El objetivo de este artículo es mostrar cómo la imagen que dio Manuel Chaves Nogales de la revolución rusa a través de sus artículos en los años treinta, siendo vanguardia del periodismo de entonces, tuvo un sentido histórico. La hipótesis es que el periodismo, informando sobre el presente, puede aportar a los historiadores alguna lección. Para mostrar la conciencia histórica del periodismo de Chaves Nogales se contextualiza al autor entre otros viajeros de la época a la Unión Soviética, se analiza la manera en la que Chaves interpreta las huellas de la revolución en las personas y en su entorno y se relaciona con la microhistoria.
The objective of this article is to show how the picture Manuel Chaves Nogales presented of the Russian Revolution through his articles in the 30’s, the vanguard of journalism of that time, had a historical meaning. The hypothesis proposed is that journalism reporting on the present can also provide historians with some lessons. To show the historical awareness of Chaves Nogales’ journalism, the author is contextualized among other travelers to the Soviet Union of that time. The way in which Chaves interprets the traces of the Revolution in people and their environment and how these relate to microhistory are studied.
Cuando Lippmann y Merz (
En los años 20 y 30 del siglo pasado la revolución rusa fue un tema tratado por viajeros, intelectuales y periodistas entre la idealización y el rechazo. Cruz y Pérez Ledesma (
“Surge entonces una profunda corriente de admiración y simpatía por la revolución soviética, que penetrará sobre todo en los medios obreros e intelectuales. Asistimos a una explosión de nuevas editoriales como Cenit, Ulises, Oriente y Fénix, que difunden en ediciones asequibles las grandes obras de la literatura soviética, así como sus más recientes creaciones. El clima de entusiasmo e interés propiciará una avalancha de viajes. Todos quieren ver la nueva Rusia, adonde viajan Margarita Nelken, Álvarez del Vayo, Ramón J. Sender, Manuel Chaves Nogales, Josep Pla, Félix Ros” (p. 76).
Estos viajes, a partir de la mitad de los años 20, son denominados
Desde España viajaron sobre todo políticos -los socialistas, por ejemplo, viajaban auspiciados por la Internacional Socialista- y periodistas. Así, entre los políticos, Fernando de los Ríos publicó en 1921
“Pero han ido gentes llenas de prejuicios, profesores de universidad o jefes de partidos comunistas extranjeros, periodistas que iban a decir que todo estaba muy bien o muy mal, según les habían pagado; españoles no ha ido nadie.
[…] -¡Oh! … Y periodistas han ido pocos.
-Yo no conozco a ninguno, fuera de Álvarez del Vayo, Chaves y Llopis” (Villanúa,
Navarra (
En concreto publicó tres libros periodísticos sobre este tema. En el primero recoge para los lectores de
Para Chaves el periodismo supone un punto de vista desde el que cuenta la realidad. En el proemio al libro deja claro cuál es su función:
“Interpreto, según mi temperamento, el panorama espiritual de las tierras que he cruzado” (Chaves Nogales,
El subtítulo del libro,
“Uno mira estas cosas fatalmente desde un punto de vista burgués” (Chaves Nogales,
Chaves dedicó a Rusia dieciséis de las veintiséis entregas originales y once de los diecinueve capítulos del libro. Cuando este salió publicado, varió la distribución original, renombró los títulos, amplió ciertas ideas, reorganizó algunos pasajes y mostró otros que, a causa de la censura, no pudo publicar en la prensa. Así, incluyó una entrevista a Ramón Casanellas -uno de los participantes en el asesinato del presidente del consejo de ministros, Eduardo Dato, en 1921- y un nuevo capítulo dedicado a la vida soviética (Cintas Guillén,
Las crónicas de Chaves se abren con una cita de Tiutchev: “Rusia: Nunca sabrá ver el ojo soberbio del extranjero el tesoro que hay escondido en tu humilde pobreza” (Chaves Nogales,
“Contar y andar es la función del periodista. Araquistáin, en su viaje a las escuelas de España, Álvarez del Vayo, en sus frecuentes excursiones por el panorama espiritual de Centroeuropa, y alguno otro son claros ejemplos de este periodismo nuevo, discreto, civilizado, que no reclama la atención del lector sino es con un motivo: contarle algo, informarle de algo” (Chaves Nogales,
Chaves entiende que el periodista -citando a Keyserling-, tiene como función ser intermediario espiritual, por eso él intenta ver “el alma rusa” a través de sus ojos de extranjero, en la imagen de los mujik, las isbas o las iglesias:
“Las iglesias van jalonando todo el campo. ¿Se comprende ahora la fuerza indestructible que tiene la religión entre esta gente, fuerza que ni siquiera la gran conmoción del comunismo ha podido neutralizar?” (Chaves Nogales,
Lo que ve se convierte en indicio de lo que espera ver. Así, en “Paseos por Moscú” comienza diciendo:
“Apenas se pone el pie en Moscú, se tiene súbitamente […] la sensación de que aquello ha sido arrasado por la revolución (…). El bolchevique ha querido hacer tabla rasa de todo lo anterior. Esto donde se ve bien es en Moscú” (Chaves Nogales,
Después, cuenta la historia de la ciudad y sus monumentos, pero de entrada deja claro cuál es el prisma a través del cual contempla la capital. En Leningrado, al burlar a un guardia del GPU para visitar a un partidario de Trotsky, escribe:
“Leningrado conserva todavía la emoción de la clandestinidad revolucionaria” (Chaves Nogales,
Es una impresión, pero contiene el principio de su interpretación de la realidad que va buscando: qué queda de la revolución. Igual sucede con aquellos a quienes entrevista o con las fuentes a las que da voz en el reportaje. Busca indicios que muestren cómo la revolución ha cambiado la vida. Por ejemplo, “un intelectual, moscovita de adopción, de origen indio que lleva muchos años en Rusia” expresa la misma idea que ronda a Chaves, la de que el espíritu de las gentes ha cambiado:
“La revolución ha sacado de sus goznes las hojas de las contraventanas […], ha metiendo tres familias -tres extrañas familias- en lo que antes era cochera de los señores. Pero todo sigue exteriormente igual. Dentro, en las estrechas habitaciones, hay hacinada una humanidad conmovida por la revolución que intenta vanamente acomodarse a las exigencias de los tiempos nuevos. En cada habitación, una familia; en cada familia, una guerra viva. El padre es
Todo esto por dentro. Afuera siguen brillando las cúpulas doradas de las iglesias. […]. El espíritu de las gentes ha cambiado, pero el espíritu de la vieja ciudad subsiste después de haber sido arrasada” (Chaves Nogales,
Con el nervio y la urgencia del periodismo, este pasaje muestra una de las genialidades de Chaves: intuir en algunos indicios la vida que llevan los moscovitas y el cambio social provocado por la revolución. La paradoja dentro/fuera, viejo/nuevo, a partir de la impresión visual de las fachadas, da lugar a una imagen de lo que va queriendo ver, el cambio o no que la revolución ha producido. Así también lo hará hablando de los carteles de los líderes:
“Todo Moscú está lleno de la iconografía de la revolución […]. No hay modo, sin embargo, de encontrar un retrato de Trotsky en toda Rusia” (Chaves Nogales,
Esa impresión primera en casi todo lo que mira busca la huella de la revolución y su envés o contrapartida y ese es uno de los temas que se mantendrá en las crónicas.
Como todos los viajeros a Rusia, también Chaves buscaba ver en qué se había convertido la revolución. El relato de Chaves da una imagen de una revolución disecada en la que los revolucionarios habían servido para elaborar el mito, pero ya no contaban, y así lo muestra en el retrato de Kalinin o en la búsqueda de Trotsky. Conocer la personalidad de Trotsky era una de las cuestiones que más interesaban a Chaves (
“Trotsky es de esa clase de hombres que sólo pueden inutilizarse con la muerte” (Chaves Nogales,
Sobre el debate de la II Internacional Socialista, de la doctrina de Stalin del comunismo en un solo país que había dado al destierro de Trotsky, diagnostica:
“Para mantener en toda su pureza el ideal comunista, sería preciso hacer una revolución cada cinco años. Esta es la gran tragedia del bolchevismo, insoluble mientras no se realice el sueño de la revolución mundial” (Chaves Nogales,
Chaves tiene experiencia con la GPU y con la censura pero escribe:
“Deliberadamente me he limitado, en la reseña de mi viaje por el territorio ruso, a exponer, desnudos de artificio, los pequeños hechos de la vida cotidiana que caían bajo mi zona de observación, y he guardado cuidadosamente tanto la documentación oficial, que a manos llenas se me ha ofrecido en Rusia, como cualquier deseo de interpretación personal que pudiera haberme asaltado” (Chaves Nogales,
De nuevo una declaración de intenciones sobre cómo entiende el periodismo y una interpretación de lo que ha supuesto la revolución. Chaves informa de aquello que interesa a sus lectores. Para ese público la revolución rusa llevaba a la pregunta sobre si se extendería el sistema soviético por Europa. Las imágenes de la revolución rusa en los primeros años treinta conectaban con las movilizaciones en España y esa conexión aumentaría, a juicio de Cruz y Pérez Ledesma (
“Después de haber recorrido Rusia y de haber buscado afanosamente cuanto en pro o en contra de la revolución se ha escrito, yo me atrevo a creer que la postura del hombre auténticamente civilizado no es la de ser comunista o anticomunista, sino la de estar atento al desenvolvimiento de los hechos […], sin desechar la posibilidad del alumbramiento de una nueva humanidad, pero sin perder de vista al mismo tiempo que puede haberse errado la senda” (Chaves Nogales,
Para Chaves los errores de interpretación sobre la revolución vienen de la propaganda interesada de uno y otro lado. Él, tras un mes como viajero curioso y liberal, se pregunta si se debe aceptar como peaje para una nueva sociedad la dictadura del proletariado:
“¿El amor hacia el pueblo debe llevar hasta el extremo de sacrificarlo?” (Chaves Nogales,
Y se muestra consciente de que esa imagen de país “todavía desconcertado y ruinoso” (Chaves Nogales,
“De la obra revolucionaria el viajero no ve más que las resquebrajaduras. La reconstrucción de la sociedad deshecha por la revolución sobre la base de la dictadura del proletariado escapa a su comprensión. Y esta reconstrucción, no terminada aún, es, a pesar de todas las fallas, una obra formidable” (Chaves Nogales,
Y cuando ya ha salido de la Unión Soviética, escribe:
“No quiero tampoco dejarme arrastrar por esta impresión puramente subjetiva de pequeño burgués o intelectual que se siente excluido o, mejor dicho, perseguido por la clase social dominante hoy en Rusia” (Chaves Nogales,
Para Peloille (
A juicio de Cintas,
“Varios españoles tuvieron ocasión de hablar a fondo con algunos comunistas disidentes. Especialmente lo hizo Chaves, que se mostró interesado por las tesis de la oposición trotskista, quedó convencido de que Trotski encabezaba a aquellos verdaderos comunistas que se oponían a la conservadora burocracia del partido” (Avilés Farré,
Navarra (
“Cuando tú lees lo que escribe sobre la Unión Soviética y lees las cosas que escribían intelectuales europeos de primera categoría… A mi él me recuerda una cosa que dice Kessler en sus memorias: “Los que llegábamos del Este de Europa éramos como Casandras a las que nadie escuchaba, nadie quería escuchar”. Era así, eso es terrible. Pero no solo basta fijarse y contar lo que se ve. Es que además tienes que intentar que te escuchen” (Suberviola y Torrente,
Chaves se sale de las categorías ideológicas tan útiles para manuales y para el juicio fácil porque, como señala Muñoz Molina, se alinea en Europa con Joseph Roth, Stefan Zweig, Vasliy Grossmann, George Orwell y Albert Camus, y lo que todos ellos tienen en común es la defensa del humanismo (Suberviola y Torrente,
Chaves cuenta los hechos de la revolución en 1928, once años después de producirse. Tras regresar de la Unión Soviética y publicar el libro en 1929, Chaves dejó de ser redactor jefe del
En estos reportajes, como en lo publicado en el
La memoria que recupera Chaves es la del testigo: él no fabula, escribe a partir de la memoria de quien le cuenta y de otras fuentes con las que se entrevista. Y el retrato que el periodista hace de ellos amplia el testimonio; como en los espacios, también en las personas se aventura a ver las huellas de la revolución. Chaves muestra la sensación que le producen todos estos hombres con descripciones completas, tanto físicas como psicológicas, en las que los rasgos externos que observa en ellos anteceden sus rasgos de carácter. Chaves sigue estando ahí, como narrador dentro de la historia que se hace presente para poner de relieve su papel de periodista directa o indirectamente.
Quizá el momento en el que Chaves juega de manera más evidente el papel de narrador testigo con autoridad para la interpretación está en
“De ojos claros, alto, desgarbado y de aspecto cansino, que redacta todas las semanas un periodiquito pobre, en un barrio apartado de París. Kerenski da la impresión del que está ausente; tiene algo de sonámbulo, de hombre atento a un rumor distante. Sus ojos, con ese guiño característico del miope sin lentes, miran siempre a un punto lejano. Sus oídos conservan, acaso, el eco de las fusiladas en las calles de Petrogrado, del clamor de las masas revolucionarias o del galope de los jinetes rojos lanzados en su persecución. No sé; pero salta a la vista que es un hombre absorbido por algo que, desde luego, no es el momento de ahora” (Chaves Nogales,
Chaves está dentro del relato en primera persona, como personaje-periodista que observa y apuesta por unos rasgos sobre otros. El porte de Kerenski, su figura, su mirada, reflejan su espíritu, sus preocupaciones y su estado de ánimo. Su forma de actuar en el presente, además, permite a Chaves imaginar cómo pudo vivir los días de la revolución y cómo su forma de ser explica su pasado y su presente con relación al momento histórico:
“Mientras habla, yo escucho un poco sobrecogido sus discretas palabras. Este hombre tiene para mí el prestigio de ser la personificación más completa de una tragedia, vieja como el mundo; la lucha de lo consciente con lo inconsciente. Kerenski es el caso patético del hombre inteligente cogido por el engranaje de hechos monstruosos, superiores a toda previsión intelectual” (Chaves Nogales,
En esta obra, por tanto, el foco se centraba más en las personas que en los pueblos, más allá de que el drama de los exiliados sirviese también a Chaves para referirse a la revolución, a la monarquía zarista y a los nacionalismos periféricos. El diario
“Apenas entré en el salón de la biblioteca de la Duma me vi envuelto en un torbellino de gente que discutía y gritaba […]. Cuatro días sin dormir ni comer; cuatro días en los que permanecimos ajenos a todo lo que fuese el peligro que corría nuestra patria, debatiéndose en el caos y la sangre” (Chaves Nogales,
Y más adelante:
“Se le ve con una gran transparencia en aquel caos de la revolución rusa aferrado a sus convicciones intelectuales, sensato, realista, valiente, procurando en vano mantenerse en el fiel de la balanza, queriendo ser ecuánime cuando se habían desatado todas las fuerzas del mal y la ecuanimidad era un delito…“ (Chaves Nogales,
Es esta manera de enfrentarse a los personajes -conociéndolos cara a cara, dejándoles hablar- la que caracterizará su periodismo y sobre estos testimonios de la revolución construye su impresión de ese momento.
Esta reconstrucción encuentra un paradigma en el relato que Chaves hace del bailaor burgalés Juan Martínez, el protagonista de
“Él habla a su modo, con sus imágenes castizas plagadas de galicismos; pero a lo largo de su charla internacional, que pondría los nervios de punta a un académico, yo sé que quiere decir eso; y lo traduzco así” (Chaves Nogales,
Chaves pasa las ideas de Martínez a través del matiz de su mirada, de su interpretación, y es de suponer que esta idea se mantuviese también
“se trata de un intento de ver este proceso histórico a través de los ojos de un extranjero […] y que por lo tanto no tiene
Como recoge Cintas (
La primera imagen que tiene Martínez al llegar a Petrogrado en marzo de 1917 es la de un andén vacío y “a la salida de la estación, en una puerta, estaba clavado a bayonetazos el cadáver de un guardia” (Chaves Nogales,
“¡Qué odio negro les tenían! Cuarenta mil policías del zar había en Petrogrado el día que estalló la revolución. En ocho días no quedó ni uno. El pueblo tenía tanto rencor contra ellos que cuando yo llegué salían a cazarlos como si fueran conejos. A muchos los clavaron a bayonetazos en las puertas de las casas […]. En los primeros momentos habían hecho ellos una buena carnicería con los revolucionarios” (Chaves Nogales,
El bailaor sobrevivirá a la revolución de marzo y en la primavera y el verano de 1917 volverá a Moscú por su esposa y juntos regresarán a Petrogrado y después de nuevo a Moscú para ir a Kiev:
“A mí la toma del poder por los bolcheviques, los famosos diez días que conmovieron al mundo, me cogieron en Moscú vestido de corto, bailando en el tablado de un cabaret y bebiendo champaña a todo pasto.
Después de la
Chaves ofrece en cada entrega un relato trabado que sale de la memoria de Martínez y que él parece solo transcribir. El “folletín de la vida de Martínez” -como lo llama- tiene en apariencia una única trama, comprobar cómo se las arregló su protagonista para sobrevivir. Si bien como señala Hermida (
A lo largo del relato vemos por los ojos de Juan Martínez cómo las gastan los bolcheviques, los blancos y los cosacos. El testimonio de Martínez tiene la virtud de los testigos, creemos en su memoria prodigiosa y en cómo se las ingenia para sobrevivir. Solo parecen importar los hechos: las filas de cadáveres en las calles de San Petersburgo o el vecino ajusticiado porque ante el frío se puso el sobretodo del bando equivocado. La crueldad y la rapiña del hambre no puede contarse y Martínez no lo hace, solo muestra cómo se salvó de ese mundo cuando parecía imposible. El genio narrativo de Martínez -o de Chaves Nogales- tiene su piedra de toque en los relatos que hace de las veces que salva la vida. Es entonces cuando como mucho se permite la viveza del genio hispano, la misma que le salva la vida. La primera de ellas, en Turquía, cuando los alemanes quieren matarlo porque lo toman por espía. Allí será un cuchillo, que siempre lleva consigo, lo que le salva. Casi en cada una de las entregas/capítulos Martínez relata cómo salva la vida, porque deja caer su navaja en un cacheo, porque un coche pasa cuando le van a disparar o porque muestra cómo es un auténtico revolucionario porque tiene las manos callosas por tocar las castañuelas. En la última de ellas, en el barco
Chaves no quiere escribir la historia pero la reconstruye a partir de estos testimonios de los testigos, sean los seguidores de Trotski, Kerenski, Miliukov o Martínez, y los intenta ver en el curso de la historia. Las crónicas de la revolución en Chaves están construidas sobre la memoria de testigos. En esta manera de proceder Chaves se adelanta a la microhistoria empleada en la historia y en la etnografía algunas décadas después. La microhistoria, tal como la entiende Ginzburg (
En
El primer rasgo que define la caracterización de Juan Martínez es que el personaje toma la voz y muestra en primera persona sus vivencias. La narración delegada en el protagonista no impide que el resultado sea una historia en la que el relato marco, las palabras de Chaves, dan coherencia a la estructura narrativa. Así, tras una breve introducción sobre el lugar en el que vive Martínez, le describe en tres rasgos:
“Martínez es flamenco, de Burgos, bailarín. Tiene 43 años, una nariz desvergonzadamente judía, unos ojos grandes y negros de jaca jerezana, una frente atormentada de flamenco, un pelo requetepeinado de madera charolada, unos huesos que encajan mal porque, indudablemente, son de muy distintas procedencias -arios, semitas, mongoles-, y un pellejo duro y curtido como el cordobán” (Chaves Nogales,
A partir de entonces, Chaves cede la palabra y el peso del relato a su protagonista con un explícito: “Y dice Martínez, ya por su cuenta” (Chaves Nogales,
“Empecé a sentir náuseas. La cabeza me daba vueltas y salí tambaleándome. En el umbral piso algo blanco y escurridizo: eran dos dedos humanos que estaban pegados a las losas por un cuajarón de sangre negra. La sensación que aquello me produjo casi me hizo desvanecerme. No se me olvidará en la vida” (Chaves Nogales,
Martínez era un hombre errante, sentencioso, único. Al dejar hablar a Martínez, al mostrar sus prioridades y sus sentimientos, el lector conoce mejor al personaje. Se observa el fraseo propio, sentencioso, con retranca, propio de un flamenco. Chaves traduce la entonación y edita las declaraciones pero deja el tono, el color del habla del protagonista. El hecho de que aparezca una voz única también es significativo. Chaves podría haber entrevistado en profundidad a la mujer de Juan Martínez, podría haber hablado con sus compañeros, amigos… pero prefiere quedarse en el texto solo con su impresión sobre el personaje, lo que pueda vivir con él y lo que este le cuente de sí mismo y de su vida. Quizá las declaraciones y testimonios de los familiares y amigos estén de forma indirecta, ya que le han podido contar episodios de la vida de Martínez que luego Chaves pregunta al interesado o que simplemente señala pero sin indicar quién se lo ha contado. Es destacable la gran autoridad que se arroga Chaves en estos retratos; no hay puntos de apoyo, otras voces que corroboren su interpretación y caracterización del personaje.
La impresión que producen las palabras de Martínez y que Chaves potencia al desaparecer del relato es que el bailaor es un pícaro, un hombre que quiere sobrevivir a toda costa, que de todo lo vivido sacaba una enseñanza y que por ese motivo es un buen observador neutral de la revolución. En el fondo, tal y como señala Trapiello, la filosofía de Martínez se resume en un lugar común:
“No somos nada. Y eso es lo que Chaves persigue: una vida gris llena de avatares, de aventuras, de las vueltas que da la vida” (Suberviola y Torrente,
Martínez es, para Cintas (
La visión que Chaves da de la revolución rusa -o su tono- fue cambiando. Sinclair (
“Por muy poco que se llegue a conocer este país, uno aprende a observar y a enjuiciar Europa con el conocimiento consciente de lo que acontece en Rusia. Eso es lo primero que le llega de Rusia a cualquier europeo inteligente. Por eso también la estancia en Rusia es, por otro lado, una piedra de toque tan precisa para el visitante extranjero. Obligará a cualquiera a elegir y precisar con exactitud su punto de vista […]. Aquel que penetre en mayor profundidad dentro de la situación rusa se sentirá mucho menos impulsado a realizar las abstracciones a las que tan fácilmente llega un europeo” (Benjamin,
Chaves no pretende escribir la historia pero la urgencia de los sucesos políticos en los años 30 obligó a muchos periodistas a hacer una información que debía responder al presente y al futuro que se avecinaba en Europa. En sus reportajes y crónicas logra mostrar mediante escenas significativas, mediante unas pocas pinceladas, el carácter de los personajes e indirectamente sus preocupaciones. Cuenta las historias como si se tratase del montaje de las escenas de una película: usando diálogo, descripción, introspección y viendo esas vidas en primer plano. Su relato está construido sobre la memoria de testigos y en esta manera de proceder el periodismo se adelanta a la microhistoria. Los reportajes muestran las huellas de un hecho pasado, pero permiten contar la historia de una realidad convertida en mito como la revolución rusa de octubre de 1917.
Xavier Pericay (
Chaves apostó por el periodismo, entendido como el afán de contar de la manera más veraz aquello de lo que es testigo, frente al partidismo que el momento histórico parecía exigir. Por eso, como escribió en 1937 en el prólogo de
Chaves escribió sobre la revolución rusa por su interés informativo para la España de su época y lo hizo a través de un periodismo honrado, sin prejuicio ideológico, y alejado de la propaganda totalitaria del momento. ¿Es la revolución que a Chaves le cuentan y sobre la que escribe una revolución imaginada o real? Las crónicas y los reportajes de Chaves dieron lugar a la Rusia imaginada en España. Él elaboró esta imagen siguiendo un criterio periodístico: a través de la selección de ejemplos y de su manera de construir el relato, intentó entender el curso de la historia que habían tenido los acontecimientos y el derrotero que podía vislumbrarse en Europa con la expansión del fascismo y el nacimiento de lo que luego se llamaría estalinismo.
Chaves Nogales no busca el término medio, sino la verdad. La ecuanimidad es un resultado, no una intención. La noción de su oficio y lo vivido en el periodo de entreguerras en Europa hacen que hoy estos relatos sean vistos como imparciales. No se trata, por tanto, de una equidistancia sino de sus convicciones liberales y de su honestidad en la concepción del oficio. Advierte de lo que ocurre en Rusia cuando el sistema soviético estaba aún idealizado y lo hace sin estridencias ni dramatismos, contando lo que vivió en su viaje y lo que Martínez o los exiliados rusos blancos le contaron en París.
Chaves afirma que el horror de la guerra y de la revolución fue tan inhumano que no resulta verosímil para las gentes. Su diagnóstico en la Europa de entreguerras, sin pretender hacer historia, resultó premonitorio y lúcido porque tuvo la capacidad de entender y nombrar el origen de la barbarie o del terror en uno y otro bando. Chaves se acerca a las raíces que sustentan el horror y la inhumanidad desde el periodismo, y por este motivo el análisis que realiza y su manera de entender la profesión tienen vigencia en el siglo XXI.