Son varios los informes institucionales que han señalado el impacto desigual que ha tenido la crisis del coronavirus, alertando sobre una mayor incidencia de sus efectos negativos en la situación económica, social y sanitaria de las mujeres.
El informe
El documento elaborado por el Instituto de la Mujer en 2020,
El reciente Eurobarómetro
Las conclusiones a las que llegan estos informes no solo invitan a la reflexión, sino que muestran la importancia de proporcionar datos desagregados por sexo y de la incorporación del género como herramienta que permite profundizar en el análisis de realidades complejas. Pero el número de mujeres afectadas por la crisis de la COVID-19 es mucho más que una cifra en un informe; es la vida de una mujer, las vidas de incontables mujeres que han visto alterado su entorno público y privado. Por ello, hemos querido recoger las voces de un caleidoscopio de expertas sobre el impacto que la pandemia de la COVID-19 ha tenido y continúa teniendo en las mujeres. A ellas les hemos pedido que aterricen los datos de estos estudios en la vida de las mujeres, en el entorno laboral y en la esfera del hogar. Que nos hablen de las madres, de las hijas y de las abuelas; de las amas de casa, de las enfermeras, médicas e investigadoras; de las esposas y de las mujeres maltratadas; que nos hablen, en definitiva, de la realidad de las mujeres en estos tiempos post-normales.
La pandemia que estamos viviendo ha producido situaciones insospechadas y totalmente nuevas para las que la sociedad ha demandado soluciones de todo tipo, es decir, no solo médicas, sino también económicas y sociales. En este escenario, la ciencia se ha revelado como algo imprescindible. Hemos podido ver cómo quienes se dedican a la investigación en diversos ámbitos del conocimiento, desde la biotecnología hasta las humanidades, se han esforzado por reducir la propagación del virus, entender la enfermedad, desarrollar tratamientos y vacunas o analizar el impacto social de la pandemia en distintos grupos sociales. Uno de los grupos más vulnerables es el de las mujeres, por su doble papel de cuidadoras dentro y fuera de casa.
¿Es la pandemia de la COVID-19 una tragedia para el feminismo? A esta una pregunta podemos responder “sí”, analizando diversos aspectos, aunque me centraré en dos: cómo afecta o puede afectar a las mujeres como cuidadoras dentro y fuera del hogar y cómo las afecta cuando son académicas e investigadoras.
De acuerdo con los datos de la
La independencia y la autonomía de las mujeres han sido víctimas silenciosas de la pandemia. Un efecto llamativo es que muchas parejas volvieron a modos de vida más comunes en las décadas de 1960 y 1970. Hasta ese momento, en muchas parejas los dos componentes se podían permitir desempeñar un trabajo remunerado porque otras personas cuidaban de sus hijas e hijos y de las personas dependientes que tuvieran a su cargo. Durante la pandemia, este trabajo volvió a recaer sobre las mujeres, debido a los estereotipos, las normas sociales y la educación recibida (aunque hubiera parejas que se repartían el trabajo). De acuerdo con los datos del
El cierre de las escuelas supuso un problema enorme para las mujeres. Una de las cosas que aprendimos con la crisis del Ébola (2014-2015), es que el cierre de las escuelas afectó a las oportunidades de las chicas, especialmente en los países menos desarrollados. Muchas abandonaron la educación y recibieron más violencia sexual y de género, la proporción de embarazos adolescentes aumentó y muchas mujeres murieron en el parto. Los recursos se dedicaron a atajar la epidemia y todo aquello que no se consideraba prioritario fue cancelado.
Como señalaba Rachel C. Snow en el informe para el Centro de Estudios de Población de la Universidad de Míchigan, publicado en 2007, el género es un determinante social de la salud especialmente complejo porque interactúa y se identifica con las dimensiones biológicas de la vulnerabilidad. Aunque algunos estudios presentan los datos desagregados por sexo, nos informan poco acerca de si las diferencias observadas son atribuibles a diferencias sexuales cromosómicas subyacentes, a la experiencia de género, o a una combinación de factores. Es muy importante tener esto en cuenta porque las intervenciones sanitarias serán necesariamente diferentes si las vulnerabilidades son atribuibles al sexo, al género o a ambos.
Según
También sabemos que en las crisis causadas por el Ébola y el Zika aumentaron la violencia de género como consecuencia del incremento del estrés, el consumo de alcohol y las dificultades financieras en los varones, factores relevantes de cara al incremento de la violencia ya observados en otras crisis no sanitarias. Según
La COVID-19 ha tenido una desigual incidencia entre hombres y mujeres por lo que respecta a la productividad científica.
La exdirectora del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII),
El proyecto Europeo horizonte 2020
La pandemia ha supuesto un retroceso en los derechos adquiridos y en la independencia y autonomía de las mujeres y sería deseable que las universidades y los organismos de investigación utilizarán estos datos a la hora de evaluar la productividad del profesorado y del personal investigador y que las organizaciones los tengan en cuenta para analizar posibles consecuencias no deseadas del teletrabajo.
Es de suponer que vengan otras crisis, por ello es importante reconocer y aprender de los errores, y no aceptar que las cuestiones de género estén ausentes. Lo que hagamos ahora es fundamental para las vidas de millones de mujeres y niñas del presente y del futuro.
El género es a menudo un factor ignorado en las emergencias de salud, a pesar de ser un factor estructuralmente relevante en la organización de nuestras sociedades. Los
Este diagnóstico se impone al tener en cuenta que una pandemia tiene efectos que exceden al ámbito clínico y que se extienden sobre todas las esferas sociales. Desde los estudios feministas, como el reciente monográfico
Las actividades de cuidados (como las tareas domésticas y de atención familiar o comunitaria) no representan, para el sistema económico dominante, tareas valorables. La esfera productiva del sistema capitalista -tal y como han podido mostrar los desarrollos de la economía feminista- se basa en la explotación del trabajo de cuidados no remunerado que, bajo el amparo de la ideología sexista que estructura nuestras sociedades, realizan mayoritariamente las mujeres, en tanto se perciben como tareas femeninas. Entre las distintas tareas de cuidados no remuneradas se encuentran las de los cuidados informales en salud, que representan un problema particular tanto dentro como fuera del contexto de pandemia. La falta de inversión en los sistemas de salud a nivel mundial resulta en la descarga de responsabilidades de atención sobre las mujeres, una situación que se agrava durante las emergencias sanitarias. El aporte de las cuidadoras informales a la salud global es tan importante como es invisibilizado. La reducción de las tasas de mortalidad en todos los grupos etarios durante el último medio siglo se debe en gran medida a la contribución subestimada de las mujeres a la salud y la atención social. No obstante, estas cuidadoras informales no reciben ningún tipo de apoyo o compensación por su trabajo y, además, padecen consecuencias negativas en su salud integral a causa de ello.
La desvalorización de las tareas de cuidado no remuneradas repercute también en la valoración de las actividades remuneradas que se asocian a los cuidados: el trabajo doméstico, la enseñanza y los servicios de salud. Estas tres actividades representan áreas laborales consideradas femeninas, están ocupadas mayoritariamente por mujeres y son de las peores remuneradas a nivel global. La crisis de cuidados que se evidencia en el transcurso de la pandemia de COVID-19, por lo tanto, se expande tanto en el ámbito no remunerado como remunerado de las tareas de cuidados fuertemente feminizadas. En el caso del sistema de salud, las mujeres que trabajan como personal sanitario de primera línea han sido uno de los grupos más expuestos a lo largo del transcurso de la pandemia. No obstante, las mujeres no han participado en igual proporción en la planificación y la toma de decisiones relacionadas con las intervenciones y los mecanismos de seguridad, vigilancia, detección y prevención durante la emergencia sanitaria a lo largo del planeta. Esto resulta en un problema de injusticia severo en donde las mujeres absorben la mayor parte del impacto negativo y no forman parte del esquema de toma de decisiones.
Los estudios feministas han producido un gran cuerpo teórico que analiza, explica y propone soluciones en torno a la crisis estructural de los cuidados. No obstante, los avances en términos de políticas públicas han sido escasos globalmente a pesar de la amplia comprensión que se ha ofrecido del fenómeno. Esto se debe, en buena parte, al que el sistema económico dominante no tiene al sostenimiento y cuidado de la vida en el centro de sus objetivos. Es imperioso que las políticas económicas de todos los Estados comiencen a dar cuenta de este problema y a ofrecer soluciones basadas en la evidencia que se proveen desde los estudios con perspectiva de género. Las emergencias sanitarias, como la de la COVID-19, pueden enfrentarse de manera más propicia si, de antemano, se procuran subsanar las desigualdades sociales estructurales. La crisis estructural de los cuidados es un foco de desigualdad que precisa de atención y solución urgentes. Asimismo, es deseable que se intensifique la producción de evidencia sistemática sobre el impacto que las diferencias de sexo y género tienen durante las pandemias, que se refuercen y se expandan los sistemas de salud existentes y que se promueva la igualdad de género en el campo laboral de la salud.
El barómetro del Parlamento Europeo
La COVID-19 ha tenido impacto en muchos sectores, no sólo en el sanitario. A nivel laboral ha mostrado también ha puesto de relieve la insuficiencia legal ante el tiempo de cuidados y, por tanto, ante la igualdad de oportunidades en clave de género. La COVID-19 ha mostrado también que el tiempo de cuidados no tiene la misma protección real que el tiempo productivo y esto tiene mucho que ver con el modo en que se presenta el género en las normas y en el mundo laboral (y no sólo).
Tras la COVID-19 se implementaron en España una serie de medidas dirigidas a proteger el trabajo de cuidados, tales como el
El mercado de trabajo necesita, para su desarrollo, que nuestro tiempo vital se distribuya de un modo muy preciso: en tareas productivas -el trabajo- y en tareas reproductivas o de cuidado. Ambos tiempos son igual de necesarios para el mercado laboral, pero mientras el primero es el núcleo de la legislación laboral, el segundo se ha ido incorporando a la normativa a modo de excepción, contribuyendo a dividir a la población trabajadora en dos grupos: quienes se ajustan a las previsiones leales y quienes no.
La normativa laboral en España (el
Es cierto que hay medidas dirigidas a visibilizar y permitir ejercer libremente estas opciones vitales, tales como el derecho a la distribución del tiempo de trabajo para hacer valer derechos concretos de conciliación -conforme a un procedimiento pactado en la negociación colectiva al que se refiere el artículo 34.8 del Estatuto de Trabajadores- o la ficción legal de haber cotizado al 100% durante los dos primeros años de reducción de jornada, entre otras; pero también lo es que el punto de partida es el trabajo lineal, continuado y sin interrupciones, aunque algunas de estas interrupciones estén protegidas por la ley.
El trabajo lineal, continuado y sin interrupciones es estereotipadamente masculino, mientras que el contrario (las excepciones que se están incorporando a la normativa y que ha puesto (más) al descubierto la pandemia derivada de la COVID-19) es estereotipadamente femenino. No es posible conseguir un adecuado equilibrio en el mundo laboral si lo estereotipadamente femenino no recibe un tratamiento equivalente a lo estereotipadamente masculino. La única forma de eliminar los estereotipos que impregnan el mundo del trabajo es conseguir que tanto lo femenino como lo masculino tenga el mismo valor a nivel legal. Para que el tiempo de cuidados tenga la misma relevancia que el tiempo de trabajo, debería ser una opción vital que pudiera elegirse en igualdad de condiciones que la proyección profesional. Basta, a modo de ejemplo, citar las siguientes cuestiones:
En las normas se valora lo estereotipadamente masculino. Son innumerables los complementos salariales que premian la plena disponibilidad, los mejores resultados -competitividad-, la peligrosidad y penosidad -en tareas asumidas tradicionalmente por hombres, pero que no se producen en tareas feminizadas como la limpieza de baños públicos, por ejemplo-, los pluses de nocturnidad, turnicidad o trabajo en festivos -difíciles de alcanzar para personas que ejerzan activamente el trabajo de cuidados-; y, en cambio, se le da un tratamiento casi invisible o en negativo a lo estereotipadamente femenino. Las buenas maneras, la creación de buenos ambientes de trabajo, el trato agradable a otras personas, apenas reciben complementos salariales, pero su ausencia -malos modos, creación de conflictos o insultos- podrá dar lugar a medidas disciplinarias, llegando al despido.
La (deseable) eliminación de estereotipos no pasa por la imposición artificial de un rechazo a todo lo estereotipadamente femenino, especialmente si se trata de cualidades que debería tener una persona trabajadora en el ejercicio de su cargo: un vendedor o vendedora debe ser paciente, aceptar el criterio de otra persona -aunque no tenga razón- y atenderle de la forma más amable posible algo que, tradicionalmente, se atribuyó (se atribuye) a las mujeres. Pero este comportamiento (con el que la empresa ganará claramente más dinero) no tiene un complemento salarial que lo premie.
La deslocalización y la posibilidad de organizar las tareas de manera autónoma son dos características del teletrabajo que parecen solventar problemas relacionados con la explotación laboral y otros sufrimientos sociales que existían desde los inicios de la época industrial.
La deslocalización, o posibilidad de realizar el trabajo de manera remota, desde el propio domicilio o cualquier otro lugar con conexión a Internet, va unida a la entrada en espacios virtuales en los que las interacciones siempre están mediadas por un artefacto, en los que podemos desdoblarnos y en los que no entramos con los cinco sentidos que nos sirven para habitar el mundo no virtual. Por un lado, en casa, los espacios de ocio y los de trabajo se difuminan y se entremezclan. Mientras las mujeres sigan recibiendo y asumiendo la mayor parte de los cuidados domésticos y de las personas dependientes, trabajar desde casa les va a suponer tener su doble carga toda junta en el mismo lugar. Por otro lado, que sea posible estar en más de un lugar a la vez (en una reunión virtual, en la misma habitación con tu hijo o hija y en el correo electrónico, por ejemplo) supone una multiplicación de la disponibilidad y un aumento de la exigencia de la multi-presencialidad. Dicho de otro modo, como es posible, resulta exigible. Como resulta exigible, parece asumible. Como las tareas de cuidado se invisibilizan y se infravaloran, parece como si su realización no requiriese de espacio ni de tiempo. Así aparecen la ansiedad de la multiplicación y la culpabilidad por no estar al cien por cien en cada una de esas presencias simultáneas.
La gestión autónoma del tiempo era una vieja reivindicación de las teorías y los movimientos sociales obreros, como expresan
Además, la deslocalización y la flexibilidad temporal que permiten la autogestión de espacios y tiempos, parecen convertir el lugar de trabajo y el proceso de realización del trabajo (por cuenta ajena) en un asunto a gestionar enteramente por la persona trabajadora, como en un estado de indefinición. Cualquier lugar y cualquier tiempo parecen buenos para trabajar; el trabajo no se acaba nunca. Las exigencias y requerimientos se interiorizan y la explotación puede convertirse en autoexplotación. En un contexto de virtualización de las relaciones sociales y de debilitamiento de las redes de apoyo mutuo, esta situación se puede vivir fácilmente en soledad o en aislamiento.
Muy probablemente la pandemia aceleró un proceso de virtualización del trabajo que ya había empezado con anterioridad. Al implantarse este de un modo en el que ya no hay vuelta atrás a la fase previa, quedó a la vista que hay nuevas formas de explotación vinculadas a él, y también que la extensión de un nuevo sistema tecnológico (en este caso, las tecnologías de la información y la comunicación) de por sí no va a resolver sesgos patriarcales previos. Introducir sin más tecnologías de la información y la comunicación no va a resolver problemas que estaban presentes antes y más allá de ellas.
Todavía tenemos que plantearnos, y esto con urgencia, que las necesidades de cuidado son condición de nuestra especie a la que es preciso dar respuesta y que es de justicia organizar estas labores sin explotar a nadie. Más aún, la crisis que hemos vivido durante la pandemia ha puesto de relieve la importancia, difícil de magnificar, de los cuidados. Las crisis que tenemos en el horizonte o ya sobre nuestras cabezas (inmigraciones masivas, cambio climático, pobreza mundial, guerras, nuevas pandemias…) no pueden ser afrontadas sino desde la construcción de ciudades (glocales) habitables, lo que requiere pensarnos desde nuestras vulnerabilidades constitutivas y fortalecer las redes de cuidados mutuos.
Así, no quisiera terminar con una imagen negativa de los cuidados. Como nos enseñan