«La vida está llena de sorpresas y cuando las cosas empiezan a fallar, suelen hacerlo con la suficiente rapidez como para que utilicemos términos como colapso o ruina» (Bardi, 2022, p. 19). Con estas palabras encuadra el doctor en química de la Universidad de Florencia Ugo Bardi el centro de gravedad reflexiva de su libro
Estos matices alejan a Bardi de ciertos lugares comunes que el colapsismo está consolidando en el debate ecologista. Por ejemplo, Bardi toma una prudente distancia respecto al discurso del pico del petróleo, que hasta hace pocos años abanderaba. A su vez, Bardi mantiene una posición sobre las expectativas de las renovables considerablemente más optimista que el promedio de otros autores Así, cita su propio trabajo (en un estudio junto a los investigadores Perissi, Csala y Sgouridis) para defender que la eólica y la fotovoltaica son suficientemente buenas para sustituir el flujo de energía fósil sin provocar emisiones de efecto invernadero. Otro matiz importante es que Bardi, a diferencia de ciertas proyecciones del colapso como un proceso largo y lento que son comunes en otras versiones del colapsismo, sí maneja un concepto de colapso fuerte. Esto es, un derrumbe destructivo muy rápido en el tiempo. Pero -y con esto el marco prospectivo cambia sustancialmente- seguido por posibilidades de fuertes recuperaciones (el rebote de Séneca). Lo que equipararía su noción de colapso a una idea de crisis muy destructiva, pero reversible.
Con todo, en lo esencial el planteamiento de Bardi está elaborado con los mismos ingredientes empíricos y los mismos procedimientos lógicos que hacen del colapsismo un paraguas intelectual identificable, por lo que se puede tomar su libro como una expresión representativa de esta sensibilidad ideológica, y evaluar desde sus páginas los aportes, pero también las contraindicaciones, de situar el colapso en el epicentro tanto del análisis como del discurso ecologista.
Como sucede en otras posiciones colapsistas, el planteamiento de Bardi revela que delimitar categorialmente bien eso que se llama colapso dista mucho de ser una tarea concluida. En estas páginas Bardi ofrece varias definiciones, algunas más empíricas («un declive rápido, incontrolado, inesperado y ruinoso de algo que antes iba bien») y otras con aspiraciones más teóricas («una transición de fase abrupta que lleva a un estado de complejidad reducida»). Pero sirven de poco porque en el desarrollo del argumento el concepto de colapso se estira tanto como para ejemplificarlo con fenómenos como un divorcio («el colapso de un matrimonio»), una maniobra de
Con todo y con ello, los puentes se caen, las empresas quiebran, las civilizaciones fracasan y las especies se extinguen. El gran valor intelectual del colapsismo es recordar algo para lo que tenemos un inmenso talento amnésico. Un don para el olvido que además esta sociedad potencia: la historia no es solo evolución gradual, sino también discontinuidades y rupturas. Y las discontinuidades y las rupturas no están solo marcadas por la huella del progreso, también por la marca del error. Lo que en un contexto de grave crisis ecológica, que puede llegar a derivar en la extinción de nuestra propia especie junto con muchas de las demás, tiene implicaciones disruptivas evidentes. La mutación sin control que está sucediendo en nuestro régimen climático y material no es solo potencialmente catastrófica. Es ya catástrofe en acto aunque distribuida de un modo desigual y combinado. El colapsismo, como pensamiento de los límites, cumple en nuestra esfera pública un papel parecido al de aquel siervo que, en los desfiles militares romanos y para que los generales victoriosos no incurriesen en la soberbia, se encargaba de recordarles que solo eran hombres mortales. En un momento histórico como el del Antropoceno, en el que apenas hay victorias de nuestras fuerzas productivas que no sean al mismo tiempo victorias de las fuerzas de la autodestrucción, es normal y hasta sano que esta conciencia de los límites adquiera una gradación tremendista, como es la propia del colapsismo.
En el ecosistema de las ideas transformadoras, este rol de alarma es necesario. En las páginas de
Sin embargo, simultáneamente, esta contribución viene irremediablemente entremezclada con toda una serie de adherencias ideológicas y teóricas problemáticas, que son por otra parte comunes en el colapsismo. Si bien a diferencia de otros colegas colapsistas más audaces Bardi es adecuadamente prudente respecto a aventurar lo que pasará en un futuro, su interpretación de los hechos pasados tiende a poner en juego un procedimiento en el que ciertas realidades de carácter biofísico, que suelen ser infravaloradas en el debate público (por ejemplo las crecientes dificultades geológicas de extracción de petróleo convencional y su relación con el crack financiero de 2008), se exageran desenfocando acontecimientos más complejos y multicausales.
Estos deslices reduccionistas son el reflejo de cierta inconsistencia teórica en la que Bardi participa. Y que, si en algo se sintetiza, es en el modo excesivamente simplista en el que Bardi concibe la esfera política: «sin duda, a diferencia de la colonia de hormigas, la colonia humana (también llamada Estado) tiene una especie de cerebro, que se llama gobierno o a veces “nuestro amado líder”. Pero resulta dudoso que esta entidad pueda hacer mucho para dirigir la colonia humana hacia un comportamiento inteligente» (Bardi, 2022: 66). «Los gobiernos tienen muchos propósitos, pero la impresión general es que existen principalmente para acosar a los ciudadanos con más y más impuestos para mantenerse» (Bardi, 2022, p. 226). Probablemente, estas expresiones tan poco cuidadosas en términos politológicos se explican porque Bardi es químico. Pero reflexionar sobre los colapsos sociales exige aventurarse en campos que están mucho más allá de su especialidad académica, como demuestran sus incursiones en asuntos económicos, históricos, sociológicos y filosóficos. En parte los problemas del colapsismo son un síntoma de un déficit epistémico colectivo: lo lejos que aún estamos de la
El trabajo de Ugo Bardi, tal y como se expresa en el libro
El ejemplo más obvio es el modo en que el colapsismo (como buena parte del ecologismo y no solo) está atravesado por una ontología monista, eso que el ecologismo ha reivindicado con el nombre de
«En general ninguno de estos modelos demuestra que el efecto de Séneca deba producirse necesariamente en todos los sistemas complejos, pero está claro que es un fenómeno común». En esta apreciación de Bardi, bien ponderada además por su prudencia antideterminista, está contenida la tarea histórica que el ecologismo más colapsista se ha echado a la espalda, con mayor o menor fortuna epistémica o política, y que es sin duda valiosa: frente a las ilusiones de inmunidad antropocéntrica de la cultura capitalista, asumir los daños ecológicos en curso, así como los riesgos potencialmente catastróficos, que conlleva un modelo civilizatorio insostenible. Y responder reclamando en serio la institucionalización de un principio de precaución que nos haga estar mínimamente preparados ante las disrupciones que vendrán. Sin embargo, el modo en que Bardi continúa el párrafo es extremadamente revelador de los déficits del colapsismo: «Parece que no importa si somos amebas o seres humanos, vivimos en un mundo en el que los colapsos no son un error, sino una característica» (Bardi, 2022, p. 95). Pensar que los colapsos humanos comparten más con los colapsos de las amebas en una placa de Petri que lo mucho que les diferencia es una pendiente teórica que puede llevar al error analítico. Y del error analítico al desastre político. Estas dos líneas de tensión, en las que el pensamiento colapsista concentra sus luces y sus sombras, sus aportes y sus contraindicaciones, están muy bien trabajadas en este volumen de Bardi. Y su lectura crítica puede contribuir a orientar un poco las disputas estratégicas en las que el ecologismo se debate a la hora de actuar en esta década climáticamente decisiva.