo es anticipable aquello que inevitablemente ocurrirá). Ahora bien, el desenvolvimiento de las ideas, del pensamiento y de la cultura no parece algo inexorable, ni por ende tampoco fácilmente predecible; y se piensa además que la ciencia “constituye” el mundo al menos tanto como lo “descubre”, lo que reduce aún más su anticipabilidad.
El imaginario colectivo es, así pues, el lugar clave para explorar las vinculaciones entre literatura y ciencia. Pero, ¿cómo organizar la exploración del imaginario?, ¿cómo investigar la realidad imaginaria del imaginario? El primer paso consiste en saber dónde buscar afluentes de lo imaginario. En este sentido, es primordial tener en cuenta que “Lo imaginario […] no está solo allí donde se lo supone, en los mitos y los símbolos, en las utopías colectivas y en las fantasías de cada uno. Está también donde menos se lo supone, incluso en el corazón mismo de la llamada racionalidad” (Lizcano,
El impresionismo, el cubismo y diversas formas de pintura abstracta efectúan a principios del siglo XX un corte drástico con la tradición figurativa. Nace otra mirada al mundo, la cual condice en la literatura con otras técnicas y perspectivas: ficciones que trasportan ante todo una realidad verbal (Joyce, Lezama Lima, Guimaraes Rosa, etc.) y cuyas referencias históricas o sociales parecen, en ciertos momentos, una especie de excusa; ficciones en las que las palabras buscan independizarse y ser su propio fin; ficciones donde la literatura comienza a mirarse a sí misma y a convertirse en su propio objeto de estudio. Pero también otras que abandonan el ideal flaubertiano del narrador invisible y más o menos objetivo para poner el acento no solo en un punto de vista cada vez más marcado (en la dependencia del observador), sino también en una polifonía de múltiples focos, en un narrador ultravisible (la marginalizada tradición del exceso a lo Sterne) o principalmente en una acentuada autoconciencia: unas ficciones que todo el tiempo recuerdan y aceptan su condición de artefacto literario. Bajo inspiración científica, Roman Jakobson introduce en 1959 el concepto de
Por esos mismos años, a principios del siglo XX, la lógica matemática estaba igualmente examinando problemas relacionados con la autorreferencialidad, como si a lo largo de su propio desarrollo la lógica se encontrara finalmente consigo misma. Pero ¿qué hay de novedoso en que un sistema hable de sí?, ¿qué sucede cuando el objeto de estudio coincide con el sujeto que lo estudia?, ¿qué pasa cuando la lógica o la literatura se auto-observan? Existe en lógica una famosa paradoja, atribuida a Epiménides, que en su versión original reza:
Durante todo el siglo XX se observó una curiosa convergencia de literatura, ciencia y autorreferencialidad en la crítica literaria. La “nueva crítica”, aparecida a principios de siglo, intentó asentar sus ideas en términos racionales y sistemáticos imitando el método científico. Los así llamados formalistas rusos (desde Shklovski hasta Jakobson) promocionaron un abordaje científico, novedosamente riguroso, de las letras, siguiendo el cual un “narratólogo” como Propp analizó la estructura del cuento popular (los “puntos recurrentes” en los cuentos de hadas) y otros investigadores ahondaron en el análisis de la trama o en el efecto de extrañamiento (“desfamiliarización”) que suscitan ciertas metáforas. Unos años más tarde, Ferdinand de Saussure propondría lo que se considera el primer intento de sistematizar la lingüística. Saussure desarrolló una “ciencia del lenguaje” a la que hoy se denomina semiótica. Para Saussure, el lenguaje constituye un sistema de términos interdependientes donde el valor de cada término se establece solo en relación con la presencia simultánea de los otros (Saussure,
Probablemente Derrida no conocía las ideas de Gödel; y, de todas maneras, sus propuestas no se derivan de los trabajos de este. Lo interesante del caso es la simultaneidad: el hecho de que, en tres o cuatro décadas (es decir, desde una perspectiva histórica, casi al mismo tiempo), la incertidumbre y la indecidibilidad aparecieran en tanto protagonistas inesperados en varios ámbitos del conocimiento. Como nos recuerda Douglas R. Hofstadter en su libro
Otro buen ejemplo de las interacciones entre literatura y ciencia es la introducción del método científico en la literatura de ficción, y más precisamente en las novelas policíacas o detectivescas. Desde sus orígenes, en las primeras décadas del siglo XIX, la novela policíaca ha estado siempre íntimamente ligada a “lo científico” y a su capacidad para explicar el mundo. El detective debe afrontar la resolución del
Es lícito considerar a Edgar Allan Poe como el padre del género policíaco, o al menos como el aglutinador de ciertas ideas que “estaban en el aire” de la época. En particular, su relato
Poe ha ejercido una inmensa influencia en los escritores que le sucedieron; por ejemplo, sobre Arthur Conan Doyle, con su inolvidable Sherlock Holmes. Conan Doyle era médico y, de hecho, fue uno de sus profesores en la Universidad de Edimburgo, Joseph Bell, quien le inspiró la figura de Holmes. El doctor Bell (como luego el asombroso Padre Brown, de Chesterton) era capaz de hacer diagnósticos con solo observar los modales del sujeto o las características de su vestimenta, llevando de este modo el método lógico-deductivo a la cima del género. Desde los inicios del género policíaco, y durante más de cien años, dicho método ha acompañado la corriente positivista que surgió primero en Francia (Auguste Comte) y luego en Inglaterra (John Stuart Mill) y que se extendió a la postre por toda Europa. El género se sustenta en un positivismo, y al mismo tiempo lo fomenta, que se auto-erige en la única vía para alcanzar un conocimiento verdadero del mundo a partir del análisis de hechos verificables.
Señalemos que en todo este período “positivista” del género policíaco se utilizó (casi) siempre un narrador omnisciente o bien un narrador testigo, pero fiable, certero. La opción de dejar no resuelto un caso resultaba inconcebible para el imaginario colectivo de la época, y no hubiese sido admitida. La infalibilidad del método era un axioma aceptado tácitamente tanto por los autores como por los lectores. Como ya hemos evidenciado antes, lo que no participa del imaginario colectivo de un corte histórico no puede ser pensado y mucho menos representado. Sea de ello lo que sea, las evoluciones en el imaginario colectivo están en gran medida promovidas, lo constataremos a continuación, por la literatura y la ciencia de cada época.
A diferencia de la literatura fundada en el principio de “suspense” (donde la intriga reside en lo que ocurrirá en el futuro), el género policíaco se basó especialmente en el principio del “enigma”; esto es, en explicar hechos ya ocurridos, por lo común un crimen o un asesinato que semejaban (a primera vista) imposibles de aclarar. Más tarde se fueron incorporando variaciones de la trama y del argumento que respondían más a variaciones del canon estético o a la importación de elementos del campo científico que al reflejo de la realidad circundante. Aparece, por ejemplo, el asesino en serie (con figuras míticas como Landru o Jack
En resumen, a lo largo de casi dos siglos, la novela policíaca ha ido asimilando elementos del mundo de la ciencia, y la figura del detective ha estado siempre vinculada a la imagen del científico y a su particular acercamiento a la realidad. La novela policíaca y el método científico se vuelven así (en algún sentido) casi indistinguibles, y sostienen un imaginario colectivo por el que a su vez son sostenidos, el cual refuerza la idea de que la razón y una determinada metodología son competentes para solucionar cualquier tipo de problema. Sin embargo, una vez que el método científico se introduce en la literatura, esta se independiza de la ciencia y se permite concebir nuevas hipótesis. La apropiación literaria del método científico facilita que tanto escritores como lectores se planteen preguntas acerca de este último que no hubieran sido posibles en otros campos. La ciencia utiliza el método científico sin cuestionarlo; la filosofía puede cuestionarlo sin necesidad de utilizarlo; la literatura, en cambio, se toma ciertas libertades frente a la ciencia o a la filosofía, como las de parodiar y hasta contestar el método científico. Es cabalmente esta libertad de la ficción la que fabrica cristalizaciones del imaginario colectivo que favorecen una renovación de la visión del mundo. La literatura se constituye así en un lugar privilegiado para la indagación profunda de nuevas ideas a partir de conceptos muy arraigados en el imaginario. Sin el rigor científico o filosófico que exige la contrastación experimental o la coherencia interna, la verosimilitud literaria legitima un tipo de pesquisa más abierto y con menos ataduras respecto de lo “real”. La ficción literaria autoriza a arriesgar hipótesis (incluso inverosímiles) que en otros entornos de pensamiento serían literalmente impensables.
En los últimos años se han publicado una serie de relatos literarios que examinan con lupa temas tan relevantes como la construcción (o la existencia) de la verdad o la determinación unívoca de un culpable a partir de una serie de hechos. Es lo que se conoce como “novela anti-policíaca”, en la que los planteamientos narrativos del género policíaco convencional son subvertidos y el lector desempeña un papel más activo. En la novela anti-policíaca, el detective no es infalible, y muchas veces la resolución del caso es solo una entre otras muchas posibles. A diferencia del llamado “neopolicíaco” (que suele colocar el énfasis en el contexto social), la novela “antipolicíaca” pone en tela de juicio, no siempre por medio de la parodia, el principio del bien y del mal, la idea de “centro” o de orden establecido (impugnación bastante usual en la ficción “posmoderna”) y hasta la propia naturaleza de la actividad policial y criminal. Tales transgresiones fueron practicadas por escritores ajenos al género, desde Bioy Casares y Borges, con su antidetective Isidro Parodi, hasta Thomas Pynchon, Vladimir Nabokov o el Paul Auster de la
Todos estos cuestionamientos sobre los caminos por los que es posible (o no) llegar a la verdad se van a incorporar al imaginario colectivo desde la literatura. Es precisamente la libertad discursiva de la literatura la que le permite trabajar en la ficción con hipótesis en principio inimaginables desde el paradigma dominante. Como comentamos más arriba, una vez que el método científico se integra en la literatura, la literatura puede potenciarlo, pero también ponerlo en la picota. Y entonces se insinúa la pregunta inevitable: ¿están proponiendo las nuevas narrativas una revisión del método científico y de nuestra manera de comprender el mundo?
Hacia comienzos del siglo XX se produce en la cultura occidental un conjunto de metamorfosis en la visión del mundo que van a dejar una señal radical en la ciencia, la literatura y el arte de los siguientes cien años. Se diluyen los sistemas de referencia absolutos en la física con la teoría de la relatividad (1905), la perspectiva en la pintura con la introducción del cubismo (1907), y la música tonal con el abandono del tono fundamental y la armonía. En el terreno literario, el realismo “naturalista” de Émile Zola (
La ficción del siglo XVIII y XIX fue escrita y leída en un mundo cuyos paradigmas eran los de Galileo, Newton y Laplace: es decir, en una sociedad determinista, con un sistema de referencia espacio-temporal absoluto y con la potencialidad imaginaria de conocerlo todo. En la literatura esto se reflejaba, por un lado, en la figura del narrador omnisciente (el narrador que también lo sabe todo, como un dios); y por otro lado, en las posibilidades de la trama narrativa tradicional, la llamada “trama energética”, donde los hechos se encadenan lógicamente y la voluntad o el deseo de un personaje central pone en marcha la acción y se topa con un conflicto que es, a menudo, una voluntad contraria, sea esta última colectiva o individual.
Desde finales del siglo XIX, el narrador omnisciente cede paulatinamente su lugar a otros tipos de narrador cuya perspectiva es más limitada (semi-omnisciencia) y más subjetiva, o cuya autoridad se antoja incluso poco (o nada) fiable, pues la propuesta de lectura alimenta la desconfianza ante los presupuestos más ortodoxos. Estas alteraciones coinciden temporalmente con el aludido abandono, por parte de la física, de los sistemas de referencia absolutos (teoría de la relatividad), y con la introducción del principio de incertidumbre (mecánica cuántica). El siglo XX privilegiará asimismo otros cambios de paradigma: lo no lineal frente a lo lineal, lo caótico frente a lo determinista, las estructuras en red (lo rizomático) frente a las estructuras jerárquicas. Los nuevos paradigmas estimulan en la literatura la concepción de cadenas causales más aleatorias, de interconexiones menos inteligibles y más misteriosas, de formas más inciertas y fragmentadas, de tramas más inestables e indeterminadas. La obra novelística de William Faulkner da buena prueba de ello: pluralidad de narradores, pluralidad de puntos de vista, pluralidad de tiempos, trama-puzzle (acciones independientes, renuentes a la cronología, aunque entrelazadas), una prosa enmarañada y hasta el ardid de presentar (en
El nuevo marco teórico propicia la coexistencia de orden con desorden, así como un más amplio espectro de vínculos entre causas y efectos, sobre todo en términos cuantitativos: menor tendencia a que las causas y los efectos resulten sensatamente proporcionales, mayor inclinación a presentar causas pequeñas que suscitan grandes efectos (el llamado “efecto mariposa”), o lo contrario. El azar y lo arbitrario ingresan, a lo largo del siglo XX, tanto en el mundo de la ciencia como en el del arte, que antes solían condenar su aparición como un mero
Otros de los grandes cambios de paradigma que se produjo a principios del siglo XX está relacionado con la posibilidad de operar con diferentes lógicas. Durante más de veinte siglos fue la lógica aristotélica la que forjó un estilo particular de ver y pensar el mundo, y la que asentó ciertas verdades absolutas, ligadas a principios o axiomas indiscutibles. En torno a 1900 aparecen lógicas renovadas como la lógica plurivalente, la intuicionista o la dinámica, entre otras. Como contrapartida, en el campo literario, casi al mismo tiempo que estalla en Inglaterra la corriente del
¿Son las anteriores meras coincidencias entre el arte, la literatura y la ciencia de principios del siglo XX? ¿Estaban Picasso, Joyce y Einstein explorando en última instancia los mismos conceptos? ¿Hay alguna conexión entre el psicoanálisis, el narrador subjetivo y la relatividad? Es difícil hablar aquí de una relación causal, de influencias recíprocas o incluso de apropiaciones. Nos parece más adecuado hacerlo de la “emergencia” de una nueva forma de ver el mundo, de una confluencia de ideas y sucesos que ha dado lugar a un cambio de paradigma cultural (en su más vasta acepción), y que ha repercutido de manera diferente y concomitante en cada disciplina.
Los casos que acabamos de repasar nos enseñan que existen profundos vínculos intelectuales entre literatura y ciencia, vínculos a veces sutiles, a veces más explícitos, anudados como consecuencia de que ambas proceden de un imaginario colectivo compartido. Gracias a ellos hemos podido comprobar que, a lo largo de los últimos dos siglos, una y otra han reflexionado acerca de unos mismos temas, y tratado alternativamente ciertos conceptos (por ejemplo, los propios de la visión lógico-positivista del mundo, etc.). La cartografía (parcial) de dichas relaciones nos ha invitado a delimitar zonas de confluencia y a encontrar nociones e intuiciones que puedan ser examinadas con un enfoque transdisciplinar. Hemos comenzado a vislumbrar apenas la inmensa frontera entre ellas.
La exploración de ese espacio fronterizo, de esa
En cuanto a las estrategias generales adecuadas para cerner las interacciones entre literatura y ciencia, muchos de los estudios actuales en esta materia optan o bien por la conquista o bien por la división del
La literatura y la ciencia ya no pueden darse la espalda. Por un lado, la especialización de la ciencia ha profundizado el conocimiento sobre determinados dominios, a la vez que su reduccionismo la ha alejado de las cuestiones realmente complejas. Somos capaces de manipular el ADN, pero no sabemos aún cómo nuestro cuerpo condiciona nuestro pensamiento; somos capaces de activar neuronas individuales, pero no sabemos aún por qué soñamos. No es posible tratar la complejidad solo desde una perspectiva reduccionista; se necesita una integración del conocer, una hibridación de las disciplinas. Ahora bien, la hibridación no es una meta, sino un punto de partida, un lugar desde donde construir formas epistémicas inéditas, desde donde comenzar a contemplar y aprehender los problemas complejos. Por otro lado, es evidente también que a la literatura no le está permitido ignorar las ideas científicas, y mucho menos en la medida en que la ciencia se aventure a explorar territorios tradicionalmente asignados al mundo de las humanidades. Así, los últimos descubrimientos en torno al funcionamiento del cerebro, a las características de la conciencia o a las trampas de la memoria deberían servir para enriquecer las formas literarias más que para volverlas opacas; y el tratamiento literario de esos temas debería asegurar, por su parte, un contrapunto crítico y ético a la investigación científica.
Las disciplinas son necesarias y seguramente seguirán existiendo. Se trata ahora, más que de destruir lo que ya existe, de deconstruirlo. En tal sentido, creemos que es imprescindible e irrenunciable promover trabajos de investigación en la frontera entre disciplinas porque es allí donde con mayor probabilidad se producirán avances en nuestra manera de comprender el mundo. La ciencia y la literatura, incluso cuando abordan los mismos temas, utilizan lenguajes distintos y métodos complementarios. Y es finalmente esa diferencia metodológica la que enriquece la interacción entre ambas. La solución a los problemas complejos no pasa ya por la vieja disputa entre holismo o reduccionismo, sino por una integración de ambos. Necesitamos exploradores de la frontera, mercaderes de ideas, traficantes de conceptos, intelectuales que se aventuren en una tierra desconocida que no será firme pero sí fértil, y con un potencial humano e intelectual nunca visto hasta ahora.
G. A. S. agradece al Donostia International Physics Center el apoyo institucional y económico al Proyecto
T. H. Huxley era un distinguido naturalista inglés, y M. Arnold un destacado hombre de letras de la Inglaterra victoriana. Ambos sostuvieron a través de dos conferencias sucesivas (Huxley, 1880; Arnold, 1882) una intensa aunque civilizada discusión acerca del contraste entre una educación literaria y una educación científica.
Del griego
Si bien escapa a los objetivos de nuestro estudio, nos parece preciso mencionar que no solo la ciencia y la literatura están en condiciones de interactuar para ampliar su campo del conocimiento, sino que también pueden hacerlo las disciplinas que estudian la ciencia y la literatura. Así, la epistemología y la crítica literaria no deben desdeñarse mutuamente si pretenden avanzar en el estudio de temas complejos.